El tercer asesinato / The Third Murder, de Hirokazu Kore-eda (2017)
El realizador japonés Hirokazu Koreeda sorprende a propios y extraños con su nueva película, al sumergirse en los terrenos sombríos del thriller, donde nada es lo que parece.
A Hirokazu Koreeda solemos relacionarlo con hermosos y envolventes dramas familiares; sin embargo, decide cambiar de registro, aparentemente, en su más reciente largometraje. En este thriller de investigación judicial, que en su ejecución dentro las formas del género desdibuja las percepciones de la justicia o la verdad, Koreeda desenvuelve y continúa explorando algunas de sus constantes sobre el ser y los vínculos. Un relato en donde la certeza no es una opción.
Encontramos a Shigemori, un reconocido abogado que toma, al parecer, un caso sencillo, casi resuelto: defender a Misumi, un hombre acusado de asesinar a su jefe y robarle. Las posibilidades de ganar son ínfimas, pues el prisionero ha confesado y parece inminente la pena de muerte. No obstante, mientras se escudriña en el proceso, y escuchando las declaraciones de sus antiguos compañeros de trabajo, de la esposa y la hija de la víctima: Sakie, todo se irá complicando, al punto que Shigemori cuestiona la responsabilidad de su cliente sobre los ya distorsionados hechos.
Recordemos que el cine de Koreeda trata asuntos y circunstancias difíciles –a veces punzantes- mediante la exquisita ligereza de lo espontáneo o lo cotidiano, involucrando a personas que sobrellevan culpas, rencores o temores, siempre con la incertidumbre en sus trayectos personales y quizá descubriendo luego lo que anhelaban en realidad. Puede que en sus rutas vitales nada acontezca con rapidez, pero estos seres obtienen una mayor apreciación interior. Todos estos elementos, puestos en contenidas, etéreas y paulatinas narraciones acerca de las más cercanas manifestaciones humanas, son manejados con el balance y la sutileza que caracterizan al director. Son prueba contundente sus películas de “odiseas familiares”: Caminando (Aruitemo aruitemo, 2008), De tal padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, 2015) y Después de la tormenta (Umi yori mo Mada Fukaku, 2016).
Ahora, encajemos tal recorrido en una historia cuyo misterio y desconcierto adquiere matices éticos o morales con unos personajes inmersos en oscuros recovecos, forzados a usar máscaras para hacer frente a un hostil contexto social –el legítimo antagonista– que aliena sus sensibilidades e intimidades, repleto de ópticas tergiversadas y donde deben mentir para sobrevivir o protegerse, pues algunos de los involucrados en la investigación prefieren cambiar sus testimonios, e insinuar pistas sobre hechos imposibles de verificar, para evadir dicho entorno y sus propias contradicciones. Al igual que en los terrenos que acostumbra su realizador, predomina la dificultad de la comunicación y la naturaleza endeble de los lazos humanos. Vemos almas cohibidas y lastimadas, camuflando sus cargas en una densa ficción que, aparte de objetar lo que entendemos por la verdad, pretende diseccionar la fuente misma del autoengaño en el individuo, mientras expone sin paliativos la ambigüedad de la justicia ante un desolador y distorsionado panorama jurídico, el cual genera esa conocida desconfianza justificada por las autoridades y los tribunales.
LA HUMANIDAD SEGÚN KOREEDA
Por esa habitual sinceridad en la lente de Koreeda, nos relacionamos con estos seres al contemplar sus lacerantes grietas emocionales, anhelos reprimidos e inefables sentimientos, haciendo estremecer al espíritu más sensible y franco y, además, trastocar a aquel que se engaña. Se nos confronta con nuestras fachadas, desvelando el vacío y los vaivenes innatos de nuestra condición; tal vez se llegue, o no, a la crucial aceptación de las imperfecciones y reconozcamos las virtudes genuinas en el camino. Siempre hay una verdad, lo que no significa que sea confortable, sobretodo en un relato cimentado en la intriga como El Tercer Asesinato (Sandome no Satsujin, 2017), cuyo énfasis está en el factor humano y no en los efectismos visuales o del lenguaje, comunes en esta clase de películas.
Posteriormente, en ciertas escenas, se aborda el sacrificio como el principal llamado a la oposición de ese cruel ambiente que fomenta la indiferencia y deshumaniza a una comunidad, reafirmando al ser y liberándolo del estancamiento existencial a favor del prójimo. Es decir, un destello del interior enfrentado a la tendencia, al deterioro o a la autodestrucción. Entonces,en un mundo tan individualista, ligado al ardid incesante, se plantea esta pregunta: ¿dónde quedó nuestra empatía? Tal interrogante sustenta el acertado y bien manejado dilema de Shigemori al verse obligado a elegir entre seguir lo que dicte la ley, a pesar de sus paradojas, o hacer lo correcto, según su perspectiva; asimismo, creer en lo que dice Misumi o acatar al sistema y las conclusiones de este sobre su cliente, el supuesto homicida.
LA FRÁGIL JUSTICIA
La película es bastante crítica hacia un ejercicio del derecho, que en lugar de ir a la evidencia última se modifica a conveniencia para encajar piezas inexistentes, evitar sus fallas y formar un montaje en beneficio de un juez o unos pocos en la corte, sin tener en cuenta a los que claman retribución. En un punto, sus protagonistas prefieren el confort de sus discordancias y mentiras en lugar de enfrentar lo real. Proyectando así un arraigado miedo por lo que -según ellos- debe permanecer oculto y por esa estructura ideológica o de moralidad conveniente que los induce a esconderlo, que avala el condicionamiento de sus acciones, gestos o palabras, condena la cavilación o el auto reconocimiento que pueden alcanzar sus vulneradas identidades e impide saber quién fue el culpable del retorcido crimen. Aquí surge la empatía, la mirada de Koreeda nunca juzga a estas criaturas y le interesa mostrar tal cual sus elecciones, las difusas motivaciones de estas y que examinemos los devenires, dando así voz a los que no la tienen y desean manifestarse de alguna u otra forma, como muy bien lo hiciera su autor en las anteriores Distance (2001), Nadie Sabe (Dare mo Shiranai, 2004) oAir Doll (Kūki Ningyō, 2009). Luego del metraje prevalece lo turbio, los alientos se van y se desvía la mirada de la verdad. Al final, un agudo Koreeda orienta y nos cuenta el cuándo y el cómo, pero depende de nosotros dar con el porqué y descubrir si aún hay esperanza; sin embargo, siempre es espinoso confiar en medio de esta vorágine, colmada de cuestionables decisiones y sus nefastas consecuencias, por lo que todo se reduce a otro interrogante: ¿quién decide a quien se juzga?
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INDAGANDO ENTRE JUSTICIAS Y VERDADES
El tercer asesinato / The Third Murder, de Hirokazu Kore-eda (2017)
El realizador japonés Hirokazu Koreeda sorprende a propios y extraños con su nueva película, al sumergirse en los terrenos sombríos del thriller, donde nada es lo que parece.
A Hirokazu Koreeda solemos relacionarlo con hermosos y envolventes dramas familiares; sin embargo, decide cambiar de registro, aparentemente, en su más reciente largometraje. En este thriller de investigación judicial, que en su ejecución dentro las formas del género desdibuja las percepciones de la justicia o la verdad, Koreeda desenvuelve y continúa explorando algunas de sus constantes sobre el ser y los vínculos. Un relato en donde la certeza no es una opción.
Encontramos a Shigemori, un reconocido abogado que toma, al parecer, un caso sencillo, casi resuelto: defender a Misumi, un hombre acusado de asesinar a su jefe y robarle. Las posibilidades de ganar son ínfimas, pues el prisionero ha confesado y parece inminente la pena de muerte. No obstante, mientras se escudriña en el proceso, y escuchando las declaraciones de sus antiguos compañeros de trabajo, de la esposa y la hija de la víctima: Sakie, todo se irá complicando, al punto que Shigemori cuestiona la responsabilidad de su cliente sobre los ya distorsionados hechos.
Recordemos que el cine de Koreeda trata asuntos y circunstancias difíciles –a veces punzantes- mediante la exquisita ligereza de lo espontáneo o lo cotidiano, involucrando a personas que sobrellevan culpas, rencores o temores, siempre con la incertidumbre en sus trayectos personales y quizá descubriendo luego lo que anhelaban en realidad. Puede que en sus rutas vitales nada acontezca con rapidez, pero estos seres obtienen una mayor apreciación interior. Todos estos elementos, puestos en contenidas, etéreas y paulatinas narraciones acerca de las más cercanas manifestaciones humanas, son manejados con el balance y la sutileza que caracterizan al director. Son prueba contundente sus películas de “odiseas familiares”: Caminando (Aruitemo aruitemo, 2008), De tal padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), Nuestra pequeña hermana (Umimachi Diary, 2015) y Después de la tormenta (Umi yori mo Mada Fukaku, 2016).
Ahora, encajemos tal recorrido en una historia cuyo misterio y desconcierto adquiere matices éticos o morales con unos personajes inmersos en oscuros recovecos, forzados a usar máscaras para hacer frente a un hostil contexto social –el legítimo antagonista– que aliena sus sensibilidades e intimidades, repleto de ópticas tergiversadas y donde deben mentir para sobrevivir o protegerse, pues algunos de los involucrados en la investigación prefieren cambiar sus testimonios, e insinuar pistas sobre hechos imposibles de verificar, para evadir dicho entorno y sus propias contradicciones. Al igual que en los terrenos que acostumbra su realizador, predomina la dificultad de la comunicación y la naturaleza endeble de los lazos humanos. Vemos almas cohibidas y lastimadas, camuflando sus cargas en una densa ficción que, aparte de objetar lo que entendemos por la verdad, pretende diseccionar la fuente misma del autoengaño en el individuo, mientras expone sin paliativos la ambigüedad de la justicia ante un desolador y distorsionado panorama jurídico, el cual genera esa conocida desconfianza justificada por las autoridades y los tribunales.
LA HUMANIDAD SEGÚN KOREEDA
Por esa habitual sinceridad en la lente de Koreeda, nos relacionamos con estos seres al contemplar sus lacerantes grietas emocionales, anhelos reprimidos e inefables sentimientos, haciendo estremecer al espíritu más sensible y franco y, además, trastocar a aquel que se engaña. Se nos confronta con nuestras fachadas, desvelando el vacío y los vaivenes innatos de nuestra condición; tal vez se llegue, o no, a la crucial aceptación de las imperfecciones y reconozcamos las virtudes genuinas en el camino. Siempre hay una verdad, lo que no significa que sea confortable, sobretodo en un relato cimentado en la intriga como El Tercer Asesinato (Sandome no Satsujin, 2017), cuyo énfasis está en el factor humano y no en los efectismos visuales o del lenguaje, comunes en esta clase de películas.
Posteriormente, en ciertas escenas, se aborda el sacrificio como el principal llamado a la oposición de ese cruel ambiente que fomenta la indiferencia y deshumaniza a una comunidad, reafirmando al ser y liberándolo del estancamiento existencial a favor del prójimo. Es decir, un destello del interior enfrentado a la tendencia, al deterioro o a la autodestrucción. Entonces,en un mundo tan individualista, ligado al ardid incesante, se plantea esta pregunta: ¿dónde quedó nuestra empatía? Tal interrogante sustenta el acertado y bien manejado dilema de Shigemori al verse obligado a elegir entre seguir lo que dicte la ley, a pesar de sus paradojas, o hacer lo correcto, según su perspectiva; asimismo, creer en lo que dice Misumi o acatar al sistema y las conclusiones de este sobre su cliente, el supuesto homicida.
LA FRÁGIL JUSTICIA
La película es bastante crítica hacia un ejercicio del derecho, que en lugar de ir a la evidencia última se modifica a conveniencia para encajar piezas inexistentes, evitar sus fallas y formar un montaje en beneficio de un juez o unos pocos en la corte, sin tener en cuenta a los que claman retribución. En un punto, sus protagonistas prefieren el confort de sus discordancias y mentiras en lugar de enfrentar lo real. Proyectando así un arraigado miedo por lo que -según ellos- debe permanecer oculto y por esa estructura ideológica o de moralidad conveniente que los induce a esconderlo, que avala el condicionamiento de sus acciones, gestos o palabras, condena la cavilación o el auto reconocimiento que pueden alcanzar sus vulneradas identidades e impide saber quién fue el culpable del retorcido crimen. Aquí surge la empatía, la mirada de Koreeda nunca juzga a estas criaturas y le interesa mostrar tal cual sus elecciones, las difusas motivaciones de estas y que examinemos los devenires, dando así voz a los que no la tienen y desean manifestarse de alguna u otra forma, como muy bien lo hiciera su autor en las anteriores Distance (2001), Nadie Sabe (Dare mo Shiranai, 2004) o Air Doll (Kūki Ningyō, 2009). Luego del metraje prevalece lo turbio, los alientos se van y se desvía la mirada de la verdad. Al final, un agudo Koreeda orienta y nos cuenta el cuándo y el cómo, pero depende de nosotros dar con el porqué y descubrir si aún hay esperanza; sin embargo, siempre es espinoso confiar en medio de esta vorágine, colmada de cuestionables decisiones y sus nefastas consecuencias, por lo que todo se reduce a otro interrogante: ¿quién decide a quien se juzga?
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