El primer impulso que tuve fue el de introducir a Stillman como un director olvidado. Dudé de eso porque, finalmente, no creo que sea un tipo olvidado, quien haga buenas películas es imposible de olvidar. Quizás sí sea un tipo poco visto. Whit Stillman tiene sesenta y seis años, nació en Washington, su padre fue un importante hombre de la política en Estados Unidos (incluso estudió en Harvard con John F. Kennedy). Stillman asegura haber sufrido depresión mientras pasaba por la pubertad, cosa que se acabó, según él, apenas sus padres se divorciaron. Antes de empezar su carrera como cineasta estudió Historia en Harvard y empezó una carrera como editor. Su última película, Love and Friendship (Amor y amistad, 2016), demostró que su habilidad para entrelazar las absurdamente complicadas emociones que surgen de una amistad sigue llena de vitalidad y precisión.
El cuerpo de sus cinco películas (hechas en 28 años), una especie de continuación de personajes y actores, temas y discusiones, puede leerse como un conjunto de instrucciones para entrar en un mundo (o para saber leerlo), algo así como un mapa que permita no perderse y, digamos, no pasar pequeñas vergüenzas. Sus películas son corales, casi siempre se trata de un grupo de amigos tratando de hacer un poco de vida social. Generalmente hay un enfoque particular en uno de los personajes del círculo, cosa que le permite diseccionar las conductas del grupo con la pericia del mejor cirujano. Las imágenes permiten revisar cómo se mezclan los unos con los otros, cómo reaccionan a las observaciones de los otros, cómo se demuestran el cariño que, se supone, mantiene toda relación amistosa y amorosa. La película que más evidentemente utiliza este método es Metropolitan (1990), su ópera prima. Por el azar que alberga una ciudad como Nueva York, Tom Townsen termina compartiendo un taxi con otro grupo de amigos que, curiosamente, dicen que les hace falta un miembro para completar su grupo (necesitan un número par para que, al dividirse por parejitas, todos tengan compañía). A partir de ahí, el tímido pero intelectualmente seguro y confiado (admite no leer literatura sino solo reseñas serias porque puede tener “el enfoque del escritor y del crítico al mismo tiempo”) Tom, es invitado a los encuentros nocturnos de la clase “preppy” neoyorkina o, como uno de los mismos personajes se describe a sí mismo y a ellos, “gente de la UHB” (Urban Haute Bourgeoisie). Antes de aceptar las invitaciones nos damos cuenta de que Tom no tiene las mismas posibilidades económicas, aunque pertenece al mismo mundo (graduados o próximos graduandos de las universidad de la Ivy League), de sus nuevos amigos, así que tiene que rentar un traje apropiado, y en las noche le toca salir con una chaqueta porque no puede comprar un abrigo; no toma taxis y cree en el socialismo. La película, sin embargo, poco se concentra en las fiestas a las que van (solo hay una escena donde efectivamente están en la fiesta) y prefiere las preparaciones y los after-parties que organizan en el apartamento de una de las del grupo hasta que “los padres se levanten”. El grupo al que sigue Whitman está profundamente interesado por lo que lo rodea: juntos tienen disertaciones sobre los privilegios de clase, el socialismo, el fracaso inminente de la clase a la que pertenecen, los problemas del corazón, y así se pasan todas las noches. Sus personajes (y esto se vuelve algo así como un sello en las películas de Stillman) piensan, en voz alta, sus sociedades. Entre Jane Austen y el malvado Rick Von Sloneker, un tipo “alto, rico, guapo, estúpido, deshonesto, engreído, un abusador, un mentiroso, un borracho, un ladrón, un egocéntrico y un psicópata. Es decir, atractivo para las mujeres”, de otro grupo de amigos que parece generar todo tipo de debates, se dispone el derrotero temático de esta pequeña patota.
El cine de Stillman está concentrado en esa particularidad del diálogo, un recurso que le sirve para insertar el tono cómico a sus películas y para revelar las dimensiones de todos sus personajes. Quizás como Robert Altman, Stillman también es un genio de las películas corales, tratando a cada personaje como si fuera un protagónico. La comedia entonces se vuelve un campo de tensión (político y amoroso). Esa singularidad que ofrece cada personaje y cada línea de diálogo en las cuatro películas de Stillman introduce el chiste. El caso se repite en Barcelona (1994), una película con un contexto político mucho más exacto: finales de la guerra fría. Las discusiones sobre la OTAN y el fascismo se yuxtaponen a las de la búsqueda de la pareja, a disertaciones sobre la belleza y sus vínculos con lo divino. La llegada al apartamento de Ted del primo que odia, Fred, y que hace parte de la marina gringa, permite que se nos vaya conduciendo por el mundo barcelonés que se debate entre noches de fiesta y el antiamericanismo, tan hiriente para el primo naval –un tipo con una obsesión con su nacionalidad pero que obvia cualquier historia que no sea la de USA–. Vamos aprendiendo de otro mundo, que es tanto el de la marina en tierra como el de las ventas (profesión de Ted) y los planetas que la orbitan: fiestas, búsqueda de la pareja, presiones de los jefes, metas por cumplir… Estos primos no pueden ser más disímiles y los une un odio por un suceso, todavía sin resolver, de la infancia. En estas pequeñas películas la vida transcurre, o lo importante de la vida, en cafés, fiestas, paseos nocturnos.
La película siguiente, The Last Days Of Disco (1998), daría un cierre a una trilogía sobre jóvenes y sus problemas para superar momentos de crisis, donde todos parecen conocerse con todos (después de todo, el mundillo en el que habitan no es más que un pequeño pañuelo). La película abre con Chloë Sevigny y Kate Beckinsale listas para entrar a lo que parece ser el “new york new hottest disco club”. La entrada está tan llena de gente y, en lo que parecer ser una estrategia para entrar fácil, toman un taxi que las deje en la puerta. El plan les funciona. En esos primeros momentos empezamos a conocer a los personajes que guiarán los líos sentimentales que profundiza Stillman. La relación de las dos protagonistas es una de odio y amor, o de odio e indecisión (esta misma pareja volvería a ser la protagonista de Love and Friendship). Sus personalidades están en un constante roce y Stillman parece sustentar que todas las amistades se nutren un poco de ambas cosas. Los líos se vuelven exponenciales cuando entran los hombres a la ecuación. Hay que tomar decisiones y eso parece ser lo que más le cuesta a este grupo. Como ya se dijo, estas películas tienen en su centro el asunto de la comedia, son verdaderamente graciosas, y la delgada línea que existe entre burlarse de lo personajes y reírse con ellos no parece ser un dilema acá. Stillman nunca habla desde el cinismo, a sus queridos protagonistas los conoce (probablemente sean sus amigos y en cada uno haya algo del propio Stillman) y los dispone a moverse como son, el humor es entonces entre el gozo a sí mismo y en lo audaz que resulta el posicionamiento de sus actores y las palabras para descubrir que, entre todo ese pantano de temor a un futuro y de quiebres en las relaciones, no hay más que bromas divertidas.
Ciertamente la comedia de este trío de películas (y las dos que vendrían después) no es algo que pase por lo histriónico, ni tampoco tiene que ver con un humor físico (caidas, torpezas), ni es algo cercano a lo que nos tiene acostumbrado el género. La risa aparece acá porque en esas pequeñas tragedias y en las formas pseudo intelectuales de acercarse a ellas hay algo inevitablemente humorístico. La clave recae en las expresiones de los personajes; son, digamos, chistes orales. Como cuando Charlotte (Kate Beckinsale), en un pequeño y agrio encuentro mañanero con su compañera de piso, Alice (Chloë Sevigny), que sale disparada porque se siente atacada, dice: “Por todo lo que hice mal, pido perdón. Pero por todo lo que no hice mal, no pido perdón”. La oralidad es un asunto que se maneja con precisión y experticia, pero, atención, que esto no los distraiga y terminen por caer en una defensa solamente visual del cine, alegando que las películas solo deben ser imágenes y que entre menos diálogo mejor. Como en la vida hablamos, es natural que el cine, por excelencia el “arte de la vida”, esté lleno de personas que, como usted o como yo, hablan. Después de todo, los pensamientos se hacen en la boca ¿o me equivoco? Así que el uso de las palabras en este pequeño cuerpo de películas no es simple palabrería o artificio del yugo de la verosimilitud. En las palabras que usan los que pueblan estas películas, y sobre todo en las que usan más de una o dos veces, hay una clave para entender ese mundo que Stillman se propone a revelar (a construir como se construye un plano).
Esa línea de acción, por ejemplo, se haría columna vertebral en su siguiente película (hecha catorce años después), Damsels in Distress (2011), que sigue a cuatro (3+1) mujeres que lideran el grupo de prevención de suicidio en su Universidad, institución que tiene en ese mismo momento una discusión sobre la relevancia y permanencia de las fraternidades –a la cual pertenece el novio (perdedor) de la líder/protagonista de la película–. Estas chicas, perfectas para encontrar un eufemismo que nombre todo lo que pueda parecer políticamente incorrecto, reciben a una nueva a su grupo (ahí empieza a repetirse la estructura del extraño que llega a conocer el mundo hasta terminar completamente integrado a él), situación que permite ciertas confrontaciones, bienvenidas por la líder, que incluso se alegra de “tener una rebelde entre ellas”. Un film donde todo (cada plano) quiere exprimir lo cómico. Vale la pena revisar un poco de dónde sale lo cómico acá, porque, a primera vista, se podría alegar que esta película de unas mujeres que sufren más porque todos los estudiantes deberían tener un ambiente para desempañar sus funciones donde huela rico que, digamos, por la inoperancia de las mencionadas fraternidades, no tiene nada de gracioso. Miremos. Sabemos que el humor y la comicidad nace no solo de un buen desempeño actoral y de una situación más o menos graciosa, en mayor medida depende de la habilidad de un director para determinar cómo poner en escena. Es decir: el encuadre, los movimientos de cámara y el montaje son los que determinarán la risa en una película. Sin embargo, todo en Stillman es bastante modesto (atención que no es un reparo, es una elección de puesta en escena que, como veremos, funciona para los fines) y sus actores tienen unas actitudes que no son del todo verosímiles, tienen unos rasgos más cercanos a las muñecas y los oradores de oficio que a los estudiantes universitarios. Estamos entonces tentados a creer que es precisamente por esas facultades de sobriedad y “lavado de emociones” que las cosas nos empiezan a parecer graciosas. No lo hemos dicho pero la película está protagonizada por Greta Gerwig que, en esencia, tiene algo que fascina. Sus expresiones –tan bien puestas como sus vestidos–, su inglés académico y su pequeña inocencia para enfrentar las relaciones con los demás, tienen algo que ver con eso cómico. Ella, sin ser la directora de la película, termina convertida en cineasta (esto también podría aplicar a las otras tres protagonistas). Quiero decir que ella, al ocupar el espacio de cierta manera, influyendo así en la puesta en escena, permite que lo cómico aparezca. Antes de que el personaje de Gerwig nos revele su mayor ambición en la vida, crear un nuevo baile que cambie el rumbo de la humanidad, sucede el siguiente diálogo entre ella y su amiga inglesa:
Gerwig: “Sé que la gente puede tener carreras útiles en muchas áreas. Medicina, Gobierno, Leyes, Finanzas”
La amiga (interrumpiendo): “Educación”
Gerwig: “Sí, hasta Educación”
Es probable que en el papel no se lea con lo comicidad que está implícita en el film. La escena está dispuesta en dos planos medios y las protagonistas no se mueven, están sirviéndose lo que parece un ponche. Stillman tiene, a mí parecer, una habilidad especial para que eso cómico brote y eso tiene que ver con lo que dice el personaje y luego con la reacción de la persona que escucha. Aquí es el plano y el contraplano la estrategia. Su principal característica es la de hacer comedias con mucho diálogo y poco movimiento. Es ahí –en esa relativa pasividad, en una transformación de algo así como el deadpan–, donde aparecen las sonrisas. En la película hay un episodio con un tipo que “está en la universidad y no sabe los colores” que es especialmente maravilloso.
Damsels In Distress, de Whit Stillman
***
Otra forma de lectura es ver a cada película como una especie de disertación sobre lo fugaz, sorpresivo y salvaje de los “métodos del coqueteo”. Sus películas son también sobre esos desoladores momentos donde se tiene un nudo en el estómago pensando en el amor y las felicidades instantáneas de pasar un rato agradable y correspondido con el amado, dejando a cada uno de los implicados escuchar el latido de sus propios corazones. Un asunto que, principalmente, tiene que ver con la ansiedad. Esta característica hace imposible no emparentar su cine con el del indiscutible maestro Eric Rohmer. La comparación no es en vano: Stillman antes de ser cineasta pasó algunos de sus años formativos en Francia, su exposición al cine de Rohmer, y por extensión al de sus colegas, no es simple coincidencia o suposición.
Como Rohmer, Stillman también perteneció al mundillo de la literatura: fue editor por varios años y también ha escrito novelas. Eso se siente en sus personajes Charlie y Tom, de Metropolitan, el primero que siempre está leyendo (incluso en las fiestas) y Tom, que siempre parece estar hablando de literatura (que no ha leído); en Charlotte y Alice, de The Last Days Of Disco, que trabajan como asistentes editoriales y buscan una prominente carrera en ese mundillo; y quizás en Ted, de Barcelona, que solo cita libros que termina por leer menos del uno por ciento de la población (los libros de administración). Sus personajes generalmente discuten sobre sus dilemas morales proporcionados por estar atraídos por una o varias personas. Si a Rohmer le interesaba el drama, esos tonos oscuros con los que desenvuelve las conversaciones y acciones de sus personajes, a Stillman le interesa la ironía oculta en ese mundo, él piensa humorísticamente a sus personajes. Son dos cineastas absolutamente diferentes, sin embargo, están unidos. Ambos piensan el problema de la ilusión romántica. Para describir su cine, Rohmer dijo alguna vez: “El discurso de mis personajes no es forzosamente el de mi película”, lo mismo pasa con Stillman, que está atraído por unos personajes pero no por lo que esos personajes creerían. Stillman elabora, con su disposición de planos, un discurso distinto al de esos personajes que tanto quiere. Como lo dijimos, él prefiere ser un instructor de mundo, un escrutador de unos ciertos códigos sociales (y con eso su pertinencia, su caducidad, su torpeza), que saca el mayor provecho de las conductas de los que filma para, de cualquier forma posible, llegar a algo nuevo. Así como Rohmer fue precursor de un cierto movimiento humanista/naturalista en su país, Stillman fue, para su patria, hay que decirlo, el precursor del mumblecore.
Las preocupaciones de sus personajes van cambiando, van ensanchando su naturaleza, sobre todo hablando de la trilogía dedicada a la UHB: Si en Metropolitan tenían que ver solo con las salidas en la noche, sobre los motores de qué tan atractivo se es para el otro, en Barcelona se le añaden discusiones políticas y en The Last Days of Disco se piensan las preocupaciones de una generación completa, algo así como un principio del fin.
Hasta hoy con cinco películas, Stillman es un cineasta que ha hablado desde la orilla y todas sus películas ensanchan a la anterior, convirtiendo su corta obra en una summa de preocupaciones y estudios estéticos. Es una pena que, según intuyo, sea un tipo poco visto y poco discutido. Sus películas alojan esta idea de que el cine puede sacarle tanto provecho a la vida como su director esté dispuesto a hacerlo, eso me parece una lección de libertad: nunca se puede perder la curiosidad.
Aquí puede ver algunas de las películas mencionadas:
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WHIT STILLMAN: JUVENTUD DESESPERADA
El primer impulso que tuve fue el de introducir a Stillman como un director olvidado. Dudé de eso porque, finalmente, no creo que sea un tipo olvidado, quien haga buenas películas es imposible de olvidar. Quizás sí sea un tipo poco visto. Whit Stillman tiene sesenta y seis años, nació en Washington, su padre fue un importante hombre de la política en Estados Unidos (incluso estudió en Harvard con John F. Kennedy). Stillman asegura haber sufrido depresión mientras pasaba por la pubertad, cosa que se acabó, según él, apenas sus padres se divorciaron. Antes de empezar su carrera como cineasta estudió Historia en Harvard y empezó una carrera como editor. Su última película, Love and Friendship (Amor y amistad, 2016), demostró que su habilidad para entrelazar las absurdamente complicadas emociones que surgen de una amistad sigue llena de vitalidad y precisión.
El cuerpo de sus cinco películas (hechas en 28 años), una especie de continuación de personajes y actores, temas y discusiones, puede leerse como un conjunto de instrucciones para entrar en un mundo (o para saber leerlo), algo así como un mapa que permita no perderse y, digamos, no pasar pequeñas vergüenzas. Sus películas son corales, casi siempre se trata de un grupo de amigos tratando de hacer un poco de vida social. Generalmente hay un enfoque particular en uno de los personajes del círculo, cosa que le permite diseccionar las conductas del grupo con la pericia del mejor cirujano. Las imágenes permiten revisar cómo se mezclan los unos con los otros, cómo reaccionan a las observaciones de los otros, cómo se demuestran el cariño que, se supone, mantiene toda relación amistosa y amorosa. La película que más evidentemente utiliza este método es Metropolitan (1990), su ópera prima. Por el azar que alberga una ciudad como Nueva York, Tom Townsen termina compartiendo un taxi con otro grupo de amigos que, curiosamente, dicen que les hace falta un miembro para completar su grupo (necesitan un número par para que, al dividirse por parejitas, todos tengan compañía). A partir de ahí, el tímido pero intelectualmente seguro y confiado (admite no leer literatura sino solo reseñas serias porque puede tener “el enfoque del escritor y del crítico al mismo tiempo”) Tom, es invitado a los encuentros nocturnos de la clase “preppy” neoyorkina o, como uno de los mismos personajes se describe a sí mismo y a ellos, “gente de la UHB” (Urban Haute Bourgeoisie). Antes de aceptar las invitaciones nos damos cuenta de que Tom no tiene las mismas posibilidades económicas, aunque pertenece al mismo mundo (graduados o próximos graduandos de las universidad de la Ivy League), de sus nuevos amigos, así que tiene que rentar un traje apropiado, y en las noche le toca salir con una chaqueta porque no puede comprar un abrigo; no toma taxis y cree en el socialismo. La película, sin embargo, poco se concentra en las fiestas a las que van (solo hay una escena donde efectivamente están en la fiesta) y prefiere las preparaciones y los after-parties que organizan en el apartamento de una de las del grupo hasta que “los padres se levanten”. El grupo al que sigue Whitman está profundamente interesado por lo que lo rodea: juntos tienen disertaciones sobre los privilegios de clase, el socialismo, el fracaso inminente de la clase a la que pertenecen, los problemas del corazón, y así se pasan todas las noches. Sus personajes (y esto se vuelve algo así como un sello en las películas de Stillman) piensan, en voz alta, sus sociedades. Entre Jane Austen y el malvado Rick Von Sloneker, un tipo “alto, rico, guapo, estúpido, deshonesto, engreído, un abusador, un mentiroso, un borracho, un ladrón, un egocéntrico y un psicópata. Es decir, atractivo para las mujeres”, de otro grupo de amigos que parece generar todo tipo de debates, se dispone el derrotero temático de esta pequeña patota.
El cine de Stillman está concentrado en esa particularidad del diálogo, un recurso que le sirve para insertar el tono cómico a sus películas y para revelar las dimensiones de todos sus personajes. Quizás como Robert Altman, Stillman también es un genio de las películas corales, tratando a cada personaje como si fuera un protagónico. La comedia entonces se vuelve un campo de tensión (político y amoroso). Esa singularidad que ofrece cada personaje y cada línea de diálogo en las cuatro películas de Stillman introduce el chiste. El caso se repite en Barcelona (1994), una película con un contexto político mucho más exacto: finales de la guerra fría. Las discusiones sobre la OTAN y el fascismo se yuxtaponen a las de la búsqueda de la pareja, a disertaciones sobre la belleza y sus vínculos con lo divino. La llegada al apartamento de Ted del primo que odia, Fred, y que hace parte de la marina gringa, permite que se nos vaya conduciendo por el mundo barcelonés que se debate entre noches de fiesta y el antiamericanismo, tan hiriente para el primo naval –un tipo con una obsesión con su nacionalidad pero que obvia cualquier historia que no sea la de USA–. Vamos aprendiendo de otro mundo, que es tanto el de la marina en tierra como el de las ventas (profesión de Ted) y los planetas que la orbitan: fiestas, búsqueda de la pareja, presiones de los jefes, metas por cumplir… Estos primos no pueden ser más disímiles y los une un odio por un suceso, todavía sin resolver, de la infancia. En estas pequeñas películas la vida transcurre, o lo importante de la vida, en cafés, fiestas, paseos nocturnos.
La película siguiente, The Last Days Of Disco (1998), daría un cierre a una trilogía sobre jóvenes y sus problemas para superar momentos de crisis, donde todos parecen conocerse con todos (después de todo, el mundillo en el que habitan no es más que un pequeño pañuelo). La película abre con Chloë Sevigny y Kate Beckinsale listas para entrar a lo que parece ser el “new york new hottest disco club”. La entrada está tan llena de gente y, en lo que parecer ser una estrategia para entrar fácil, toman un taxi que las deje en la puerta. El plan les funciona. En esos primeros momentos empezamos a conocer a los personajes que guiarán los líos sentimentales que profundiza Stillman. La relación de las dos protagonistas es una de odio y amor, o de odio e indecisión (esta misma pareja volvería a ser la protagonista de Love and Friendship). Sus personalidades están en un constante roce y Stillman parece sustentar que todas las amistades se nutren un poco de ambas cosas. Los líos se vuelven exponenciales cuando entran los hombres a la ecuación. Hay que tomar decisiones y eso parece ser lo que más le cuesta a este grupo. Como ya se dijo, estas películas tienen en su centro el asunto de la comedia, son verdaderamente graciosas, y la delgada línea que existe entre burlarse de lo personajes y reírse con ellos no parece ser un dilema acá. Stillman nunca habla desde el cinismo, a sus queridos protagonistas los conoce (probablemente sean sus amigos y en cada uno haya algo del propio Stillman) y los dispone a moverse como son, el humor es entonces entre el gozo a sí mismo y en lo audaz que resulta el posicionamiento de sus actores y las palabras para descubrir que, entre todo ese pantano de temor a un futuro y de quiebres en las relaciones, no hay más que bromas divertidas.
Ciertamente la comedia de este trío de películas (y las dos que vendrían después) no es algo que pase por lo histriónico, ni tampoco tiene que ver con un humor físico (caidas, torpezas), ni es algo cercano a lo que nos tiene acostumbrado el género. La risa aparece acá porque en esas pequeñas tragedias y en las formas pseudo intelectuales de acercarse a ellas hay algo inevitablemente humorístico. La clave recae en las expresiones de los personajes; son, digamos, chistes orales. Como cuando Charlotte (Kate Beckinsale), en un pequeño y agrio encuentro mañanero con su compañera de piso, Alice (Chloë Sevigny), que sale disparada porque se siente atacada, dice: “Por todo lo que hice mal, pido perdón. Pero por todo lo que no hice mal, no pido perdón”. La oralidad es un asunto que se maneja con precisión y experticia, pero, atención, que esto no los distraiga y terminen por caer en una defensa solamente visual del cine, alegando que las películas solo deben ser imágenes y que entre menos diálogo mejor. Como en la vida hablamos, es natural que el cine, por excelencia el “arte de la vida”, esté lleno de personas que, como usted o como yo, hablan. Después de todo, los pensamientos se hacen en la boca ¿o me equivoco? Así que el uso de las palabras en este pequeño cuerpo de películas no es simple palabrería o artificio del yugo de la verosimilitud. En las palabras que usan los que pueblan estas películas, y sobre todo en las que usan más de una o dos veces, hay una clave para entender ese mundo que Stillman se propone a revelar (a construir como se construye un plano).
Esa línea de acción, por ejemplo, se haría columna vertebral en su siguiente película (hecha catorce años después), Damsels in Distress (2011), que sigue a cuatro (3+1) mujeres que lideran el grupo de prevención de suicidio en su Universidad, institución que tiene en ese mismo momento una discusión sobre la relevancia y permanencia de las fraternidades –a la cual pertenece el novio (perdedor) de la líder/protagonista de la película–. Estas chicas, perfectas para encontrar un eufemismo que nombre todo lo que pueda parecer políticamente incorrecto, reciben a una nueva a su grupo (ahí empieza a repetirse la estructura del extraño que llega a conocer el mundo hasta terminar completamente integrado a él), situación que permite ciertas confrontaciones, bienvenidas por la líder, que incluso se alegra de “tener una rebelde entre ellas”. Un film donde todo (cada plano) quiere exprimir lo cómico. Vale la pena revisar un poco de dónde sale lo cómico acá, porque, a primera vista, se podría alegar que esta película de unas mujeres que sufren más porque todos los estudiantes deberían tener un ambiente para desempañar sus funciones donde huela rico que, digamos, por la inoperancia de las mencionadas fraternidades, no tiene nada de gracioso. Miremos. Sabemos que el humor y la comicidad nace no solo de un buen desempeño actoral y de una situación más o menos graciosa, en mayor medida depende de la habilidad de un director para determinar cómo poner en escena. Es decir: el encuadre, los movimientos de cámara y el montaje son los que determinarán la risa en una película. Sin embargo, todo en Stillman es bastante modesto (atención que no es un reparo, es una elección de puesta en escena que, como veremos, funciona para los fines) y sus actores tienen unas actitudes que no son del todo verosímiles, tienen unos rasgos más cercanos a las muñecas y los oradores de oficio que a los estudiantes universitarios. Estamos entonces tentados a creer que es precisamente por esas facultades de sobriedad y “lavado de emociones” que las cosas nos empiezan a parecer graciosas. No lo hemos dicho pero la película está protagonizada por Greta Gerwig que, en esencia, tiene algo que fascina. Sus expresiones –tan bien puestas como sus vestidos–, su inglés académico y su pequeña inocencia para enfrentar las relaciones con los demás, tienen algo que ver con eso cómico. Ella, sin ser la directora de la película, termina convertida en cineasta (esto también podría aplicar a las otras tres protagonistas). Quiero decir que ella, al ocupar el espacio de cierta manera, influyendo así en la puesta en escena, permite que lo cómico aparezca. Antes de que el personaje de Gerwig nos revele su mayor ambición en la vida, crear un nuevo baile que cambie el rumbo de la humanidad, sucede el siguiente diálogo entre ella y su amiga inglesa:
Gerwig: “Sé que la gente puede tener carreras útiles en muchas áreas. Medicina, Gobierno, Leyes, Finanzas”
La amiga (interrumpiendo): “Educación”
Gerwig: “Sí, hasta Educación”
Es probable que en el papel no se lea con lo comicidad que está implícita en el film. La escena está dispuesta en dos planos medios y las protagonistas no se mueven, están sirviéndose lo que parece un ponche. Stillman tiene, a mí parecer, una habilidad especial para que eso cómico brote y eso tiene que ver con lo que dice el personaje y luego con la reacción de la persona que escucha. Aquí es el plano y el contraplano la estrategia. Su principal característica es la de hacer comedias con mucho diálogo y poco movimiento. Es ahí –en esa relativa pasividad, en una transformación de algo así como el deadpan–, donde aparecen las sonrisas. En la película hay un episodio con un tipo que “está en la universidad y no sabe los colores” que es especialmente maravilloso.
Damsels In Distress, de Whit Stillman
***
Otra forma de lectura es ver a cada película como una especie de disertación sobre lo fugaz, sorpresivo y salvaje de los “métodos del coqueteo”. Sus películas son también sobre esos desoladores momentos donde se tiene un nudo en el estómago pensando en el amor y las felicidades instantáneas de pasar un rato agradable y correspondido con el amado, dejando a cada uno de los implicados escuchar el latido de sus propios corazones. Un asunto que, principalmente, tiene que ver con la ansiedad. Esta característica hace imposible no emparentar su cine con el del indiscutible maestro Eric Rohmer. La comparación no es en vano: Stillman antes de ser cineasta pasó algunos de sus años formativos en Francia, su exposición al cine de Rohmer, y por extensión al de sus colegas, no es simple coincidencia o suposición.
Como Rohmer, Stillman también perteneció al mundillo de la literatura: fue editor por varios años y también ha escrito novelas. Eso se siente en sus personajes Charlie y Tom, de Metropolitan, el primero que siempre está leyendo (incluso en las fiestas) y Tom, que siempre parece estar hablando de literatura (que no ha leído); en Charlotte y Alice, de The Last Days Of Disco, que trabajan como asistentes editoriales y buscan una prominente carrera en ese mundillo; y quizás en Ted, de Barcelona, que solo cita libros que termina por leer menos del uno por ciento de la población (los libros de administración). Sus personajes generalmente discuten sobre sus dilemas morales proporcionados por estar atraídos por una o varias personas. Si a Rohmer le interesaba el drama, esos tonos oscuros con los que desenvuelve las conversaciones y acciones de sus personajes, a Stillman le interesa la ironía oculta en ese mundo, él piensa humorísticamente a sus personajes. Son dos cineastas absolutamente diferentes, sin embargo, están unidos. Ambos piensan el problema de la ilusión romántica. Para describir su cine, Rohmer dijo alguna vez: “El discurso de mis personajes no es forzosamente el de mi película”, lo mismo pasa con Stillman, que está atraído por unos personajes pero no por lo que esos personajes creerían. Stillman elabora, con su disposición de planos, un discurso distinto al de esos personajes que tanto quiere. Como lo dijimos, él prefiere ser un instructor de mundo, un escrutador de unos ciertos códigos sociales (y con eso su pertinencia, su caducidad, su torpeza), que saca el mayor provecho de las conductas de los que filma para, de cualquier forma posible, llegar a algo nuevo. Así como Rohmer fue precursor de un cierto movimiento humanista/naturalista en su país, Stillman fue, para su patria, hay que decirlo, el precursor del mumblecore.
Las preocupaciones de sus personajes van cambiando, van ensanchando su naturaleza, sobre todo hablando de la trilogía dedicada a la UHB: Si en Metropolitan tenían que ver solo con las salidas en la noche, sobre los motores de qué tan atractivo se es para el otro, en Barcelona se le añaden discusiones políticas y en The Last Days of Disco se piensan las preocupaciones de una generación completa, algo así como un principio del fin.
Hasta hoy con cinco películas, Stillman es un cineasta que ha hablado desde la orilla y todas sus películas ensanchan a la anterior, convirtiendo su corta obra en una summa de preocupaciones y estudios estéticos. Es una pena que, según intuyo, sea un tipo poco visto y poco discutido. Sus películas alojan esta idea de que el cine puede sacarle tanto provecho a la vida como su director esté dispuesto a hacerlo, eso me parece una lección de libertad: nunca se puede perder la curiosidad.
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