A muchos nos gusta inventarnos dolores. Bocetarlos, darles gravidez, saborearlos y, por supuesto, sufrirlos. Y, lo mejor, nos edificamos una buena postura para alardear mejor de nuestro desengaño, de nuestra insatisfacción, de nuestras culpas. Algo así pasa con Júlia Ist (2017), película escrita, dirigida y protagonizada por la joven Elena Martín, que narra la historia de una estudiante de Arquitectura que adquiere una beca para culminar sus estudios en Berlín. Proveniente de Cataluña, Júlia se encuentra con una ciudad fría, que expone sus inseguridades y realza su soledad, pero al mismo tiempo la lleva a encontrar su lugar y, por ende, la encamina hacia su transformación. La película, que obtuvo el premio a mejor film y mejor director en el Festival de Málaga, en el 2017, contiene una historia simple y de un carácter tan frágil que hace dudar de si valía la pena ser contada.
La trama carece de tensiones contundentes que evidencien la evolución del personaje, que le revelen a la audiencia el punto de giro que lleva a que Júlia finalmente haya encontrado su lugar o, si lo hay, no tiene la suficiente fuerza como para sentir su evolución.Todo parece más bien fácil: un par de momentos incómodos, como los que sufre cualquier extranjero que se topa con una cultura ajena; una aventura amorosa; una ruptura con el pasado; una aceptación no tan dificultosa por un círculo de colegas y un par de fiestas con buena música y trago.
Esta secuencia es sin embargo bien contada; comprendemos y nos identificamos con los sentimientos de la protagonista, sobre todo en los momentos más elocuentes de la trama, que son los de la soledad de la protagonista, con el trasfondo de un Berlín bello y gris, mérito de una cuidada fotografía. Lástima que el potencial de estos recursos, que incluye la buena actuación de Elena Martín, queda injustificado por la debilidad de la historia. Sin embargo, no es una película aburrida, pero ello se debe, en esencial, a que desde la mitad del film algunas escenas prometen darle un giro radical a la trama, pero nada con algo de elocuencia acaece, hasta que de forma inesperada llega el final y nos quedamos viendo los créditos con desengaño.
Quizá la directora quiso retratar un momento importante de su propia vida, como lo es para cualquiera que decide destinar un trozo de su juventud a vivir en un país extranjero, pero tal vez magnificó demasiado su experiencia y moldeó una postura de incomprensión e insatisfacción poco justificada en la historia, o fue en verdad un periodo traumático que no logro reflejar con éxito en su film.
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UNA DÉBIL POSTURA
Júlia Ist, de Elena Martín (2017)
A muchos nos gusta inventarnos dolores. Bocetarlos, darles gravidez, saborearlos y, por supuesto, sufrirlos. Y, lo mejor, nos edificamos una buena postura para alardear mejor de nuestro desengaño, de nuestra insatisfacción, de nuestras culpas. Algo así pasa con Júlia Ist (2017), película escrita, dirigida y protagonizada por la joven Elena Martín, que narra la historia de una estudiante de Arquitectura que adquiere una beca para culminar sus estudios en Berlín. Proveniente de Cataluña, Júlia se encuentra con una ciudad fría, que expone sus inseguridades y realza su soledad, pero al mismo tiempo la lleva a encontrar su lugar y, por ende, la encamina hacia su transformación. La película, que obtuvo el premio a mejor film y mejor director en el Festival de Málaga, en el 2017, contiene una historia simple y de un carácter tan frágil que hace dudar de si valía la pena ser contada.
La trama carece de tensiones contundentes que evidencien la evolución del personaje, que le revelen a la audiencia el punto de giro que lleva a que Júlia finalmente haya encontrado su lugar o, si lo hay, no tiene la suficiente fuerza como para sentir su evolución.Todo parece más bien fácil: un par de momentos incómodos, como los que sufre cualquier extranjero que se topa con una cultura ajena; una aventura amorosa; una ruptura con el pasado; una aceptación no tan dificultosa por un círculo de colegas y un par de fiestas con buena música y trago.
Esta secuencia es sin embargo bien contada; comprendemos y nos identificamos con los sentimientos de la protagonista, sobre todo en los momentos más elocuentes de la trama, que son los de la soledad de la protagonista, con el trasfondo de un Berlín bello y gris, mérito de una cuidada fotografía. Lástima que el potencial de estos recursos, que incluye la buena actuación de Elena Martín, queda injustificado por la debilidad de la historia. Sin embargo, no es una película aburrida, pero ello se debe, en esencial, a que desde la mitad del film algunas escenas prometen darle un giro radical a la trama, pero nada con algo de elocuencia acaece, hasta que de forma inesperada llega el final y nos quedamos viendo los créditos con desengaño.
Quizá la directora quiso retratar un momento importante de su propia vida, como lo es para cualquiera que decide destinar un trozo de su juventud a vivir en un país extranjero, pero tal vez magnificó demasiado su experiencia y moldeó una postura de incomprensión e insatisfacción poco justificada en la historia, o fue en verdad un periodo traumático que no logro reflejar con éxito en su film.
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