La Unión Europea como proyecto de integración entre naciones disímiles ha promovido la movilidad de personas como mecanismo para facilitar el reconocimiento de la diversidad y el fortalecimiento de las relaciones intracomunitarias. Adicionalmente, la crisis económica de la última década se sumó a las múltiples iniciativas oficiales de promoción de la migración existentes y se convirtió en una de las razones por las cuales muchos de los europeos de los países más afectados (Portugal, España, Italia y Grecia) migraron a los países más estables del norte en busca de oportunidades laborales, académicas y personales. Como resultado de éstas dinámicas, muchas ciudades del norte europeo, entre ellas Berlín, se han convertido en receptoras de grupos de jóvenes llenos de vitalidad, un proceso quizás equivalente a lo que vivió Barcelona y otras ciudades del sur europeo años atrás.
Júlia ist, de Elena Martin, se inscribe de manera perfecta en esta dinámica emergente. La película tiene una particular fusión entre directora-personajer: Elena Martin también protagoniza la película. O sea que podría pensarse que son ellas dos quienes salen de su cómoda vida en Barcelona para llegar a buscar crecimiento personal y profesional en Berlín. En esta oportunidad el facilitador del proceso de migración es el programa de intercambio universitario europeo denominado Erasmus ya documentado anteriormente en L'auberge espagnole (2002), la reconocida cinta de Cédric Klapisch. Aunque puede pensarse como facilista, es imposible no pensar a lo largo de la cinta que se trata de un ejercicio similar, pero al revés, para ser más precisos en sentido contrario.
En lugar de las palmeras, la playa y el desorden que encuentra Xavier (el personaje de Romain Duris en L'auberge espagnole) en Barcelona, Júlia se encuentra con la nieve, la rigidez y la soledad en Berlín. Ambas películas inician y terminan en el mismo lugar: Xavier otra vez en París, Júlia de nuevo en Barcelona. Él pasa un año en Barcelona frente al mediterráneo, mientras ella lo hace en una Berlín que congela. En ambas historias se exponen los retos y los subsecuentes problemas que para una relación de pareja significa la distancia que los separa durante un año de intercambio; mientras Xavier rompe la barrera con un teléfono de disco y esporádicas llamadas a través de celular, Júlia lo hace a través de videollamadas por internet y mensajes de texto por su teléfono inteligente. En ambas películas aparece el vínculo con el origen, mientras Xavier en Barcelona llega el primer día a casa de unos amigos de su madre y luego encuentra refugio en una pareja francesa que conoció en el avión, Júlia encontrará en la hija de una amiga de su familia el enlace con el hogar añorado. Son historias sobre la movilidad y el aprendizaje que obtienen las personas al experimentar lugares diferentes a sus entornos familiares. La esencia de las preguntas que se plantean en ambas historias es profundamente similar.
Con el paso del tiempo los personajes se ajustan, adaptan y acostumbran al escenario y al contexto que, meses atrás, les era desconocido e incluso hostil para, lentamente, empezar a sentirse cómodos y posteriormente alcanzar niveles de afecto que incluso dificultarán su regreso a la zona de comodidad de la que partieron. De alguna manera recuerda lo que ‘Red’ Redding, el personaje interpretado por Morgan Freeman en The Shawshank Redemption (Sueños de Fuga, 1994), de Frank Darabont, llamó “institucionalizarse” al referirse a los muros de la cárcel: “These walls are funny. First you hate 'em, then you get used to 'em. Enough time passes, you get so you depend on them (Estos muros son graciosos. Primero los odias, luego te acostumbras a ellos. Con el paso del tiempo te vuelves tan dependiente de ellos).” Así, en ambas historias, la de Xavier y la de Júlia, esa nueva dependencia y aprecio por el mundo antes desconocido pero ahora familiar sirve para intentar demostrar que la vida de los individuos se enriquece al salir de sus cascarones y que nunca volverán a ver las cosas, sus cosas, con los mismos ojos.
En Júlia ist, Elena Martin muestra a Berlín desde sus múltiples facetas contemporáneas. Dado que Júlia estudia arquitectura se mencionan y aparecen algunos de los reconocidos edificios del modernismo del siglo XX. También la Berlín que intenta abrir sus puertas para internacionalizarse, la que busca acrecentar la diversidad en sus habitantes para alcanzar a sus siempre rivales París y Londres, que en materia de multiculturalidad le llevan mucha ventaja. Y claro, no pueden faltar los vagones de color amarillo brillante del U-Bahn y los de color amarillo pálido con rojo del S-Bahn, que de vez en cuando emergen de las entrañas de la ciudad para desfilar por las pasarelas elevadas y se convierten en elementos infaltables del paisaje berlinés. En materia de asuntos urbanos llama la atención, para el caso colombiano, la mención que en algún momento de la película hace un profesor sobre Berlín como una ciudad que está en medio de las ciudades del pasado (París y Roma, según él) y las ciudades del futuro (Nueva York y Medellín).
Vale la pena resaltar que Júlia ist también tiene un alto valor en temas de producción cinematográfica. Es resultado de las nuevas formas de hacer cine independiente y especialmente de hacer obras en las etapas iniciales de formación de los cineastas. Elena Martin no solo actúa en la cinta, sino que utilizó todos los recursos que estuvieron a su alcance para juntar un equipo de amigos que le permitieran hacer realidad su trabajo de fin de grado (TFG) en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. El equipo contó con el apoyo y acompañamiento de la universidad que cumplió un rol de asesoría en las distintas etapas del proceso de producción logrando que se articularan las múltiples dimensiones necesarias para lograr el objetivo final de producir la película. No siendo ésta la primera vez que sucede, dado que los dos TFG que la anteceden (Sobre la marcha (2014) de Jordi Morató y Las amigas de Ágata (2015) de Laia Alabart, Alba Cros, Laura Ríos y Marta Verheyen) alcanzaron un importante reconocimiento. Es una película con una altísima participación de jóvenes, aquellos que se tienden a etiquetar con la estampa de ‘millennials y el resultado ha sido valorado en diversos escenarios incluso premiados con la “Biznaga de Plata” a mejor película y dirección en el Festival de Cine de Málaga.
La película logra de manera efectiva transmitir los sentimientos que emergen durante los procesos de maduración de una persona al salir de su zona de comodidad. Esboza los interrogantes que surgen en los momentos en que se tiene que aprender a enfrentar la vida sin el apoyo directo de los que siempre han sostenido nuestras manos. Así mismo, deja abierta la posibilidad para reflexionar sobre la sensación de estar truncado que se siente durante esos procesos de mudanza, de cambio de piel.
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LAS BONDADES DE SALIR DE LA ZONA DE COMODIDAD
Júlia ist, de Elena Martin (2017)
La Unión Europea como proyecto de integración entre naciones disímiles ha promovido la movilidad de personas como mecanismo para facilitar el reconocimiento de la diversidad y el fortalecimiento de las relaciones intracomunitarias. Adicionalmente, la crisis económica de la última década se sumó a las múltiples iniciativas oficiales de promoción de la migración existentes y se convirtió en una de las razones por las cuales muchos de los europeos de los países más afectados (Portugal, España, Italia y Grecia) migraron a los países más estables del norte en busca de oportunidades laborales, académicas y personales. Como resultado de éstas dinámicas, muchas ciudades del norte europeo, entre ellas Berlín, se han convertido en receptoras de grupos de jóvenes llenos de vitalidad, un proceso quizás equivalente a lo que vivió Barcelona y otras ciudades del sur europeo años atrás.
Júlia ist, de Elena Martin, se inscribe de manera perfecta en esta dinámica emergente. La película tiene una particular fusión entre directora-personajer: Elena Martin también protagoniza la película. O sea que podría pensarse que son ellas dos quienes salen de su cómoda vida en Barcelona para llegar a buscar crecimiento personal y profesional en Berlín. En esta oportunidad el facilitador del proceso de migración es el programa de intercambio universitario europeo denominado Erasmus ya documentado anteriormente en L'auberge espagnole (2002), la reconocida cinta de Cédric Klapisch. Aunque puede pensarse como facilista, es imposible no pensar a lo largo de la cinta que se trata de un ejercicio similar, pero al revés, para ser más precisos en sentido contrario.
En lugar de las palmeras, la playa y el desorden que encuentra Xavier (el personaje de Romain Duris en L'auberge espagnole) en Barcelona, Júlia se encuentra con la nieve, la rigidez y la soledad en Berlín. Ambas películas inician y terminan en el mismo lugar: Xavier otra vez en París, Júlia de nuevo en Barcelona. Él pasa un año en Barcelona frente al mediterráneo, mientras ella lo hace en una Berlín que congela. En ambas historias se exponen los retos y los subsecuentes problemas que para una relación de pareja significa la distancia que los separa durante un año de intercambio; mientras Xavier rompe la barrera con un teléfono de disco y esporádicas llamadas a través de celular, Júlia lo hace a través de videollamadas por internet y mensajes de texto por su teléfono inteligente. En ambas películas aparece el vínculo con el origen, mientras Xavier en Barcelona llega el primer día a casa de unos amigos de su madre y luego encuentra refugio en una pareja francesa que conoció en el avión, Júlia encontrará en la hija de una amiga de su familia el enlace con el hogar añorado. Son historias sobre la movilidad y el aprendizaje que obtienen las personas al experimentar lugares diferentes a sus entornos familiares. La esencia de las preguntas que se plantean en ambas historias es profundamente similar.
Con el paso del tiempo los personajes se ajustan, adaptan y acostumbran al escenario y al contexto que, meses atrás, les era desconocido e incluso hostil para, lentamente, empezar a sentirse cómodos y posteriormente alcanzar niveles de afecto que incluso dificultarán su regreso a la zona de comodidad de la que partieron. De alguna manera recuerda lo que ‘Red’ Redding, el personaje interpretado por Morgan Freeman en The Shawshank Redemption (Sueños de Fuga, 1994), de Frank Darabont, llamó “institucionalizarse” al referirse a los muros de la cárcel: “These walls are funny. First you hate 'em, then you get used to 'em. Enough time passes, you get so you depend on them (Estos muros son graciosos. Primero los odias, luego te acostumbras a ellos. Con el paso del tiempo te vuelves tan dependiente de ellos).” Así, en ambas historias, la de Xavier y la de Júlia, esa nueva dependencia y aprecio por el mundo antes desconocido pero ahora familiar sirve para intentar demostrar que la vida de los individuos se enriquece al salir de sus cascarones y que nunca volverán a ver las cosas, sus cosas, con los mismos ojos.
En Júlia ist, Elena Martin muestra a Berlín desde sus múltiples facetas contemporáneas. Dado que Júlia estudia arquitectura se mencionan y aparecen algunos de los reconocidos edificios del modernismo del siglo XX. También la Berlín que intenta abrir sus puertas para internacionalizarse, la que busca acrecentar la diversidad en sus habitantes para alcanzar a sus siempre rivales París y Londres, que en materia de multiculturalidad le llevan mucha ventaja. Y claro, no pueden faltar los vagones de color amarillo brillante del U-Bahn y los de color amarillo pálido con rojo del S-Bahn, que de vez en cuando emergen de las entrañas de la ciudad para desfilar por las pasarelas elevadas y se convierten en elementos infaltables del paisaje berlinés. En materia de asuntos urbanos llama la atención, para el caso colombiano, la mención que en algún momento de la película hace un profesor sobre Berlín como una ciudad que está en medio de las ciudades del pasado (París y Roma, según él) y las ciudades del futuro (Nueva York y Medellín).
Vale la pena resaltar que Júlia ist también tiene un alto valor en temas de producción cinematográfica. Es resultado de las nuevas formas de hacer cine independiente y especialmente de hacer obras en las etapas iniciales de formación de los cineastas. Elena Martin no solo actúa en la cinta, sino que utilizó todos los recursos que estuvieron a su alcance para juntar un equipo de amigos que le permitieran hacer realidad su trabajo de fin de grado (TFG) en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. El equipo contó con el apoyo y acompañamiento de la universidad que cumplió un rol de asesoría en las distintas etapas del proceso de producción logrando que se articularan las múltiples dimensiones necesarias para lograr el objetivo final de producir la película. No siendo ésta la primera vez que sucede, dado que los dos TFG que la anteceden (Sobre la marcha (2014) de Jordi Morató y Las amigas de Ágata (2015) de Laia Alabart, Alba Cros, Laura Ríos y Marta Verheyen) alcanzaron un importante reconocimiento. Es una película con una altísima participación de jóvenes, aquellos que se tienden a etiquetar con la estampa de ‘millennials y el resultado ha sido valorado en diversos escenarios incluso premiados con la “Biznaga de Plata” a mejor película y dirección en el Festival de Cine de Málaga.
La película logra de manera efectiva transmitir los sentimientos que emergen durante los procesos de maduración de una persona al salir de su zona de comodidad. Esboza los interrogantes que surgen en los momentos en que se tiene que aprender a enfrentar la vida sin el apoyo directo de los que siempre han sostenido nuestras manos. Así mismo, deja abierta la posibilidad para reflexionar sobre la sensación de estar truncado que se siente durante esos procesos de mudanza, de cambio de piel.
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