El prestigioso festival de la capital brasileña ha impulsado y acogido a una gran cantidad de realizadores, nombres como Adirley Queirós (Branco Sai, Preto Fica), Marcelo Lordello (Eles Voltam), Marília Rocha (A Cidade onde Envelheço), entre otros, aparecieron por primera vez en la gran pantalla del Cine Brasília. Con un tono siempre político y apasionado, el festival se había convertido para los realizadores en uno de los objetivos principales y desde hace dos años se levantó el reglamento que exigía a las películas exclusividad en el estreno, permitiendo que recorran previamente otros festivales internacionales. Entre el 14 y el 23 de septiembre se llevó a cabo la versión 51 del festival y, siendo un año de elecciones, donde los feminicidios y crímenes de odio han aumentado, el festival tenía una inmensa responsabilidad en sus hombros, pero la curaduría y algunos aspectos que comentaré de la programación, dejaron un sabor agridulce y varias dudas sobre los que están detrás del festival.
El Festival se divide, principalmente, en las categorías de competencia nacional de cortos y largometrajes, una sección competitiva de cine Brasilia, muestras paralelas y muestra de territorios audiovisuales indígenas. El orden es simple, en la tarde se presenta una sesión gratuita de uno o dos cortometrajes y un largometraje de la competencia de Brasília. Luego, en la noche, se presenta uno o dos cortometrajes y un largometraje de la competencia oficial. Desde este formato de organización el festival ya marca unas pautas, poco agradables, que desaprovechan el espacio del Cine Brasília, bien podrían organizar las otras categorías en los espacios alternos y permitir ver las películas en otros horarios. También la muestra de cine indígena se excluye de la mejor sala y está programada a la misma hora que la competencia de Brasília. Estas decisiones marcan y separan los públicos de las películas.
El festival se autoproclama de izquierda, los presentadores apoyaron abiertamente su pensamiento e impulsaron los gritos de “¡Lula libre!”, así mismo las directoras y los directores proclamaban directamente los problemas racistas, homofóbicos, sexistas y clasistas del país. Esto muestra una cara apasionada y revolucionaria del festival que no se apoya en sus películas ni en la programación de las mismas. Cada noche parecía marcada y encasillada por un tema, hubo noche de cine sobre el racismo, noche de diversidad sexual, noche de coming of age, etc. Pero no era una división pensada para dar un orden sino pensada en el público, era permitir y avisarle el tipo de contenido que tendría espacio. Así, por dar un ejemplo, el último día de proyección se presentó la controversial Bixa Travesty junto a dos cortometrajes queer, los tres tenían en común una libertad sobre el cuerpo desnudo. Pero el público que asistió ya se adivinaba y esto hizo que la comunidad se diera palmaditas a sí misma. Noté cómo cada noche, el público cambiaba y las presentaciones parecían alteradas, haciéndome sentir en un festival diferente cada día. Lo que creo es que el festival divide y mima a su público, le tiene miedo a la reacción, se arrodilla frente a él esperando la aprobación. Un festival donde se apoyan nociones con gritos apasionados pero, a la hora de la verdad, tiene mucho miedo de “ofender” susceptibilidades. Ahora, lo que más importa de un festival: Las películas. Las competencia oficial y la de Brasília cojearon mucho y la razón es simple pero volveremos a ella después de analizar, brevemente, las películas de la competencia oficial.
Luna (2018) de Cris Azzi
Luna, de Cris Azzi, y Los Silencios,de Beatriz Seigner, demuestran que el festival acogió todo lo que les llegó a las manos. La primera película es un coming of age de una adolescente que se enamora de una compañera de su escuela y lidia con sus inseguridades y sus sentimientos. Es una película que muestra el acto de liberar los pezones femeninos como una revolución. Deja pensando: Debió estrenar hace 10 años. El movimiento feminista se actualiza de acuerdo al impacto en la sociedad y aunque el mensaje de la película sea positivo e importante, deja la amarga sensación de algo antiguo y una ambición del director muy corta y ajena a lo que hoy está pasando. Los Silencios es una película que refleja los fantasmas del conflicto colombiano, una madre cabeza de familia llega con sus hijos desplazada a un pequeño pueblo entre las fronteras de Colombia, Perú y Brasil, allí debe asumir la desaparición de su esposo e intentar apelar a una indemnización para empezar de nuevo. La directora se enfrentó y fracasó en la dirección de actores de otra nacionalidad e idioma, así mismo el guion tiene fracturas en sus diálogos y en el contexto en que la historia está ubicada (el plebiscito colombiano del 2016) no repercute de ninguna forma. Parece que hay muchos cabos sueltos en los hechos y que se recarga principalmente en la familia sin preocuparse por aspectos históricos y culturales importantes.
New Life S.A., de André Carvalheira
Las películas más decepcionante en la competencia oficial fueron Ilha, de Glenda Nicácio y Ary Rosa, una película sobre el secuestro de un director de cine que es obligado a hacer una película sobre la vida de su secuestrador. Allí se trazan y se satirizan las líneas con las que se hace y se sueña en el cine pero el argumento es tan ridículo y se emplea una poesía tan barata, que dejan ver un guion incompleto y una actitud de burla de los directores. Por otro lado está A New Life S.A., de André Carvalheira,quenarra la hipocresía con la que se alzan las metrópolis y los políticos, pero se deja arrastrar por la idea de mostrar a las personas ricas como idiotas. Es una película que parece plástica, encierra al espectador y lo obliga a ver a los personajes como animales encerrados en una miseria existencial. Los personajes son tan planos que revelan a un director al que no le preocupan las expresiones humanas y sólo divide el mundo entre ricos y pobres. Queda la evidencia del camino que termina por escoger la película: desolación y perversión alla Lanthimos y/0 Östlund, construyendo una narrativa despectiva y endiosada.
Entre los documentales estuvo Torre das Donzelas, de Susanna Lira, donde entrevista a mujeres, entre ellas Dilma Rousseff, quienes fueron presas políticas en la cárcel Tiradentes durante la dictadura militar. La documentalista recorre el edificio junto a los recuerdos, crueles y nostálgicos, del período de encierro y retrata la presencia femenina en momentos históricos que se asocian exclusivamente a lo masculino. Pero el documental va cayendo hacia una narrativa televisiva (incluso dramatiza con mujeres modelos) y repetitiva. Se pierde la noción de documental entre las declaraciones de Dilma y el resultado es impermanente y aburrido. Bloqueio, de Victória Álvares y Quentin Delaroche, documenta el paro de camioneros que paralizó al país en mayo de este año, con un estilo agresivo y llamativo, el documental va dejándose llevar por la sátira de las personas que hablan a la cámara, ironizando las posturas como la exigencia de los camioneros por democracia pero apoyando la intervención militar. Y, por último, Bixa Travesty documental de Kiko Goifman y Claudia Priscilla en torno a la cantante y activista Linn da Quebrada, un documental que libera el cuerpo travestido, que refleja a la artista desde su humor ácido y la política que enfrenta a los machos alfa. Pero hay que detenerse un poco y analizar qué es lo que documenta la dupla y por qué excluyen muchas canciones y discursos de Linn. Los pocos momentos de Linn hablando de otros aspectos fuera de su trabajo sobre la sexualización de su cuerpo parecen ensayados o está encerrada en una cabina de radio. El documental tiene aciertos, sin duda, pero hasta qué punto es sólo una cara de Linn da y los directores no están cometiendo el error de asimilar a las artistas travestidas sólo desde el discurso sexual.
Temporada, de André Oliveira
Por último Temporada, que se llevó el premio a la mejor película de la competencia oficial, de André Novais Oliveira, crea una historia sencilla y poderosa. Una mujer negra llega desde Itaúna a Contagem por motivos laborales y mientras espera a su esposo se va adaptando a su nueva vida. El director tiene una sensibilidad, difícil de encontrar, sobre la clase baja y manifiesta en sus personajes una noción de felicidad, de sueños y metas para cumplir. La curaduría del festival sufrió por su afán de seleccionar un cine que acentuara exclusivamente su posición política y manifestara los problemas nacionales al día de hoy, pero el hambre le ganó a los lobos y el resultado fueron películas simples, redundantes, unidireccionales y con argumentos interesantes pero mal ejecutados. Así mismo, el afán fue el rival para la creatividad entre realizadores que abordaron temas en auge pero donde es cuestionable la posición de muchos. Son películas que parecen producto de un apetito insaciable sobre lo que pasa en el país y es bueno que haya esta vitalidad política en los artistas, pero hasta qué punto en el hacer y exponer se pierde la poesía en el cine. Lastimosamente, el mensaje del festival de cinema de Brasília se dio en los gritos y en los discursos pero se olvidó en el cine.
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CARRERAS EN LA IZQUIERDA
Festival de Brasília do Cinema Brasileiro
El prestigioso festival de la capital brasileña ha impulsado y acogido a una gran cantidad de realizadores, nombres como Adirley Queirós (Branco Sai, Preto Fica), Marcelo Lordello (Eles Voltam), Marília Rocha (A Cidade onde Envelheço), entre otros, aparecieron por primera vez en la gran pantalla del Cine Brasília. Con un tono siempre político y apasionado, el festival se había convertido para los realizadores en uno de los objetivos principales y desde hace dos años se levantó el reglamento que exigía a las películas exclusividad en el estreno, permitiendo que recorran previamente otros festivales internacionales. Entre el 14 y el 23 de septiembre se llevó a cabo la versión 51 del festival y, siendo un año de elecciones, donde los feminicidios y crímenes de odio han aumentado, el festival tenía una inmensa responsabilidad en sus hombros, pero la curaduría y algunos aspectos que comentaré de la programación, dejaron un sabor agridulce y varias dudas sobre los que están detrás del festival.
El Festival se divide, principalmente, en las categorías de competencia nacional de cortos y largometrajes, una sección competitiva de cine Brasilia, muestras paralelas y muestra de territorios audiovisuales indígenas. El orden es simple, en la tarde se presenta una sesión gratuita de uno o dos cortometrajes y un largometraje de la competencia de Brasília. Luego, en la noche, se presenta uno o dos cortometrajes y un largometraje de la competencia oficial. Desde este formato de organización el festival ya marca unas pautas, poco agradables, que desaprovechan el espacio del Cine Brasília, bien podrían organizar las otras categorías en los espacios alternos y permitir ver las películas en otros horarios. También la muestra de cine indígena se excluye de la mejor sala y está programada a la misma hora que la competencia de Brasília. Estas decisiones marcan y separan los públicos de las películas.
El festival se autoproclama de izquierda, los presentadores apoyaron abiertamente su pensamiento e impulsaron los gritos de “¡Lula libre!”, así mismo las directoras y los directores proclamaban directamente los problemas racistas, homofóbicos, sexistas y clasistas del país. Esto muestra una cara apasionada y revolucionaria del festival que no se apoya en sus películas ni en la programación de las mismas. Cada noche parecía marcada y encasillada por un tema, hubo noche de cine sobre el racismo, noche de diversidad sexual, noche de coming of age, etc. Pero no era una división pensada para dar un orden sino pensada en el público, era permitir y avisarle el tipo de contenido que tendría espacio. Así, por dar un ejemplo, el último día de proyección se presentó la controversial Bixa Travesty junto a dos cortometrajes queer, los tres tenían en común una libertad sobre el cuerpo desnudo. Pero el público que asistió ya se adivinaba y esto hizo que la comunidad se diera palmaditas a sí misma. Noté cómo cada noche, el público cambiaba y las presentaciones parecían alteradas, haciéndome sentir en un festival diferente cada día. Lo que creo es que el festival divide y mima a su público, le tiene miedo a la reacción, se arrodilla frente a él esperando la aprobación. Un festival donde se apoyan nociones con gritos apasionados pero, a la hora de la verdad, tiene mucho miedo de “ofender” susceptibilidades. Ahora, lo que más importa de un festival: Las películas. Las competencia oficial y la de Brasília cojearon mucho y la razón es simple pero volveremos a ella después de analizar, brevemente, las películas de la competencia oficial.
Luna (2018) de Cris Azzi
Luna, de Cris Azzi, y Los Silencios, de Beatriz Seigner, demuestran que el festival acogió todo lo que les llegó a las manos. La primera película es un coming of age de una adolescente que se enamora de una compañera de su escuela y lidia con sus inseguridades y sus sentimientos. Es una película que muestra el acto de liberar los pezones femeninos como una revolución. Deja pensando: Debió estrenar hace 10 años. El movimiento feminista se actualiza de acuerdo al impacto en la sociedad y aunque el mensaje de la película sea positivo e importante, deja la amarga sensación de algo antiguo y una ambición del director muy corta y ajena a lo que hoy está pasando. Los Silencios es una película que refleja los fantasmas del conflicto colombiano, una madre cabeza de familia llega con sus hijos desplazada a un pequeño pueblo entre las fronteras de Colombia, Perú y Brasil, allí debe asumir la desaparición de su esposo e intentar apelar a una indemnización para empezar de nuevo. La directora se enfrentó y fracasó en la dirección de actores de otra nacionalidad e idioma, así mismo el guion tiene fracturas en sus diálogos y en el contexto en que la historia está ubicada (el plebiscito colombiano del 2016) no repercute de ninguna forma. Parece que hay muchos cabos sueltos en los hechos y que se recarga principalmente en la familia sin preocuparse por aspectos históricos y culturales importantes.
New Life S.A., de André Carvalheira
Las películas más decepcionante en la competencia oficial fueron Ilha, de Glenda Nicácio y Ary Rosa, una película sobre el secuestro de un director de cine que es obligado a hacer una película sobre la vida de su secuestrador. Allí se trazan y se satirizan las líneas con las que se hace y se sueña en el cine pero el argumento es tan ridículo y se emplea una poesía tan barata, que dejan ver un guion incompleto y una actitud de burla de los directores. Por otro lado está A New Life S.A., de André Carvalheira, que narra la hipocresía con la que se alzan las metrópolis y los políticos, pero se deja arrastrar por la idea de mostrar a las personas ricas como idiotas. Es una película que parece plástica, encierra al espectador y lo obliga a ver a los personajes como animales encerrados en una miseria existencial. Los personajes son tan planos que revelan a un director al que no le preocupan las expresiones humanas y sólo divide el mundo entre ricos y pobres. Queda la evidencia del camino que termina por escoger la película: desolación y perversión alla Lanthimos y/0 Östlund, construyendo una narrativa despectiva y endiosada.
Entre los documentales estuvo Torre das Donzelas, de Susanna Lira, donde entrevista a mujeres, entre ellas Dilma Rousseff, quienes fueron presas políticas en la cárcel Tiradentes durante la dictadura militar. La documentalista recorre el edificio junto a los recuerdos, crueles y nostálgicos, del período de encierro y retrata la presencia femenina en momentos históricos que se asocian exclusivamente a lo masculino. Pero el documental va cayendo hacia una narrativa televisiva (incluso dramatiza con mujeres modelos) y repetitiva. Se pierde la noción de documental entre las declaraciones de Dilma y el resultado es impermanente y aburrido. Bloqueio, de Victória Álvares y Quentin Delaroche, documenta el paro de camioneros que paralizó al país en mayo de este año, con un estilo agresivo y llamativo, el documental va dejándose llevar por la sátira de las personas que hablan a la cámara, ironizando las posturas como la exigencia de los camioneros por democracia pero apoyando la intervención militar. Y, por último, Bixa Travesty documental de Kiko Goifman y Claudia Priscilla en torno a la cantante y activista Linn da Quebrada, un documental que libera el cuerpo travestido, que refleja a la artista desde su humor ácido y la política que enfrenta a los machos alfa. Pero hay que detenerse un poco y analizar qué es lo que documenta la dupla y por qué excluyen muchas canciones y discursos de Linn. Los pocos momentos de Linn hablando de otros aspectos fuera de su trabajo sobre la sexualización de su cuerpo parecen ensayados o está encerrada en una cabina de radio. El documental tiene aciertos, sin duda, pero hasta qué punto es sólo una cara de Linn da y los directores no están cometiendo el error de asimilar a las artistas travestidas sólo desde el discurso sexual.
Temporada, de André Oliveira
Por último Temporada, que se llevó el premio a la mejor película de la competencia oficial, de André Novais Oliveira, crea una historia sencilla y poderosa. Una mujer negra llega desde Itaúna a Contagem por motivos laborales y mientras espera a su esposo se va adaptando a su nueva vida. El director tiene una sensibilidad, difícil de encontrar, sobre la clase baja y manifiesta en sus personajes una noción de felicidad, de sueños y metas para cumplir. La curaduría del festival sufrió por su afán de seleccionar un cine que acentuara exclusivamente su posición política y manifestara los problemas nacionales al día de hoy, pero el hambre le ganó a los lobos y el resultado fueron películas simples, redundantes, unidireccionales y con argumentos interesantes pero mal ejecutados. Así mismo, el afán fue el rival para la creatividad entre realizadores que abordaron temas en auge pero donde es cuestionable la posición de muchos. Son películas que parecen producto de un apetito insaciable sobre lo que pasa en el país y es bueno que haya esta vitalidad política en los artistas, pero hasta qué punto en el hacer y exponer se pierde la poesía en el cine. Lastimosamente, el mensaje del festival de cinema de Brasília se dio en los gritos y en los discursos pero se olvidó en el cine.
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