En días pasados murió en Bogotá, muy lejos de su amada Buenos Aires, Santiago Nemirovsky, un hombre que era mago de profesión y aficionado al cine por decisión. Pero que, sobre todo y más que nada, fue un hombre gentil, amiguero, conversador afable y cordial, sapiente y muy paciente.
Para quienes peinamos canas y para algunas personas más jóvenes su nombre se emparenta directamente con una de las salas de cine en Bogotá de más grata recordación porque rompía con todas las que conocíamos hasta ese momento. Esas a donde se iba solo a ver películas y a comer palomitas de maíz o cualquier otra chuchería, si acaso.
En Magitinto, nótese la sonoridad de ese nombre y la perfecta combinación entre la profesión de Santiago Nemirovsky y el infaltable ingrediente a la hora de tertuliar, que creo era una de sus rutinas, se iba a ver cine, a tomar mucho tinto, a comer empanadas argentinas de su cosecha y a tomar vino, en una época en que pocas lo hacíamos.
Fue tal vez la primera sala, junto con la de la Cinemateca Distrital y una en la calle 17 con carrera 5 cuyo nombre no recuerdo, especializadas en cine arte, en cine alternativo, en cine latinoamericano, en armar festivales de directores o de géneros; en fin, era una excelente y singular alternativa para ver buen cine y después dedicarle horas al comentario.
Santiago, con su buena pinta, siempre hasta el último segundo del último día, fue un hombre apuesto, que alumbraba el rostro con su sonrisa, era quien atendía en Magitinto que tuvo primero un espacio en el acogedor barrio Quinta Camacho y luego se fue a Usaquén y ahí cerró. Nunca le pregunté qué había pasado, pero presumo que tuvo un descalabro económico porque casi nunca las buenas personas son buenos negociantes.
Magitinto no le dejó ganancias económicas, pero sí una multitud de amigos, amigas, conocidos que siempre que lo veían se ponían felices porque les recordaba una buena época: de buen cine y de aprendizaje.
Santiago Nemirovsky no posaba de hombre apuesto porque se sabía por encima de la media. No abusaba de su galanura. Ni fue coqueto ni abusador, ni adulador, solo un hombre bueno, querido.
En los últimos años tenía silla reservada en las salas del Avenida Chile para las funciones de prensa y hasta un mes antes de morirse llegaba como si estuviera gozando de excelente salud, salvo si se le preguntaba por ella hacía algunos comentarios alusivos, siempre muy esperanzadores, porque tenía el convencimiento de que se curaría o se iría a Israel, la tierra de sus padres, a conseguir un tratamiento que lo liberara de su dolencia.
Ya no lo veremos más, pero llevamos su recuerdo en el corazón. Magia, cine y tinto en su tumba.
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HASTA SIEMPRE A UN CINÉFILO
En días pasados murió en Bogotá, muy lejos de su amada Buenos Aires, Santiago Nemirovsky, un hombre que era mago de profesión y aficionado al cine por decisión. Pero que, sobre todo y más que nada, fue un hombre gentil, amiguero, conversador afable y cordial, sapiente y muy paciente.
Para quienes peinamos canas y para algunas personas más jóvenes su nombre se emparenta directamente con una de las salas de cine en Bogotá de más grata recordación porque rompía con todas las que conocíamos hasta ese momento. Esas a donde se iba solo a ver películas y a comer palomitas de maíz o cualquier otra chuchería, si acaso.
En Magitinto, nótese la sonoridad de ese nombre y la perfecta combinación entre la profesión de Santiago Nemirovsky y el infaltable ingrediente a la hora de tertuliar, que creo era una de sus rutinas, se iba a ver cine, a tomar mucho tinto, a comer empanadas argentinas de su cosecha y a tomar vino, en una época en que pocas lo hacíamos.
Fue tal vez la primera sala, junto con la de la Cinemateca Distrital y una en la calle 17 con carrera 5 cuyo nombre no recuerdo, especializadas en cine arte, en cine alternativo, en cine latinoamericano, en armar festivales de directores o de géneros; en fin, era una excelente y singular alternativa para ver buen cine y después dedicarle horas al comentario.
Santiago, con su buena pinta, siempre hasta el último segundo del último día, fue un hombre apuesto, que alumbraba el rostro con su sonrisa, era quien atendía en Magitinto que tuvo primero un espacio en el acogedor barrio Quinta Camacho y luego se fue a Usaquén y ahí cerró. Nunca le pregunté qué había pasado, pero presumo que tuvo un descalabro económico porque casi nunca las buenas personas son buenos negociantes.
Magitinto no le dejó ganancias económicas, pero sí una multitud de amigos, amigas, conocidos que siempre que lo veían se ponían felices porque les recordaba una buena época: de buen cine y de aprendizaje.
Santiago Nemirovsky no posaba de hombre apuesto porque se sabía por encima de la media. No abusaba de su galanura. Ni fue coqueto ni abusador, ni adulador, solo un hombre bueno, querido.
En los últimos años tenía silla reservada en las salas del Avenida Chile para las funciones de prensa y hasta un mes antes de morirse llegaba como si estuviera gozando de excelente salud, salvo si se le preguntaba por ella hacía algunos comentarios alusivos, siempre muy esperanzadores, porque tenía el convencimiento de que se curaría o se iría a Israel, la tierra de sus padres, a conseguir un tratamiento que lo liberara de su dolencia.
Ya no lo veremos más, pero llevamos su recuerdo en el corazón. Magia, cine y tinto en su tumba.
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