Llevar una novela a la gran pantalla nunca es una tarea fácil aún mayor es el reto si se trata de una novela inacabada. Esto fue, precisamente, lo que decidió enfrentar Gianni Amelio cuando emprendió a adaptar El primer hombre de Albert Camus.
Transcurrían los primeros días de enero de 1960 cuando una noticia inesperada apareció en en los principales diarios: Albert Camus, el reconocido filosofo y escritor francés, había fallecido en un accidente de tránsito.
Apenas tres años atrás era el segundo escritor más joven, después de Kipling, en recibir el premio Nobel de literatura. Cuando murió tenía solo 47 años y una carrera enorme por delante. Dentro del coche destrozado encontraron el manuscrito de la novela en la que se encontraba trabajando: El primer hombre. Con una caligrafía apretada, muchas veces ininteligible y plagada de acotaciones a los márgenes fue necesario esperar 34 años y la colaboración decisiva de su hija, para reconstruir el texto y animarse a imprimirlo así, inacabo, con sus notas originales y el plan a seguir detallado al final. No extraña que tomaran la decisión de publicarlo, es el comienzo del proyecto literario más ambicioso (iba a contar con varios volumenes) y más autobiográfico realizado por Camus.
El protagonista es Jacques Cormery, una suerte de alter ego del escritor, que, como él, creció en Algeria en el seno de una familia muy pobre. La narración inicia con un sobrecogedor nacimiento en circunstancias difíciles para saltar, 40 años después, con el viaje de Jacques, ese bebé convertido ya en adulto, en busca de la tumba de su padre que murió en la segunda guerra mundial cuando él tenía apenas unos meses de nacido. A partir de ahí Cormery inicia lo que sería una búsqueda de ese padre perdido del que no le han dicho casi nada, una búsqueda de ese primer hombre. Esto se intercala con los recuerdos de una infancia en medio de grandes carencias en donde sus pilares son femeninos, su madre y su estricta abuela, las dos analfabetas y acostumbradas al trabajo duro. Jacques, por su parte, es un aventajado estudiante que descubrirá en el colegio, en la educación y, sobre todo, en la literatura la posibilidad de escapar a la dura realidad que lo rodea o, incluso, de rencontrar la pobreza que tan bien conoce pero de manera en que puede mirarla con distancia. Sin duda en el texto hay una oda a la educación y al papel que cumplió en la vida de Jacques, como de Camus, un maestro de escuela a quien por instantes llama por su verdadero nombre en el manuscrito, el señor Germain. Un maestro que vio en él un enorme potencial y no se contentó con alentarlo a seguir estudiando sino que lo hizo realidad al ayudarlo a obtener una beca completa para poder continuar sus estudios finalizada la primaria. Precisamente, al final del libro, los editores decidieron incluir la carta que Camus le escribió a su maestro, tras recibir la noticia de que había ganado el Nobel, reconociendo su labor y el impacto que tuvo en su vida. También se incluye la respuesta del maestro que sigue viendo en el exitoso escritor al muchacho inteligente y curioso que no dejó que la fama se le subiera a la cabeza.
A pesar de ese apoyo, no fueron años fáciles para el joven Camus, y en la novela inacabada es palpable cómo necesita regresar a esos momentos y volcarlos en palabras después de haber pasado años silenciándolos, sin encontrar la manera de nombrarlos. ¿Cómo explicar esa infancia bajo los tórridos rayos de sol en medio de la escasez total?, ¿cómo contar la conexión incomprensible con la lectura de un muchacho rodeado de analfabetos en una casa donde todo lo vinculado con la lectura era lejano pero en la cual recibió las lecciones más importantes y duraderas? Con el tiempo, la vida, los estudios, lo llevarán de cierta manera lejos de ellos (su madre, su abuela y tío) pero no deja de percibir ahí algo puro y único. Finalmente, en la novela es claro que ese viaje de la memoria hacia la infancia e inicios de la adolescencia le va revelando al protagonista que su padre no es, como creía, el primer hombre, por el contrario, él, que en el relato tiene 40 mientras su padre quedó eternamente de 25, es ese primer hombre, ese que se convirtió en uno para llevar dinero a su familia que lo necesitaba, esa misma que no puede leer lo que escribe.
Cualquier adaptación de un libro al lenguaje cinematográfico es un reto pero aquí, al tratarse de una obra inacabada, el desafío es aún mayor. ¿Cómo completar lo que falta? ¿Es necesario hacerlo? El italiano Gianni Amelio, reconocido por hacer películas de tinte político, se aventuró a hacer el guión y dirigir una adaptación de la novela póstuma de Camus tomando una posición que puede ser debatible, decidió completar los vacíos dejados por el autor. Camus, entre sus planes originales tenía abordar la guerra de Algeria (1954-1962), conflicto que enfrentó a aquellos que querían la independencia del país con los franceses colonizadores. En plena confrontación la opinión de Camus fue muy apetecida, ahí estaba él, un pied-noir, es decir un ciudadano de origen francés crecido en Algeria, que, además, acababa de recibir el premio Nobel. De los dos frentes querían tenerlo de su lado, convertirlo en paladín de la causa. Camus, por su parte, se negaba a hacerlo y era víctima de numerosos ataques. Había sido abucheado por unos y otros en numerosas ocasiones, los lazos con Jean Paul Sartre y admiradores ya estaban rotos y él había optado por dejar de dar declaraciones públicas tras la controversia generada por la última que había hecho sobre el tema (retomada literalmente al final de la película). De esto se nutre Amelio para imaginar el desenlace de la historia y construir al personaje de Jacques, dándole a la película una fuerte connotación política. “¿Entonces ahora debemos ser enemigos?” le dice un viejo que encuentra en la calle Jacques, ya adulto, cuando va a visitar a su madre. Así están las cosas, y eso es lo que Jacques verá, la violencia que separa y segrega, la violencia que irrumpe en cualquier momento y lo convierte en extranjero en una tierra que le fue propia.
La narración es sobria, lenta, contenida y se enfoca, por decisión del director, en dos momentos específicos: 1924, año en el que el niño establece una relación con su maestro y podrá pensar en ir a estudiar con una beca, y 1957 cuando, convertido ya en un reconocido escritor galardonado, Jacques visita Algeria en pleno conflicto interno.
El veterano actor francés Jacques Gamblin fue el escogido para interpretar a Cormery de 40 años y el sorprendente Nino Jouglet será el mismo personaje de niño (difícil de entender por qué no ha aparecido en más películas este talento natural).
El director utiliza todo su talento para recrear, siempre con un halo de nostalgia, la infancia de Cormery. Seguramente por esto las escenas mejor logradas son precisamente las que recrean estos momentos de “luz y pobreza”, como la del nacimiento (aunque puede sentirse un tanto insertada a destiempo) o el bellísimo plano secuencia realizado en la playa, en el que vemos un completo cuadro de costumbres de la época. También destaco aquellas de Jacques reunido con su madre y, posteriormente, con su tío, en ese trato un tanto distante y frío que hay entre ellos se percibe todo el amor (y el dolor) compartido, todo lo que los aleja y los acerca produciendo que se admiren mutuamente.
¿Gana o pierde la historia con la decisión del director de profundizar en el aspecto político? La pregunta tiene muchas respuestas posibles, hay personajes que desaparecen para que Jacques quede mejor delineado, aunque en ese esfuerzo se pierde un tanto su lado oscuro, ciertas sombras que apunta Camus de este muchacho que busca su lugar en el mundo. Sin embargo, lo que más lamento es que el relato maravilloso de esta infancia, lleno de reflexiones lúcidas, sensibles y emotivas se convierte en una pincelada, unas escenas, mientras lo otro, el conflicto, ocupa más espacio. Esta decisión, sin duda, tiene como positivo señalar lo difícil que es para el protagonista tomar una posición y cómo termina enfrentado rápidamente a contradicciones entre lo que desearía que sucedería y la guerra con su fuerza destructiva que nos lleva a desear proteger lo que amamos a toda costa. Sin duda, Amalio quería generar ciertos lazos con contextos contemporáneos y abrir cuestionamientos. Sería una lástima, en todo caso, que los espectadores se perdieran de leer esta novela e imaginarse su propio desenlace.
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LLENANDO LOS VACÍOS
Llevar una novela a la gran pantalla nunca es una tarea fácil aún mayor es el reto si se trata de una novela inacabada. Esto fue, precisamente, lo que decidió enfrentar Gianni Amelio cuando emprendió a adaptar El primer hombre de Albert Camus.
Transcurrían los primeros días de enero de 1960 cuando una noticia inesperada apareció en en los principales diarios: Albert Camus, el reconocido filosofo y escritor francés, había fallecido en un accidente de tránsito.
Apenas tres años atrás era el segundo escritor más joven, después de Kipling, en recibir el premio Nobel de literatura. Cuando murió tenía solo 47 años y una carrera enorme por delante. Dentro del coche destrozado encontraron el manuscrito de la novela en la que se encontraba trabajando: El primer hombre. Con una caligrafía apretada, muchas veces ininteligible y plagada de acotaciones a los márgenes fue necesario esperar 34 años y la colaboración decisiva de su hija, para reconstruir el texto y animarse a imprimirlo así, inacabo, con sus notas originales y el plan a seguir detallado al final. No extraña que tomaran la decisión de publicarlo, es el comienzo del proyecto literario más ambicioso (iba a contar con varios volumenes) y más autobiográfico realizado por Camus.
El protagonista es Jacques Cormery, una suerte de alter ego del escritor, que, como él, creció en Algeria en el seno de una familia muy pobre. La narración inicia con un sobrecogedor nacimiento en circunstancias difíciles para saltar, 40 años después, con el viaje de Jacques, ese bebé convertido ya en adulto, en busca de la tumba de su padre que murió en la segunda guerra mundial cuando él tenía apenas unos meses de nacido. A partir de ahí Cormery inicia lo que sería una búsqueda de ese padre perdido del que no le han dicho casi nada, una búsqueda de ese primer hombre. Esto se intercala con los recuerdos de una infancia en medio de grandes carencias en donde sus pilares son femeninos, su madre y su estricta abuela, las dos analfabetas y acostumbradas al trabajo duro. Jacques, por su parte, es un aventajado estudiante que descubrirá en el colegio, en la educación y, sobre todo, en la literatura la posibilidad de escapar a la dura realidad que lo rodea o, incluso, de rencontrar la pobreza que tan bien conoce pero de manera en que puede mirarla con distancia. Sin duda en el texto hay una oda a la educación y al papel que cumplió en la vida de Jacques, como de Camus, un maestro de escuela a quien por instantes llama por su verdadero nombre en el manuscrito, el señor Germain. Un maestro que vio en él un enorme potencial y no se contentó con alentarlo a seguir estudiando sino que lo hizo realidad al ayudarlo a obtener una beca completa para poder continuar sus estudios finalizada la primaria. Precisamente, al final del libro, los editores decidieron incluir la carta que Camus le escribió a su maestro, tras recibir la noticia de que había ganado el Nobel, reconociendo su labor y el impacto que tuvo en su vida. También se incluye la respuesta del maestro que sigue viendo en el exitoso escritor al muchacho inteligente y curioso que no dejó que la fama se le subiera a la cabeza.
A pesar de ese apoyo, no fueron años fáciles para el joven Camus, y en la novela inacabada es palpable cómo necesita regresar a esos momentos y volcarlos en palabras después de haber pasado años silenciándolos, sin encontrar la manera de nombrarlos. ¿Cómo explicar esa infancia bajo los tórridos rayos de sol en medio de la escasez total?, ¿cómo contar la conexión incomprensible con la lectura de un muchacho rodeado de analfabetos en una casa donde todo lo vinculado con la lectura era lejano pero en la cual recibió las lecciones más importantes y duraderas? Con el tiempo, la vida, los estudios, lo llevarán de cierta manera lejos de ellos (su madre, su abuela y tío) pero no deja de percibir ahí algo puro y único. Finalmente, en la novela es claro que ese viaje de la memoria hacia la infancia e inicios de la adolescencia le va revelando al protagonista que su padre no es, como creía, el primer hombre, por el contrario, él, que en el relato tiene 40 mientras su padre quedó eternamente de 25, es ese primer hombre, ese que se convirtió en uno para llevar dinero a su familia que lo necesitaba, esa misma que no puede leer lo que escribe.
Cualquier adaptación de un libro al lenguaje cinematográfico es un reto pero aquí, al tratarse de una obra inacabada, el desafío es aún mayor. ¿Cómo completar lo que falta? ¿Es necesario hacerlo? El italiano Gianni Amelio, reconocido por hacer películas de tinte político, se aventuró a hacer el guión y dirigir una adaptación de la novela póstuma de Camus tomando una posición que puede ser debatible, decidió completar los vacíos dejados por el autor. Camus, entre sus planes originales tenía abordar la guerra de Algeria (1954-1962), conflicto que enfrentó a aquellos que querían la independencia del país con los franceses colonizadores. En plena confrontación la opinión de Camus fue muy apetecida, ahí estaba él, un pied-noir, es decir un ciudadano de origen francés crecido en Algeria, que, además, acababa de recibir el premio Nobel. De los dos frentes querían tenerlo de su lado, convertirlo en paladín de la causa. Camus, por su parte, se negaba a hacerlo y era víctima de numerosos ataques. Había sido abucheado por unos y otros en numerosas ocasiones, los lazos con Jean Paul Sartre y admiradores ya estaban rotos y él había optado por dejar de dar declaraciones públicas tras la controversia generada por la última que había hecho sobre el tema (retomada literalmente al final de la película). De esto se nutre Amelio para imaginar el desenlace de la historia y construir al personaje de Jacques, dándole a la película una fuerte connotación política. “¿Entonces ahora debemos ser enemigos?” le dice un viejo que encuentra en la calle Jacques, ya adulto, cuando va a visitar a su madre. Así están las cosas, y eso es lo que Jacques verá, la violencia que separa y segrega, la violencia que irrumpe en cualquier momento y lo convierte en extranjero en una tierra que le fue propia.
La narración es sobria, lenta, contenida y se enfoca, por decisión del director, en dos momentos específicos: 1924, año en el que el niño establece una relación con su maestro y podrá pensar en ir a estudiar con una beca, y 1957 cuando, convertido ya en un reconocido escritor galardonado, Jacques visita Algeria en pleno conflicto interno.
El veterano actor francés Jacques Gamblin fue el escogido para interpretar a Cormery de 40 años y el sorprendente Nino Jouglet será el mismo personaje de niño (difícil de entender por qué no ha aparecido en más películas este talento natural).
El director utiliza todo su talento para recrear, siempre con un halo de nostalgia, la infancia de Cormery. Seguramente por esto las escenas mejor logradas son precisamente las que recrean estos momentos de “luz y pobreza”, como la del nacimiento (aunque puede sentirse un tanto insertada a destiempo) o el bellísimo plano secuencia realizado en la playa, en el que vemos un completo cuadro de costumbres de la época. También destaco aquellas de Jacques reunido con su madre y, posteriormente, con su tío, en ese trato un tanto distante y frío que hay entre ellos se percibe todo el amor (y el dolor) compartido, todo lo que los aleja y los acerca produciendo que se admiren mutuamente.
¿Gana o pierde la historia con la decisión del director de profundizar en el aspecto político? La pregunta tiene muchas respuestas posibles, hay personajes que desaparecen para que Jacques quede mejor delineado, aunque en ese esfuerzo se pierde un tanto su lado oscuro, ciertas sombras que apunta Camus de este muchacho que busca su lugar en el mundo. Sin embargo, lo que más lamento es que el relato maravilloso de esta infancia, lleno de reflexiones lúcidas, sensibles y emotivas se convierte en una pincelada, unas escenas, mientras lo otro, el conflicto, ocupa más espacio. Esta decisión, sin duda, tiene como positivo señalar lo difícil que es para el protagonista tomar una posición y cómo termina enfrentado rápidamente a contradicciones entre lo que desearía que sucedería y la guerra con su fuerza destructiva que nos lleva a desear proteger lo que amamos a toda costa. Sin duda, Amalio quería generar ciertos lazos con contextos contemporáneos y abrir cuestionamientos. Sería una lástima, en todo caso, que los espectadores se perdieran de leer esta novela e imaginarse su propio desenlace.
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