Entrevista de Cero en Conducta al director español Koldo Almandoz, a propósito de su primer largometraje de ficción, Ciervo (Oreina), que se proyectó en el Festival de Cine de Cartagena (Ficci).
“Hay un tipo de cineasta que se basa mucho en la cinefilia; ella le es fuente del cine que hacen. Yo bebo de otras fuentes”, dijo Koldo Almandoz cuando le pregunté sobre los motivos que lo llevaron a ser cineasta y sobre el camino que lo condujo a su primer largometraje de ficción, Ciervo (Oreina). Conocer esa fuente de inspiración, partiendo de su película, fue el propósito de esta conversación. La historia toma como trasfondo su ciudad natal, San Sebastián (España), más exactamente la periferia, donde los polígonos industriales, viejos caseríos, la marisma, el río y la naturaleza confluyen en un solo paisaje. En él, Khalil, un joven migrante desarraigado, ayuda a un viejo habitante en sus actividades de cacería furtiva. Este vive con su hermano, un intelectual que recién ha regresado de Francia, con quien tiene una relación distante. Los tres entrelazan sus vidas y lidian con su pasado, con el rencor, el dolor y las cambiantes exigencias del lugar donde habitan.
Koldo empezó con el cine mediante la fotografía. Desde adolescente solía internarse en el monte a tomar fotos. Ese acercamiento a la imagen se dinamizó en sus estudios de Periodismo y Comunicación Audiovisual, que después se tradujo en el interés por hacer cine. Y, en efecto, la fotografía es un elemento característico en su película, sobre todo en aquellas cuidadas tomas de la naturaleza, junto con esos otros escenarios más antrópicos, como las fábricas o los caseríos. Las tomas prolongadas, como cuando el joven y el viejo cazador se movilizan sobre el río, o la elección minimalista de la vida que palpita en la marisma, logran trasladar al espectador al entorno y ubicarlo en él, tanto espacial como sensorialmente.
“Las ideas me surgen de otro tipo de imágenes -explicó Koldo-; pero para esta película surgió del paisaje de la periferia de San Sebastián. Yo, hace alrededor de 20 años, trabajé en una de las fábricas que se ven en la película. Era un entorno que conocía muy bien; la marisma y el río eran lugares por los que transitaba. Pero recientemente lo redescubrí con nuevos ojos”.
Sumado al paisaje geográfico hay otro aspecto que lo inspiró, uno más humano: la convivencia de los habitantes tradicionales de la zona con los migrantes. Los primeros, señaló, son personas muy arraigadas a la periferia, usualmente gente mayor que vive apartada y no ha sabido acondicionarse a los nuevos tiempos, como al mundo de la tecnología, y que, incluso, sigue cazando furtivamente. Estos individuos entonces de repente se sienten más identificados con la gente de otras procedencias; comparten con los migrantes un estilo de vida más similar que sus familiares de áreas más centrales. “Esto ha creado una nueva realidad en la zona, una convivencia, que, aun cuando representa algunos problemas, es positiva y real”. Esto se ve muy bien retratado en Ciervo, sobre todo en la relación casi ritualística y natural entre el joven Khalil y el viejo.
Un buen jardinero
Podríamos decir que, con Ciervo, Koldo Almandoz cumplió la labor de un buen jardinero. Había ya figurado su jardín, podía hasta saborear los frutos que produciría, lo único que restaba era sembrar. Seleccionó entonces cuidadosamente las semillas, que fue esparciendo en la tierra; semillas que eran aquellas primeras imágenes que, a medida que transcurría la historia, iban dejando apenas unos brotes, muy lejanos al principio de la forma frondosa que, en conjunto, tejerían más adelante.
Desde el inicio, el film tiene una carga previa desconocida, un pasado que ya ha moldeado el carácter de los personajes. Se nos presentan, nos intrigan e intentamos definirlos a través de sus comportamientos, sus rituales, sus relaciones con el entorno, lo que callan, lo que miran de soslayo. No podemos dejar de observarlos hasta que algo definitivo suceda y nos permita al menos entender su talante. “Yo de alguna manera amo a mis personajes, pero no les perdono todo –dijo el director–; hay que mostrarlos como son y es el espectador quien, desde sus perspectiva, debe interpretarlos”.
Esta suerte de enigma que rodea a los personajes determina, entonces, el ritmo de la historia, pero, sobre todo, qué tanto se manifiesta de forma evidente y qué tanto permanece oculto. “La película –explica Koldo– está mucho más clara y explícita en su forma escrita; pero yo no quería que lo fuera tanto en el film como tal. Entonces durante el proceso de rodaje y edición hice varias transformaciones, como quitar diálogos que me parecían superficiales o que ya se encontraban explicados con la imagen. Para mí era básico que hubiera una evolución”.
De ese modo, los primeros diez minutos son una serie de secuencias en las que se van presentando a los personajes, y se tiene la sensación de que nada está sucediendo; pero es porque aquel es apenas el inicio de un viaje de descubrimiento que el espectador emprende con un ánimo extraño, inconsciente, de querer por sí mismo entender los personajes. “Era por ello importante basarnos en los detalles y, sobre todo, en permitirles a los personajes definirse más por lo que esconden que por lo que dicen. El reto fue entonces ponerlos en situaciones en las que el silencio o la falta de interacción con el otro nos mostrasen cuál era su psicología”.
Según Koldo, ese enigma era una de las claves de la película, y por ello, sin miedo, deja que muchos interrogantes no se respondan: ¿por qué no se hablan los dos hermanos?, ¿por qué estuvo el viejo en la cárcel? “El cine que me gusta es el que tiene la capacidad de mantener un misterio, un punto esotérico y de magia que me lleve a hacerme preguntas y, al mismo tiempo, me mantenga interesado en la historia. Ver una película de Tarkovsky, de David Lynch o de Jean Vigo y saber que no lo voy a entender todo, pero que me mantiene allí porque hay algo que trasciende e interpela al espectador y lo hace partícipe de la película. Estamos acostumbrados a ir a cine a vivir un mero espectáculo de entretenimiento en el que pretenden darnos todo masticado y explicado. Eso es como ir a misa a que te suelten el sermón y te lean la Biblia. Al final, yo quería hacer una película que me gustara ver como espectador, porque en el fondo soy más un espectador de cine que un autor de cine”.
El rigor de transformar
Para Koldo, el proceso de realización es tan importante como la película misma, y habló de ello con sinceridad, sobre todo en lo que respecta a las transformaciones radicales que sufrió el guion durante el rodaje. En la parte escrita, por ejemplo, los personajes de los dos hermanos eran mucho más importantes, y el de Khalil era secundario, pero durante la filmación este fue cobrando mayor interés para el director.
“Por eso, en pleno rodaje, fui cambiando secuencias –señaló–; surgieron más de cien escenas nuevas. Rodé el final que tenía escrito y no me gustó para nada; lo cambié. Los actores, que son quienes encarnan lo que se plasmo con letras, me permitieron ver secuencias que escritas parecían brillantes, pero que rodadas eran una mierda. Considero que hay que llegar al rodaje con un punto de duda para que la intuición y la realidad permeen la película. Para mí, hacer una película es un proceso orgánico. El problema es que a veces aciertas y otras no. En Ciervo pasó eso. La veo y siento que es imperfecta, pero no me importa mucho: no busco que en el cine haya perfección”.
Entre las escenas que no pasaron su filtro o su intuición, como menciona, hay una en particular, que precisamente alude al nombre del film. En el guion, la historia iniciaba con los dos hermanos cazando un ciervo, que fue el detonante de la discordia entre ambos; y aunque esta escena no quedó en la película, la cabeza del ciervo permaneció, a modo de decoración o recuerdo latente, en el único espacio de la casa que los hermanos se ven obligados a compartir.
“Me parecía que aquella escena lastraba mucho la historia –explicó– porque era una especie de flashback, lo cual significaba que tenía que introducir más flashbacks a lo largo de la historia, y el pasado no me interesaba. Sin embargo, el ciervo está presente, funciona como un testigo, una especie de rémora del pasado en el que el animal tenía más importancia. Me parece que funcionaba más como un objeto que está latente en toda la película y que crea una especie de interrogante, más allá del simbolismo que pueda tener”.
Decisiones como aquella son las que le dan un carácter artístico a un director, porque no se conduce por un plan o porque su criterio tiene un talante más cercano al de un pintor sobre un lienzo que no teme cubrir su obra de blanco para comenzar de nuevo o desplegar trazos para ocultar otros guiándose por su sentir y hasta por su estado de ánimo. Todo gran músico sabe que una melodía no solo está hecha de sonidos, sino también de silencios. En el mismo sentido, la pieza de Koldo, y esto lo sabe él muy bien, es también lo que no está allí, lo que calla. Tal instinto es, me atrevo a decir, la fuente de donde bebe.
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Koldo Almandoz y el cortometraje
Koldo Almandoz afirma no vivir del cine y se denomina a sí mismo como un diletante: ha dirigido una revista de arte y cultura durante doce años, es locutor en una emisora y montó una editorial, entre otras actividades. “Trabajo como un empleado normal, y de vez en cuando, apenas tengo la oportunidad, hago películas”, dijo. Tampoco se considera un letrado del cine: “No puedo decir que haya visto todo Bresson ni todo Godard ni he analizado ni leído todo –agregó–. Soy profesor de la Escuela de Cine de San Sebastián, donde tengo alumnos que han leído más que yo. Yo provengo más del mundo de la acción, de hacer cine y de lanzarme a la piscina a hacerlo”.
Entre esa producción cinematográfica es el cortometraje el formato al que más tiempo le ha dedicado. Fue de hecho jurado de la selección oficial de la pasada versión de Bogoshorts. “Considero al cortometraje como un género en sí mismo –explicó–. Lo suelo abordar de dos formas: de una manera más personal, lo hago todo yo (guión, cámara, edición, etc.) y de manera más profesional, cuando consigo financiación, procuro que el rodaje sea como el del trabajo de un largometraje y, por supuesto, pago a la gente su respectivo sueldo. Esa es la forma para mí de darle más dignidad al formato”.
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"HACER UNA PELÍCULA ES UN PROCESO ORGÁNICO" KOLDO ALMANDOZ
Entrevista de Cero en Conducta al director español Koldo Almandoz, a propósito de su primer largometraje de ficción, Ciervo (Oreina), que se proyectó en el Festival de Cine de Cartagena (Ficci).
“Hay un tipo de cineasta que se basa mucho en la cinefilia; ella le es fuente del cine que hacen. Yo bebo de otras fuentes”, dijo Koldo Almandoz cuando le pregunté sobre los motivos que lo llevaron a ser cineasta y sobre el camino que lo condujo a su primer largometraje de ficción, Ciervo (Oreina). Conocer esa fuente de inspiración, partiendo de su película, fue el propósito de esta conversación. La historia toma como trasfondo su ciudad natal, San Sebastián (España), más exactamente la periferia, donde los polígonos industriales, viejos caseríos, la marisma, el río y la naturaleza confluyen en un solo paisaje. En él, Khalil, un joven migrante desarraigado, ayuda a un viejo habitante en sus actividades de cacería furtiva. Este vive con su hermano, un intelectual que recién ha regresado de Francia, con quien tiene una relación distante. Los tres entrelazan sus vidas y lidian con su pasado, con el rencor, el dolor y las cambiantes exigencias del lugar donde habitan.
Koldo empezó con el cine mediante la fotografía. Desde adolescente solía internarse en el monte a tomar fotos. Ese acercamiento a la imagen se dinamizó en sus estudios de Periodismo y Comunicación Audiovisual, que después se tradujo en el interés por hacer cine. Y, en efecto, la fotografía es un elemento característico en su película, sobre todo en aquellas cuidadas tomas de la naturaleza, junto con esos otros escenarios más antrópicos, como las fábricas o los caseríos. Las tomas prolongadas, como cuando el joven y el viejo cazador se movilizan sobre el río, o la elección minimalista de la vida que palpita en la marisma, logran trasladar al espectador al entorno y ubicarlo en él, tanto espacial como sensorialmente.
“Las ideas me surgen de otro tipo de imágenes -explicó Koldo-; pero para esta película surgió del paisaje de la periferia de San Sebastián. Yo, hace alrededor de 20 años, trabajé en una de las fábricas que se ven en la película. Era un entorno que conocía muy bien; la marisma y el río eran lugares por los que transitaba. Pero recientemente lo redescubrí con nuevos ojos”.
Sumado al paisaje geográfico hay otro aspecto que lo inspiró, uno más humano: la convivencia de los habitantes tradicionales de la zona con los migrantes. Los primeros, señaló, son personas muy arraigadas a la periferia, usualmente gente mayor que vive apartada y no ha sabido acondicionarse a los nuevos tiempos, como al mundo de la tecnología, y que, incluso, sigue cazando furtivamente. Estos individuos entonces de repente se sienten más identificados con la gente de otras procedencias; comparten con los migrantes un estilo de vida más similar que sus familiares de áreas más centrales. “Esto ha creado una nueva realidad en la zona, una convivencia, que, aun cuando representa algunos problemas, es positiva y real”. Esto se ve muy bien retratado en Ciervo, sobre todo en la relación casi ritualística y natural entre el joven Khalil y el viejo.
Un buen jardinero
Podríamos decir que, con Ciervo, Koldo Almandoz cumplió la labor de un buen jardinero. Había ya figurado su jardín, podía hasta saborear los frutos que produciría, lo único que restaba era sembrar. Seleccionó entonces cuidadosamente las semillas, que fue esparciendo en la tierra; semillas que eran aquellas primeras imágenes que, a medida que transcurría la historia, iban dejando apenas unos brotes, muy lejanos al principio de la forma frondosa que, en conjunto, tejerían más adelante.
Desde el inicio, el film tiene una carga previa desconocida, un pasado que ya ha moldeado el carácter de los personajes. Se nos presentan, nos intrigan e intentamos definirlos a través de sus comportamientos, sus rituales, sus relaciones con el entorno, lo que callan, lo que miran de soslayo. No podemos dejar de observarlos hasta que algo definitivo suceda y nos permita al menos entender su talante. “Yo de alguna manera amo a mis personajes, pero no les perdono todo –dijo el director–; hay que mostrarlos como son y es el espectador quien, desde sus perspectiva, debe interpretarlos”.
Esta suerte de enigma que rodea a los personajes determina, entonces, el ritmo de la historia, pero, sobre todo, qué tanto se manifiesta de forma evidente y qué tanto permanece oculto. “La película –explica Koldo– está mucho más clara y explícita en su forma escrita; pero yo no quería que lo fuera tanto en el film como tal. Entonces durante el proceso de rodaje y edición hice varias transformaciones, como quitar diálogos que me parecían superficiales o que ya se encontraban explicados con la imagen. Para mí era básico que hubiera una evolución”.
De ese modo, los primeros diez minutos son una serie de secuencias en las que se van presentando a los personajes, y se tiene la sensación de que nada está sucediendo; pero es porque aquel es apenas el inicio de un viaje de descubrimiento que el espectador emprende con un ánimo extraño, inconsciente, de querer por sí mismo entender los personajes. “Era por ello importante basarnos en los detalles y, sobre todo, en permitirles a los personajes definirse más por lo que esconden que por lo que dicen. El reto fue entonces ponerlos en situaciones en las que el silencio o la falta de interacción con el otro nos mostrasen cuál era su psicología”.
Según Koldo, ese enigma era una de las claves de la película, y por ello, sin miedo, deja que muchos interrogantes no se respondan: ¿por qué no se hablan los dos hermanos?, ¿por qué estuvo el viejo en la cárcel? “El cine que me gusta es el que tiene la capacidad de mantener un misterio, un punto esotérico y de magia que me lleve a hacerme preguntas y, al mismo tiempo, me mantenga interesado en la historia. Ver una película de Tarkovsky, de David Lynch o de Jean Vigo y saber que no lo voy a entender todo, pero que me mantiene allí porque hay algo que trasciende e interpela al espectador y lo hace partícipe de la película. Estamos acostumbrados a ir a cine a vivir un mero espectáculo de entretenimiento en el que pretenden darnos todo masticado y explicado. Eso es como ir a misa a que te suelten el sermón y te lean la Biblia. Al final, yo quería hacer una película que me gustara ver como espectador, porque en el fondo soy más un espectador de cine que un autor de cine”.
El rigor de transformar
Para Koldo, el proceso de realización es tan importante como la película misma, y habló de ello con sinceridad, sobre todo en lo que respecta a las transformaciones radicales que sufrió el guion durante el rodaje. En la parte escrita, por ejemplo, los personajes de los dos hermanos eran mucho más importantes, y el de Khalil era secundario, pero durante la filmación este fue cobrando mayor interés para el director.
“Por eso, en pleno rodaje, fui cambiando secuencias –señaló–; surgieron más de cien escenas nuevas. Rodé el final que tenía escrito y no me gustó para nada; lo cambié. Los actores, que son quienes encarnan lo que se plasmo con letras, me permitieron ver secuencias que escritas parecían brillantes, pero que rodadas eran una mierda. Considero que hay que llegar al rodaje con un punto de duda para que la intuición y la realidad permeen la película. Para mí, hacer una película es un proceso orgánico. El problema es que a veces aciertas y otras no. En Ciervo pasó eso. La veo y siento que es imperfecta, pero no me importa mucho: no busco que en el cine haya perfección”.
Entre las escenas que no pasaron su filtro o su intuición, como menciona, hay una en particular, que precisamente alude al nombre del film. En el guion, la historia iniciaba con los dos hermanos cazando un ciervo, que fue el detonante de la discordia entre ambos; y aunque esta escena no quedó en la película, la cabeza del ciervo permaneció, a modo de decoración o recuerdo latente, en el único espacio de la casa que los hermanos se ven obligados a compartir.
“Me parecía que aquella escena lastraba mucho la historia –explicó– porque era una especie de flashback, lo cual significaba que tenía que introducir más flashbacks a lo largo de la historia, y el pasado no me interesaba. Sin embargo, el ciervo está presente, funciona como un testigo, una especie de rémora del pasado en el que el animal tenía más importancia. Me parece que funcionaba más como un objeto que está latente en toda la película y que crea una especie de interrogante, más allá del simbolismo que pueda tener”.
Decisiones como aquella son las que le dan un carácter artístico a un director, porque no se conduce por un plan o porque su criterio tiene un talante más cercano al de un pintor sobre un lienzo que no teme cubrir su obra de blanco para comenzar de nuevo o desplegar trazos para ocultar otros guiándose por su sentir y hasta por su estado de ánimo. Todo gran músico sabe que una melodía no solo está hecha de sonidos, sino también de silencios. En el mismo sentido, la pieza de Koldo, y esto lo sabe él muy bien, es también lo que no está allí, lo que calla. Tal instinto es, me atrevo a decir, la fuente de donde bebe.
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Koldo Almandoz y el cortometraje
Koldo Almandoz afirma no vivir del cine y se denomina a sí mismo como un diletante: ha dirigido una revista de arte y cultura durante doce años, es locutor en una emisora y montó una editorial, entre otras actividades. “Trabajo como un empleado normal, y de vez en cuando, apenas tengo la oportunidad, hago películas”, dijo. Tampoco se considera un letrado del cine: “No puedo decir que haya visto todo Bresson ni todo Godard ni he analizado ni leído todo –agregó–. Soy profesor de la Escuela de Cine de San Sebastián, donde tengo alumnos que han leído más que yo. Yo provengo más del mundo de la acción, de hacer cine y de lanzarme a la piscina a hacerlo”.
Entre esa producción cinematográfica es el cortometraje el formato al que más tiempo le ha dedicado. Fue de hecho jurado de la selección oficial de la pasada versión de Bogoshorts. “Considero al cortometraje como un género en sí mismo –explicó–. Lo suelo abordar de dos formas: de una manera más personal, lo hago todo yo (guión, cámara, edición, etc.) y de manera más profesional, cuando consigo financiación, procuro que el rodaje sea como el del trabajo de un largometraje y, por supuesto, pago a la gente su respectivo sueldo. Esa es la forma para mí de darle más dignidad al formato”.
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