En un país atravesado históricamente por incontables formas de violencia, el experimento de una película que adopte lacónicamente esta palabra como título parecería prometedor.
Violencia (2015), de Jorge Forero, es una coproducción colombo-mexicana que intenta adoptar una visión multidimensional del fenómeno de la violencia en el contexto del conflicto colombiano. Su multidimensionalidad consiste en el esfuerzo del director por mostrar este fenómeno sensible a partir de tres puntos de vista diferentes: cada uno se relaciona, al mismo tiempo, sea con el padecimiento o con la perpetración activa de la violencia. En este esfuerzo, el director se muestra esencialmente democrático, pues trata de poner a todos los personajes y a todas las situaciones en una especie de plano simétrico; es decir, la narración se cohíbe de establecer distinciones maniqueas acerca de las formas de participación en el conflicto colombiano.
En Violencia, pues, una primera historia se encarga de representar las angustias cotidianas de un hombre secuestrado por la guerrilla; por otro lado, la segunda historia busca ofrecer un esbozo de lo que fue una estrategia del ejército colombiano en el contexto de las políticas de seguridad democrática del país y que consistió, fundamentalmente, en el contacto y seducción de jóvenes —tanto en el campo como en las periferias de las ciudades— para ejecutarlos extrajudicialmente y presentarlos como cifras producto de combates. La tercera historia, finalmente, nos enseña la naturalidad de la vida cotidiana de un líder paramilitar, en la que se mezclan romances idílicos seculares y macabras decisiones de orden político y militar. Así, una característica distintiva —que es transversal a estas tres historias— consiste en la autoimpuesta neutralidad con la que son narradas. Dicha neutralidad se podría fácilmente confundir con una actitud puramente contemplativa frente al conflicto colombiano y, en este sentido, la ficción a partir de la cual estas historias están narradas parece por momentos traslaparse con el documental. Esta constelación de historias se presenta a través del engaño de ser una construcción imaginativa históricamente informada. Esto, que por un lado podría mostrase como un gesto formal distintivo y laudable, es también la puerta que se abre a los más grandes peligros de la indiferencia.
El fenómeno de la violencia en sí mismo ostenta la dureza de una piedra o de una montaña y la densidad de una selva o un manglar. Su complejidad se puede apreciar tanto desde el punto de vista conceptual, como desde el punto de vista de la experiencia cotidiana. Esto se ha demostrado desde perspectivas académicas como la sociología, o corrientes inusuales y excepcionalmente colombianas como la violentología. Es decir, la idea de que la violencia y sus causas son difíciles de explicar está presente en una buena parte de la bibliografía autorizada al respecto en Colombia. Pero, por otro lado, también se encuentra el testimonio permanente que cada uno de nosotros, como sujetos colombianos, podemos ofrecer acerca de nuestra experiencia vital con la violencia. Y es justo en este punto donde chocan los esfuerzos de esclarecimiento con la obnubilación colectiva: por un lado, el intento de explicar causas, contextos, circunstancias, consecuencias, y por el otro, el deseo particular de sucumbir al sentimentalismo y a la lamentación indiferenciada.
Estas dos posibilidades no son provocadas necesariamente por esa impenetrabilidad permanente del objeto del que hablamos. De lo que se trataría, en este caso, es de romper con el hechizo de esta apariencia; de escapar de esa circunstancia en la que, progresivamente, las tendencias esclarecedoras e ilustrativas acerca de la violencia son desplazadas y suplantadas por la desesperación social o por una urgencia reconciliadora de carácter más bien sentimental. Aceptado el objeto en su complejidad tendría que permitirse, al contrario de la tendencia, que sean las disciplinas históricas las que informen nuestras representaciones acerca de la violencia. Una vez se adopta este punto de vista es posible percatarse del carácter esencialmente problemático que subyace a la película de Forero que estamos contemplando.
Su intento de presentar todas las situaciones en un plano de apariencia-neutralidad —entendida fundamentalmente como una suspensión del juicio— no implica que Forero se deshaga de una moral para encuadrar las circunstancias narrativas que se presentan en esta película. Esta sería una moral del hartazgo de la violencia, una moral cuyo contenido está más determinado por la histeria política general —y su contracara: la falta de formación política— que por un criterio reflexivo acerca de la naturaleza de las relaciones humanas en el contexto socio-histórico colombiano. Esta moral del cansancio produce, sobre todo, una política de la neutralidad; a través de su prisma todas las circunstancias violentas aparecen al mismo nivel, es decir, indistintamente representadas: sin reflexión. Aquí se entiende por reflexión esclarecimiento, ilustración, esfuerzo de comprensión y pedagogía, una diferenciación tan necesaria como el rechazo enérgico de la barbarie.
Al representar un plano de absoluto equilibrio a través del aura de una objetividad existencial, de una malabárica neutralidad política e imparcialidad moral, el efecto de esta película es una reproducción del enmarañamiento, de la densidad, en último término, de la medida de nuestra incomprensión política de la violencia. Esto tendría que llevar al director a un lugar que claramente le resultaría incómodo: el de la toma de postura. Pues, si hay algo que nos permite el conocimiento de causas históricas y una aproximación científica —distante de los lugares comunes— es tener una imagen, en alguna medida decantada, de los actores del conflicto, intenciones, proyectos sociales y momentos de decisión política; esto es, conocer para decidir. En ello nos alejaríamos de la tentación de representar todo esto tan particularizable, tan diferenciable, a partir de una omnicomprensiva condescendencia y de una ecuanimidad santificada.
En síntesis, y para ser claros, no es que esta obra carezca de una toma de postura política —lo que sería una visión más o menos banal en el contexto artístico—; es, más bien, que su indiferencia es producto de una falta de conocimiento.
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ENTRE LA CONMOCIÓN Y EL CONOCIMIENTO
Violencia, de Jorge Forero
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Tony Tost
En un país atravesado históricamente por incontables formas de violencia, el experimento de una película que adopte lacónicamente esta palabra como título parecería prometedor.
Violencia (2015), de Jorge Forero, es una coproducción colombo-mexicana que intenta adoptar una visión multidimensional del fenómeno de la violencia en el contexto del conflicto colombiano. Su multidimensionalidad consiste en el esfuerzo del director por mostrar este fenómeno sensible a partir de tres puntos de vista diferentes: cada uno se relaciona, al mismo tiempo, sea con el padecimiento o con la perpetración activa de la violencia. En este esfuerzo, el director se muestra esencialmente democrático, pues trata de poner a todos los personajes y a todas las situaciones en una especie de plano simétrico; es decir, la narración se cohíbe de establecer distinciones maniqueas acerca de las formas de participación en el conflicto colombiano.
En Violencia, pues, una primera historia se encarga de representar las angustias cotidianas de un hombre secuestrado por la guerrilla; por otro lado, la segunda historia busca ofrecer un esbozo de lo que fue una estrategia del ejército colombiano en el contexto de las políticas de seguridad democrática del país y que consistió, fundamentalmente, en el contacto y seducción de jóvenes —tanto en el campo como en las periferias de las ciudades— para ejecutarlos extrajudicialmente y presentarlos como cifras producto de combates. La tercera historia, finalmente, nos enseña la naturalidad de la vida cotidiana de un líder paramilitar, en la que se mezclan romances idílicos seculares y macabras decisiones de orden político y militar. Así, una característica distintiva —que es transversal a estas tres historias— consiste en la autoimpuesta neutralidad con la que son narradas. Dicha neutralidad se podría fácilmente confundir con una actitud puramente contemplativa frente al conflicto colombiano y, en este sentido, la ficción a partir de la cual estas historias están narradas parece por momentos traslaparse con el documental. Esta constelación de historias se presenta a través del engaño de ser una construcción imaginativa históricamente informada. Esto, que por un lado podría mostrase como un gesto formal distintivo y laudable, es también la puerta que se abre a los más grandes peligros de la indiferencia.
El fenómeno de la violencia en sí mismo ostenta la dureza de una piedra o de una montaña y la densidad de una selva o un manglar. Su complejidad se puede apreciar tanto desde el punto de vista conceptual, como desde el punto de vista de la experiencia cotidiana. Esto se ha demostrado desde perspectivas académicas como la sociología, o corrientes inusuales y excepcionalmente colombianas como la violentología. Es decir, la idea de que la violencia y sus causas son difíciles de explicar está presente en una buena parte de la bibliografía autorizada al respecto en Colombia. Pero, por otro lado, también se encuentra el testimonio permanente que cada uno de nosotros, como sujetos colombianos, podemos ofrecer acerca de nuestra experiencia vital con la violencia. Y es justo en este punto donde chocan los esfuerzos de esclarecimiento con la obnubilación colectiva: por un lado, el intento de explicar causas, contextos, circunstancias, consecuencias, y por el otro, el deseo particular de sucumbir al sentimentalismo y a la lamentación indiferenciada.
Estas dos posibilidades no son provocadas necesariamente por esa impenetrabilidad permanente del objeto del que hablamos. De lo que se trataría, en este caso, es de romper con el hechizo de esta apariencia; de escapar de esa circunstancia en la que, progresivamente, las tendencias esclarecedoras e ilustrativas acerca de la violencia son desplazadas y suplantadas por la desesperación social o por una urgencia reconciliadora de carácter más bien sentimental. Aceptado el objeto en su complejidad tendría que permitirse, al contrario de la tendencia, que sean las disciplinas históricas las que informen nuestras representaciones acerca de la violencia. Una vez se adopta este punto de vista es posible percatarse del carácter esencialmente problemático que subyace a la película de Forero que estamos contemplando.
Su intento de presentar todas las situaciones en un plano de apariencia-neutralidad —entendida fundamentalmente como una suspensión del juicio— no implica que Forero se deshaga de una moral para encuadrar las circunstancias narrativas que se presentan en esta película. Esta sería una moral del hartazgo de la violencia, una moral cuyo contenido está más determinado por la histeria política general —y su contracara: la falta de formación política— que por un criterio reflexivo acerca de la naturaleza de las relaciones humanas en el contexto socio-histórico colombiano. Esta moral del cansancio produce, sobre todo, una política de la neutralidad; a través de su prisma todas las circunstancias violentas aparecen al mismo nivel, es decir, indistintamente representadas: sin reflexión. Aquí se entiende por reflexión esclarecimiento, ilustración, esfuerzo de comprensión y pedagogía, una diferenciación tan necesaria como el rechazo enérgico de la barbarie.
Al representar un plano de absoluto equilibrio a través del aura de una objetividad existencial, de una malabárica neutralidad política e imparcialidad moral, el efecto de esta película es una reproducción del enmarañamiento, de la densidad, en último término, de la medida de nuestra incomprensión política de la violencia. Esto tendría que llevar al director a un lugar que claramente le resultaría incómodo: el de la toma de postura. Pues, si hay algo que nos permite el conocimiento de causas históricas y una aproximación científica —distante de los lugares comunes— es tener una imagen, en alguna medida decantada, de los actores del conflicto, intenciones, proyectos sociales y momentos de decisión política; esto es, conocer para decidir. En ello nos alejaríamos de la tentación de representar todo esto tan particularizable, tan diferenciable, a partir de una omnicomprensiva condescendencia y de una ecuanimidad santificada.
En síntesis, y para ser claros, no es que esta obra carezca de una toma de postura política —lo que sería una visión más o menos banal en el contexto artístico—; es, más bien, que su indiferencia es producto de una falta de conocimiento.
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