Regresar, muchas veces, es encontrarse con lo que quedó incompleto, lo interrumpido por la ausencia. Es también la oportunidad de permitirle al destino retomar su cauce. Esa liberación de lo que había permanecido en quieta espera, que a veces se llama justicia, a veces perdón, otras resignación, es la vitalidad que se halla en Nudo mixteco, de la directora mexicana Ángeles Cruz.
Son tres historias que llegan bifurcadas y luego se entretejen, hasta que, juntas, más la riqueza del entorno, conforman una unidad, un solo tejido, que conserva el color de la cultura mixteca, en el estado de Oaxaca, en México. María regresa al entierro de su madre fallecida y se enfrenta al rencor de su padre por su orientación sexual. Luego de una ausencia de tres años, Esteban, un clarinetista, retorna a su hogar y descubre que su mujer, Chabela, continuó su vida con otro hombre. Y Toña se reencuentra con los abusos sexuales vividos en su infancia, pero ahora encarnados en su hija, a quien ha ido a buscar para llevársela consigo.
Ángeles Cruz hace un retrato crítico a la comunidad indígena a la que ella misma pertenece. Plasma los efectos de la diáspora de su pueblo, visibiliza las problemáticas de su cultura, que parece alejada del progreso de las urbes y de la capital, al tiempo que plasma la sencillez de su tradición y sus rituales. Todo ello con una narración de aire melancólico, como el que se suele sentir cuando de enfrentarse con el pasado se trata. La película gestiona muy bien la idea de un lugar al cual ya no se sabe si se pertenece, pero que, aún así, revive las punzadas del dolor.
Nudo mixteco tiene la apariencia de una inofensiva sencillez. Nos contagiamos del fluir algo lánguido y dubitativo de los personajes principales, y, sin pensarlo, nos sentimos cómodos con el entorno: la preparación comunitaria de unas tortillas, los rituales de un funeral bajo la cadencia de la música, la celebración de la fiesta patronal de la población. Estos ecos se nos antojan simples aditamentos para hacer más certera la nostalgia que arrastran los personajes, y nos parece que ese talante se perpetuará en el resto de la película. Pero todo ello es apenas el entramado, un tímido impulso, porque el propósito es otro: sacar a la luz, con sutil contundencia, lo oculto por la ausencia, a través de escenas concisas que se quedan gravitando dentro de nosotros, como un breve sueño: un inesperado beso entre dos mujeres indígenas, el “te perdono, padre” de María, la decisión de la asamblea comunitaria de beneficiar a quien permanece sobre quien ha partido, la exposición pública de un pederasta.
Ese sentido comunitario es, entonces, otro de los pilares de la película. El trasfondo deja entrever la armonía en la relación de sus habitantes (en su mayoría recreados por los habitantes reales de la población de Villa Guadalupe Victoria, donde fue filmada la película y de la que es oriunda Ángeles Cruz), en el respeto por sus ritos y costumbres, en los sagrados saludos a pesar del rencor y en la manera como resuelven sus conflictos a través de la asamblea comunitaria, que se erige como esa especie de ágora donde la población opina y toma las decisiones para impartir justicia, según sus creencias y tradiciones, como sucede en el caso de Ernesto y sus denuncias de adulterio o el del pederasta que es expuesto públicamente por Toña. Hay una cierta solemnidad en estos hechos (momento en el que se combina el español con el mixteco) cuando la película vuelve protagonistas a miembros de la comunidad y nos hace a nosotros testigos de sus formas de autogobierno.
Pero la película no cae en la simple exaltación nostálgica de la comunidad indígena. También late en ella una crítica en torno a las dificultades de las mujeres de la población de decidir sobre sus destinos. María, Toña y Chabela (la esposa de Ernesto) representan a esas mujeres que han encontrado el camino para zafarse de esa atadura que pende de las rígidas costumbres. De allí se desprende, además, el tema de la mujer lesbiana indígena, que se aborda en la historia de María; una escena explícita de amor entre la protagonista y su amante del pasado saca a la luz con contundencia una realidad vedada y marca con ello una ruptura, no solo en el argumento sino en la población de Villa Guadalupe Victoria, donde la filmación de la película tuvo que pasar por la aprobación de la comunidad según sus tradiciones. Aún así, con la carga erótica de la escena y la evidente crítica en general de la historia, las imágenes se materializaron y en ellas acaso se habrán visto reflejados los miembros de la comunidad. El cine actúa aquí, entonces, como un medio de transformación social.
El “nudo mixteco” es también el nombre que lleva una zona montañosa mexicana, entre los estados de Puebla y Oaxaca, en la cual convergen tres cordilleras: la Sierra Madre Oriental, el Eje Neovolcánico y la Sierra Madre del Sur. Este escenario agreste se caracteriza por su complicada accesibilidad y por ser, en ese sentido, uno de los territorios menos explorados de México. De ahí la sensación de aislamiento que irradia la película: esta geografía árida obliga a algunos habitantes a migrar, con promesas de regreso y de un mejor futuro y con las consecuencias que ello conlleva en una población unida, que tiene propósitos comunes.
Por eso, al final, el arribo de los personajes termina de algún modo por reafirmar su arraigo, que viene tanto de la tradición que los abraza como del dolor de lo que ha roto su ausencia, y saben que, aunque deban iniciar su sanación para partir de nuevo, nunca dejarán de pertenecer. Así nos lo anuncia, precisamente, el epígrafe: “Sentía que no pertenecía a este mundo, fantaseaba que volaba, / que un día iba a desaparecer y convertirme en lluvia, / pero fue pasando el tiempo, me di cuenta de que no podía escapar”. Y en todo aquel proceso, en ese inevitable reencuentro consigo y con sus semejantes, está también, por supuesto, Ángeles Cruz, cuya película es en sí misma otra forma del retorno.
Más que sigiloso seguimiento a tres puntos de vista diferentes, Nudo mixteco es una construcción múltiple de ecos que suceden en un mismo momento. Cada una de las historias nos deja entrever las siluetas o sonidos de la otra, revelando la intimidad y la complicidad latente entre los habitantes de la pequeña población. Sin embargo, es en la procesión y el entierro de la madre de María donde los destinos de los tres personajes se unen, aunque sin alterarse, y juntos forman el nudo al que apela el título de la película; pero no “nudo” como metáfora de lo enrevesado, sino como aquel que hace parte de un tejido, al cual llegan y del cual se desprenden los hilos coloridos que, en últimas, conforman el destino de la misma población.
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LAS CONSECUENCIAS DEL RETORNO - FICUNAM (02)
Sobre Nudo mixteco, de Ángeles Cruz
Regresar, muchas veces, es encontrarse con lo que quedó incompleto, lo interrumpido por la ausencia. Es también la oportunidad de permitirle al destino retomar su cauce. Esa liberación de lo que había permanecido en quieta espera, que a veces se llama justicia, a veces perdón, otras resignación, es la vitalidad que se halla en Nudo mixteco, de la directora mexicana Ángeles Cruz.
Son tres historias que llegan bifurcadas y luego se entretejen, hasta que, juntas, más la riqueza del entorno, conforman una unidad, un solo tejido, que conserva el color de la cultura mixteca, en el estado de Oaxaca, en México. María regresa al entierro de su madre fallecida y se enfrenta al rencor de su padre por su orientación sexual. Luego de una ausencia de tres años, Esteban, un clarinetista, retorna a su hogar y descubre que su mujer, Chabela, continuó su vida con otro hombre. Y Toña se reencuentra con los abusos sexuales vividos en su infancia, pero ahora encarnados en su hija, a quien ha ido a buscar para llevársela consigo.
Ángeles Cruz hace un retrato crítico a la comunidad indígena a la que ella misma pertenece. Plasma los efectos de la diáspora de su pueblo, visibiliza las problemáticas de su cultura, que parece alejada del progreso de las urbes y de la capital, al tiempo que plasma la sencillez de su tradición y sus rituales. Todo ello con una narración de aire melancólico, como el que se suele sentir cuando de enfrentarse con el pasado se trata. La película gestiona muy bien la idea de un lugar al cual ya no se sabe si se pertenece, pero que, aún así, revive las punzadas del dolor.
Nudo mixteco tiene la apariencia de una inofensiva sencillez. Nos contagiamos del fluir algo lánguido y dubitativo de los personajes principales, y, sin pensarlo, nos sentimos cómodos con el entorno: la preparación comunitaria de unas tortillas, los rituales de un funeral bajo la cadencia de la música, la celebración de la fiesta patronal de la población. Estos ecos se nos antojan simples aditamentos para hacer más certera la nostalgia que arrastran los personajes, y nos parece que ese talante se perpetuará en el resto de la película. Pero todo ello es apenas el entramado, un tímido impulso, porque el propósito es otro: sacar a la luz, con sutil contundencia, lo oculto por la ausencia, a través de escenas concisas que se quedan gravitando dentro de nosotros, como un breve sueño: un inesperado beso entre dos mujeres indígenas, el “te perdono, padre” de María, la decisión de la asamblea comunitaria de beneficiar a quien permanece sobre quien ha partido, la exposición pública de un pederasta.
Ese sentido comunitario es, entonces, otro de los pilares de la película. El trasfondo deja entrever la armonía en la relación de sus habitantes (en su mayoría recreados por los habitantes reales de la población de Villa Guadalupe Victoria, donde fue filmada la película y de la que es oriunda Ángeles Cruz), en el respeto por sus ritos y costumbres, en los sagrados saludos a pesar del rencor y en la manera como resuelven sus conflictos a través de la asamblea comunitaria, que se erige como esa especie de ágora donde la población opina y toma las decisiones para impartir justicia, según sus creencias y tradiciones, como sucede en el caso de Ernesto y sus denuncias de adulterio o el del pederasta que es expuesto públicamente por Toña. Hay una cierta solemnidad en estos hechos (momento en el que se combina el español con el mixteco) cuando la película vuelve protagonistas a miembros de la comunidad y nos hace a nosotros testigos de sus formas de autogobierno.
Pero la película no cae en la simple exaltación nostálgica de la comunidad indígena. También late en ella una crítica en torno a las dificultades de las mujeres de la población de decidir sobre sus destinos. María, Toña y Chabela (la esposa de Ernesto) representan a esas mujeres que han encontrado el camino para zafarse de esa atadura que pende de las rígidas costumbres. De allí se desprende, además, el tema de la mujer lesbiana indígena, que se aborda en la historia de María; una escena explícita de amor entre la protagonista y su amante del pasado saca a la luz con contundencia una realidad vedada y marca con ello una ruptura, no solo en el argumento sino en la población de Villa Guadalupe Victoria, donde la filmación de la película tuvo que pasar por la aprobación de la comunidad según sus tradiciones. Aún así, con la carga erótica de la escena y la evidente crítica en general de la historia, las imágenes se materializaron y en ellas acaso se habrán visto reflejados los miembros de la comunidad. El cine actúa aquí, entonces, como un medio de transformación social.
El “nudo mixteco” es también el nombre que lleva una zona montañosa mexicana, entre los estados de Puebla y Oaxaca, en la cual convergen tres cordilleras: la Sierra Madre Oriental, el Eje Neovolcánico y la Sierra Madre del Sur. Este escenario agreste se caracteriza por su complicada accesibilidad y por ser, en ese sentido, uno de los territorios menos explorados de México. De ahí la sensación de aislamiento que irradia la película: esta geografía árida obliga a algunos habitantes a migrar, con promesas de regreso y de un mejor futuro y con las consecuencias que ello conlleva en una población unida, que tiene propósitos comunes.
Por eso, al final, el arribo de los personajes termina de algún modo por reafirmar su arraigo, que viene tanto de la tradición que los abraza como del dolor de lo que ha roto su ausencia, y saben que, aunque deban iniciar su sanación para partir de nuevo, nunca dejarán de pertenecer. Así nos lo anuncia, precisamente, el epígrafe: “Sentía que no pertenecía a este mundo, fantaseaba que volaba, / que un día iba a desaparecer y convertirme en lluvia, / pero fue pasando el tiempo, me di cuenta de que no podía escapar”. Y en todo aquel proceso, en ese inevitable reencuentro consigo y con sus semejantes, está también, por supuesto, Ángeles Cruz, cuya película es en sí misma otra forma del retorno.
Más que sigiloso seguimiento a tres puntos de vista diferentes, Nudo mixteco es una construcción múltiple de ecos que suceden en un mismo momento. Cada una de las historias nos deja entrever las siluetas o sonidos de la otra, revelando la intimidad y la complicidad latente entre los habitantes de la pequeña población. Sin embargo, es en la procesión y el entierro de la madre de María donde los destinos de los tres personajes se unen, aunque sin alterarse, y juntos forman el nudo al que apela el título de la película; pero no “nudo” como metáfora de lo enrevesado, sino como aquel que hace parte de un tejido, al cual llegan y del cual se desprenden los hilos coloridos que, en últimas, conforman el destino de la misma población.
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