La directora Yolanda Cruz ha plasmado algunas experiencias en esta película que, de modos indirectos, reconstruyen las vivencias particulares de desamor y migración. Tras sus puestas en escena como documentalista (El viaje de la esperanza, 2019), se embarca en este proyecto de largometraje en el que explora su trasfondo cultural y trata de reconstruir un relato sobre el silencio, el cariño y la solidaridad.
Esta película narra la historia de dos mujeres que se encuentran de camino a la peregrinación de la Santísima Reina de Oaxaca, la Virgen de Juquila. En medio de un tratamiento pictórico que apela a los silencios y al paisajismo intenso, Yolanda Cruz desarrolla, con una delicadeza inusitada, los instantes frágiles de una amistad femenina que logra surgir en medio del mutismo, el sigilo, las culpas y los secretos. Hope, Soledad se construye a partir de un par de pinceladas iniciales que informan de la vida individual de cada una de ellas. Por un lado, se asiste al regreso a casa de Hope. Logramos darnos cuenta de que no vive en México sino en Estados Unidos; se hace claro que hay en su experiencia personal migratoria tensiones que no ha resuelto y que se hacen evidentes en las primeras escenas en las que se representa esta vuelta a casa. No obstante, los problemas concretos y las aflicciones reales a las que está sometida esta mujer son algo que se elabora a lo largo de la historia a través de una oscuridad poética que la conecta inmediatamente con su contraparte. En el silencio y en la mirada surge el entorno de conexión con Soledad, una mujer de quien lo único que sabemos al comienzo de la película es que ha perdido al amor de su vida. Ambos personajes aparecen en escena a través de una clarísima referencia a su aislamiento. Hope aparece en medio de su viaje de retorno sola, un poco afligida y también un poco contrariada. Soledad, algo mayor que Hope, aparece entre decidida y resignada.
A pesar de este cuadro intenso, la directora no quiere dramas. Ni en la actitud o el semblante de ambas mujeres, ni en la reserva permanente que las define y las contornea ante el espectador, se asoma el gesto dramático o descompuesto. Una suerte de estoicismo mudo las acompaña en aquello que parece que está definido de antemano: la peregrinación, un intento de inmersión fervorosa en las profundidades oscuras de las propias culpas y tormentos. Esta parece ser una marca característica que atraviesa toda la composición cinematográfica. El intento por no desbordar nunca las líneas de lo apacible, el esfuerzo por contener en la quietud las fuerzas del afecto. En ello la tranquilidad de la actitud meditativa de ambas mujeres se acompasa con la exuberancia tranquila del paisaje, que en esta película queda bellamente registrado. Pero el paisaje humano también es determinante. Las escenas circunspectas de ambas protagonistas se contrastan fuertemente con las voces y sonidos de quienes las rodean en la ya reseñada peregrinación. Lenguas nativas y ancestrales reverberan permanentemente como ecosistema de la representación fílmica, se hacen paisaje ante la incomprensión del espectador, pero dan cuenta de la riqueza humana que se extiende hacia estratos sociales no absolutamente dilucidados. Quienes peregrinan callan, pero también hablan, y hablan de modos a veces incomprensibles. En esta compañía silenciosa (por el mutismo o por la incomprensión) se abre entonces el camino de una solidaridad no declarada panfletariamente.
Este es un punto en el que valdría la pena detenerse. Más allá del foco puesto en esta pareja de mujeres, la peregrinación aparece en el fondo de la narración como el momento donde la solidaridad se despliega a la vez que el fervor religioso. Los peregrinos se ayudan, se alimentan, se dan abrigo, se protegen entre ellos, festejan y rezan juntos. Al caminar todos acoplados por mor de razones en esencia personalísimas y, por lo tanto, incomprendidas, esta escena de la marcha hacia la redención de sus propias penas explota frente a la mirada del espectador y pareciera producir en él la imagen de una fraternidad posible, de una utopía aún deformada por el automatismo ritual.
La amistad tensa de Hope y de Soledad alcanza su unidad más significativa al estar atravesada también por las tensiones y el ocultamiento de cada una. En esto aparece, del mismo modo, una idea importante: la amistad y el cariño no son necesariamente de intensidades explícitas. Estas dos mujeres se acompañan en el desconocimiento mutuo y es en la suposición de las profundidades de sus respectivas tristezas donde cada una encuentra el sentimiento hacia la otra. La amistad se teje en estos dos personajes con los hilos de la prudencia y la discreción. Este es un rasgo que nos conduce hacia el rito final de purificación en el que Hope y Soledad se enfrentan con su pasado a través de una liberación emotiva presente. Irreconciliada consigo misma, irresoluble, pero con la seriedad y el peso de lo ya esbozado fílmicamente, esta película nos abandona y nos deja con la sensación de que no comprendimos pero acompañamos, de que no auscultamos pero vislumbramos, nos deja con un cariño silencioso por estos dos personajes y sus honduras.
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VISLUMBRAR EN EL SILENCIO - FICUNAM (03)
Sobre Hope, Soledad, de Yolanda Cruz
La directora Yolanda Cruz ha plasmado algunas experiencias en esta película que, de modos indirectos, reconstruyen las vivencias particulares de desamor y migración. Tras sus puestas en escena como documentalista (El viaje de la esperanza, 2019), se embarca en este proyecto de largometraje en el que explora su trasfondo cultural y trata de reconstruir un relato sobre el silencio, el cariño y la solidaridad.
Esta película narra la historia de dos mujeres que se encuentran de camino a la peregrinación de la Santísima Reina de Oaxaca, la Virgen de Juquila. En medio de un tratamiento pictórico que apela a los silencios y al paisajismo intenso, Yolanda Cruz desarrolla, con una delicadeza inusitada, los instantes frágiles de una amistad femenina que logra surgir en medio del mutismo, el sigilo, las culpas y los secretos. Hope, Soledad se construye a partir de un par de pinceladas iniciales que informan de la vida individual de cada una de ellas. Por un lado, se asiste al regreso a casa de Hope. Logramos darnos cuenta de que no vive en México sino en Estados Unidos; se hace claro que hay en su experiencia personal migratoria tensiones que no ha resuelto y que se hacen evidentes en las primeras escenas en las que se representa esta vuelta a casa. No obstante, los problemas concretos y las aflicciones reales a las que está sometida esta mujer son algo que se elabora a lo largo de la historia a través de una oscuridad poética que la conecta inmediatamente con su contraparte. En el silencio y en la mirada surge el entorno de conexión con Soledad, una mujer de quien lo único que sabemos al comienzo de la película es que ha perdido al amor de su vida. Ambos personajes aparecen en escena a través de una clarísima referencia a su aislamiento. Hope aparece en medio de su viaje de retorno sola, un poco afligida y también un poco contrariada. Soledad, algo mayor que Hope, aparece entre decidida y resignada.
A pesar de este cuadro intenso, la directora no quiere dramas. Ni en la actitud o el semblante de ambas mujeres, ni en la reserva permanente que las define y las contornea ante el espectador, se asoma el gesto dramático o descompuesto. Una suerte de estoicismo mudo las acompaña en aquello que parece que está definido de antemano: la peregrinación, un intento de inmersión fervorosa en las profundidades oscuras de las propias culpas y tormentos. Esta parece ser una marca característica que atraviesa toda la composición cinematográfica. El intento por no desbordar nunca las líneas de lo apacible, el esfuerzo por contener en la quietud las fuerzas del afecto. En ello la tranquilidad de la actitud meditativa de ambas mujeres se acompasa con la exuberancia tranquila del paisaje, que en esta película queda bellamente registrado. Pero el paisaje humano también es determinante. Las escenas circunspectas de ambas protagonistas se contrastan fuertemente con las voces y sonidos de quienes las rodean en la ya reseñada peregrinación. Lenguas nativas y ancestrales reverberan permanentemente como ecosistema de la representación fílmica, se hacen paisaje ante la incomprensión del espectador, pero dan cuenta de la riqueza humana que se extiende hacia estratos sociales no absolutamente dilucidados. Quienes peregrinan callan, pero también hablan, y hablan de modos a veces incomprensibles. En esta compañía silenciosa (por el mutismo o por la incomprensión) se abre entonces el camino de una solidaridad no declarada panfletariamente.
Este es un punto en el que valdría la pena detenerse. Más allá del foco puesto en esta pareja de mujeres, la peregrinación aparece en el fondo de la narración como el momento donde la solidaridad se despliega a la vez que el fervor religioso. Los peregrinos se ayudan, se alimentan, se dan abrigo, se protegen entre ellos, festejan y rezan juntos. Al caminar todos acoplados por mor de razones en esencia personalísimas y, por lo tanto, incomprendidas, esta escena de la marcha hacia la redención de sus propias penas explota frente a la mirada del espectador y pareciera producir en él la imagen de una fraternidad posible, de una utopía aún deformada por el automatismo ritual.
La amistad tensa de Hope y de Soledad alcanza su unidad más significativa al estar atravesada también por las tensiones y el ocultamiento de cada una. En esto aparece, del mismo modo, una idea importante: la amistad y el cariño no son necesariamente de intensidades explícitas. Estas dos mujeres se acompañan en el desconocimiento mutuo y es en la suposición de las profundidades de sus respectivas tristezas donde cada una encuentra el sentimiento hacia la otra. La amistad se teje en estos dos personajes con los hilos de la prudencia y la discreción. Este es un rasgo que nos conduce hacia el rito final de purificación en el que Hope y Soledad se enfrentan con su pasado a través de una liberación emotiva presente. Irreconciliada consigo misma, irresoluble, pero con la seriedad y el peso de lo ya esbozado fílmicamente, esta película nos abandona y nos deja con la sensación de que no comprendimos pero acompañamos, de que no auscultamos pero vislumbramos, nos deja con un cariño silencioso por estos dos personajes y sus honduras.
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