Sobre El film justifica los medios, de Jacobo del Castillo
El documental El film justifica los medios, del novísimo director Jacobo del Castillo, ofrece al espectador una reconstrucción crítica de los orígenes del llamado cine político colombiano. A través de una habilidosa presentación de imágenes de archivo, de producciones de los años 60 y 70, de una integración musical destacable y de un montaje sugerente, este trabajo logra producir la imagen de un cine político aún posible que, por devenires históricos, ha cedido terreno a la ficción hegemónica desvinculada del material social. Este documental es la expresión de un interés por el pasado de las luchas, por las posibilidades presentes de transformación social y, a su vez, por un cine futuro que tenga a lo político como ecosistema de desarrollo creativo.
Antes que nada, se trata de una película que inscribe en sus gestos el anhelo de recordar. Este documental está investido del ímpetu de la memoria. Compuesto de un montaje de sugerencias permanentes, este trabajo trata el archivo fílmico y los referentes que le componen a partir de una reverencia que, en sí misma, parece decir algo acerca del carácter ético con el que se asume el arte mismo del cine. Se pone en relación con la producción cinematográfica del pasado (de un pasado reciente que, al fin y al cabo, es todo el pasado del cine colombiano), y a través de este vínculo logra extender puentes también con el pasado de la nación. Como sello formal inconsciente, todo este pasado aparece en blanco y negro, a la par que atravesado por una suerte de dificultades e irregularidades técnicas en la representación que adquieren un significado casi poético: la suciedad sonora, el temblor de la mano, la pérdida de foco. En último término, la inseguridad de quien hace algo por primera vez, la timidez de quien emprende un proyecto de intención crítica en un país sumido en el terror histórico. En este conjunto de suaves ademanes, inaugurales y rebeldes, se representa una memoria legada que hoy aparece tan lúcida y tan transparente como quizá nunca lo fue. A fuerza de ser ignoradas o de ser sometidas a un culto minoritario del sector productor audiovisual comprometido, las imágenes del pasado reciente de Colombia, tan lejanas como aparecen en nuestro cine, logran hoy su mayor esplendor, su más clarificada elocuencia histórica. La fotografía irritada por la cercanía con las circunstancias, lo que hacía que en su momento todo contenido explicativo de lo real apareciera oscuro y difícil, de una vecindad obnubilante con la realidad, sumido en una proximidad que opacaba antes que aclaraba, aparece hoy en un horizonte despejado de un pasado que se postula allí luminoso y presto para ser conocido e interpretado. Este es el efecto que tiene la vuelta al pasado a la que nos exhorta Del Castillo: volvemos al pasado, reconocemos su propia perplejidad, y termina esta perplejidad por explicar y decir elocuentemente algo acerca de nuestro presente, de la tragedia que se ha convertido en comedia fársica. Esta es una reflexión de la cual el director parece ser plenamente consciente, pues en entrevista reciente para la prensa ha reconocido: “Siento que cada vez hay más audiencia y el público puede estar interesado en encontrar parte de su historia en el cine. Cuando presentamos la película en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación durante la Muestra Internacional Documental de Bogotá (MIDBO), espectadores entre los 20 y 35 años de edad manifestaron que, aunque nunca habían visto esos filmes de los 60, las imágenes les resultaban muy familiares. Así que creo que hay puntos entre la cultura y la historia colombiana que pueden despertar interés”. La necesidad de volver al pasado no con un interés museístico, sino con la intención de recuperar un recuerdo vital para el presente, aparece entonces como un ethos permanente en esta producción que comprende lo menesteroso que es para una contemporaneidad de huérfanas luchas sociales no saberse abandonada en la historia del padecimiento y la resistencia.
Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que este documental recuerda? En este punto se abren dos aristas que le dan muchísimo valor al trabajo de Del Castillo. Por un lado, es un ejercicio de memoria de la lucha social; por el otro, es un ejercicio de rememoración del cine que se interesaba por la lucha social. En tal medida, esta producción se declara formal y sustancialmente contra el conformismo social y artístico. Esta es una declaración de principios que habría de exigirse como momento fundamental de las reconstrucciones estéticas de una realidad social tan compleja como la colombiana. El documental impugna el desprecio por el destino de la sociedad (narraciones en las que se trasciende abstractamente las condiciones bajo las cuales la realidad estética de los espectadores y productores se desenvuelve) y se convierte, en igual medida, en objeción de todo cine (mera reconstrucción estética de la realidad) que no se declare afín a los deseos de transformación social. Este documental reconstruye, a su manera, la historia limitada de lo público en Colombia y presenta un horizonte posible para construir una esfera pública del cine que se interese decididamente por integrar una red simbólica en la que los sujetos históricamente excluidos adquieran una imagen aproximada de su propia dignidad.
Este trabajo es también la rememoración de los cuerpos y nombres que se dieron a la tarea de recopilar aquella serie de imágenes que hoy aparecen como diáfano mensaje en la botella. Este homenaje a las “madres y padres” del cine político colombiano se instala entonces también como un reconocimiento subjetivo, como la afirmación de que aquellos impulsos políticos que lograron un cierto vigor en aquel momento reposaban sobre hombros y espaldas específicos: eran procesos apalancados por individuos de carne y hueso que daban la cara, que exponían su nombre y su reputación en las condiciones de represión y permanente engaño democrático. A pesar de este loable homenaje a la figura de Marta Rodríguez, Carlos Sánchez y Carlos Álvarez, y también un poco en contravía de la consciencia que el director tiene de los efectos que el documental puede tener en el presente, el contenido mismo del trabajo documental no se compromete abiertamente con una apuesta novedosa para el trabajo cinematográfico del presente. Es decir, la lograda reconstrucción del pasado del cine político colombiano parece quedarse estancada en cierta medida en la admiración edípica. No logra trascender el momento de identificación con los precursores ni expone un compromiso más allá de la reconstrucción de los materiales que han sido legados al presente. El espectador, entonces, extraña una aproximación a lo que podría ser una reconstrucción creativa de los materiales del pasado, una elaboración de las visiones que produzca sustancia nueva para el presente. Las intervenciones permanentes de la voz del director en la forma del texto entre planos no parece ser suficiente; de hecho, tales irrupciones formales se muestran, en ocasiones, un poco inferiores al vigor y la robustez conceptual de las imágenes con las que se contrastan.
No obstante, el documental en su totalidad compone una pieza esperanzadora de la que se pueden derivar impulsos creativos en torno a un cine político que, en compromiso abierto con el pasado, logre abrir camino para un nuevo cine y para las luchas por venir que este ha de retratar.
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EL CINE DE LAS LUCHAS POR VENIR
Sobre El film justifica los medios, de Jacobo del Castillo
El documental El film justifica los medios, del novísimo director Jacobo del Castillo, ofrece al espectador una reconstrucción crítica de los orígenes del llamado cine político colombiano. A través de una habilidosa presentación de imágenes de archivo, de producciones de los años 60 y 70, de una integración musical destacable y de un montaje sugerente, este trabajo logra producir la imagen de un cine político aún posible que, por devenires históricos, ha cedido terreno a la ficción hegemónica desvinculada del material social. Este documental es la expresión de un interés por el pasado de las luchas, por las posibilidades presentes de transformación social y, a su vez, por un cine futuro que tenga a lo político como ecosistema de desarrollo creativo.
Antes que nada, se trata de una película que inscribe en sus gestos el anhelo de recordar. Este documental está investido del ímpetu de la memoria. Compuesto de un montaje de sugerencias permanentes, este trabajo trata el archivo fílmico y los referentes que le componen a partir de una reverencia que, en sí misma, parece decir algo acerca del carácter ético con el que se asume el arte mismo del cine. Se pone en relación con la producción cinematográfica del pasado (de un pasado reciente que, al fin y al cabo, es todo el pasado del cine colombiano), y a través de este vínculo logra extender puentes también con el pasado de la nación. Como sello formal inconsciente, todo este pasado aparece en blanco y negro, a la par que atravesado por una suerte de dificultades e irregularidades técnicas en la representación que adquieren un significado casi poético: la suciedad sonora, el temblor de la mano, la pérdida de foco. En último término, la inseguridad de quien hace algo por primera vez, la timidez de quien emprende un proyecto de intención crítica en un país sumido en el terror histórico. En este conjunto de suaves ademanes, inaugurales y rebeldes, se representa una memoria legada que hoy aparece tan lúcida y tan transparente como quizá nunca lo fue. A fuerza de ser ignoradas o de ser sometidas a un culto minoritario del sector productor audiovisual comprometido, las imágenes del pasado reciente de Colombia, tan lejanas como aparecen en nuestro cine, logran hoy su mayor esplendor, su más clarificada elocuencia histórica. La fotografía irritada por la cercanía con las circunstancias, lo que hacía que en su momento todo contenido explicativo de lo real apareciera oscuro y difícil, de una vecindad obnubilante con la realidad, sumido en una proximidad que opacaba antes que aclaraba, aparece hoy en un horizonte despejado de un pasado que se postula allí luminoso y presto para ser conocido e interpretado. Este es el efecto que tiene la vuelta al pasado a la que nos exhorta Del Castillo: volvemos al pasado, reconocemos su propia perplejidad, y termina esta perplejidad por explicar y decir elocuentemente algo acerca de nuestro presente, de la tragedia que se ha convertido en comedia fársica. Esta es una reflexión de la cual el director parece ser plenamente consciente, pues en entrevista reciente para la prensa ha reconocido: “Siento que cada vez hay más audiencia y el público puede estar interesado en encontrar parte de su historia en el cine. Cuando presentamos la película en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación durante la Muestra Internacional Documental de Bogotá (MIDBO), espectadores entre los 20 y 35 años de edad manifestaron que, aunque nunca habían visto esos filmes de los 60, las imágenes les resultaban muy familiares. Así que creo que hay puntos entre la cultura y la historia colombiana que pueden despertar interés”. La necesidad de volver al pasado no con un interés museístico, sino con la intención de recuperar un recuerdo vital para el presente, aparece entonces como un ethos permanente en esta producción que comprende lo menesteroso que es para una contemporaneidad de huérfanas luchas sociales no saberse abandonada en la historia del padecimiento y la resistencia.
Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que este documental recuerda? En este punto se abren dos aristas que le dan muchísimo valor al trabajo de Del Castillo. Por un lado, es un ejercicio de memoria de la lucha social; por el otro, es un ejercicio de rememoración del cine que se interesaba por la lucha social. En tal medida, esta producción se declara formal y sustancialmente contra el conformismo social y artístico. Esta es una declaración de principios que habría de exigirse como momento fundamental de las reconstrucciones estéticas de una realidad social tan compleja como la colombiana. El documental impugna el desprecio por el destino de la sociedad (narraciones en las que se trasciende abstractamente las condiciones bajo las cuales la realidad estética de los espectadores y productores se desenvuelve) y se convierte, en igual medida, en objeción de todo cine (mera reconstrucción estética de la realidad) que no se declare afín a los deseos de transformación social. Este documental reconstruye, a su manera, la historia limitada de lo público en Colombia y presenta un horizonte posible para construir una esfera pública del cine que se interese decididamente por integrar una red simbólica en la que los sujetos históricamente excluidos adquieran una imagen aproximada de su propia dignidad.
Este trabajo es también la rememoración de los cuerpos y nombres que se dieron a la tarea de recopilar aquella serie de imágenes que hoy aparecen como diáfano mensaje en la botella. Este homenaje a las “madres y padres” del cine político colombiano se instala entonces también como un reconocimiento subjetivo, como la afirmación de que aquellos impulsos políticos que lograron un cierto vigor en aquel momento reposaban sobre hombros y espaldas específicos: eran procesos apalancados por individuos de carne y hueso que daban la cara, que exponían su nombre y su reputación en las condiciones de represión y permanente engaño democrático. A pesar de este loable homenaje a la figura de Marta Rodríguez, Carlos Sánchez y Carlos Álvarez, y también un poco en contravía de la consciencia que el director tiene de los efectos que el documental puede tener en el presente, el contenido mismo del trabajo documental no se compromete abiertamente con una apuesta novedosa para el trabajo cinematográfico del presente. Es decir, la lograda reconstrucción del pasado del cine político colombiano parece quedarse estancada en cierta medida en la admiración edípica. No logra trascender el momento de identificación con los precursores ni expone un compromiso más allá de la reconstrucción de los materiales que han sido legados al presente. El espectador, entonces, extraña una aproximación a lo que podría ser una reconstrucción creativa de los materiales del pasado, una elaboración de las visiones que produzca sustancia nueva para el presente. Las intervenciones permanentes de la voz del director en la forma del texto entre planos no parece ser suficiente; de hecho, tales irrupciones formales se muestran, en ocasiones, un poco inferiores al vigor y la robustez conceptual de las imágenes con las que se contrastan.
No obstante, el documental en su totalidad compone una pieza esperanzadora de la que se pueden derivar impulsos creativos en torno a un cine político que, en compromiso abierto con el pasado, logre abrir camino para un nuevo cine y para las luchas por venir que este ha de retratar.
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