El argentino Matías Piñeiro (La princesa de Francia, Viola) y el gallego Lois Patiño (Costa da Morte, Lua Vermella) estrenaron un cortometraje a cuatro manos, Sycorax, reescritura interdiscursiva de la obra de teatro de Shakespeare La Tempestad, filmado en las islas portuguesas de Las Azores. Esta conjunción de miradas hace parte de la Sección Umbrales del FICUNAM.
Un bonaerense y un vigués buscan un árbol encantado
La película Sycorax es un recorrido a campo traviesa. Piñeiro y Patiño se han alejado del sendero monolingüístico-antropocéntrico y se han entregado a la porosidad de la deriva junto a la actriz Agustina Muñoz. Esta nueva posibilidad de reescritura del mito shakespereano funciona como una película-laboratorio así como el poeta de Martinica, Aimé Césaire, hacía lo propio con Una Tempestad: Adaptación de La Tempestad de Shakespeare para un teatro negro,donde la matriz predadora del colonizador tenía su agente discursivo en Próspero, y Caliban y la hechicera Sycorax en la latente Naturaleza como narrativa invisible del despojo. Esta forma de metabolizar la mistura de los sentidos hace que el ejercicio del dúo de las dos “P” adquiera novedosas formas pedagógicas de exploración del quehacer cinematográfico. Imposible es determinar dónde empieza la cosmología mística visual de Patiño y dónde la apuesta formal, verbal y coreográfica del Piñeiro de Hermia & Helena (tal vez en la resonancia juguetona de la traducción de El sueño de una noche de verano: el texto también como forma geográfica de exploración), pero lo que sí se puede percibir es una suerte de asilvestramiento en los procedimientos de las búsquedas del filmar y montar. Caminar este nuevo suelo inédito permite zanjar cuestiones tediosas del acercamiento a lo real, parametrizar los momentos “ficcionales” o “documentales” de Sycorax es un acto estéril, como lo es tratar en vano de atrapar el viento que agita a los árboles hechizados de Los Azores filmados por Mauro Herce, director de fotografía de Lois Patiño, Oliver Laxe o Eloy Enciso, y director él mismo de la reveladora Dead Slow Ahead (2015).
Es precisamente en la conquista de la libertad y el tiempo que puede llegar a florecer lo orgánico en Sycorax. Secuencias como la del casting de la hechicera en medio de las grutas redefinen la claustrofóbica tiranía habitual del casting per sé, acertadamente se convierten en puntos de fuga que le permiten a la película seguir respirando más allá de los estadios burocráticos de la preproducción y la producción.
Sycorax funciona como extremidad latente del cuerpo aglutinante que será Ariel, largometraje donde Piñeiro y Patiño volverán a colaborar, esta vez dejando de lado a la hechicera de la isla de La Tempestad y centrándose en el espíritu apresado en el árbol encantado. Pensar esta colaboración entre los realizadores como un diálogo que crece en la periferia de las dinámicas industriales del medio posibilita nuevas prácticas materiales cinematográficas, unas que apremian la transfiguración y la fundición de cosmogonías visuales y sonoras.
Sycorax nos presenta al cine como bosque encantado. Lugar donde merodean las figuras y donde rebotan los sonidos, ya sean los de un diálogo adaptado de una obra de teatro o los de un hechizo que se repite en bucle, una explanada de luces y sombras, “…un teatrillo sensorial”, como lo diría el mismo Piñeiro. Solo hay que recordar el maravilloso prólogo que recorre los rostros de los aldeanos mientras la voz de la directora les va designando los roles dramáticos de la obra. El cine permite este tipo de sinergias ocultas entre las fabulaciones y las presencias, entre paisajes y coreografías, fundidos como las miradas de dos realizadores fascinantes, uno variando las melodías shakesperianas de esa entidad escurridiza conocida como la adaptación y el otro como un gestor de presencias mitológicas, en las costas de su pueblo, generando rupturas entre lo mitológico trascendente y lo contemplativo etnográfico.
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APUNTES PARA UNA TEMPESTAD EN LAS AZORES - FICUNAM (06)
Sobre Sycorax, de Matías Piñeiro y Lois Patiño
El argentino Matías Piñeiro (La princesa de Francia, Viola) y el gallego Lois Patiño (Costa da Morte, Lua Vermella) estrenaron un cortometraje a cuatro manos, Sycorax, reescritura interdiscursiva de la obra de teatro de Shakespeare La Tempestad, filmado en las islas portuguesas de Las Azores. Esta conjunción de miradas hace parte de la Sección Umbrales del FICUNAM.
Un bonaerense y un vigués buscan un árbol encantado
La película Sycorax es un recorrido a campo traviesa. Piñeiro y Patiño se han alejado del sendero monolingüístico-antropocéntrico y se han entregado a la porosidad de la deriva junto a la actriz Agustina Muñoz. Esta nueva posibilidad de reescritura del mito shakespereano funciona como una película-laboratorio así como el poeta de Martinica, Aimé Césaire, hacía lo propio con Una Tempestad: Adaptación de La Tempestad de Shakespeare para un teatro negro, donde la matriz predadora del colonizador tenía su agente discursivo en Próspero, y Caliban y la hechicera Sycorax en la latente Naturaleza como narrativa invisible del despojo. Esta forma de metabolizar la mistura de los sentidos hace que el ejercicio del dúo de las dos “P” adquiera novedosas formas pedagógicas de exploración del quehacer cinematográfico. Imposible es determinar dónde empieza la cosmología mística visual de Patiño y dónde la apuesta formal, verbal y coreográfica del Piñeiro de Hermia & Helena (tal vez en la resonancia juguetona de la traducción de El sueño de una noche de verano: el texto también como forma geográfica de exploración), pero lo que sí se puede percibir es una suerte de asilvestramiento en los procedimientos de las búsquedas del filmar y montar. Caminar este nuevo suelo inédito permite zanjar cuestiones tediosas del acercamiento a lo real, parametrizar los momentos “ficcionales” o “documentales” de Sycorax es un acto estéril, como lo es tratar en vano de atrapar el viento que agita a los árboles hechizados de Los Azores filmados por Mauro Herce, director de fotografía de Lois Patiño, Oliver Laxe o Eloy Enciso, y director él mismo de la reveladora Dead Slow Ahead (2015).
Es precisamente en la conquista de la libertad y el tiempo que puede llegar a florecer lo orgánico en Sycorax. Secuencias como la del casting de la hechicera en medio de las grutas redefinen la claustrofóbica tiranía habitual del casting per sé, acertadamente se convierten en puntos de fuga que le permiten a la película seguir respirando más allá de los estadios burocráticos de la preproducción y la producción.
Sycorax funciona como extremidad latente del cuerpo aglutinante que será Ariel, largometraje donde Piñeiro y Patiño volverán a colaborar, esta vez dejando de lado a la hechicera de la isla de La Tempestad y centrándose en el espíritu apresado en el árbol encantado. Pensar esta colaboración entre los realizadores como un diálogo que crece en la periferia de las dinámicas industriales del medio posibilita nuevas prácticas materiales cinematográficas, unas que apremian la transfiguración y la fundición de cosmogonías visuales y sonoras.
Sycorax nos presenta al cine como bosque encantado. Lugar donde merodean las figuras y donde rebotan los sonidos, ya sean los de un diálogo adaptado de una obra de teatro o los de un hechizo que se repite en bucle, una explanada de luces y sombras, “…un teatrillo sensorial”, como lo diría el mismo Piñeiro. Solo hay que recordar el maravilloso prólogo que recorre los rostros de los aldeanos mientras la voz de la directora les va designando los roles dramáticos de la obra. El cine permite este tipo de sinergias ocultas entre las fabulaciones y las presencias, entre paisajes y coreografías, fundidos como las miradas de dos realizadores fascinantes, uno variando las melodías shakesperianas de esa entidad escurridiza conocida como la adaptación y el otro como un gestor de presencias mitológicas, en las costas de su pueblo, generando rupturas entre lo mitológico trascendente y lo contemplativo etnográfico.
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