Este año, la Muestra Internacional Documental de Bogotá, MIDBO, ha ofrecido un Taller de Escritura sobre Documentales, liderado por Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo. Aquí estaremos publicando los textos que se crean, estudian, arman y estructuran en el taller. Toda la información sobre la MIDBO la encuentran acá: https://midbo.co/
Conversación íntima con los «objetos rebeldes»*
A propósito de Objetos rebeldes, de Carolina Arias Ortiz.
Las películas, como las piedras, también se convierten en objetos rebeldes que nos muestran nuestras propias grietas, personales e históricas; descubren nuestras fracturas en la memoria y nos retornan a ellas.
Los «objetos rebeldes» resisten y sobreviven al paso del tiempo, guardan secretos y se niegan a ser completamente conocidos. Sin embargo, se imponen a la vista y se interponen en el camino. Invitan a ser palpados, recorridos, explorados, pues los objetos rebeldes también revelan.
En su documental Objetos rebeldes, Carolina Arias Ortiz, antropóloga y cineasta, entrecruza lo familiar y lo nacional, el presente y el pasado, la relación con un padre y con un país. Un padre que conocemos a través de las fotografías de la infancia. Un país que se revela en las esculturas y en las piedras esféricas de la gente del Diquis, a través de la mirada y la voz de Ifigenia Qintanilla, la arqueóloga que las estudia.
Las esferas de piedra son artefactos arqueológicos excepcionales de la época precolombina que se encuentran en el sureste de Costa Rica, la mayoría en la planicie de la delta del Diquis. Las esferas miden desde unos pocos centímetros hasta 2,66 metros de diámetro, y pueden llegar a pesar hasta 24 toneladas (http://www.diquis.go.cr/es/territorio-de-esferas-objetos-de-poder). En 2014, la Unesco reconoció los asentamientos de las esferas como Patrimonio de la Humanidad y la Asamblea Legislativa de Costa Rica las declaró símbolo nacional.
Fotos y piedras talladas son objetos misteriosos que descubren para la autora los vínculos silenciados y agrietados de su propia identidad. Su historia resuena con mi propia historia.
Mi padre, que dejó hace mucho tiempo de ser papá o papi, murió el 30 de octubre del 2020 y como es usual aclarar en estos tiempos, no murió de Covid. Un cáncer de pulmón, detectado en su fase terminal, le dio (nos dio) unos pocos meses para alistar la despedida. Mi padre vivía en México desde hace 20 años, la última vez que nos vimos fue en una corta visita que le hice en el 2013. La cuarentena estricta en la que nos encontrábamos en el momento de recibir la noticia de su diagnóstico y el cierre de fronteras me impidieron viajar para un último encuentro, que aún no estoy segura de que hubiera querido tener. A lo mejor, aún sea posible. Hay encuentros que no requieren de la presencia del otro, a lo mejor, este escrito lo sea.
Ante las circunstancias, no planteé la posibilidad de viajar, así que nos conformamos, y tal vez agradecimos que fuera así, con unas pocas conversaciones por zoom, las cuales prontamente fueron reemplazadas por mensajes de WhatsApp que su esposa leía y respondía por él. En mi cumpleaños, diez días antes de su muerte, me envió una foto en la que intentaba el ademán de un abrazo. Es la última imagen que tengo de él, sus restos.
Restos: fragmentos, pedazos inconexos de algún objeto roto. Las manos de una mujer los toma uno a uno, desliza los dedos por sus bordes sinuosos, busca coincidencias en las formas, los une. Una vasija de cerámica emerge. Lo que parecía irreparable va tomando forma. No está completa, muchos pedazos se han perdido, pero es suficiente para comprenderla.
Pienso en Carolina, quien también perdió a su padre, en las fisuras de su relación, en cómo los objetos la tocan emocionalmente y cómo su memoria se recompone escarbando en un pasado más remoto. Pienso en Ifigenia que con su mirada revive los objetos. Ella, la arqueóloga, también tiene una historia con su padre. ¿Por qué sus búsquedas resuenan en mi?, ¿qué nos une? Converso con ellas a través de esta película.
Carolina retorna a Costa Rica, a reencontrarse con su padre, pero también con un territorio. Reconstruir el vínculo con un país a través de un pasado que es negado o minimizado, es reconocer las ausencias, los vacíos. La negación de una presencia no europea, no blanca, no moderna. La exploración arqueológica se convierte en metáfora de nuestros vínculos rotos. La minuciosa labor de la arqueóloga reconstruye objetos, fragmentos del pasado, vestigios que con sus cicatrices y agujeros cuentan esa otra historia. Orígenes inciertos y opacos, pero presentes. El retorno es también un encuentro.
Mi padre salió de Colombia en 1999 y nunca regresó. Después de una corta estadía en Costa Rica se estableció en Mérida, en el estado de Yucatán. Allí presiento que logró conectarse con sus raíces mestizas. El bambuco yucateca le sonaba al bambuco tolimense. Todavía me pregunto si en su admiración entusiasta por las ruinas mayas, se escondía un acallado orgullo por los ancestros pijaos, que sin duda hacen parte del legado familiar. A través de mi padre, tengo un vínculo con ese territorio que no he habitado pero al que tal vez sea necesario retornar, para regresar a la memoria.
En Objetos rebeldes la mirada recorre con lentitud el paisaje, el objeto, las manos que clasifican y que unen. Contempla el presente en blanco y negro y nos transporta al recuerdo a través del color de las fotografías. Mediante las imágenes pausadas y los murmullos de la selva, comprendemos que ningún recorrido tiene un solo sentido y que la soledad es solo la posibilidad de la conexión con el otro.
Por eso nuestras historias se conectan. Nuestras historias se repiten: padres ausentes, por su decisión o por la imposibilidad de estar, padres arrebatados por las violencias, padres que se van, padres que nunca estuvieron. Y también los que están. Comunicaciones truncadas y posibles. Instantes que la memoria oculta y el objeto recupera. Padres que se olvidan, padres que se extrañan, padres a los que se les recrimina, padres a los que se perdona. No es la primera vez que se hace una película que habla del encuentro con un padre. La lista podría ser interminable, como infinitas son las historias. Un padre es muchos padres, como el de Carolina, como el mío. Pero ahora me queda el papá del que me tengo que despedir.
Ifigenia y Carolina nos dicen en esta película que «La memoria de los objetos es más larga que la memoria humana que está limitada por la mortalidad». Sin embargo, es la mirada la que interpela, la que devuelve la vida al objeto. Es la mirada -y no el objeto- la que visita el pasado y lo actualiza.
Nuestras historias se encuentran. Quizás en algún momento nuestros padres, el de Carolina, el de Ifigenia, el mío, caminaron en la misma calle de San José y miraron de reojo la piedra esférica que adorna algún edificio gubernamental. Una roca que llegó antes que ellos y perdura después de su partida como testimonio silenciado de algún origen común aún por inventar.
Texto elaborado en el Taller de Escritura sobre Documentales de la 23 Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO, con la coordinación de Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo Sánchez.
Que belleza de texto, estoy con la piel de gallina. Gracias por este texto. Me emociona mucho.