Hemos viajado al Festival Internacional de Cine de Cali, una edición que suponemos especial porque el festival ya no será el mismo. Hemos viajado como peregrinos en busca de respuestas sobre su propia fe. Con aliento, también, de pensar qué es lo que nos deja Luis Ospina. Esta y otras entradas serán la materialización de esas búsquedas.
Sábado. Día 3.
El día empezó retardado entre encuentros de amigos y nuevos conocidos. Apuntó, sin duda, y desde un principio, a una larga sesión cinematográfica: Cinemateca de la Tertulia, Palmetto, Unicentro. Entramos a ver Lo que arde, de Olivier Laxe. Una película entre el fuego y las sospechas. Contemplación, pausas, pocas y profundas conversaciones. El campo y su lentitud. Un hombre retraído y su anciana madre. Luego solo fuego, fuego por todas partes. Indomable. Fuego hasta el amanecer. La pantalla ardía con el amarillo y rojizo encendido de las llamas. Al salir del cine nos encontramos con todos los amigos amantes del cine. Los abrazos, las conversaciones, las miradas sobre las películas. Luego un taxi que nos llevaría rápidamente a Palmetto. Unos pocos buenos amigos, de Luis Ospina. Andrés Caicedo, un personaje muy distinto al Amador de Laxe -pero quizás no tanto-, un hacedor también de hogueras de otro estilo. Historias de amor, letras, imágenes, una obra extensa realizada casi en un suspiro, culpas y adioses.
El cine me llevó a recorrer un poco más de Cali en la tarde. No alcancé al viaje a Unicentro. Se aprende más de la ciudad andando. La calle de la escopeta se encuentra con el Bulevar, en el que por debajo del suelo fluyen otras vidas en sus automóviles. Hablamos con algunos amigos sobre el día de la inauguración, sobre el Teatro Calima. Ese que fue inaugurado en los años 60 (lugar de encuentro de delirios cinematográficos), cerrando luego sus puertas el 9 de julio de 1999 -fecha por demás llamativa-, muy probablemente por la llegada noventera de los múltiplex en los centros comerciales, como también pasó con muchos teatros en Bogotá. Durante 20 años funcionó más para otros cultos y artificios, y su abandono llegó a ser notable. Hace poco volvió a abrir sus puertas al cine. Del cine a la vida cristiana, de la vida cristiana al abandono, del abandono al cine. Y, de nuevo, Todo comenzó por el fin. Se dice que 1200 personas caben en el teatro. Con razón se veía tan lejos el grupo de Cali desde la ubicación de prensa.
Domingo. Día 4.
Era nuestro último día antes de tomar el avión en la noche. En la mañana recorrimos un poco más las calles, bajo un sol espeso. El camino a Unicentro nos llevó un buen rato. Fuimos a ver El unicornio,de Isabelle Dupuis y Tim Geraghty. Otro documental de personajes intensos, quizás incomprendidos a los ojos del mundo exterior. Peter Grudzien, un cantante gay de música country en Estados Unidos. Siempre ubicado en los márgenes en virtud de su “locura”. Un ser prolífico.La película me hizo pensar en la voz de la locura misma ¿Cómo habla la locura? ¿Cómo creemos que se ve y se viste la locura? ¿De qué manera se relaciona con los cuerpos? ¿A qué suena? Quizás el momento más interesante es el del archivo de grabación de el Unicornio. El loco con cámara en mano, nuestra mirada siendo la suya, el miedo en su voz, la mirada sobre los otros, el mundo exterior que se abalanza sobre los incomprendidos. La decadencia de todo un país, quizás.
Salimos de esta película y en menos de 10 minutos ya estábamos en otra. El personaje era Andrés, pero no Caicedo, sino un cubano que nos muestra los ejercicios Para la guerra, expresados a través de su memoria corporal. Una película de Francisco Marise en la que lo performativo permite ampliar la imaginación del espectador. Los ejercicios de Andrés, uno tras otro, exploran sus antiguos días de soldado. Guerras ajenas que han quedado grabadas en su cuerpo. Luego de la proyección Francisco nos contó la travesía de la realización. Nos habló de Cuba, de su cercanía y amistad con Andrés. De la importancia de haber encontrado en su intención cinematográfica, unida a los encuentros fortuitos, una magia estética de representación del testimonio. Me siento muy conectada con esta exploración. La sencillez de las cosas complejas de la vida.
El tiempo se agotó para nosotros ese día. Un largo trayecto al aeropuerto y la nostalgia y las ansias que suele dejar Cali a su paso.
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DIARIOS DE CALI (03)
Hemos viajado al Festival Internacional de Cine de Cali, una edición que suponemos especial porque el festival ya no será el mismo. Hemos viajado como peregrinos en busca de respuestas sobre su propia fe. Con aliento, también, de pensar qué es lo que nos deja Luis Ospina. Esta y otras entradas serán la materialización de esas búsquedas.
Sábado. Día 3.
El día empezó retardado entre encuentros de amigos y nuevos conocidos. Apuntó, sin duda, y desde un principio, a una larga sesión cinematográfica: Cinemateca de la Tertulia, Palmetto, Unicentro. Entramos a ver Lo que arde, de Olivier Laxe. Una película entre el fuego y las sospechas. Contemplación, pausas, pocas y profundas conversaciones. El campo y su lentitud. Un hombre retraído y su anciana madre. Luego solo fuego, fuego por todas partes. Indomable. Fuego hasta el amanecer. La pantalla ardía con el amarillo y rojizo encendido de las llamas. Al salir del cine nos encontramos con todos los amigos amantes del cine. Los abrazos, las conversaciones, las miradas sobre las películas. Luego un taxi que nos llevaría rápidamente a Palmetto. Unos pocos buenos amigos, de Luis Ospina. Andrés Caicedo, un personaje muy distinto al Amador de Laxe -pero quizás no tanto-, un hacedor también de hogueras de otro estilo. Historias de amor, letras, imágenes, una obra extensa realizada casi en un suspiro, culpas y adioses.
El cine me llevó a recorrer un poco más de Cali en la tarde. No alcancé al viaje a Unicentro. Se aprende más de la ciudad andando. La calle de la escopeta se encuentra con el Bulevar, en el que por debajo del suelo fluyen otras vidas en sus automóviles. Hablamos con algunos amigos sobre el día de la inauguración, sobre el Teatro Calima. Ese que fue inaugurado en los años 60 (lugar de encuentro de delirios cinematográficos), cerrando luego sus puertas el 9 de julio de 1999 -fecha por demás llamativa-, muy probablemente por la llegada noventera de los múltiplex en los centros comerciales, como también pasó con muchos teatros en Bogotá. Durante 20 años funcionó más para otros cultos y artificios, y su abandono llegó a ser notable. Hace poco volvió a abrir sus puertas al cine. Del cine a la vida cristiana, de la vida cristiana al abandono, del abandono al cine. Y, de nuevo, Todo comenzó por el fin. Se dice que 1200 personas caben en el teatro. Con razón se veía tan lejos el grupo de Cali desde la ubicación de prensa.
Domingo. Día 4.
Era nuestro último día antes de tomar el avión en la noche. En la mañana recorrimos un poco más las calles, bajo un sol espeso. El camino a Unicentro nos llevó un buen rato. Fuimos a ver El unicornio, de Isabelle Dupuis y Tim Geraghty. Otro documental de personajes intensos, quizás incomprendidos a los ojos del mundo exterior. Peter Grudzien, un cantante gay de música country en Estados Unidos. Siempre ubicado en los márgenes en virtud de su “locura”. Un ser prolífico. La película me hizo pensar en la voz de la locura misma ¿Cómo habla la locura? ¿Cómo creemos que se ve y se viste la locura? ¿De qué manera se relaciona con los cuerpos? ¿A qué suena? Quizás el momento más interesante es el del archivo de grabación de el Unicornio. El loco con cámara en mano, nuestra mirada siendo la suya, el miedo en su voz, la mirada sobre los otros, el mundo exterior que se abalanza sobre los incomprendidos. La decadencia de todo un país, quizás.
Salimos de esta película y en menos de 10 minutos ya estábamos en otra. El personaje era Andrés, pero no Caicedo, sino un cubano que nos muestra los ejercicios Para la guerra, expresados a través de su memoria corporal. Una película de Francisco Marise en la que lo performativo permite ampliar la imaginación del espectador. Los ejercicios de Andrés, uno tras otro, exploran sus antiguos días de soldado. Guerras ajenas que han quedado grabadas en su cuerpo. Luego de la proyección Francisco nos contó la travesía de la realización. Nos habló de Cuba, de su cercanía y amistad con Andrés. De la importancia de haber encontrado en su intención cinematográfica, unida a los encuentros fortuitos, una magia estética de representación del testimonio. Me siento muy conectada con esta exploración. La sencillez de las cosas complejas de la vida.
El tiempo se agotó para nosotros ese día. Un largo trayecto al aeropuerto y la nostalgia y las ansias que suele dejar Cali a su paso.
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