Este año, la Muestra Internacional Documental de Bogotá, MIDBO, ha ofrecido unTaller de Escritura sobre Documentales, liderado por Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo. Aquí estaremos publicando los textos que se crean, estudian, arman y estructuran en el taller. Toda la información sobre la MIDBO la encuentran acá: https://midbo.co/
Aunque el título pareciera ser un oxímoron [El ruido silencioso], Yeeun Kang invita a pensar el acto de callar, el hecho de estar callado, como un tipo de sonido subterráneo, casi imperceptible. Aquello que en inglés se nombra como quiet, produce un sonido que es capaz de ser captado y registrado por una grabadora, sólo requiere de una atención enfocada, ritual. [Idea tomada de la escritora Tina M. Campt quien lo dice de la siguiente forma: “callar no debe mezclarse con el silencio. Lo callado es registrado de manera sónica, como un nivel de intensidad que requiere una atención profunda. Análogamente, la fotografía callada invoca a un ejercicio heurístico en el que se debe prestar atención a un rango de intensidades menores, generadas por imágenes que se asumen están mudas” (Campt, Listening to, 6, traducción mía)] Las imágenes que la directora presenta siempre están recubiertas por una capa sonora, a veces estridente, otras veces sosegada, aunque con un poder de perforar, como si entrara en lo profundo del cuerpo con la intención de tocar los secretos que parecen estar ocultos en la espesura de la memoria. No se trata, en ese sentido, de una exploración sobre el silencio, sino sobre los sonidos subterráneos, que como ondas telúricas recorren las placas tectónicas de la vida personal y emergen, sin previo aviso, en el presente de la directora.
Un catálogo de sonidos funciona como material de ese frágil mundo que es la infancia.
"De mi pequeño reino afortunado
me quedó esa costumbre de calor
y una imposible propensión al mito"
Versos de “Infancia y confesiones” del poeta Jaime Gil de Biedma
Los ruidos de puertas, platos, la tos de una persona desconocida, música a todo volumen, gritos, una onda sonido sostenida a una alta frecuencia, voces en un coro de susurros, taladros, risas, pasos, el graznido metálico de una parvada. Una larga lista de sonidos de lo cotidiano y, de último, la voz en coreano de la directora. Un idioma castigado, que en el archivo se revela como un lenguaje menor, una forma secundaria, supeditada al aprendizaje y conocimiento del alemán. La lengua sagrada (heilige), que con toda su fuerza colonizadora se intenta imprimir en los tonos y cantos de la directora, es cuestionada y subvertida con el uso del coreano. La aparición de su voz como adulta, que se percibía de manera callada en los subtítulos que comunicaban sus pensamientos, rompe con la línea de opresión y castigo que su padre le imponía.
La manera de perpetuar el poder familiar e imponer un sistema de comportamiento era a través de la religión católica. De niña la obligaban a aprender sobre ese dios con mayúscula. Las huellas de esta educación se perciben en el presente: una iglesia con una cruz de neón rojo es filmada; una misa católica en coreano es presentada a través del sonido. La familia le exige que recite con cuidado y meticulosidad la historia de Jonás. Su forma de enfrentarse a las heridas de la educación es por medio de la transformación sonora. La misa, los cantos religiosos, la historia de Jonás, todas entran al catálogo de ruidos, de sonidos del pasado que se traducen en palabras sin significado en el presente, en ondas descontextualizadas, carentes de forma. La resistencia ocurre en el murmullo, en las ondas de baja frecuencia que arrastran del pasado los sonidos como un despojo, no como un aprendizaje.
La lengua materna, esa que en el archivo pretende negarse, es la lengua de la resistencia, el sonido que resiste, la frecuencia alta que se opone a las enseñanzas de la infancia. Palabras dichas en la lengua del corazón, no domesticadas, son el elemento indómito que el pasado no puede ocultar. Las paredes del hogar de la infancia son transparentes, hechas de ondas de sonido. Por dentro se producen sus contornos y por fuera se perciben sus ecos. Estos sonidos siguen el ritmo del flujo de la memoria: mientras se presentan las imágenes del pasado, que han sido capturadas con una cámara casera Hi 8, los sonidos del dolor se ocultan; pero cuando la cámara se apaga y las imágenes del presente entran a cuadro, los recuerdos que quedaron del archivo se manifiestan en el sonido. Lo que la imagen contenía, pero no podía gritar, se hace presente en medio de edificios blancos y calles desiertas, donde el sonido parece amplificarse, aunque nadie parece escucharlo.
El encuentro con las imágenes del pasado es un encuentro con lo reprimido. En el cuerpo de la directora cuando era niña, en su llanto y en las réplicas que hace a sus padres, se pueden leer los gestos de resistencia ante la imposición de un sistema de pensamiento y expresión (la lengua ajena). Un momento en la película que fija esta idea es cuando se mezclan dos acontecimientos distintos de su archivo familiar. El primero es una imagen de ella más grande, aunque sigue siendo una niña, en un cumpleaños, rodeada de sus amigas. Su mamá es quien graba la escena y su padre, a quien vemos de perfil, aunque casi totalmente de espaldas, está sentado con todas las compañeras de Kang. Empiezan a cantar el feliz cumpleaños y la imagen pasa de ser una celebración a convertirse en la de un llanto. Mientras se sigue escuchando el canto jovial, se ve una imagen congelada de un espacio que ya varias veces se ha mostrado en la película. Es la sala donde a ella, de niña, la han amenazado con pegarle con una vara; el espacio del hogar, que ya no es terreno de la protección y la ternura, sino de la tortura y el castigo. Un sentimiento ominoso es el que rodea esta escena y condensa la poética de la película: en el momento en que un acontecimiento se ha instalado y ha echado raíces como un trauma, parece imposible arrancarlo y eliminarlo de la memoria. Su aparición será siempre inesperada, pero está latente. El llanto, gesto que se ha fundido en el material de archivo, aparece no sólo como un recuerdo y una huella del dolor, sino como una advertencia, una invitación a la no repetición, la ruptura con el pasado.
Kang ve el mito de la infancia como un terreno en ruinas, un parque de diversiones abandonado. La tortura y la violencia con la que su padre trataba de imponerle que aprendiera alemán, que cantara de forma bonita, que bailara bien, quedaba dicha por los pocos segundos que la cámara tardaba en cortar. Cada corte, cada plano que finaliza, es el inicio de la violencia fuera de campo. Siempre que Kang vuelve a una imagen que antes ha fundido a negro, es porque su padre la había castigado o golpeado. Al encender la cámara, parecía que todo volvía a estar en orden, que ella había atendido a los consejos y reclamos de su padre y había corregido sus errores. Sin embargo, hay momentos en que es imposible contener las huellas de aquello que ocurría fuera del campo y, de nuevo, en forma de ecos, reviven los miedos de la infancia.
Una niña con vestido rojo, a través de una ciudad llena de blanco, camina por las calles mientras marejadas de sonidos se mezclan en un caos indiscernible.
¿Espejo de Kang?
Probablemente sea la encarnación de la posibilidad: el espectro callado, con la boca sellada, que camina entre un cielomoto de ruidos. La niña nunca habla. Nada de ella recuerda ni invoca al sonido. Es un espectro carmesí que deambula por las calles de la ciudad, por los pasajes del presente, por las ruinas de la infancia.
A lo largo de la película aparecen estas preguntas escritas –la palabra escrita, que no es otra cosa que el ruido de las letras sobre el sonido de la imagen–: ¿por qué el sonido no es lindo? ¿En qué momento el sonido se convierte en ruido? La respuesta no emerge. Las imágenes del archivo y el presente devuelven al espectador sonidos que no pueden ser traducidos a nuestro lenguaje. Una larga cadena de onomatopeyas no bastaría para comprender su mensaje. El arte del ruido se opone siempre al silencio. Las imágenes del trauma de la infancia ya no pueden callar.
El ejercicio monstruoso de verse grabada y enfrentar a ese ojo ajeno, al ojo del padre que castiga, que amenaza, que tortura, así como al ojo de la madre que justifica el dolor, que reproduce el discurso del propio padre, resulta en una mirada de extrañamiento y abyección del pasado. Es por esto que el ruido resulta ser lo único posible de escuchar, porque la música o los sonidos melifluos parecen sólo pertenecer al mundo de lo fantástico, de la realidad sobreimpuesta, de lo sagrado. [Estas ideas proceden del manifiesto “El arte del ruido” de Luigi Russolo, en el que afirma: “Los seres primitivos atribuían el sonido a un origen divino. Se le rodeó de un aspecto religioso, reservado sólo a los curas, quienes enriquecían sus ritos con un nuevo misterio. En ese sentido, se desarrolló una nueva concepción del sonido como algo aparte, distinto de e independiente de la vida. El resultado de esto fue la música, un mundo fantástico sobreimpuesto en la realidad, inviolable y sagrado. Esta atmósfera hierática estaba destinada a disminuir el progreso de la música, así que otras artes se pulieron y la superaron” (Russolo, The Art of Noise, 5, traducción mía)] En cambio, los ruidos hacen parte de una dimensión herética de lo que emerge sin ser invitado, del ritmo involuntario de la memoria, de todo aquello que la cámara captó y su operador no supo siquiera que allí estaba grabado.
Kang habla desde la herida, desde el resquebrajamiento. Este es un documental que funciona como una fonografía, un registro de los espectros no escritos, de las huellas y gritos que no podían contenerse en el cuadro de la imagen. Aquí los gritos se transforman en susurros del pasado y la música en ruido. Como dice Fisher, “el hogar es donde está el espectro”; lo doméstico es invadido por lo perturbador. El viaje de vuelta, del retorno, está acompañado del dolor. Una invitación que hace este documental es a desandar el camino de la vida, a descender de la alta montaña del presente y mirar lo que se ha quedado abajo, lo que se pasó por alto, lo que no se consideró. Errar por las imágenes y cavar, con el cincel del oído, las pétreas superficies que han encerrado los verdaderos sonidos del pasado.
Texto elaborado en el Taller de Escritura sobre Documentales de la 23 Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO, con la coordinación de Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo Sánchez.
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ESPECTROS DE LA INFANCIA
Este año, la Muestra Internacional Documental de Bogotá, MIDBO, ha ofrecido unTaller de Escritura sobre Documentales, liderado por Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo. Aquí estaremos publicando los textos que se crean, estudian, arman y estructuran en el taller. Toda la información sobre la MIDBO la encuentran acá: https://midbo.co/
A propósito de The Quiet Noise (El ruido silencioso), de Yeeun Kang
Espectros de la infancia*
Aunque el título pareciera ser un oxímoron [El ruido silencioso], Yeeun Kang invita a pensar el acto de callar, el hecho de estar callado, como un tipo de sonido subterráneo, casi imperceptible. Aquello que en inglés se nombra como quiet, produce un sonido que es capaz de ser captado y registrado por una grabadora, sólo requiere de una atención enfocada, ritual. [Idea tomada de la escritora Tina M. Campt quien lo dice de la siguiente forma: “callar no debe mezclarse con el silencio. Lo callado es registrado de manera sónica, como un nivel de intensidad que requiere una atención profunda. Análogamente, la fotografía callada invoca a un ejercicio heurístico en el que se debe prestar atención a un rango de intensidades menores, generadas por imágenes que se asumen están mudas” (Campt, Listening to, 6, traducción mía)] Las imágenes que la directora presenta siempre están recubiertas por una capa sonora, a veces estridente, otras veces sosegada, aunque con un poder de perforar, como si entrara en lo profundo del cuerpo con la intención de tocar los secretos que parecen estar ocultos en la espesura de la memoria. No se trata, en ese sentido, de una exploración sobre el silencio, sino sobre los sonidos subterráneos, que como ondas telúricas recorren las placas tectónicas de la vida personal y emergen, sin previo aviso, en el presente de la directora.
Un catálogo de sonidos funciona como material de ese frágil mundo que es la infancia.
Los ruidos de puertas, platos, la tos de una persona desconocida, música a todo volumen, gritos, una onda sonido sostenida a una alta frecuencia, voces en un coro de susurros, taladros, risas, pasos, el graznido metálico de una parvada. Una larga lista de sonidos de lo cotidiano y, de último, la voz en coreano de la directora. Un idioma castigado, que en el archivo se revela como un lenguaje menor, una forma secundaria, supeditada al aprendizaje y conocimiento del alemán. La lengua sagrada (heilige), que con toda su fuerza colonizadora se intenta imprimir en los tonos y cantos de la directora, es cuestionada y subvertida con el uso del coreano. La aparición de su voz como adulta, que se percibía de manera callada en los subtítulos que comunicaban sus pensamientos, rompe con la línea de opresión y castigo que su padre le imponía.
La manera de perpetuar el poder familiar e imponer un sistema de comportamiento era a través de la religión católica. De niña la obligaban a aprender sobre ese dios con mayúscula. Las huellas de esta educación se perciben en el presente: una iglesia con una cruz de neón rojo es filmada; una misa católica en coreano es presentada a través del sonido. La familia le exige que recite con cuidado y meticulosidad la historia de Jonás. Su forma de enfrentarse a las heridas de la educación es por medio de la transformación sonora. La misa, los cantos religiosos, la historia de Jonás, todas entran al catálogo de ruidos, de sonidos del pasado que se traducen en palabras sin significado en el presente, en ondas descontextualizadas, carentes de forma. La resistencia ocurre en el murmullo, en las ondas de baja frecuencia que arrastran del pasado los sonidos como un despojo, no como un aprendizaje.
La lengua materna, esa que en el archivo pretende negarse, es la lengua de la resistencia, el sonido que resiste, la frecuencia alta que se opone a las enseñanzas de la infancia. Palabras dichas en la lengua del corazón, no domesticadas, son el elemento indómito que el pasado no puede ocultar. Las paredes del hogar de la infancia son transparentes, hechas de ondas de sonido. Por dentro se producen sus contornos y por fuera se perciben sus ecos. Estos sonidos siguen el ritmo del flujo de la memoria: mientras se presentan las imágenes del pasado, que han sido capturadas con una cámara casera Hi 8, los sonidos del dolor se ocultan; pero cuando la cámara se apaga y las imágenes del presente entran a cuadro, los recuerdos que quedaron del archivo se manifiestan en el sonido. Lo que la imagen contenía, pero no podía gritar, se hace presente en medio de edificios blancos y calles desiertas, donde el sonido parece amplificarse, aunque nadie parece escucharlo.
El encuentro con las imágenes del pasado es un encuentro con lo reprimido. En el cuerpo de la directora cuando era niña, en su llanto y en las réplicas que hace a sus padres, se pueden leer los gestos de resistencia ante la imposición de un sistema de pensamiento y expresión (la lengua ajena). Un momento en la película que fija esta idea es cuando se mezclan dos acontecimientos distintos de su archivo familiar. El primero es una imagen de ella más grande, aunque sigue siendo una niña, en un cumpleaños, rodeada de sus amigas. Su mamá es quien graba la escena y su padre, a quien vemos de perfil, aunque casi totalmente de espaldas, está sentado con todas las compañeras de Kang. Empiezan a cantar el feliz cumpleaños y la imagen pasa de ser una celebración a convertirse en la de un llanto. Mientras se sigue escuchando el canto jovial, se ve una imagen congelada de un espacio que ya varias veces se ha mostrado en la película. Es la sala donde a ella, de niña, la han amenazado con pegarle con una vara; el espacio del hogar, que ya no es terreno de la protección y la ternura, sino de la tortura y el castigo. Un sentimiento ominoso es el que rodea esta escena y condensa la poética de la película: en el momento en que un acontecimiento se ha instalado y ha echado raíces como un trauma, parece imposible arrancarlo y eliminarlo de la memoria. Su aparición será siempre inesperada, pero está latente. El llanto, gesto que se ha fundido en el material de archivo, aparece no sólo como un recuerdo y una huella del dolor, sino como una advertencia, una invitación a la no repetición, la ruptura con el pasado.
Kang ve el mito de la infancia como un terreno en ruinas, un parque de diversiones abandonado. La tortura y la violencia con la que su padre trataba de imponerle que aprendiera alemán, que cantara de forma bonita, que bailara bien, quedaba dicha por los pocos segundos que la cámara tardaba en cortar. Cada corte, cada plano que finaliza, es el inicio de la violencia fuera de campo. Siempre que Kang vuelve a una imagen que antes ha fundido a negro, es porque su padre la había castigado o golpeado. Al encender la cámara, parecía que todo volvía a estar en orden, que ella había atendido a los consejos y reclamos de su padre y había corregido sus errores. Sin embargo, hay momentos en que es imposible contener las huellas de aquello que ocurría fuera del campo y, de nuevo, en forma de ecos, reviven los miedos de la infancia.
Una niña con vestido rojo, a través de una ciudad llena de blanco, camina por las calles mientras marejadas de sonidos se mezclan en un caos indiscernible.
¿Espejo de Kang?
Probablemente sea la encarnación de la posibilidad: el espectro callado, con la boca sellada, que camina entre un cielomoto de ruidos. La niña nunca habla. Nada de ella recuerda ni invoca al sonido. Es un espectro carmesí que deambula por las calles de la ciudad, por los pasajes del presente, por las ruinas de la infancia.
A lo largo de la película aparecen estas preguntas escritas –la palabra escrita, que no es otra cosa que el ruido de las letras sobre el sonido de la imagen–: ¿por qué el sonido no es lindo? ¿En qué momento el sonido se convierte en ruido? La respuesta no emerge. Las imágenes del archivo y el presente devuelven al espectador sonidos que no pueden ser traducidos a nuestro lenguaje. Una larga cadena de onomatopeyas no bastaría para comprender su mensaje. El arte del ruido se opone siempre al silencio. Las imágenes del trauma de la infancia ya no pueden callar.
El ejercicio monstruoso de verse grabada y enfrentar a ese ojo ajeno, al ojo del padre que castiga, que amenaza, que tortura, así como al ojo de la madre que justifica el dolor, que reproduce el discurso del propio padre, resulta en una mirada de extrañamiento y abyección del pasado. Es por esto que el ruido resulta ser lo único posible de escuchar, porque la música o los sonidos melifluos parecen sólo pertenecer al mundo de lo fantástico, de la realidad sobreimpuesta, de lo sagrado. [Estas ideas proceden del manifiesto “El arte del ruido” de Luigi Russolo, en el que afirma: “Los seres primitivos atribuían el sonido a un origen divino. Se le rodeó de un aspecto religioso, reservado sólo a los curas, quienes enriquecían sus ritos con un nuevo misterio. En ese sentido, se desarrolló una nueva concepción del sonido como algo aparte, distinto de e independiente de la vida. El resultado de esto fue la música, un mundo fantástico sobreimpuesto en la realidad, inviolable y sagrado. Esta atmósfera hierática estaba destinada a disminuir el progreso de la música, así que otras artes se pulieron y la superaron” (Russolo, The Art of Noise, 5, traducción mía)] En cambio, los ruidos hacen parte de una dimensión herética de lo que emerge sin ser invitado, del ritmo involuntario de la memoria, de todo aquello que la cámara captó y su operador no supo siquiera que allí estaba grabado.
Kang habla desde la herida, desde el resquebrajamiento. Este es un documental que funciona como una fonografía, un registro de los espectros no escritos, de las huellas y gritos que no podían contenerse en el cuadro de la imagen. Aquí los gritos se transforman en susurros del pasado y la música en ruido. Como dice Fisher, “el hogar es donde está el espectro”; lo doméstico es invadido por lo perturbador. El viaje de vuelta, del retorno, está acompañado del dolor. Una invitación que hace este documental es a desandar el camino de la vida, a descender de la alta montaña del presente y mirar lo que se ha quedado abajo, lo que se pasó por alto, lo que no se consideró. Errar por las imágenes y cavar, con el cincel del oído, las pétreas superficies que han encerrado los verdaderos sonidos del pasado.
Texto elaborado en el Taller de Escritura sobre Documentales de la 23 Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO, con la coordinación de Pedro Adrián Zuluaga y Valentina Giraldo Sánchez.
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