Burn the Film, aparte de ser una compañía fundada en 2010 por los realizadores chinos Shengze Zhu y Zhengfan Yang, es un laboratorio de experimentación cinematográfica donde las imágenes en movimiento se renuevan con la singularidad de sus propuestas formales y narrativas.
Desde 2012, Burn the Film ha producido varias películas que enseñan el material del que está hecha una empresa creativa en contra de la rutina audiovisual por su forma de acercarse al mundo a través de una cámara.
Algunas de las películas que se anuncian en su página –http://burnthefilm.org/– sugieren en la brevedad de la sinopsis la excepción a la norma: The Man Behind A Camera (dirigida, escrita, fotografiada y editada por Zhengfan Yang en 2009) es un acertijo sobre la mirada -¿qué ve un fotógrafo, qué ve su cámara y qué ve el espectador de la historia?– basado en Blow Up (Antonioni, 1966) y “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar, un relato donde el narrador sabe que “el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa”; Ten Years Later, también realizada con la capacidad de pulpo cinematográfico de Zhengfan en 2010, narra la historia de un hombre sentenciado a muerte por ser el principal sospechoso del asesinato de su mujer, quien reaparece diez años después de la ejecución de su marido; Out of Focus (Shengze Zhu, 2013) es un documental sobre el taller de fotografía que dictó Shengze en Wuhan a niños campesinos cuyos padres tuvieron que trasladarse a la ciudad, descubriéndose de qué manera se opacaba “la inocencia de sus esperanzas”; Another Year (Shengze Zhu, 2016) nos introduce en el espacio doméstico de una familia de obreros chinos durante trece comidas que insinúan diversos aspectos del país con la rutina de su intimidad; Where Are You Going (Zhengfan Yang, 2016) nos lleva de paseo por Hong Kong en un viaje de 130 minutos por el que vemos la ciudad a través del parabrisas de un taxi; Present.Perfect. (Shengze Zhun, 2019) describe el espejismo de las relaciones humanas y sus ilusiones tecnológicas, que nos hacen vivir una paradoja: encontrarnos en la distancia.
El trabajo de Shengze y Zhengfan es intercambiable: cuando uno de ellos dirige, el otro produce y viceversa. Su colaboración nos recuerda la complicidad de Albert y David Maysles; Jean-Marie Straub y Danièle Huillet; Jean-Pierre y Luc Dardenne, realizadores que han trabajado a cuatro manos renovando la visión del cine.
Una actitud que se agradece a Burn the Film por la forma delicada y metafórica que tuvo para situarse al margen de las imágenes periodísticas con las que se informó sobre la emergencia sanitaria en la ciudad de Wuhan, cuando en diciembre de 2019 se convirtió en el foco de la “extraña neumonía” que China reportó entonces a la Organización Mundial de la Salud por el contagio que afectó a varios trabajadores del Mercado de Mariscos de Huanan –una “extraña neumonía” que en febrero de 2020 sería conocida con el rótulo de Covid-19–.
Tras la explosión de los prejuicios en contra de los hábitos gastronómicos de China, las evidencias de la esclavitud animal en “mercados mojados” como el de Huanan, el odio del racismo contra todo lo que fuera una evocación de lo asiático en el campo de batalla en el que se convirtió Estados Unidos durante el reinado catastrófico de DT –el DDT del honor y la verdad–, Un río avanza, gira, borra, reemplaza (2021), el documental con el que Shengze Zhu, nacida en Wuhan en 1987, quiso resolver sus preguntas acerca de los puentes que se tienden entre el pasado y el presente, antes y durante la presencia del coronavirus en la ciudad, haciendo del río Yangtzé el eje de su narración, es una tregua a la truculencia que practica el eslogan periodístico: si sangra, vende.
Interesada por el paisaje urbano como un escenario colectivo de la memoria y por la forma como la imagen y el sonido pueden construir el tiempo y el espacio de una película, pues el cine, para Shengze, no se trata simplemente de contar historias, Un río avanza, gira, borra, reemplaza es una galería de imágenes alrededor de esa memoria amenazada tanto por la enfermedad como por la voracidad de los puentes y edificios que transforman los recuerdos que sugiere un lugar.
Los primeros ocho minutos del documental muestran el plano fijo de una calle filmada en distintas horas desde febrero hasta abril de 2020. Es posible percibir el confinamiento de Wuhan en lo que fue entonces un tiempo trágicamente inolvidable. De repente, el silencio se quebranta de una manera estruendosa por las sirenas de abril con las que se anunció el fin de la cuarentena y el espejismo de la soledad en un país de 1.700 millones de habitantes.
Mientras escuchamos las sirenas vemos a un fotógrafo correr de un lado a otro por la calle con el frenesí del reportero –o del turista– que captura con su lente un instante que hará parte de su colección virtual. Primero, al fondo de la imagen, ante un grupo de personas que guardan un silencio reverencial, y luego, en primer plano, cuando sorprende a otro grupo detenido en la acera con actitud reflexiva. El azar reúne así dos puntos de vista: el caníbal –en términos visuales: ¡hay que devorar la realidad con la cámara!–, sugerido por el fotógrafo ansioso, y el punto de vista metafórico de Shengze, que inicia con este plano su recorrido por la ciudad a la que transformó, con ritmo vertiginoso, el delirio arquitectónico impulsado por un propósito, hacer de Wuhan algo “diferente cada día”, tanto así que la directora, cuando filma algún sitio en construcción –y su pasado en destrucción–, parece interrogarnos sobre los vestigios sepultados por el tiempo.
Tras un corte vemos a una multitud en frente del río Yangtzé, el río que bordea Wuhan –y que nos recuerda el significado de su nombre: Wuhan/la ciudad del río–. Un rumor de sorpresa atraviesa el aire cuando se iluminan simultáneamente los edificios en la otra orilla y sus luces se reflejan sobre el agua. Vemos entonces a los turistas prepandémicos obturar con frenesí las cámaras de sus teléfonos.
Dos planos después, serenos y contemplativos para que la mirada se detenga en sus imágenes, vemos deslizarse en la pantalla la primera de varias cartas escritas por los sobrevivientes a los fantasmas que no pudieron resistir el virus.
Sobre un rincón en sombras, que ocupa la mitad de la pantalla, sobresale la parte superior y radiante de uno de los puentes legendarios de Wuhan. El contraste entre la luz y la oscuridad podría verse como una descripción del encuentro entre la vida y la muerte con las palabras de la carta que un hombre le dirige a su mujer extraviada en ultratumba. Recuerda la sencillez de los instantes felices, los paseos que hacían juntos, el placer de disfrutar de la brisa del río tomándose de las manos con ella y con su hijo, sus comidas, el pasado, cada vez más distante, fugitivo en una ciudad que “florece”, como escribe el viudo, “sin ti”.
El documental se convierte entonces en algo semejante a una sesión de espiritismo: cuando el viudo recuerda el espectáculo de luces al que asistieron con su mujer y su hijo, es posible que estuvieran entre la multitud que vimos al inicio del documental, esperando ese mismo espectáculo en el río Yangtzé.
Filmado entre el verano de 2016 y el otoño de 2019 –exceptuando la imagen inicial de la calle en 2020–, Un río avanza, gira, borra, reemplaza es un documental que narra su historia con fragmentos de vida en la ciudad que existe y en la que alguna vez existió el pasado al que intenta rescatar Shengze.
Sin diálogos, registrando los sonidos que murmura la ciudad, las conversaciones fortuitas o la música al ritmo de la que baila un grupo de ancianos en una terraza, las imágenes y sus sonidos componen el rumor de la vida que permanece.
Fragmentos de una ciudad que continuamos descubriendo en Wuhan cuando vemos a la gente que nada en el río –y recordamos a Heráclito: “Aun los que se bañan en los mismos ríos se bañan en distintas aguas”– o esperamos a que baje de un transbordador el cargamento de motociclistas y automóviles que cruzan por la pantalla hacia su destino en la ciudad.
Otra carta, dirigida a una abuela, fechada el 15 de septiembre de 2020, es una evocación de su fantasma y de tantos momentos perdidos antes de que muriera –por ejemplo, una visita al hospital que no pudo ser por el temor al contagio–.
El viaje continúa en otro mirador frente al río donde la gente se toma fotografías –acaso para comprobar después que la felicidad fue posible en ese instante perpetuado por la imagen, como sucede con el documental en sus fragmentos más plácidos–, observa el paisaje brumoso, camina –algo tan sencillo y elocuente cuando avanzar paso a paso por el mundo es una evidencia de la vida–, enseña cómo transcurría la existencia antes de la tragedia.
Sobre la desmesura del Yangtzé, que la cámara pretende abarcar con un plano general, leemos otra carta:
“Pa, no sé cómo pude vivir estos 211 días (…) lo más triste es que ni mi mamá ni yo pudimos estar contigo en el momento más doloroso (…) cuando más nos necesitabas (…) si no hubieras ido al hospital por tus medicinas, si te hubiera pedido que te pusieras un tapabocas, si… ¿Dónde estás?”.
Escrita el 2 de septiembre de 2020, la historia de una chica que viajó a Estados Unidos y nunca más vio a su padre nos permite hacer un juego de espejos con Shengze: la chica y la directora tienen la misma edad; Shengze vive en Chicago; la chica recuerda en la carta que, mientras su padre la llevaba al aeropuerto, le dijo que cuando regresara era posible que viera un nuevo puente sobre el Yangtzé, un puente que sería un misterio, como su padre, al que nunca conoció del todo porque no se interesó en su vida.
Recordando otra vez a Heráclito, el río marca el tiempo en la ciudad, desordena la vida cuando rebasa sus orillas –una de sus peores inundaciones, que alcanzó los 28 metros de altura, fue en julio de 2020–, sirve de vínculo para aferrarse al pasado cuando otro corresponsal le escribe al hermano que murió y se ilusiona suponiendo que aún está en el río y lo vigila.
Y al final de todo –o, quizás, una vez más– la memoria y sus recuerdos en los créditos de la película, acompañados por varias fotografías de grupos de amigos reunidos por azar en los años 50 y 60, quizás muchos de ellos víctimas futuras del coronavirus.
En un futuro que ya es pasado para nosotros durante la proyección de este documental que tiene el valor de aquello que permanece y que, con base en el dolor que será un sinónimo de Wuhan por lo que sucedió en la ciudad a principios de 2020, reflexiona sobre lo fugitivo como una condición del ser humano, acaso como un reflejo sobre la superficie de un río.
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FRAGMENTOS DE UNA CIUDAD
Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein©
Burn the Film, aparte de ser una compañía fundada en 2010 por los realizadores chinos Shengze Zhu y Zhengfan Yang, es un laboratorio de experimentación cinematográfica donde las imágenes en movimiento se renuevan con la singularidad de sus propuestas formales y narrativas.
Desde 2012, Burn the Film ha producido varias películas que enseñan el material del que está hecha una empresa creativa en contra de la rutina audiovisual por su forma de acercarse al mundo a través de una cámara.
Algunas de las películas que se anuncian en su página –http://burnthefilm.org/– sugieren en la brevedad de la sinopsis la excepción a la norma: The Man Behind A Camera (dirigida, escrita, fotografiada y editada por Zhengfan Yang en 2009) es un acertijo sobre la mirada -¿qué ve un fotógrafo, qué ve su cámara y qué ve el espectador de la historia?– basado en Blow Up (Antonioni, 1966) y “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar, un relato donde el narrador sabe que “el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa”; Ten Years Later, también realizada con la capacidad de pulpo cinematográfico de Zhengfan en 2010, narra la historia de un hombre sentenciado a muerte por ser el principal sospechoso del asesinato de su mujer, quien reaparece diez años después de la ejecución de su marido; Out of Focus (Shengze Zhu, 2013) es un documental sobre el taller de fotografía que dictó Shengze en Wuhan a niños campesinos cuyos padres tuvieron que trasladarse a la ciudad, descubriéndose de qué manera se opacaba “la inocencia de sus esperanzas”; Another Year (Shengze Zhu, 2016) nos introduce en el espacio doméstico de una familia de obreros chinos durante trece comidas que insinúan diversos aspectos del país con la rutina de su intimidad; Where Are You Going (Zhengfan Yang, 2016) nos lleva de paseo por Hong Kong en un viaje de 130 minutos por el que vemos la ciudad a través del parabrisas de un taxi; Present.Perfect. (Shengze Zhun, 2019) describe el espejismo de las relaciones humanas y sus ilusiones tecnológicas, que nos hacen vivir una paradoja: encontrarnos en la distancia.
El trabajo de Shengze y Zhengfan es intercambiable: cuando uno de ellos dirige, el otro produce y viceversa. Su colaboración nos recuerda la complicidad de Albert y David Maysles; Jean-Marie Straub y Danièle Huillet; Jean-Pierre y Luc Dardenne, realizadores que han trabajado a cuatro manos renovando la visión del cine.
Una actitud que se agradece a Burn the Film por la forma delicada y metafórica que tuvo para situarse al margen de las imágenes periodísticas con las que se informó sobre la emergencia sanitaria en la ciudad de Wuhan, cuando en diciembre de 2019 se convirtió en el foco de la “extraña neumonía” que China reportó entonces a la Organización Mundial de la Salud por el contagio que afectó a varios trabajadores del Mercado de Mariscos de Huanan –una “extraña neumonía” que en febrero de 2020 sería conocida con el rótulo de Covid-19–.
Tras la explosión de los prejuicios en contra de los hábitos gastronómicos de China, las evidencias de la esclavitud animal en “mercados mojados” como el de Huanan, el odio del racismo contra todo lo que fuera una evocación de lo asiático en el campo de batalla en el que se convirtió Estados Unidos durante el reinado catastrófico de DT –el DDT del honor y la verdad–, Un río avanza, gira, borra, reemplaza (2021), el documental con el que Shengze Zhu, nacida en Wuhan en 1987, quiso resolver sus preguntas acerca de los puentes que se tienden entre el pasado y el presente, antes y durante la presencia del coronavirus en la ciudad, haciendo del río Yangtzé el eje de su narración, es una tregua a la truculencia que practica el eslogan periodístico: si sangra, vende.
Interesada por el paisaje urbano como un escenario colectivo de la memoria y por la forma como la imagen y el sonido pueden construir el tiempo y el espacio de una película, pues el cine, para Shengze, no se trata simplemente de contar historias, Un río avanza, gira, borra, reemplaza es una galería de imágenes alrededor de esa memoria amenazada tanto por la enfermedad como por la voracidad de los puentes y edificios que transforman los recuerdos que sugiere un lugar.
Los primeros ocho minutos del documental muestran el plano fijo de una calle filmada en distintas horas desde febrero hasta abril de 2020. Es posible percibir el confinamiento de Wuhan en lo que fue entonces un tiempo trágicamente inolvidable. De repente, el silencio se quebranta de una manera estruendosa por las sirenas de abril con las que se anunció el fin de la cuarentena y el espejismo de la soledad en un país de 1.700 millones de habitantes.
Mientras escuchamos las sirenas vemos a un fotógrafo correr de un lado a otro por la calle con el frenesí del reportero –o del turista– que captura con su lente un instante que hará parte de su colección virtual. Primero, al fondo de la imagen, ante un grupo de personas que guardan un silencio reverencial, y luego, en primer plano, cuando sorprende a otro grupo detenido en la acera con actitud reflexiva. El azar reúne así dos puntos de vista: el caníbal –en términos visuales: ¡hay que devorar la realidad con la cámara!–, sugerido por el fotógrafo ansioso, y el punto de vista metafórico de Shengze, que inicia con este plano su recorrido por la ciudad a la que transformó, con ritmo vertiginoso, el delirio arquitectónico impulsado por un propósito, hacer de Wuhan algo “diferente cada día”, tanto así que la directora, cuando filma algún sitio en construcción –y su pasado en destrucción–, parece interrogarnos sobre los vestigios sepultados por el tiempo.
Tras un corte vemos a una multitud en frente del río Yangtzé, el río que bordea Wuhan –y que nos recuerda el significado de su nombre: Wuhan/la ciudad del río–. Un rumor de sorpresa atraviesa el aire cuando se iluminan simultáneamente los edificios en la otra orilla y sus luces se reflejan sobre el agua. Vemos entonces a los turistas prepandémicos obturar con frenesí las cámaras de sus teléfonos.
Dos planos después, serenos y contemplativos para que la mirada se detenga en sus imágenes, vemos deslizarse en la pantalla la primera de varias cartas escritas por los sobrevivientes a los fantasmas que no pudieron resistir el virus.
Sobre un rincón en sombras, que ocupa la mitad de la pantalla, sobresale la parte superior y radiante de uno de los puentes legendarios de Wuhan. El contraste entre la luz y la oscuridad podría verse como una descripción del encuentro entre la vida y la muerte con las palabras de la carta que un hombre le dirige a su mujer extraviada en ultratumba. Recuerda la sencillez de los instantes felices, los paseos que hacían juntos, el placer de disfrutar de la brisa del río tomándose de las manos con ella y con su hijo, sus comidas, el pasado, cada vez más distante, fugitivo en una ciudad que “florece”, como escribe el viudo, “sin ti”.
El documental se convierte entonces en algo semejante a una sesión de espiritismo: cuando el viudo recuerda el espectáculo de luces al que asistieron con su mujer y su hijo, es posible que estuvieran entre la multitud que vimos al inicio del documental, esperando ese mismo espectáculo en el río Yangtzé.
Filmado entre el verano de 2016 y el otoño de 2019 –exceptuando la imagen inicial de la calle en 2020–, Un río avanza, gira, borra, reemplaza es un documental que narra su historia con fragmentos de vida en la ciudad que existe y en la que alguna vez existió el pasado al que intenta rescatar Shengze.
Sin diálogos, registrando los sonidos que murmura la ciudad, las conversaciones fortuitas o la música al ritmo de la que baila un grupo de ancianos en una terraza, las imágenes y sus sonidos componen el rumor de la vida que permanece.
Fragmentos de una ciudad que continuamos descubriendo en Wuhan cuando vemos a la gente que nada en el río –y recordamos a Heráclito: “Aun los que se bañan en los mismos ríos se bañan en distintas aguas”– o esperamos a que baje de un transbordador el cargamento de motociclistas y automóviles que cruzan por la pantalla hacia su destino en la ciudad.
Otra carta, dirigida a una abuela, fechada el 15 de septiembre de 2020, es una evocación de su fantasma y de tantos momentos perdidos antes de que muriera –por ejemplo, una visita al hospital que no pudo ser por el temor al contagio–.
El viaje continúa en otro mirador frente al río donde la gente se toma fotografías –acaso para comprobar después que la felicidad fue posible en ese instante perpetuado por la imagen, como sucede con el documental en sus fragmentos más plácidos–, observa el paisaje brumoso, camina –algo tan sencillo y elocuente cuando avanzar paso a paso por el mundo es una evidencia de la vida–, enseña cómo transcurría la existencia antes de la tragedia.
Sobre la desmesura del Yangtzé, que la cámara pretende abarcar con un plano general, leemos otra carta:
“Pa, no sé cómo pude vivir estos 211 días (…) lo más triste es que ni mi mamá ni yo pudimos estar contigo en el momento más doloroso (…) cuando más nos necesitabas (…) si no hubieras ido al hospital por tus medicinas, si te hubiera pedido que te pusieras un tapabocas, si… ¿Dónde estás?”.
Escrita el 2 de septiembre de 2020, la historia de una chica que viajó a Estados Unidos y nunca más vio a su padre nos permite hacer un juego de espejos con Shengze: la chica y la directora tienen la misma edad; Shengze vive en Chicago; la chica recuerda en la carta que, mientras su padre la llevaba al aeropuerto, le dijo que cuando regresara era posible que viera un nuevo puente sobre el Yangtzé, un puente que sería un misterio, como su padre, al que nunca conoció del todo porque no se interesó en su vida.
Recordando otra vez a Heráclito, el río marca el tiempo en la ciudad, desordena la vida cuando rebasa sus orillas –una de sus peores inundaciones, que alcanzó los 28 metros de altura, fue en julio de 2020–, sirve de vínculo para aferrarse al pasado cuando otro corresponsal le escribe al hermano que murió y se ilusiona suponiendo que aún está en el río y lo vigila.
Y al final de todo –o, quizás, una vez más– la memoria y sus recuerdos en los créditos de la película, acompañados por varias fotografías de grupos de amigos reunidos por azar en los años 50 y 60, quizás muchos de ellos víctimas futuras del coronavirus.
En un futuro que ya es pasado para nosotros durante la proyección de este documental que tiene el valor de aquello que permanece y que, con base en el dolor que será un sinónimo de Wuhan por lo que sucedió en la ciudad a principios de 2020, reflexiona sobre lo fugitivo como una condición del ser humano, acaso como un reflejo sobre la superficie de un río.
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