El cine vence a la muerte con sus memorias filmadas. Eugenio Polgovsky dejó un legado de cuatro documentales realizados en algo más de una década –Trópico de Cáncer (2004); Los herederos (2008); Mitote (2012); Resurrección (2016)– en los que descubrió el heroísmo secreto de los personajes por los que se interesó y a los que situó en la pantalla donde el mundo aún los ve enfrentando la aventura de sus vidas para existir de la mejor manera posible.
Nutriéndose de su entorno natural para cazar sus alimentos (Trópico de Cáncer); trabajando en su infancia como la prolongación de una miseria ancestral que no admite treguas (Los herederos); interpretando el papel autobiográfico que representa cada uno en escenarios masivos como el Zócalo de Ciudad de México, convertido en un cuadrilátero de boxeo social donde explota la ira de las frustraciones (Mitote); alertando sobre los riesgos de la codicia industrial y sus prácticas para envenenarlo todo (Resurrección), el Universo Polgovsky tuvo un giro desde lo coral y lo gregario a lo íntimo y sus verdades cuando filmó a su hija Mile, interesada por una paloma que hizo su nido enfrente de la casa familiar, sobre unos cables del alumbrado público, durante varios días que iluminaron con la delicadeza de Mile el diálogo espontáneo que tuvo con su padre sobre la vida y sus misterios.
Esa vida que le faltó a Polgovsky, sorprendido por la muerte en 2017, para ver su último aliento cinematográfico: Malintzin 17 (2022). Un documental realizado a cuatro manos en cronologías distintas: cuando fue filmado por el realizador y cuando su hermana Mara tuvo la suerte de encontrarlo, editarlo y revivir al padre que conversa con su hija gracias al prodigio de las imágenes y de su testimonio, que aunque suceden en un pasado anterior a su proyección, permite suponer un presente perpetuo cuando vemos el documental.
La dirección de la casa de Polgovsky, Malintzin 17, en Coyoacán, es la coordenada en la que nos ubica el documental para ver desde su ventana, en un segundo piso, a la paloma y a la vida que sucede día tras día en la calle recorrida por los personajes que invoca el azar: vendedores ambulantes, parejas, mecánicos, madres que pasean con sus hijas, barrenderos, el reparto fragmentario de una ciudad atravesando la calle.
Una oportunidad para que Mile conserve las fotos en movimiento del álbum familiar y escuche las voces de sus fantasmas cuando quiera buscar el tiempo perdido con su padre, recobrado en la pantalla. Un álbum en el que los planos donde vemos el rostro de Mile asomada a la ventana –apoyándose en el pedestal de una roca–; de la paloma y la calle; de la utilería casera –como el mueble con cajones de los que salen piezas de metal que detonan una invención fantástica de la niña cuando las compara con pájaros–, editados por Mara Polgovsky para organizar el relato que vemos tienen el discreto encanto de la sencillez y su sabiduría.
En relación con sus documentales anteriores, Malintzin 17 nos enseña que no se trata del tema sino de la mirada sobre el tema el que le otorga su valor a una historia. Como en el acertijo que propone cómo será el sonido de una rama cayendo en el bosque cuando nadie la escucha, la paloma pudo acomodarse a empollar sus huevos en los cable de la luz y Polgovsky y su hija verla como otra anécdota de su calle. Para su fortuna –y la nuestra–, se trata de la casa de un documentalista y de un personaje tan entrañable como su hija, a los que agradecemos que nos hayan permitido escuchar el sonido de la rama en el bosque, las visiones que atrajeron hacia una ventana de Ciudad de México esa mirada que interesa por algo tan antiguo como el mundo, un ave aguardando por sus pichones, al mismo tiempo que el director habla con su pichón y los dos asisten a sorpresas de registro múltiple: la paloma resistiendo con su fragilidad bajo la lluvia sin descuidar los huevos; las ardillas que podrían devorarlos deslizándose hasta el nido; la espera que convence a Mile de que la paloma no es de madera ni un robot; la aparición de la vida que recompensa una larga y paciente espera.
Una historia que sucede en el tiempo de los calendarios durante una semana. En el tiempo metafórico del cine, Eugenio Polgovsky y su hija continuarán encontrándose, detenidos en esa ventana y en la pantalla que es la ventana del espectador hacia su intimidad; regalándole el destino a Mile un documental que le puede recordar la gloria de su padre a pesar de la muerte, inoportuna y temprana, burlada por las imágenes.
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LA VENTANA DISCRETA - IFFR 03
El cine vence a la muerte con sus memorias filmadas. Eugenio Polgovsky dejó un legado de cuatro documentales realizados en algo más de una década –Trópico de Cáncer (2004); Los herederos (2008); Mitote (2012); Resurrección (2016)– en los que descubrió el heroísmo secreto de los personajes por los que se interesó y a los que situó en la pantalla donde el mundo aún los ve enfrentando la aventura de sus vidas para existir de la mejor manera posible.
Nutriéndose de su entorno natural para cazar sus alimentos (Trópico de Cáncer); trabajando en su infancia como la prolongación de una miseria ancestral que no admite treguas (Los herederos); interpretando el papel autobiográfico que representa cada uno en escenarios masivos como el Zócalo de Ciudad de México, convertido en un cuadrilátero de boxeo social donde explota la ira de las frustraciones (Mitote); alertando sobre los riesgos de la codicia industrial y sus prácticas para envenenarlo todo (Resurrección), el Universo Polgovsky tuvo un giro desde lo coral y lo gregario a lo íntimo y sus verdades cuando filmó a su hija Mile, interesada por una paloma que hizo su nido enfrente de la casa familiar, sobre unos cables del alumbrado público, durante varios días que iluminaron con la delicadeza de Mile el diálogo espontáneo que tuvo con su padre sobre la vida y sus misterios.
Esa vida que le faltó a Polgovsky, sorprendido por la muerte en 2017, para ver su último aliento cinematográfico: Malintzin 17 (2022). Un documental realizado a cuatro manos en cronologías distintas: cuando fue filmado por el realizador y cuando su hermana Mara tuvo la suerte de encontrarlo, editarlo y revivir al padre que conversa con su hija gracias al prodigio de las imágenes y de su testimonio, que aunque suceden en un pasado anterior a su proyección, permite suponer un presente perpetuo cuando vemos el documental.
La dirección de la casa de Polgovsky, Malintzin 17, en Coyoacán, es la coordenada en la que nos ubica el documental para ver desde su ventana, en un segundo piso, a la paloma y a la vida que sucede día tras día en la calle recorrida por los personajes que invoca el azar: vendedores ambulantes, parejas, mecánicos, madres que pasean con sus hijas, barrenderos, el reparto fragmentario de una ciudad atravesando la calle.
Una oportunidad para que Mile conserve las fotos en movimiento del álbum familiar y escuche las voces de sus fantasmas cuando quiera buscar el tiempo perdido con su padre, recobrado en la pantalla. Un álbum en el que los planos donde vemos el rostro de Mile asomada a la ventana –apoyándose en el pedestal de una roca–; de la paloma y la calle; de la utilería casera –como el mueble con cajones de los que salen piezas de metal que detonan una invención fantástica de la niña cuando las compara con pájaros–, editados por Mara Polgovsky para organizar el relato que vemos tienen el discreto encanto de la sencillez y su sabiduría.
En relación con sus documentales anteriores, Malintzin 17 nos enseña que no se trata del tema sino de la mirada sobre el tema el que le otorga su valor a una historia. Como en el acertijo que propone cómo será el sonido de una rama cayendo en el bosque cuando nadie la escucha, la paloma pudo acomodarse a empollar sus huevos en los cable de la luz y Polgovsky y su hija verla como otra anécdota de su calle. Para su fortuna –y la nuestra–, se trata de la casa de un documentalista y de un personaje tan entrañable como su hija, a los que agradecemos que nos hayan permitido escuchar el sonido de la rama en el bosque, las visiones que atrajeron hacia una ventana de Ciudad de México esa mirada que interesa por algo tan antiguo como el mundo, un ave aguardando por sus pichones, al mismo tiempo que el director habla con su pichón y los dos asisten a sorpresas de registro múltiple: la paloma resistiendo con su fragilidad bajo la lluvia sin descuidar los huevos; las ardillas que podrían devorarlos deslizándose hasta el nido; la espera que convence a Mile de que la paloma no es de madera ni un robot; la aparición de la vida que recompensa una larga y paciente espera.
Una historia que sucede en el tiempo de los calendarios durante una semana. En el tiempo metafórico del cine, Eugenio Polgovsky y su hija continuarán encontrándose, detenidos en esa ventana y en la pantalla que es la ventana del espectador hacia su intimidad; regalándole el destino a Mile un documental que le puede recordar la gloria de su padre a pesar de la muerte, inoportuna y temprana, burlada por las imágenes.
Laboratorios Frankenstein©
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