Frente al espejo, Aseneth Suárez se vincula con la imagen de su propia madre, Clara. Un reflejo brumoso del pasado de Clara atraviesa el cuerpo presente de la directora. A sus casi cuarenta años de edad, Aseneth siente un anhelo profundo de ser madre. El deseo la conduce a observar a Clara y a tratar de comprender sus decisiones pasadas, a pesar del dolor que pervive en el presente. Clara tuvo siete hijos y trabajó toda su vida para sacarlos adelante. Desafortunadamente, la mayoría de sus relaciones afectivas estuvieron asediadas por violencias físicas y psicológicas. Cuando conoció a Lilia se sintió, por primera (y quizás única) vez, respaldada, reconocida, amada. ¿Qué es el amor?, le pregunta Aseneth con su cámara en mano, y en la respuesta de la madre se vislumbra la magia indescriptible de las pequeñas cosas compartidas con otra persona. Clara, la película de ecos entre madre e hija, navega sobre una idea “sencilla”: las hijas no suelen querer ser como las madres, pero, quizás, cuando llega la adultez algo se transforma.
La historia de Clara es particular, pero no necesariamente una excepción. En Colombia, hasta 1980 era considerado un delito dentro del código penal colombiano tener relaciones afectivas con personas del mismo sexo. Quienes han querido vivir su sexualidad e identidad de manera libre y diversa muchas veces han tenido que cargar con el peso de infinitos juzgamientos. Esta violencia estructural y cultural genera culpas innecesarias que con el tiempo dejan ver la anchura de la herida. Las violencias recaen sutil, pero hostilmente, sobre las familias. Los álbumes familiares dejan entrever cofres de secretos sostenidos a punta de refranes del tipo: “la ropa sucia se lava en casa”.
Muchas veces se piensa que sólo correr el riesgo de hacer algo público es una acción política. Pero aquello no expuesto públicamente puede a su vez ser un acto de resistencia. Lo privado también puede ser político. Sin embargo, cuesta mucho reconocerlo y resulta aparentemente más comprensivo el arrepentimiento para exculpar “los pecados”. Quizás por ello, una especie de nube densa que no había podido ser abordada anteriormente se posa sobre la historia familiar de la directora. La culpa que atormenta a Clara por los señalamientos familiares que acabaron con su relación con Lilia provocó en ella un silencio sellado. Ante el vacío del silencio mantenido por años, la exigencia (en ocasiones imperante, rebelde o terca) de la honestidad abraza la búsqueda de Aseneth. Esa búsqueda está ligada a un lugar de comprensión de su yo adulta atado al dolor de los recuerdos vagos de su niñez y juventud.
A través del cine, la directora quiere evocar y reconstruir emocional y físicamente sus recuerdos. “Cuando se ventila el pasado, el aire del presente se hace más fresco”, dice Aseneth. Por ello revisa las fotografías y deambula por las calles de un barrio popular en Bogotá buscando la casa de su infancia, en la que su tía Lilia y su madre Clara construyeron para ella un hogar, sembraron un pino y armaron una huerta. La imagen difusa de esos años es a su vez un refugio de amor y agradecimiento para Aseneth. Esos lugares habitan sus sueños.
Quizás las imágenes oníricas se parezcan al amor vivido por su madre: “Las cosas bonitas que viví con ella las tengo en mi cabeza”, señala Clara. La memoria viva o el sueño pueden permitirles un sosiego.
La película hecha juntas les permite mirar de frente el dolor y señalar la necesidad de romper con la cadena de culpas para continuar construyendo un presente. Cada quien toma decisiones con lo que tiene y lo que puede en el instante en que ocurren las cosas. Una pregunta de la madre nos interpela y evidencia el poder y los retos del cine: ¿qué nos va a esperar después de esto?, la pregunta se traslada al quehacer documental: ¿de qué es capaz el cine?, ¿qué haremos con nuestras imágenes y testimonios familiares puestos sobre la mesa?
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LOS SILENCIOS Y LA MEMORIA VIVA
Sobre Clara, de Aseneth Suárez
Frente al espejo, Aseneth Suárez se vincula con la imagen de su propia madre, Clara. Un reflejo brumoso del pasado de Clara atraviesa el cuerpo presente de la directora. A sus casi cuarenta años de edad, Aseneth siente un anhelo profundo de ser madre. El deseo la conduce a observar a Clara y a tratar de comprender sus decisiones pasadas, a pesar del dolor que pervive en el presente. Clara tuvo siete hijos y trabajó toda su vida para sacarlos adelante. Desafortunadamente, la mayoría de sus relaciones afectivas estuvieron asediadas por violencias físicas y psicológicas. Cuando conoció a Lilia se sintió, por primera (y quizás única) vez, respaldada, reconocida, amada. ¿Qué es el amor?, le pregunta Aseneth con su cámara en mano, y en la respuesta de la madre se vislumbra la magia indescriptible de las pequeñas cosas compartidas con otra persona. Clara, la película de ecos entre madre e hija, navega sobre una idea “sencilla”: las hijas no suelen querer ser como las madres, pero, quizás, cuando llega la adultez algo se transforma.
La historia de Clara es particular, pero no necesariamente una excepción. En Colombia, hasta 1980 era considerado un delito dentro del código penal colombiano tener relaciones afectivas con personas del mismo sexo. Quienes han querido vivir su sexualidad e identidad de manera libre y diversa muchas veces han tenido que cargar con el peso de infinitos juzgamientos. Esta violencia estructural y cultural genera culpas innecesarias que con el tiempo dejan ver la anchura de la herida. Las violencias recaen sutil, pero hostilmente, sobre las familias. Los álbumes familiares dejan entrever cofres de secretos sostenidos a punta de refranes del tipo: “la ropa sucia se lava en casa”.
Muchas veces se piensa que sólo correr el riesgo de hacer algo público es una acción política. Pero aquello no expuesto públicamente puede a su vez ser un acto de resistencia. Lo privado también puede ser político. Sin embargo, cuesta mucho reconocerlo y resulta aparentemente más comprensivo el arrepentimiento para exculpar “los pecados”. Quizás por ello, una especie de nube densa que no había podido ser abordada anteriormente se posa sobre la historia familiar de la directora. La culpa que atormenta a Clara por los señalamientos familiares que acabaron con su relación con Lilia provocó en ella un silencio sellado. Ante el vacío del silencio mantenido por años, la exigencia (en ocasiones imperante, rebelde o terca) de la honestidad abraza la búsqueda de Aseneth. Esa búsqueda está ligada a un lugar de comprensión de su yo adulta atado al dolor de los recuerdos vagos de su niñez y juventud.
A través del cine, la directora quiere evocar y reconstruir emocional y físicamente sus recuerdos. “Cuando se ventila el pasado, el aire del presente se hace más fresco”, dice Aseneth. Por ello revisa las fotografías y deambula por las calles de un barrio popular en Bogotá buscando la casa de su infancia, en la que su tía Lilia y su madre Clara construyeron para ella un hogar, sembraron un pino y armaron una huerta. La imagen difusa de esos años es a su vez un refugio de amor y agradecimiento para Aseneth. Esos lugares habitan sus sueños.
Quizás las imágenes oníricas se parezcan al amor vivido por su madre: “Las cosas bonitas que viví con ella las tengo en mi cabeza”, señala Clara. La memoria viva o el sueño pueden permitirles un sosiego.
La película hecha juntas les permite mirar de frente el dolor y señalar la necesidad de romper con la cadena de culpas para continuar construyendo un presente. Cada quien toma decisiones con lo que tiene y lo que puede en el instante en que ocurren las cosas. Una pregunta de la madre nos interpela y evidencia el poder y los retos del cine: ¿qué nos va a esperar después de esto?, la pregunta se traslada al quehacer documental: ¿de qué es capaz el cine?, ¿qué haremos con nuestras imágenes y testimonios familiares puestos sobre la mesa?
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