Valentina Giraldo termina las estaciones de la luna y su recorrido por el International Film Festival Mannheim-Heidelberg con la película de Ainhoa Rodríguez
Sobre Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez.
La luna menguante parece una guadaña. Una luz que se va apagando hasta convertirse en el bastón de cosecha de la muerte. Solo se puede ver en la madrugada y se va escondiendo hasta volverse luna nueva. Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez, también parece esa guadaña que corta la cabeza de las flores y deja el suelo lleno de rocío, la saliva del cielo.
La decadencia de la vida cotidiana atraviesa a una pequeña población rural en el sur de España que pareciera ubicarse en una grieta del tiempo. “Va a pasar un destello bravo, bravío, y todo va a cambiar…” dice una de las protagonistas. En esta película la despoblación se hace polífónica y las mujeres del lugar viven en un apático día día. Sin embargo, una profunda intuición de incomodidad parece dejar entrever que en la grieta todo es posible. El espacio empieza a tomar las formas de los cuerpos que, desbordados en deseo y sueños, se reencuentran con el lugar en el que fueron felices en algún momento.
Ainhoa Rodríguez nos presenta un largometraje alunado en donde el ojo, medio abierto medio cerrado al igual que la luna, se centra en la actividad doméstica: mujeres rezando, mujeres cocinando, mujeres en la cama rodeadas de imágenes religiosas. Los adentros de la casa como los adentros de un cuerpo fluctuante, Ainhoa excava y agujerea la casa, el pueblo y en la misma tradición de “lo doméstico” encuentra la coreografía de un cuerpo que pasa sus manos de pies a cabeza, que se mete rosarios en la boca, que lame los techos de las casas y que se masturba, imágenes que rodean la guadaña onírica de este largometraje.
¿Con qué cobija arroparse si de tantos años de recibir luz una queda ardida?
Arde la piel y arden los huesos.
Arde el pavimento y se agrieta.
La gente se va del pueblo querido.
De remedio solo queda la guadaña de dios que cortará cabezas en las noches.
De remedio solo queda aullarle a la luna.
Este largometraje es quizá una invitación a alunarse y encogerse en la guadaña de la muerte como si fuera una cuna. Dormitar y dejar que en la madrugada se hagan visibles y palpables los sueños, fabular ese pueblo en esa grieta, en esa luna. Apretar las manos para que no se escapen los susurros de esos otros tiempos, antes de que la grieta desdoblara al pueblo. Destello bravío es quizá una tonada de cómo sobrellevar el desánimo de un pueblo que pareciera comerse a sí mismo, comerse hasta acabarse. La re-escritura de la piel de las habitantes de este lugar se emparenta con la escritura de luz que el cine hace sobre nuestros cuerpos espectadores: las palmas llenas de cortes por culpa de la luna menguante. Anochece en los cuerpos, en los pliegues de las manos. Estos cortes de luz parecieran ocultar la historia del tiempo, son grietas al igual que el pueblo de esta película.
En Destello bravío somos invitadas a participar de la invención del tiempo, porque en la grieta todo es posible. Yo estoy inventando sobre lo que inventó Ainhoa y las mujeres que protagonizan la película. Inventamos al tiempo como un tratado de brujería que quizá pueda ser el ropaje para cubrirse de la guadaña de la luna. Para salvarse de los cortes y re-encontrar ese lugar, ese espacio que parece perdido, abriéndole un corte a un nacimiento de agua. Nadando en la guadaña de la muerte. Alunándose.
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LUNA MENGUANTE
Valentina Giraldo termina las estaciones de la luna y su recorrido por el International Film Festival Mannheim-Heidelberg con la película de Ainhoa Rodríguez
Sobre Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez.
La luna menguante parece una guadaña. Una luz que se va apagando hasta convertirse en el bastón de cosecha de la muerte. Solo se puede ver en la madrugada y se va escondiendo hasta volverse luna nueva. Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez, también parece esa guadaña que corta la cabeza de las flores y deja el suelo lleno de rocío, la saliva del cielo.
La decadencia de la vida cotidiana atraviesa a una pequeña población rural en el sur de España que pareciera ubicarse en una grieta del tiempo. “Va a pasar un destello bravo, bravío, y todo va a cambiar…” dice una de las protagonistas. En esta película la despoblación se hace polífónica y las mujeres del lugar viven en un apático día día. Sin embargo, una profunda intuición de incomodidad parece dejar entrever que en la grieta todo es posible. El espacio empieza a tomar las formas de los cuerpos que, desbordados en deseo y sueños, se reencuentran con el lugar en el que fueron felices en algún momento.
Ainhoa Rodríguez nos presenta un largometraje alunado en donde el ojo, medio abierto medio cerrado al igual que la luna, se centra en la actividad doméstica: mujeres rezando, mujeres cocinando, mujeres en la cama rodeadas de imágenes religiosas. Los adentros de la casa como los adentros de un cuerpo fluctuante, Ainhoa excava y agujerea la casa, el pueblo y en la misma tradición de “lo doméstico” encuentra la coreografía de un cuerpo que pasa sus manos de pies a cabeza, que se mete rosarios en la boca, que lame los techos de las casas y que se masturba, imágenes que rodean la guadaña onírica de este largometraje.
¿Con qué cobija arroparse si de tantos años de recibir luz una queda ardida?
Arde la piel y arden los huesos.
Arde el pavimento y se agrieta.
La gente se va del pueblo querido.
De remedio solo queda la guadaña de dios que cortará cabezas en las noches.
De remedio solo queda aullarle a la luna.
Este largometraje es quizá una invitación a alunarse y encogerse en la guadaña de la muerte como si fuera una cuna. Dormitar y dejar que en la madrugada se hagan visibles y palpables los sueños, fabular ese pueblo en esa grieta, en esa luna. Apretar las manos para que no se escapen los susurros de esos otros tiempos, antes de que la grieta desdoblara al pueblo. Destello bravío es quizá una tonada de cómo sobrellevar el desánimo de un pueblo que pareciera comerse a sí mismo, comerse hasta acabarse. La re-escritura de la piel de las habitantes de este lugar se emparenta con la escritura de luz que el cine hace sobre nuestros cuerpos espectadores: las palmas llenas de cortes por culpa de la luna menguante. Anochece en los cuerpos, en los pliegues de las manos. Estos cortes de luz parecieran ocultar la historia del tiempo, son grietas al igual que el pueblo de esta película.
En Destello bravío somos invitadas a participar de la invención del tiempo, porque en la grieta todo es posible. Yo estoy inventando sobre lo que inventó Ainhoa y las mujeres que protagonizan la película. Inventamos al tiempo como un tratado de brujería que quizá pueda ser el ropaje para cubrirse de la guadaña de la luna. Para salvarse de los cortes y re-encontrar ese lugar, ese espacio que parece perdido, abriéndole un corte a un nacimiento de agua. Nadando en la guadaña de la muerte. Alunándose.
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