Advertencia al lector: Splendid Isolation, de Urszula Antoniak, no tiene nada que ver con la canción del mismo título que interpreta Warren Zevon como una expresión neurótica de la soledad; tampoco se refiere al término que definió a la diplomacia británica en el siglo XIX que quiso practicar un aislamiento espléndido para que Inglaterra no le debiera favores a ninguna nación, así estuviera en riesgo de momificarse por la arrogancia de la supremacía colonial.
Splendid Isolation, según madame Antoniak, es un relato sobre la muerte que se interpone entre los seres humanos, surgido durante el confinamiento universal impuesto por la tragedia del covid; cuando el virus nos confrontó con la muerte sin que la pudiéramos arrinconar en el sótano de los recuerdos indeseables.
Una condición a la que no es ajena la directora polaco-holandesa tras enfrentar el fallecimiento por cáncer de su marido en 2004.
Aunque el instinto nos haga decirle a la muerte que nos lleve a nosotros y no a nuestro amor –afirmó la directora en una entrevista concedida a la publicación SEE NL, dedicada a difundir el cine holandés en el mundo–, nos agobia una culpa irracional cuando uno de los dos sobrevive.
Una constelación de sentimientos e ideas que le sirvieron como punto de partida para irse a rodar a la isla de Terschelling, al norte de Holanda, esta película acerca de la soledad que acompaña como una sombra incierta a dos amantes –Anneke Sluiters y Khadija el Kharraz Alami –, enfrentándose a sus temores en un paraje tan desolado como fue para tantos la muerte durante la pandemia en la que sus enfermos abandonaron el mundo en el aislamiento de los hospitales.
Misteriosa sin mayores explicaciones acerca de la vigilancia que ejerce sobre ellas un dron o sin revelar quién pondría las cámaras situadas en la casa donde se encierran las chicas, Antoniak se concentra en mostrar los momentos postreros de una relación en la que recurriendo a la sutileza de sus imágenes vamos descubriendo la distancia que hay entre cada una de las chicas.
Al inicio de la historia vemos a Sluiters acostada en la playa y la angustia que le produce a el Kharraz suponer que está muerta. Un primer indicio sobre el riesgo que amenaza al que seguirán otros: el intento que hace el Kharraz de acariciar a Sluiters sin poder tocar su cuerpo pálido y transparente; el llanto intermitente de al Kharraz y la frialdad de Sluiters que insinúan el dolor de la chica recordando a la amiga que murió; los guantes que usa permanentemente al Kharraz, alejando su piel de la piel de Sluiters, y el beso que tratan de festejar, frustrado por la condición aséptica de un cristal que las separa; la casa donde se refugian, que tiene la sequedad de una celda; el sótano misterioso que sugiere el espacio aterrador de las torturas o la enfermedad y es otra manera de reforzar la atmósfera del miedo, tanto como la refuerza la llegada de Abke Haring, una actriz que en la película tiene la apariencia incierta de un ser andrógino –pues la muerte, para Urszula Antoniak, no tiene sexo–, discreto y amenazante cuando al Kharraz comprende a qué se debe su presencia en la isla y lo persigue con un rifle hasta que Haring se sumerge entre la tierra como si fuera de paseo al inframundo.
Contribuye a la atmósfera fúnebre que escuchemos una versión de Cold Song, de Henry Purcell, en la que se invoca a la muerte como una predestinación que aguarda a Sluiters y evapora la esperanza que tenía al Kharraz de vivir aunque fuera con su espectro flotante en la isla.
El reto para que las tres actrices soporten el peso de una película emocionalmente sombría es resuelto por su potencia dramática, por sus rostros contundentes y su riqueza expresiva, que transmite los cambios de temperamento que tiene la historia; por la forma como llenan con su presencia un espacio tan vasto como la isla de Terschelling, filmado con la sofisticación de un camarógrafo de la National Geographic por Myrthe Mosterman, describiendo la belleza solitaria del lugar con la frialdad de sus colores.
De Urszula Antoniak se ha dicho –y SEE NL lo confirma– que es una de las directoras artísticamente experimentales más respetadas de Europa. Lo acreditan sus películas –NothingPersonal (2009); Code Blue (2011); Nude Area (2014)–. Una filmografía a la que se agrega la recreación simbólica que Splendid Isolation hace de un duelo y de su evolución como límites que ponen en tela de juicio la perspectiva ante los dones de la vida, por los que Antoniak se preguntó durante la pandemia sobre la dimensión de la ausencia reflejada en un escenario donde el mundo parece detenido por la incertidumbre.
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MEMORIAS DE ULTRATUMBA - IFFR 07
Advertencia al lector: Splendid Isolation, de Urszula Antoniak, no tiene nada que ver con la canción del mismo título que interpreta Warren Zevon como una expresión neurótica de la soledad; tampoco se refiere al término que definió a la diplomacia británica en el siglo XIX que quiso practicar un aislamiento espléndido para que Inglaterra no le debiera favores a ninguna nación, así estuviera en riesgo de momificarse por la arrogancia de la supremacía colonial.
Splendid Isolation, según madame Antoniak, es un relato sobre la muerte que se interpone entre los seres humanos, surgido durante el confinamiento universal impuesto por la tragedia del covid; cuando el virus nos confrontó con la muerte sin que la pudiéramos arrinconar en el sótano de los recuerdos indeseables.
Una condición a la que no es ajena la directora polaco-holandesa tras enfrentar el fallecimiento por cáncer de su marido en 2004.
Aunque el instinto nos haga decirle a la muerte que nos lleve a nosotros y no a nuestro amor –afirmó la directora en una entrevista concedida a la publicación SEE NL, dedicada a difundir el cine holandés en el mundo–, nos agobia una culpa irracional cuando uno de los dos sobrevive.
Una constelación de sentimientos e ideas que le sirvieron como punto de partida para irse a rodar a la isla de Terschelling, al norte de Holanda, esta película acerca de la soledad que acompaña como una sombra incierta a dos amantes –Anneke Sluiters y Khadija el Kharraz Alami –, enfrentándose a sus temores en un paraje tan desolado como fue para tantos la muerte durante la pandemia en la que sus enfermos abandonaron el mundo en el aislamiento de los hospitales.
Misteriosa sin mayores explicaciones acerca de la vigilancia que ejerce sobre ellas un dron o sin revelar quién pondría las cámaras situadas en la casa donde se encierran las chicas, Antoniak se concentra en mostrar los momentos postreros de una relación en la que recurriendo a la sutileza de sus imágenes vamos descubriendo la distancia que hay entre cada una de las chicas.
Al inicio de la historia vemos a Sluiters acostada en la playa y la angustia que le produce a el Kharraz suponer que está muerta. Un primer indicio sobre el riesgo que amenaza al que seguirán otros: el intento que hace el Kharraz de acariciar a Sluiters sin poder tocar su cuerpo pálido y transparente; el llanto intermitente de al Kharraz y la frialdad de Sluiters que insinúan el dolor de la chica recordando a la amiga que murió; los guantes que usa permanentemente al Kharraz, alejando su piel de la piel de Sluiters, y el beso que tratan de festejar, frustrado por la condición aséptica de un cristal que las separa; la casa donde se refugian, que tiene la sequedad de una celda; el sótano misterioso que sugiere el espacio aterrador de las torturas o la enfermedad y es otra manera de reforzar la atmósfera del miedo, tanto como la refuerza la llegada de Abke Haring, una actriz que en la película tiene la apariencia incierta de un ser andrógino –pues la muerte, para Urszula Antoniak, no tiene sexo–, discreto y amenazante cuando al Kharraz comprende a qué se debe su presencia en la isla y lo persigue con un rifle hasta que Haring se sumerge entre la tierra como si fuera de paseo al inframundo.
Contribuye a la atmósfera fúnebre que escuchemos una versión de Cold Song, de Henry Purcell, en la que se invoca a la muerte como una predestinación que aguarda a Sluiters y evapora la esperanza que tenía al Kharraz de vivir aunque fuera con su espectro flotante en la isla.
El reto para que las tres actrices soporten el peso de una película emocionalmente sombría es resuelto por su potencia dramática, por sus rostros contundentes y su riqueza expresiva, que transmite los cambios de temperamento que tiene la historia; por la forma como llenan con su presencia un espacio tan vasto como la isla de Terschelling, filmado con la sofisticación de un camarógrafo de la National Geographic por Myrthe Mosterman, describiendo la belleza solitaria del lugar con la frialdad de sus colores.
De Urszula Antoniak se ha dicho –y SEE NL lo confirma– que es una de las directoras artísticamente experimentales más respetadas de Europa. Lo acreditan sus películas –Nothing Personal (2009); Code Blue (2011); Nude Area (2014)–. Una filmografía a la que se agrega la recreación simbólica que Splendid Isolation hace de un duelo y de su evolución como límites que ponen en tela de juicio la perspectiva ante los dones de la vida, por los que Antoniak se preguntó durante la pandemia sobre la dimensión de la ausencia reflejada en un escenario donde el mundo parece detenido por la incertidumbre.
Laboratorios Frankenstein©
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