La película Monos, de Alejandro Landes, fue estrenada en el Festival de Cine de Cartagena en marzo de este año. Hoy, 15 de agosto, llega a las principales salas del país. Tuvimos la oportunidad de ver la película antes, en Cartagena y en una función para medios en Bogotá. A la función de prensa asistieron el productor colombiano, Santiago Zapata, y una de las protagonistas de la película, Sofía Buenaventura. Al final, se insistió en una sesiónflash de preguntas y respuestas. Esto nos hizo pensar en la necesidad de continuar la conversación de manera más profunda. Pensamos que la película se merecía otra formato de crítica. Nos lanzamos aquí, por primera vez, a hacer una crítica epistolar.
*
01 de agosto de 2019
Alejandra,
Te mando este correo tratando de continuar nuestra conversación sobre Monos, interrumpida por los asuntos diarios, la falta de, por decirlo de algún modo, decantación de la película en nuestras cabezas y, sobre todo, por el desconsuelo ante los comentarios del público “experto”. Cada vez me voy convenciendo con más fervor de que las sesiones de preguntas y respuestas, como se hacen hoy, no sirven para nada. Vendría mejor hacerlas unos días después, pasadas las impresiones generales y todo eso. Las buenas películas siempre hablan por sí mismas. Necesitan solo hasta el final de los créditos. Nada más. También me desconsuela mucho porque me da la impresión, muy a ojo/oído de pájaro, de que la gente piensa cada vez menos en las imágenes (y eso que estábamos en una función para gente que ha hecho de las imágenes algo así como su profesión) y hay un desenfreno de preguntas indagando por el procedimiento: ¿Cuánto se demoraron en filmar? ¿Dónde filmaron? ¿Fue muy difícil? Preguntas que las películas no necesitan hacerse. He visto dos veces Monos y siento que todavía es una película con un tema esquivo. Es como si el propio film tratara de ocultar de qué va, qué es eso que lo alienta a seguir adelante. ¿Cuántas preguntas sobre eso? Ninguna. En cambio sí una ráfaga de comentarios que pegaban la película a una intervención mimética del conflicto colombiano. Y ambos estamos de acuerdo en que no es eso. O no solo eso. ¿Por qué Monos es esquiva? ¿Será por su trepidante ritmo que arrasa hasta con uno como espectador impidiendo una cierta claridad en el pensamiento? Quizás. A eso deberíamos volver luego. Antes, un poco de orden:
Quisiera empezar con esta propuesta de diálogo escrito volviendo a las palabras que escribí para la revista sobre la primera vez que vi Monos, que quizás, leyendo hoy,están atrapadas en mis primeras impresiones y en lo emocionante que siempre resulta ver una película en el teatro Adolfo Mejía, en Cartagena, y con casi toda la gente, y amigos de ellos, que participó en la película. Copio y pego:
“Primero lo primero: Monos, de Alejandro Landes. La película colombiana más emocionante del certamen, la más ambiciosa, la del perfil internacional (sin ser postal o impresión simple de belleza). Va primero porque, quizás, es el ejemplo más claro: el mundo real se ve tan aparentemente desfigurado (las estaciones se combinan, las distancias son difusas, los climas se mezclan, por decir lo menos), pero en el fondo, infinidad de pistas habitan la película para saber de qué “realidad” se trata. Y no solo tiene que ver con que la vaca que detona todo el infierno en esa helada montaña se llame Shakira. En Monos nada es lo que parece y, si miramos con precisión, todo es lo que parece. Hecha, uno podría creer, con retazos de testimonios de Ingrid Betancourt (no hay que hilar muy fino para ver las semejanzas). Todo está subido de tono (más amplificado, más salvaje, más visceral), una intensa acumulación de sentidos, condicionados siempre al trance. El efecto de la alucinación aquí es literal: unos personajes comen un hongo que les trastoca la conducta y la percepción de lo que les rodea (similar a nuestro proceso al ver la película), pero, más allá de esa escena que culmina con cierto despertar sexual de al menos dos de los protagonistas, la realidad toda es perturbada para crear una especie de mapa mimético (a medias) que sirva para ir a la materia oscura de una serie de sucesos (el conflicto colombiano, el drama de los secuestrados, los trazos del mal que forman el montón de imaginarios sobre el país, temas también que podrían hilar la corta filmografía del director).
Alejandro Landes es, probablemente, el mejor director que tiene Colombia. Ha hecho una película ambiciosa que nunca se doblega ni pierde un ápice de fuerza. Si su anterior película, Porfirio, se caracterizaba por un relato esquelético y una tranquilidad (que no ingenua o simple) en su forma de filmar a su protagonista, Monos es todo lo contrario. Viendo Monos se nos olvida que existe una palabra como tranquilidad, o sorna, o lentitud. Todo es de una velocidad trepidante. Una pesadilla en fastforward quizás, un infierno que ve nacer a un monstruo (el personaje de Moisés Arias).”
Hoy me es obvio que la emoción fue más fuerte, me atreví a escribir que había un director de cine colombiano con más talento que Víctor Gaviria y sabemos que eso no es posible. Entonces, ¿estaba emocionado de qué? ¿Qué pasa con esta película, que sin dejar muy claro a dónde apunta su juego y sus deseos de reflexión y nacimiento de ideas, te atrapa, te acecha, te transporta?
En esa primera y brevísima reflexión también me apunté a leer el film como una clave enrarecida del conflicto en Colombia. Ahora sé que una lectura de esas se queda corta. Hay más. Vos apuntaste que es una cosa muy plástica. Hay un trabajo exhaustivo con las oportunidades que dan los recursos del cine, el más obvio es la música. Pero Landes ve a estos niños con otra mirada, no es la del antropólogo, no es la del investigador de guerra, no es la de un geólogo. ¿Es la de quién? ¿Un niño más? Y en ese sentido siento que, contrario a lo que se ha dicho, la película es menos cercana a El señor de las moscas (ambas versiones) y más a Moonrise Kingdom, la de Wes Anderson. Niños que actúan como adultos y adultos que son niños (el mensajero tiene la estatura de un niño, es un enano; y la secuestrada, la doctora, una “adulta”, no tiene ningún poder de decisión, siempre le dicen qué hacer). ¿Cuál es entonces la mirada de la película? ¿Cómo definir ese punto de vista? Reviso un par de notas que tomé y recuerdo que pensé que Monos era un nuevo giro a la eterna historia del “débil”, del sujeto que se aleja del grupo (Rambo) y descubre otro universo. Un personaje que, cueste lo que cueste (ergo no es débil, más bien crea desde su debilidad aparente), va a inventar su propio destino. Y, claro, en medio de todo eso: un infierno.
Por ahora eso. Y te dejo con un asunto en el aire al que Monos hace frente: ¿Cómo filmar el gérmen de la locura de la violencia? ¿Cómo es que esta película, en definitiva, no nos parece un espectáculo, no nos parece un paso hacia la banalidad de las armas, la muerte y el terror? Espero tu respuesta y que podamos seguir desgranando la película, que tanto nos impresionó, aunque todavía no sepamos muy bien por qué.
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04 de agosto de 2019
Pablo,
Comprendo tu desánimo por las conversaciones que parecen ráfagas de disparos sin destino alguno, sin objetivo alguno, llevadas a cabo por una incapacidad de volver la mirada a nosotros mismos y de desconfiar de nuestras propias cavilaciones.
Vimos Monos juntos y era tu segunda observación, la primera mía. Ya tu andabas escudriñando en las emociones producidas por esas imágenes, la experiencia cinematográfica que la película busca ser –y es– en sí misma. Yo pienso que esas ráfagas de preguntas o comentarios que la gente lanza después de ver una película (colombiana, sobre la guerra), siempre al final nos dan la oportunidad de realizar un diagnóstico sobre los síntomas de nuestra propia enfermedad.
Creo que tienes razón al subrayar que la película habla por sí misma. Me interesa pensar un poco más en cómo genera diálogos con nosotros que la observamos desde fuera, a pesar de la fuerza inmensa que tiene para ponernos en el medio de su locura, del desbordamiento y el torbellino de sus acontecimientos.
La película habla sola y es al mismo tiempo esquiva, como señalas tú, y parece esquiva en lo que a su tema respecta, no en lo que quiere producir, creo que estamos de acuerdo. Su carácter esquivo me parece fundamental. La película sólo es esquiva respecto a los ojos que la miran. Ambos sabemos que ese torbellino de pensamientos y sensaciones que genera no son del todo oscuridad. Monos no necesita poner en contexto el conflicto en nuestro país o lo que significa el secuestro. No necesita hablar de la infancia directamente ni de los lugares comunes a partir de los cuales hemos concebido el género. Monos es esquiva puesto que hemos hablado demasiado tiempo de estos temas desde los mismos lugares y es quizás por ello –como he señalado en otros escritos– que hemos desviado la mirada a los temas aquí expuestos.
Considero que Monos rehúye de los discursos comunes de la guerra y nos pone frente al infierno de su reflejo. Este infierno puede ser Patagrande (Moisés Arias) con su rostro pintado con tinta negra sobre un fondo negro, y sus enormes ojos mirándonos en primer plano, el tiempo suficiente para sentir escalofríos. Es verdad que la película parece contarnos sobre una realidad desfigurada -quizás transfigurada- y llena de guiños que nos jalan constantemente. Pasamos de estéticas narrativas aparentemente lejanas a indicios o vestigios de lo que configura el “ser” colombiano. Esa “subida de tono” de la que tú hablas es la que me hace pensar en el poder plástico de sus imágenes. Es decir, la película privilegia la forma en la que cuenta sobre las historias que tantas veces se han contado. Lo hace a través de lo onírico, lo atemporal, lo fantasmagórico. Lo hace a través de unos planos que ponen como tema central la relación con el cuerpo, la performatividad, el poder de construcción a partir de texturas, colores, sonidos. Monos es una experiencia corporal para el espectador: puede olerla, escucharla; puede sentir el frío, el calor, la humedad; las sensaciones se tornan vívidas: los fluidos, el barro en la cara, el agua cayendo sobre el cuerpo ensangrentado; el cuerpo sabe cómo es la fuerza de la corriente que se lleva a una persona río abajo, sabe del agua que ahoga, de la inmensidad de la selva, de la locura que puede producir el aislamiento y la alucinación en sí misma. Quizás esto vaya dando pistas respecto a la pregunta que planteas: “¿cómo filmar el germen de la guerra?” y más allá ¿cómo hablar del pasado que también somos y del futuro que nos acecha?
La mirada sobre los niños/niñas – adolescentes me parece crucial y siento que será tema de conversación sobre esta película, especialmente por la autocensura y el moralismo que usualmente nos caracteriza en este país. Me llama la atención el hecho de que Alejandro Landes haya decidido representar la experiencia de la guerra a través de los ojos y las sensaciones de estos personajes, quienes casi siempre han estado en segundo plano o en ocasiones han sido instrumentalizados narrativamente. Yo formularía tu hipótesis en modo pregunta: ¿serán niños que actúan como adultos y adultos que son niños? Lo cual me lleva a: ¿qué define el ser niño/a y el ser adulto? Las preguntas están relacionadas con el lugar común de representación de la infancia: aquellos seres que necesitan protección debido a su inocencia e inmadurez, en aparente contraste con el adulto. Esta mirada homogénea tiende a justificar o deslegitimar de entrada lo que vemos. Landes pone a estos personajes en otro lugar: son seres tan capaces de jugar como de matar, de querer como de odiar, son seres fuertes, sexualmente activos y creativos. A Landes no le interesa mostrarnos cómo terminaron allí ni de quién es la culpa. Tampoco le interesa mostrar ventajas o bienestar en su situación. Nos muestra simplemente la complejidad de la humanidad como tal, experimentada de manera más vertiginosa en medio de la guerra. Todo es complejo entonces. La película no puede ser reducida a un tema o a una caracterización específica. Por suerte. Es un paso quizás que inspire a narrarnos de otras maneras.
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06 de agosto de 2019
Alejandra,
Gracias por tus palabras. Vamos por partes:
Pensemos –yo creo que es así, ¿y vos?– que el cine es un espacio para leer el mundo, que las películas son las materializaciones (en los mejores casos) de ideas que piensan el presente. El cine es como un sismógrafo y también como una bola de cristal. En esa medida, ¿qué nos dice entonces Monos? ¿Cuál es ese reflejo en llamas que nos da a leer sobre el tiempo que vivimos? Lancemos una hipótesis: en Monos la guerra es de ningún país (¿está en todas partes?), los bandos (esenciales en una guerra, supongo) son difusos. Sabemos que hay unos contra otros, ya está. Suficiente para un conflicto, bélico o no. Luego está la forma, lo más importante de una película (de guerra o no). También ya lo sabemos: Landes es un director de la forma. ¿La forma de Monos? Alterada. Inusual. Libre de clasificaciones sencillas. Inesperada. Atrevida. Creo que la película de guerra se vuelve infame y desechable cuando se le aprovecha como mina para guiones fáciles (nos sobran los ejemplos). Cuando todo, de repente, aparece simplificado. También cuando se pone en escena (la guerra) para revelar el talento de un director: cómo mueve la cámara, cómo dirige a mil extras; cómo, a fuerza de lo que sea, entiende que sentir la guerra es igual a despedazarnos los oídos con las explosiones. La película que nos ocupa, espero que quien lea estas líneas lo tenga claro en este momento, está en otro lugar. Ejemplos: lo que explota en Monos no son las bombas, son las bengalas. Las pistolas, cuando se disparan, desatan la tragedia, nunca para ganar nada. La música, que no son las valkirias, intenta desplazar la lectura normal del film. Funciona como un sinsentido narrativo ¿Puede juzgársele de esteticismo? No creo. ¿Qué hay bello y feo en la película? Todo tiene el mismo registro. La selva, indomable, es ambigua. Nunca es decorado. Monos es concreta en algo: sus valores de producción no son valores artísticos. Nunca el conflicto, identificable con el que conocemos, es un diván para aventurar una hipótesis forzada sobre “la situación de los bandos”. Si hay un valor artístico en Monos es el de la velocidad y el desenfreno. Eso tiene que ver con el montaje, algo que opera igual en todas las películas (no importa el presupuesto). Un computador, un software, un editor y el director. Construida con expresiones y gestos captados solo a medias (hay siempre un presunto significado que nos demoramos en compartir con las imágenes), entendemos que el gran valor de la película es su capacidad de extrañeza, el estado permanente al que te arropa de la imposibilidad de un sentido, por pequeño que sea, tal vez como la propia guerra.
Ahora, ¿cómo es que esta película dialoga con el cine hecho en Colombia? Otra hipótesis: mientras todo el cine que se hace, puede parecernos, persiste en un cierto miedo a la velocidad y a lo vertiginoso (a mover la cámara), al ir desenfrenadamente hacia adelante, llega esta película que tiene la velocidad de la luz y el ritmo trepidante. Todo, la vida, la narración, los actores van con el pie en el acelerador. Todo en Monos se mueve. Me detengo un segundo: no se trata de películas “lentas” o “rápidas” –categorías inútiles–, sino del movimiento, de las movies. Landes hizo antes Porfirio (2011), que tiene otro ritmo. Si ver aquella era ver un estanque, una laguna, inmensa y hermosa, Monos es ver una catarata, un mar picado, incontrolable, miedoso, sin límites, nervioso. ¿Podemos llegar a una conclusión? Quizás que ese miedo frena a las películas. Habría que velar, y pedirle a los cineastas, por un cine sin miedo.
Hablemos del cuerpo, que es un tema cumbre en la cortísima filmografía de Landes (no he visto Cocalero (2007)): creo que te lo dije, pero no deja de parecerme intrigante que Monos se pueda leer como la narración de un grupo de gente que anda siempre o en ropa interior o sin camisa. Landes se siente atraído por la piel desnuda ¿Por qué? No lo sabemos. Está ahí (en una charla o una entrevista, no lo recuerdo, Landes mencionó, como una película que lo inspiró, a Beau Travail, de Claire Denis, el extraordinario y enceguecedor retrato de la belleza –hombres sin camisa caminando durante toda la película– en medio del desierto árido). No puede ser casual. ¿Cómo penetra la guerra en la piel? ¿La respuesta está en la película? No importa de quién, la piel es un tropo en este cine.
Hablemos de los niños: después de leerte me aventuro a decir que el gesto más radical de la película es haber filmado a esos niños, mezcla entre los niños perdidos de Nunca Jamás y la furia concretada de las pandillas en Rumble Fish, como protagonistas de este torbellino incontenible. De ahí, puede ser, que de entrada todo sea tan extraño, tan ilocalizable, tan indescriptible, todo corrido de lugar.
Monos hace todo menos simplificar las cosas. Alejandro Landes no es un director simple y tampoco de lo simple: sus temas y sus desarrollos siempre remiten a las curvas de un poderoso río (imagen que se vuelve real/física en Monos). Eso es un gran valor. Complejizar los asuntos con la certeza de que no hay respuesta posible (lástima por aquellos que quieren todo listo para consumir). Y si todo eso lleva a su película a ver y sentir el caos es porque no hay mejor lugar para desentrañar aquello que nos es misterioso. Si le preguntáramos a Landes si cree o no que la tranquilidad revela lo simple, la respuesta, seguramente, sería No. Su anterior largo escogió el secuestro –rudimentario– de un avión. Monos escoge una pandilla (imaginaria, distópica, sin límites), que, nada más y nada menos, inventa un mundo, con sus propias reglas y sin saber muy bien una dirección concreta. En últimas: un film deslumbrante.
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10 de agosto de 2019
Pablo,
Tienes razón, el cine habla del mundo, bien sea a través del documental o de la ficción. Habla del presente, pero también acerca del pasado y sin duda puede hacerlo respecto al futuro. Monos no deja de ser por eso un delirio o desvarío, pero qué más estado puede ser la guerra sino uno de desconcierto inagotable y demencial. Los sonidos de la película llenan todo el espacio para construir esa atmósfera terrorífica y salvaje que es la guerra, pero en medio de esta no hay solo odios, ni enemigos, aunque lo parezca. Monos logra mostrarnos eso. Ahora, no sólo habla de nuestra guerra como país. Habla de la naturaleza violenta en sí misma.
Ya que la película es una experiencia corporal, los sonidos resaltan y atraviesan los poros en la piel del espectador. Eso puede surtir un efecto parecido a las bombas de guerra que esta película no necesita. El espectador no puede salirse de eso, queda allí atrapado. Por eso la película es dinámica, golpea, punza el cuerpo, y ello produce estupefacción. Es el final y el principio de todo. Es verdad que no hay muchas películas hechas en Colombia que se atrevan o se arriesguen a combinar la acción y la estética de este modo estrepitoso. El mismo Landes, como dices, parece haber dado un giro y haberse lanzado a un abismo. Pienso que eso es bueno, si uno ha de lanzarse al abismo debe ser con la sinceridad misma del salto. Hay que ver si la mirada colombiana puede abrirse a una oportunidad así.
La piel es un tejido, una membrana. Es el contacto más próximo con el mundo externo. El cine también tiene una piel. Jennifer Barker ha hablado de ello: allí donde la imagen se hace táctil, pasa de tocar la superficie de la piel a sumergirse dentro del cuerpo. Creo que a Landes no le interesa vestir nada de un cierto modo, sino más bien acercarse a la piel desnuda a través de la mirada, conducir al espectador a que revise los rasguños que le han producido escalofríos. La ropa nos ha puesto etiquetas siempre: el bueno se viste así, el malo así, la mujer así, el hombre así, el niño así, el adulto así, la guerra así, el amor así. Creo que precisamente Monos quiere zafarse de esas vestiduras y evidenciar parte de las cicatrices, bien nos haría prestar atención a eso.
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MONOS A CUATRO MANOS. UNA CONVERSACIÓN EPISTOLAR
Por Alejandra Meneses y Pablo Roldán
La película Monos, de Alejandro Landes, fue estrenada en el Festival de Cine de Cartagena en marzo de este año. Hoy, 15 de agosto, llega a las principales salas del país. Tuvimos la oportunidad de ver la película antes, en Cartagena y en una función para medios en Bogotá. A la función de prensa asistieron el productor colombiano, Santiago Zapata, y una de las protagonistas de la película, Sofía Buenaventura. Al final, se insistió en una sesión flash de preguntas y respuestas. Esto nos hizo pensar en la necesidad de continuar la conversación de manera más profunda. Pensamos que la película se merecía otra formato de crítica. Nos lanzamos aquí, por primera vez, a hacer una crítica epistolar.
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01 de agosto de 2019
Alejandra,
Te mando este correo tratando de continuar nuestra conversación sobre Monos, interrumpida por los asuntos diarios, la falta de, por decirlo de algún modo, decantación de la película en nuestras cabezas y, sobre todo, por el desconsuelo ante los comentarios del público “experto”. Cada vez me voy convenciendo con más fervor de que las sesiones de preguntas y respuestas, como se hacen hoy, no sirven para nada. Vendría mejor hacerlas unos días después, pasadas las impresiones generales y todo eso. Las buenas películas siempre hablan por sí mismas. Necesitan solo hasta el final de los créditos. Nada más. También me desconsuela mucho porque me da la impresión, muy a ojo/oído de pájaro, de que la gente piensa cada vez menos en las imágenes (y eso que estábamos en una función para gente que ha hecho de las imágenes algo así como su profesión) y hay un desenfreno de preguntas indagando por el procedimiento: ¿Cuánto se demoraron en filmar? ¿Dónde filmaron? ¿Fue muy difícil? Preguntas que las películas no necesitan hacerse. He visto dos veces Monos y siento que todavía es una película con un tema esquivo. Es como si el propio film tratara de ocultar de qué va, qué es eso que lo alienta a seguir adelante. ¿Cuántas preguntas sobre eso? Ninguna. En cambio sí una ráfaga de comentarios que pegaban la película a una intervención mimética del conflicto colombiano. Y ambos estamos de acuerdo en que no es eso. O no solo eso. ¿Por qué Monos es esquiva? ¿Será por su trepidante ritmo que arrasa hasta con uno como espectador impidiendo una cierta claridad en el pensamiento? Quizás. A eso deberíamos volver luego. Antes, un poco de orden:
Quisiera empezar con esta propuesta de diálogo escrito volviendo a las palabras que escribí para la revista sobre la primera vez que vi Monos, que quizás, leyendo hoy,están atrapadas en mis primeras impresiones y en lo emocionante que siempre resulta ver una película en el teatro Adolfo Mejía, en Cartagena, y con casi toda la gente, y amigos de ellos, que participó en la película. Copio y pego:
“Primero lo primero: Monos, de Alejandro Landes. La película colombiana más emocionante del certamen, la más ambiciosa, la del perfil internacional (sin ser postal o impresión simple de belleza). Va primero porque, quizás, es el ejemplo más claro: el mundo real se ve tan aparentemente desfigurado (las estaciones se combinan, las distancias son difusas, los climas se mezclan, por decir lo menos), pero en el fondo, infinidad de pistas habitan la película para saber de qué “realidad” se trata. Y no solo tiene que ver con que la vaca que detona todo el infierno en esa helada montaña se llame Shakira. En Monos nada es lo que parece y, si miramos con precisión, todo es lo que parece. Hecha, uno podría creer, con retazos de testimonios de Ingrid Betancourt (no hay que hilar muy fino para ver las semejanzas). Todo está subido de tono (más amplificado, más salvaje, más visceral), una intensa acumulación de sentidos, condicionados siempre al trance. El efecto de la alucinación aquí es literal: unos personajes comen un hongo que les trastoca la conducta y la percepción de lo que les rodea (similar a nuestro proceso al ver la película), pero, más allá de esa escena que culmina con cierto despertar sexual de al menos dos de los protagonistas, la realidad toda es perturbada para crear una especie de mapa mimético (a medias) que sirva para ir a la materia oscura de una serie de sucesos (el conflicto colombiano, el drama de los secuestrados, los trazos del mal que forman el montón de imaginarios sobre el país, temas también que podrían hilar la corta filmografía del director).
Alejandro Landes es, probablemente, el mejor director que tiene Colombia. Ha hecho una película ambiciosa que nunca se doblega ni pierde un ápice de fuerza. Si su anterior película, Porfirio, se caracterizaba por un relato esquelético y una tranquilidad (que no ingenua o simple) en su forma de filmar a su protagonista, Monos es todo lo contrario. Viendo Monos se nos olvida que existe una palabra como tranquilidad, o sorna, o lentitud. Todo es de una velocidad trepidante. Una pesadilla en fastforward quizás, un infierno que ve nacer a un monstruo (el personaje de Moisés Arias).”
Hoy me es obvio que la emoción fue más fuerte, me atreví a escribir que había un director de cine colombiano con más talento que Víctor Gaviria y sabemos que eso no es posible. Entonces, ¿estaba emocionado de qué? ¿Qué pasa con esta película, que sin dejar muy claro a dónde apunta su juego y sus deseos de reflexión y nacimiento de ideas, te atrapa, te acecha, te transporta?
En esa primera y brevísima reflexión también me apunté a leer el film como una clave enrarecida del conflicto en Colombia. Ahora sé que una lectura de esas se queda corta. Hay más. Vos apuntaste que es una cosa muy plástica. Hay un trabajo exhaustivo con las oportunidades que dan los recursos del cine, el más obvio es la música. Pero Landes ve a estos niños con otra mirada, no es la del antropólogo, no es la del investigador de guerra, no es la de un geólogo. ¿Es la de quién? ¿Un niño más? Y en ese sentido siento que, contrario a lo que se ha dicho, la película es menos cercana a El señor de las moscas (ambas versiones) y más a Moonrise Kingdom, la de Wes Anderson. Niños que actúan como adultos y adultos que son niños (el mensajero tiene la estatura de un niño, es un enano; y la secuestrada, la doctora, una “adulta”, no tiene ningún poder de decisión, siempre le dicen qué hacer). ¿Cuál es entonces la mirada de la película? ¿Cómo definir ese punto de vista? Reviso un par de notas que tomé y recuerdo que pensé que Monos era un nuevo giro a la eterna historia del “débil”, del sujeto que se aleja del grupo (Rambo) y descubre otro universo. Un personaje que, cueste lo que cueste (ergo no es débil, más bien crea desde su debilidad aparente), va a inventar su propio destino. Y, claro, en medio de todo eso: un infierno.
Por ahora eso. Y te dejo con un asunto en el aire al que Monos hace frente: ¿Cómo filmar el gérmen de la locura de la violencia? ¿Cómo es que esta película, en definitiva, no nos parece un espectáculo, no nos parece un paso hacia la banalidad de las armas, la muerte y el terror? Espero tu respuesta y que podamos seguir desgranando la película, que tanto nos impresionó, aunque todavía no sepamos muy bien por qué.
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04 de agosto de 2019
Pablo,
Comprendo tu desánimo por las conversaciones que parecen ráfagas de disparos sin destino alguno, sin objetivo alguno, llevadas a cabo por una incapacidad de volver la mirada a nosotros mismos y de desconfiar de nuestras propias cavilaciones.
Vimos Monos juntos y era tu segunda observación, la primera mía. Ya tu andabas escudriñando en las emociones producidas por esas imágenes, la experiencia cinematográfica que la película busca ser –y es– en sí misma. Yo pienso que esas ráfagas de preguntas o comentarios que la gente lanza después de ver una película (colombiana, sobre la guerra), siempre al final nos dan la oportunidad de realizar un diagnóstico sobre los síntomas de nuestra propia enfermedad.
Creo que tienes razón al subrayar que la película habla por sí misma. Me interesa pensar un poco más en cómo genera diálogos con nosotros que la observamos desde fuera, a pesar de la fuerza inmensa que tiene para ponernos en el medio de su locura, del desbordamiento y el torbellino de sus acontecimientos.
La película habla sola y es al mismo tiempo esquiva, como señalas tú, y parece esquiva en lo que a su tema respecta, no en lo que quiere producir, creo que estamos de acuerdo. Su carácter esquivo me parece fundamental. La película sólo es esquiva respecto a los ojos que la miran. Ambos sabemos que ese torbellino de pensamientos y sensaciones que genera no son del todo oscuridad. Monos no necesita poner en contexto el conflicto en nuestro país o lo que significa el secuestro. No necesita hablar de la infancia directamente ni de los lugares comunes a partir de los cuales hemos concebido el género. Monos es esquiva puesto que hemos hablado demasiado tiempo de estos temas desde los mismos lugares y es quizás por ello –como he señalado en otros escritos– que hemos desviado la mirada a los temas aquí expuestos.
Considero que Monos rehúye de los discursos comunes de la guerra y nos pone frente al infierno de su reflejo. Este infierno puede ser Patagrande (Moisés Arias) con su rostro pintado con tinta negra sobre un fondo negro, y sus enormes ojos mirándonos en primer plano, el tiempo suficiente para sentir escalofríos. Es verdad que la película parece contarnos sobre una realidad desfigurada -quizás transfigurada- y llena de guiños que nos jalan constantemente. Pasamos de estéticas narrativas aparentemente lejanas a indicios o vestigios de lo que configura el “ser” colombiano. Esa “subida de tono” de la que tú hablas es la que me hace pensar en el poder plástico de sus imágenes. Es decir, la película privilegia la forma en la que cuenta sobre las historias que tantas veces se han contado. Lo hace a través de lo onírico, lo atemporal, lo fantasmagórico. Lo hace a través de unos planos que ponen como tema central la relación con el cuerpo, la performatividad, el poder de construcción a partir de texturas, colores, sonidos. Monos es una experiencia corporal para el espectador: puede olerla, escucharla; puede sentir el frío, el calor, la humedad; las sensaciones se tornan vívidas: los fluidos, el barro en la cara, el agua cayendo sobre el cuerpo ensangrentado; el cuerpo sabe cómo es la fuerza de la corriente que se lleva a una persona río abajo, sabe del agua que ahoga, de la inmensidad de la selva, de la locura que puede producir el aislamiento y la alucinación en sí misma. Quizás esto vaya dando pistas respecto a la pregunta que planteas: “¿cómo filmar el germen de la guerra?” y más allá ¿cómo hablar del pasado que también somos y del futuro que nos acecha?
La mirada sobre los niños/niñas – adolescentes me parece crucial y siento que será tema de conversación sobre esta película, especialmente por la autocensura y el moralismo que usualmente nos caracteriza en este país. Me llama la atención el hecho de que Alejandro Landes haya decidido representar la experiencia de la guerra a través de los ojos y las sensaciones de estos personajes, quienes casi siempre han estado en segundo plano o en ocasiones han sido instrumentalizados narrativamente. Yo formularía tu hipótesis en modo pregunta: ¿serán niños que actúan como adultos y adultos que son niños? Lo cual me lleva a: ¿qué define el ser niño/a y el ser adulto? Las preguntas están relacionadas con el lugar común de representación de la infancia: aquellos seres que necesitan protección debido a su inocencia e inmadurez, en aparente contraste con el adulto. Esta mirada homogénea tiende a justificar o deslegitimar de entrada lo que vemos. Landes pone a estos personajes en otro lugar: son seres tan capaces de jugar como de matar, de querer como de odiar, son seres fuertes, sexualmente activos y creativos. A Landes no le interesa mostrarnos cómo terminaron allí ni de quién es la culpa. Tampoco le interesa mostrar ventajas o bienestar en su situación. Nos muestra simplemente la complejidad de la humanidad como tal, experimentada de manera más vertiginosa en medio de la guerra. Todo es complejo entonces. La película no puede ser reducida a un tema o a una caracterización específica. Por suerte. Es un paso quizás que inspire a narrarnos de otras maneras.
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06 de agosto de 2019
Alejandra,
Gracias por tus palabras. Vamos por partes:
Pensemos –yo creo que es así, ¿y vos?– que el cine es un espacio para leer el mundo, que las películas son las materializaciones (en los mejores casos) de ideas que piensan el presente. El cine es como un sismógrafo y también como una bola de cristal. En esa medida, ¿qué nos dice entonces Monos? ¿Cuál es ese reflejo en llamas que nos da a leer sobre el tiempo que vivimos? Lancemos una hipótesis: en Monos la guerra es de ningún país (¿está en todas partes?), los bandos (esenciales en una guerra, supongo) son difusos. Sabemos que hay unos contra otros, ya está. Suficiente para un conflicto, bélico o no. Luego está la forma, lo más importante de una película (de guerra o no). También ya lo sabemos: Landes es un director de la forma. ¿La forma de Monos? Alterada. Inusual. Libre de clasificaciones sencillas. Inesperada. Atrevida. Creo que la película de guerra se vuelve infame y desechable cuando se le aprovecha como mina para guiones fáciles (nos sobran los ejemplos). Cuando todo, de repente, aparece simplificado. También cuando se pone en escena (la guerra) para revelar el talento de un director: cómo mueve la cámara, cómo dirige a mil extras; cómo, a fuerza de lo que sea, entiende que sentir la guerra es igual a despedazarnos los oídos con las explosiones. La película que nos ocupa, espero que quien lea estas líneas lo tenga claro en este momento, está en otro lugar. Ejemplos: lo que explota en Monos no son las bombas, son las bengalas. Las pistolas, cuando se disparan, desatan la tragedia, nunca para ganar nada. La música, que no son las valkirias, intenta desplazar la lectura normal del film. Funciona como un sinsentido narrativo ¿Puede juzgársele de esteticismo? No creo. ¿Qué hay bello y feo en la película? Todo tiene el mismo registro. La selva, indomable, es ambigua. Nunca es decorado. Monos es concreta en algo: sus valores de producción no son valores artísticos. Nunca el conflicto, identificable con el que conocemos, es un diván para aventurar una hipótesis forzada sobre “la situación de los bandos”. Si hay un valor artístico en Monos es el de la velocidad y el desenfreno. Eso tiene que ver con el montaje, algo que opera igual en todas las películas (no importa el presupuesto). Un computador, un software, un editor y el director. Construida con expresiones y gestos captados solo a medias (hay siempre un presunto significado que nos demoramos en compartir con las imágenes), entendemos que el gran valor de la película es su capacidad de extrañeza, el estado permanente al que te arropa de la imposibilidad de un sentido, por pequeño que sea, tal vez como la propia guerra.
Ahora, ¿cómo es que esta película dialoga con el cine hecho en Colombia? Otra hipótesis: mientras todo el cine que se hace, puede parecernos, persiste en un cierto miedo a la velocidad y a lo vertiginoso (a mover la cámara), al ir desenfrenadamente hacia adelante, llega esta película que tiene la velocidad de la luz y el ritmo trepidante. Todo, la vida, la narración, los actores van con el pie en el acelerador. Todo en Monos se mueve. Me detengo un segundo: no se trata de películas “lentas” o “rápidas” –categorías inútiles–, sino del movimiento, de las movies. Landes hizo antes Porfirio (2011), que tiene otro ritmo. Si ver aquella era ver un estanque, una laguna, inmensa y hermosa, Monos es ver una catarata, un mar picado, incontrolable, miedoso, sin límites, nervioso. ¿Podemos llegar a una conclusión? Quizás que ese miedo frena a las películas. Habría que velar, y pedirle a los cineastas, por un cine sin miedo.
Hablemos del cuerpo, que es un tema cumbre en la cortísima filmografía de Landes (no he visto Cocalero (2007)): creo que te lo dije, pero no deja de parecerme intrigante que Monos se pueda leer como la narración de un grupo de gente que anda siempre o en ropa interior o sin camisa. Landes se siente atraído por la piel desnuda ¿Por qué? No lo sabemos. Está ahí (en una charla o una entrevista, no lo recuerdo, Landes mencionó, como una película que lo inspiró, a Beau Travail, de Claire Denis, el extraordinario y enceguecedor retrato de la belleza –hombres sin camisa caminando durante toda la película– en medio del desierto árido). No puede ser casual. ¿Cómo penetra la guerra en la piel? ¿La respuesta está en la película? No importa de quién, la piel es un tropo en este cine.
Hablemos de los niños: después de leerte me aventuro a decir que el gesto más radical de la película es haber filmado a esos niños, mezcla entre los niños perdidos de Nunca Jamás y la furia concretada de las pandillas en Rumble Fish, como protagonistas de este torbellino incontenible. De ahí, puede ser, que de entrada todo sea tan extraño, tan ilocalizable, tan indescriptible, todo corrido de lugar.
Monos hace todo menos simplificar las cosas. Alejandro Landes no es un director simple y tampoco de lo simple: sus temas y sus desarrollos siempre remiten a las curvas de un poderoso río (imagen que se vuelve real/física en Monos). Eso es un gran valor. Complejizar los asuntos con la certeza de que no hay respuesta posible (lástima por aquellos que quieren todo listo para consumir). Y si todo eso lleva a su película a ver y sentir el caos es porque no hay mejor lugar para desentrañar aquello que nos es misterioso. Si le preguntáramos a Landes si cree o no que la tranquilidad revela lo simple, la respuesta, seguramente, sería No. Su anterior largo escogió el secuestro –rudimentario– de un avión. Monos escoge una pandilla (imaginaria, distópica, sin límites), que, nada más y nada menos, inventa un mundo, con sus propias reglas y sin saber muy bien una dirección concreta. En últimas: un film deslumbrante.
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10 de agosto de 2019
Pablo,
Tienes razón, el cine habla del mundo, bien sea a través del documental o de la ficción. Habla del presente, pero también acerca del pasado y sin duda puede hacerlo respecto al futuro. Monos no deja de ser por eso un delirio o desvarío, pero qué más estado puede ser la guerra sino uno de desconcierto inagotable y demencial. Los sonidos de la película llenan todo el espacio para construir esa atmósfera terrorífica y salvaje que es la guerra, pero en medio de esta no hay solo odios, ni enemigos, aunque lo parezca. Monos logra mostrarnos eso. Ahora, no sólo habla de nuestra guerra como país. Habla de la naturaleza violenta en sí misma.
Ya que la película es una experiencia corporal, los sonidos resaltan y atraviesan los poros en la piel del espectador. Eso puede surtir un efecto parecido a las bombas de guerra que esta película no necesita. El espectador no puede salirse de eso, queda allí atrapado. Por eso la película es dinámica, golpea, punza el cuerpo, y ello produce estupefacción. Es el final y el principio de todo. Es verdad que no hay muchas películas hechas en Colombia que se atrevan o se arriesguen a combinar la acción y la estética de este modo estrepitoso. El mismo Landes, como dices, parece haber dado un giro y haberse lanzado a un abismo. Pienso que eso es bueno, si uno ha de lanzarse al abismo debe ser con la sinceridad misma del salto. Hay que ver si la mirada colombiana puede abrirse a una oportunidad así.
La piel es un tejido, una membrana. Es el contacto más próximo con el mundo externo. El cine también tiene una piel. Jennifer Barker ha hablado de ello: allí donde la imagen se hace táctil, pasa de tocar la superficie de la piel a sumergirse dentro del cuerpo. Creo que a Landes no le interesa vestir nada de un cierto modo, sino más bien acercarse a la piel desnuda a través de la mirada, conducir al espectador a que revise los rasguños que le han producido escalofríos. La ropa nos ha puesto etiquetas siempre: el bueno se viste así, el malo así, la mujer así, el hombre así, el niño así, el adulto así, la guerra así, el amor así. Creo que precisamente Monos quiere zafarse de esas vestiduras y evidenciar parte de las cicatrices, bien nos haría prestar atención a eso.
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Lea Un río, la adolescencia y la locura. Una conversación con Alejandro Landes, director de Monos.
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