La noche filmada, a eso se reducía mi perplejidad desde muy pequeño en una sala de cine; se me escapaban los rostros de las actrices y los actores como un entresijo de formas etéreas, figuras quebradas en el trasunto de espejos empañados en un tren; los rostros de Angie Dickinson, Edward G. Robinson o Giulietta Massina los devoraba la noche y la sala de cine quedaba en una eventual tiniebla, sin embargo, la luz plateada oblicua de la luna me devolvía con un centelleo ilusorio sus facciones, volvía a la vida a la Giulietta de los espíritus, al gángster y al sheriff crepuscular.
Comprendía que me interesaban más las noches y, sobretodo, las americanas de filtrajes índigos que las acciones cotidianas de la luz dura del mediodía, del contraste marcado, de la voraz narración. La noche y la luna traían consigo esos misterios irrepresentables. Ese respirar pausado y compartido se alzaba triunfante como una gran toronja nacarada, a veces sirviendo de fondo para la pálida silueta de un lobo aullante o como buen presagio para las parteras de los pueblos, estremeciendo las mareas como mantos al viento o haciendo encender los aquelarres entre siluetas levitantes; los amantes la conjuraban en silencio como en las películas de Ophüls y Mizoguchi y las locaciones de los estudios simulaban ser diminutas maquetas ante su vastedad cósmica. Insistía cerrando el puño con fuerza que mi debilidad en la sala de cine era contemplar aquellas lunas remotas y volátiles de las películas clásicas de Hollywood, de los años de la posguerra o del cine experimental de vanguardia norteamericano. Kurosawa comparaba la obra del cineasta bengalí Satyajit Ray con el acto de ver la luna por primera vez; hay mucha sabiduría en Kurosawa, ya olvidé la primera vez que vi la luna; sin importar su fase, contemplarla me lleva a esos oleajes del recuerdo arrebatado por las lunas de las películas de las que ya solo me quedan memorias cada vez más frágiles como aves heridas entre las manos del tiempo.
Las lunas que contemplé en mi pueblo se han mezclado con las lunas que filmó Ford, Stroheim, Erice o Tanaka; aquellas lunas que hacían menguar la ilusoria representación y desnudaban nuestras vulnerabilidades apoyadas en la otredad de los fluctuantes y fantasmagóricos cuerpos que teníamos al frente de la pantalla. Así, salía de la sala cabizbajo, abatido por tener que volver al protocolo cotidiano de las buenas formas de lo “real”. Aquella luna inquisitiva me jaloneaba los filamentos de los pensares desde pequeños charcos sobre el pavimento, haciéndome cómplice de su ritual, de verme a mí mismo, desde mi insignificancia fugaz a través de su iridiscencia. Como una matriz incendiada en una lámpara de acetileno, ella me devolvía la luz que cobijó a tantas y a tantos en el pasado: la misma luz que le sirvió de cobijo a pueblos nómadas y a ruinas imperiales seguía centelleando como una daga.
Esa luna creo que también se enquistó como una lanza en los pensamientos del cineasta irlandés Tadhg O’Sullivan, solo que O’Sullivan no se quedó impertérrito mirando el reflejo de la luna bajo sus pies sino que decidió dedicarle una oda espacial con fragmentos de películas de Dovzhenko, Korda o Ray. ¡Qué más hubiera querido yo: atravesar las lunas fílmicas de mi memoria, las de aquella diminuta sala de cine del pueblo, con el satélite que nos cubre! Sea como sea, O’Sullivan va más allá: no solo confecciona esta suerte de ensayo poético con ecos a Joris Ivens, Ruttmann y a Simon Pummell, sino que también, en un ejercicio muy preciso, logra estructurar una especie de flujo de conciencia de evocación poética que va desde los versos de Alejandra Pizarnik, la prosa de Beckett y Joyce hasta los apuntes de los diarios de Benjamin, todo en una simbiosis medular aunada a la música de Dvórak, Amanda Feery, Wagner y, como no podía faltar, Debussy.
Así es To the Moon (2020), el tercer largometraje del audaz director irlandés, que hace parte de la vigésimo tercera edición de la Muestra Internacional de Cine Documental de Bogotá, MIDBO, esta película está en la sección denominada El cine dentro del cine, sin embargo, también podría estar tranquilamente habitando la sección contigua, Poesía documental. Me hubiera gustado entrar en el detalle de su estructura que, como ya imaginaran, se orquesta desde las nueve fases lunares (un capitulo por fase). Mi favorito es el de la luna llena, donde el compositor y artista experimental estadounidense, Akira Rabelais, nos propone una versión sobrecogedora de la obra sinfónica “El idilio de Sigfrido”, de Wagner, junto a unas imágenes de archivo de eclipses del astro que de inmediato me transportaron a la perplejidad de otros tiempos, de otros ojos, los del joven atónito.
La película cierra con un lapidario: Luna, fragmento de tierra… recuérdanos. Los Karamazov de Dostoievski se asoman mientras paulatinamente nos vamos quedando a oscuras, alistándonos para el diálogo interminable que sostendremos con la luna, marquesina de los ojos de Dios, al terminar de ver To the moon. Fundido a negro.
To the Moon se proyecta durante la MIDBO 23. Más información acá: https://midbo.co/
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SINFONÍA DE CIUDAD LUNAR
Sobre To the Moon, de Tadhg O’Sullivan
La noche filmada, a eso se reducía mi perplejidad desde muy pequeño en una sala de cine; se me escapaban los rostros de las actrices y los actores como un entresijo de formas etéreas, figuras quebradas en el trasunto de espejos empañados en un tren; los rostros de Angie Dickinson, Edward G. Robinson o Giulietta Massina los devoraba la noche y la sala de cine quedaba en una eventual tiniebla, sin embargo, la luz plateada oblicua de la luna me devolvía con un centelleo ilusorio sus facciones, volvía a la vida a la Giulietta de los espíritus, al gángster y al sheriff crepuscular.
Comprendía que me interesaban más las noches y, sobretodo, las americanas de filtrajes índigos que las acciones cotidianas de la luz dura del mediodía, del contraste marcado, de la voraz narración. La noche y la luna traían consigo esos misterios irrepresentables. Ese respirar pausado y compartido se alzaba triunfante como una gran toronja nacarada, a veces sirviendo de fondo para la pálida silueta de un lobo aullante o como buen presagio para las parteras de los pueblos, estremeciendo las mareas como mantos al viento o haciendo encender los aquelarres entre siluetas levitantes; los amantes la conjuraban en silencio como en las películas de Ophüls y Mizoguchi y las locaciones de los estudios simulaban ser diminutas maquetas ante su vastedad cósmica. Insistía cerrando el puño con fuerza que mi debilidad en la sala de cine era contemplar aquellas lunas remotas y volátiles de las películas clásicas de Hollywood, de los años de la posguerra o del cine experimental de vanguardia norteamericano. Kurosawa comparaba la obra del cineasta bengalí Satyajit Ray con el acto de ver la luna por primera vez; hay mucha sabiduría en Kurosawa, ya olvidé la primera vez que vi la luna; sin importar su fase, contemplarla me lleva a esos oleajes del recuerdo arrebatado por las lunas de las películas de las que ya solo me quedan memorias cada vez más frágiles como aves heridas entre las manos del tiempo.
Las lunas que contemplé en mi pueblo se han mezclado con las lunas que filmó Ford, Stroheim, Erice o Tanaka; aquellas lunas que hacían menguar la ilusoria representación y desnudaban nuestras vulnerabilidades apoyadas en la otredad de los fluctuantes y fantasmagóricos cuerpos que teníamos al frente de la pantalla. Así, salía de la sala cabizbajo, abatido por tener que volver al protocolo cotidiano de las buenas formas de lo “real”. Aquella luna inquisitiva me jaloneaba los filamentos de los pensares desde pequeños charcos sobre el pavimento, haciéndome cómplice de su ritual, de verme a mí mismo, desde mi insignificancia fugaz a través de su iridiscencia. Como una matriz incendiada en una lámpara de acetileno, ella me devolvía la luz que cobijó a tantas y a tantos en el pasado: la misma luz que le sirvió de cobijo a pueblos nómadas y a ruinas imperiales seguía centelleando como una daga.
Esa luna creo que también se enquistó como una lanza en los pensamientos del cineasta irlandés Tadhg O’Sullivan, solo que O’Sullivan no se quedó impertérrito mirando el reflejo de la luna bajo sus pies sino que decidió dedicarle una oda espacial con fragmentos de películas de Dovzhenko, Korda o Ray. ¡Qué más hubiera querido yo: atravesar las lunas fílmicas de mi memoria, las de aquella diminuta sala de cine del pueblo, con el satélite que nos cubre! Sea como sea, O’Sullivan va más allá: no solo confecciona esta suerte de ensayo poético con ecos a Joris Ivens, Ruttmann y a Simon Pummell, sino que también, en un ejercicio muy preciso, logra estructurar una especie de flujo de conciencia de evocación poética que va desde los versos de Alejandra Pizarnik, la prosa de Beckett y Joyce hasta los apuntes de los diarios de Benjamin, todo en una simbiosis medular aunada a la música de Dvórak, Amanda Feery, Wagner y, como no podía faltar, Debussy.
Así es To the Moon (2020), el tercer largometraje del audaz director irlandés, que hace parte de la vigésimo tercera edición de la Muestra Internacional de Cine Documental de Bogotá, MIDBO, esta película está en la sección denominada El cine dentro del cine, sin embargo, también podría estar tranquilamente habitando la sección contigua, Poesía documental. Me hubiera gustado entrar en el detalle de su estructura que, como ya imaginaran, se orquesta desde las nueve fases lunares (un capitulo por fase). Mi favorito es el de la luna llena, donde el compositor y artista experimental estadounidense, Akira Rabelais, nos propone una versión sobrecogedora de la obra sinfónica “El idilio de Sigfrido”, de Wagner, junto a unas imágenes de archivo de eclipses del astro que de inmediato me transportaron a la perplejidad de otros tiempos, de otros ojos, los del joven atónito.
La película cierra con un lapidario: Luna, fragmento de tierra… recuérdanos. Los Karamazov de Dostoievski se asoman mientras paulatinamente nos vamos quedando a oscuras, alistándonos para el diálogo interminable que sostendremos con la luna, marquesina de los ojos de Dios, al terminar de ver To the moon. Fundido a negro.
To the Moon se proyecta durante la MIDBO 23. Más información acá: https://midbo.co/
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