Entrados en materia en movimiento, Hugo Chaparro se topa con una primera sorpresa. Una ópera prima salida de Grecia, país que en el mundo del cine tiene ya un estilo predilecto: entre disparates, absurdos y humor seco se abre la cancela del mundo.
Oportuna y terapéutica para contrastar el virus del miedo ambiente que se respira en el mundo con el virus de la amnesia, relativamente inofensivo, que aturde a los personajes de Apples, su director, el debutante Christos Nikou, narra en alguna ciudad de Grecia, semejante a la ciudad melancólica y vigilada de Orwell en 1984 –felizmente sin las torturas y la crueldad política que anulan la voluntad de Winston Smith–, una historia con la urgencia de los exorcismos: según la entrevista concedida por Nikou al portal Cineuropa (“Me gustan las películas que cambian un poco las reglas de nuestra sociedad”, 03/09/2020), escribió el guión cuando su padre murió y aunque trató en vano de olvidar su pérdida, se preguntó por qué la memoria del ser humano es selectiva y, acaso para sobrevivir a la tristeza, borra de sus recuerdos lo que le hace daño.
La presencia de la muerte; el olvido –real o fingido– para cauterizar las heridas; las manzanas que come permanentemente su protagonista –encarnado por Aris Servetalis con su figura espigada, sus ojos ensimismados y su afán de olvidar el tiempo perdido que no volverá jamás, bordeando el umbral de la tragicomedia–, moldearon el tono de una película en la que menos es más por la extrema sencillez de una puesta en escena que agrega a sus imágenes, en el transcurso del relato, la evidencia de la poesía y sus metáforas para asumir el dolor.
El amnésico en trance de rescatar su memoria tiene encuentros fortuitos que nos revelan su lugar en el mundo a través de los otros: ancianos que agonizan; niños que le prestan sus bicicletas liliputienses para demostrarse que no ha olvidado pedalear; mujeres que quisieran recordar quiénes fueron antes de que llegara el olvido; batichicas disfrazadas en una fiesta para la que Servetalis camufla su timidez con un traje de astronauta y flota en un espacio imaginario de gravedad cero.
Nikou tiene el aire de Beckett en Esperando a Godot y de un heredero cinematográfico del absurdo, el Jim Jarmusch de Stranger than Paradise, con sus escenarios fríos y desangelados, que resaltan los dilemas revelados por la trama.
Apples sugiere un enigma: ¿es posible que la amnesia sea un truco para protegerse masivamente de un pasado que cada cual trata de olvidar a su manera? ¿Acaso los médicos que tratan a los amnésicos también hacen parte del juego y aceptan las reglas del manicomio en el que se ha convertido la ciudad donde trabajan?
Los indicios son discretos. Poco a poco descubrimos cuál es el malestar que agobia a Servetalis y a los que comparten con él su historia. Golpearse la cabeza contra la pared, como nos presenta Nikou al personaje y a su desesperación, sólo agrega más dolor al dolor. Es preferible sumergirse en el refugio artificial de una amnesia premeditada. Aunque la realidad nos obligue, tarde o temprano, a enfrentar la verdad de lo que quisiéramos olvidar. Un convencimiento que transforma a Servetalis cuando estalla la burbuja en la que intenta vivir por el resto de sus días.
El don de la ficción puede ser curativo. Resuelve los enigmas del narrador que escribe sobre sí mismo a través de sus relatos. Para recordar a su padre, Nikou filmó esta película. Un padre al que le gustaba comer siete u ocho manzanas al día. Es posible, según el director, que esa fuera la razón de su memoria indeleble. No en vano Apples está dedicada, de manera inevitable, a su memoria.
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TIFF (02) - MEMORIAS PARA EL OLVIDO
Entrados en materia en movimiento, Hugo Chaparro se topa con una primera sorpresa. Una ópera prima salida de Grecia, país que en el mundo del cine tiene ya un estilo predilecto: entre disparates, absurdos y humor seco se abre la cancela del mundo.
45° Festival Internacional de Cine de Toronto
Septiembre 10–19/2020
Memorias para el olvido
Hugo Chaparro Valderrama*
Laboratorios Frankenstein©
Enviado virtual a Toronto
Oportuna y terapéutica para contrastar el virus del miedo ambiente que se respira en el mundo con el virus de la amnesia, relativamente inofensivo, que aturde a los personajes de Apples, su director, el debutante Christos Nikou, narra en alguna ciudad de Grecia, semejante a la ciudad melancólica y vigilada de Orwell en 1984 –felizmente sin las torturas y la crueldad política que anulan la voluntad de Winston Smith–, una historia con la urgencia de los exorcismos: según la entrevista concedida por Nikou al portal Cineuropa (“Me gustan las películas que cambian un poco las reglas de nuestra sociedad”, 03/09/2020), escribió el guión cuando su padre murió y aunque trató en vano de olvidar su pérdida, se preguntó por qué la memoria del ser humano es selectiva y, acaso para sobrevivir a la tristeza, borra de sus recuerdos lo que le hace daño.
La presencia de la muerte; el olvido –real o fingido– para cauterizar las heridas; las manzanas que come permanentemente su protagonista –encarnado por Aris Servetalis con su figura espigada, sus ojos ensimismados y su afán de olvidar el tiempo perdido que no volverá jamás, bordeando el umbral de la tragicomedia–, moldearon el tono de una película en la que menos es más por la extrema sencillez de una puesta en escena que agrega a sus imágenes, en el transcurso del relato, la evidencia de la poesía y sus metáforas para asumir el dolor.
El amnésico en trance de rescatar su memoria tiene encuentros fortuitos que nos revelan su lugar en el mundo a través de los otros: ancianos que agonizan; niños que le prestan sus bicicletas liliputienses para demostrarse que no ha olvidado pedalear; mujeres que quisieran recordar quiénes fueron antes de que llegara el olvido; batichicas disfrazadas en una fiesta para la que Servetalis camufla su timidez con un traje de astronauta y flota en un espacio imaginario de gravedad cero.
Nikou tiene el aire de Beckett en Esperando a Godot y de un heredero cinematográfico del absurdo, el Jim Jarmusch de Stranger than Paradise, con sus escenarios fríos y desangelados, que resaltan los dilemas revelados por la trama.
Apples sugiere un enigma: ¿es posible que la amnesia sea un truco para protegerse masivamente de un pasado que cada cual trata de olvidar a su manera? ¿Acaso los médicos que tratan a los amnésicos también hacen parte del juego y aceptan las reglas del manicomio en el que se ha convertido la ciudad donde trabajan?
Los indicios son discretos. Poco a poco descubrimos cuál es el malestar que agobia a Servetalis y a los que comparten con él su historia. Golpearse la cabeza contra la pared, como nos presenta Nikou al personaje y a su desesperación, sólo agrega más dolor al dolor. Es preferible sumergirse en el refugio artificial de una amnesia premeditada. Aunque la realidad nos obligue, tarde o temprano, a enfrentar la verdad de lo que quisiéramos olvidar. Un convencimiento que transforma a Servetalis cuando estalla la burbuja en la que intenta vivir por el resto de sus días.
El don de la ficción puede ser curativo. Resuelve los enigmas del narrador que escribe sobre sí mismo a través de sus relatos. Para recordar a su padre, Nikou filmó esta película. Un padre al que le gustaba comer siete u ocho manzanas al día. Es posible, según el director, que esa fuera la razón de su memoria indeleble. No en vano Apples está dedicada, de manera inevitable, a su memoria.
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