La extensión de las palabras de un libro en imágenes, nos cuenta Hugo Chaparro, detonan el nacimiento de una constatación y reflexión sobre las reacciones de los espectadores a ciertas leyendas y formas audiovisuales. ¿El principio de una teoría sobre la rebeldía hacia las imágenes?
Aunque la mala conciencia intente disimular el odio de los epítetos con adjetivos benévolos –afroamericanos o afrodescendientes para no decir negros; comunidades o pueblos originarios para llamar de manera legendaria a los indígenas–, el racismo y sus lugares comunes permanecen más allá de la retórica.
El cine, una industria de invenciones culturales, ha representado al indio, según el modelo de Hollywood, como el enemigo de una civilización simbolizada en los westerns por los hijos armados de los colonizadores que en el siglo XIX despojaron de sus tierras a los semínolas, los cheroquis, los crics, los choctas, los sauk y los fox, haciendo de Estados Unidos un país hipotecado por la raza blanca.
“No necesitamos la verdad: tenemos la leyenda”, se afirma en Inconvenient Indian, el documental de la realizadora canadiense Michelle Latimer, que no admite las ideas preconcebidas y enjuicia la tradición narrativa forjada en la pantalla.
Basado en el libro del escritor y activista Thomas King, The Inconvenient Indian: A Curious Account of Native People in North America (2012), el guión de Latimer controvierte la historia hecha prejuicio en el cine: ¿por qué los esquimales que filmó Robert Flaherty en Nanook of the North confirman el exotismo de lo primitivo, negándoles su presencia en el mundo contemporáneo, del que parecieran estar eternamente excluidos? Una respuesta posible es que la leyenda debe ser contrastada con la verdad; ser puesta en duda sin la mirada paternal del exotismo, que reduce a personajes como Nanook a una dimensión decorativa, al menos curiosa, en clave antropológica.
Una percepción revelada en Inconvenient Indian cuando nos enseña la utilería de disfraces que banalizan al indio en un almacén de ropa para Halloween o cuando escuchamos el parlamento de un western en el que un cowboy asegura que el único indio bueno es el indio muerto.
Las bombas verbales explotan en la pantalla simultáneamente con las bombas visuales y confrontan los conceptos encarnados por héroes modelo John Wayne.
“La idea del indio es más importante que la realidad del indio. Nadie quiere al indio, sino a la idea, porque la idea no es amenazante”.
La idea no se queja acerca de su condición, no protesta por el caos ecológico, no defiende sus derechos; la idea nutre el enfrentamiento racial en tramas resueltas a balazos; la idea se pregunta en silencio por su condición cuando vemos a un indio observando en la distancia a la ciudad de Toronto, por la que pasea King en un carro, conducido por un coyote, mientras el autor relata una fábula mítica.
El adoctrinamiento de los indios canadienses; la semblanza que el pintor de la etnia cree, Kent Monkman, hace de un proyecto pedagógicamente perverso como fueron las residential schools, fundadas en Canadá a principios del siglo XIX para “asimilar” a los niños indígenas a la cultura blanca; los testimonios tanto de King como del público que se encuentra con él en una sala de cine para verse burlados en la pantalla por “la idea” del indio; el cazador de focas que se aprovecha de la tecnología, demostrando que los indios también sobreviven en la modernidad con sus armas; la puesta en escena de las danzas que transcurren en una discoteca al margen de la banalización del indio; la declaración de principios de una mujer que decide tatuarse en la frente un trazo indígena, que siempre estará en su rostro como una señal de pertenencia a un mundo específico, logran compendiar las perspectivas diversas de un dilema racial que insiste en recordarnos lo que merece repetirse.
La conclusión de Latimer, en términos visuales, es elocuente: King, el coyote y un indio, cuando termina el repertorio del western que han visto en la pantalla, no ven el rótulo clásico –The End–, cifrándose en su contrario –The Beginning– una conclusión esperanzada.
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TIFF (03) - NO SOY EL INDIO QUE PIENSAS
La extensión de las palabras de un libro en imágenes, nos cuenta Hugo Chaparro, detonan el nacimiento de una constatación y reflexión sobre las reacciones de los espectadores a ciertas leyendas y formas audiovisuales. ¿El principio de una teoría sobre la rebeldía hacia las imágenes?
I’m Not the Indian You Had in Mind
45° Festival Internacional de Cine de Toronto
Septiembre 10–19/2020
No soy el indio que piensas
Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein©
Enviado virtual a Toronto
Aunque la mala conciencia intente disimular el odio de los epítetos con adjetivos benévolos –afroamericanos o afrodescendientes para no decir negros; comunidades o pueblos originarios para llamar de manera legendaria a los indígenas–, el racismo y sus lugares comunes permanecen más allá de la retórica.
El cine, una industria de invenciones culturales, ha representado al indio, según el modelo de Hollywood, como el enemigo de una civilización simbolizada en los westerns por los hijos armados de los colonizadores que en el siglo XIX despojaron de sus tierras a los semínolas, los cheroquis, los crics, los choctas, los sauk y los fox, haciendo de Estados Unidos un país hipotecado por la raza blanca.
“No necesitamos la verdad: tenemos la leyenda”, se afirma en Inconvenient Indian, el documental de la realizadora canadiense Michelle Latimer, que no admite las ideas preconcebidas y enjuicia la tradición narrativa forjada en la pantalla.
Basado en el libro del escritor y activista Thomas King, The Inconvenient Indian: A Curious Account of Native People in North America (2012), el guión de Latimer controvierte la historia hecha prejuicio en el cine: ¿por qué los esquimales que filmó Robert Flaherty en Nanook of the North confirman el exotismo de lo primitivo, negándoles su presencia en el mundo contemporáneo, del que parecieran estar eternamente excluidos? Una respuesta posible es que la leyenda debe ser contrastada con la verdad; ser puesta en duda sin la mirada paternal del exotismo, que reduce a personajes como Nanook a una dimensión decorativa, al menos curiosa, en clave antropológica.
Una percepción revelada en Inconvenient Indian cuando nos enseña la utilería de disfraces que banalizan al indio en un almacén de ropa para Halloween o cuando escuchamos el parlamento de un western en el que un cowboy asegura que el único indio bueno es el indio muerto.
Las bombas verbales explotan en la pantalla simultáneamente con las bombas visuales y confrontan los conceptos encarnados por héroes modelo John Wayne.
“La idea del indio es más importante que la realidad del indio. Nadie quiere al indio, sino a la idea, porque la idea no es amenazante”.
La idea no se queja acerca de su condición, no protesta por el caos ecológico, no defiende sus derechos; la idea nutre el enfrentamiento racial en tramas resueltas a balazos; la idea se pregunta en silencio por su condición cuando vemos a un indio observando en la distancia a la ciudad de Toronto, por la que pasea King en un carro, conducido por un coyote, mientras el autor relata una fábula mítica.
El adoctrinamiento de los indios canadienses; la semblanza que el pintor de la etnia cree, Kent Monkman, hace de un proyecto pedagógicamente perverso como fueron las residential schools, fundadas en Canadá a principios del siglo XIX para “asimilar” a los niños indígenas a la cultura blanca; los testimonios tanto de King como del público que se encuentra con él en una sala de cine para verse burlados en la pantalla por “la idea” del indio; el cazador de focas que se aprovecha de la tecnología, demostrando que los indios también sobreviven en la modernidad con sus armas; la puesta en escena de las danzas que transcurren en una discoteca al margen de la banalización del indio; la declaración de principios de una mujer que decide tatuarse en la frente un trazo indígena, que siempre estará en su rostro como una señal de pertenencia a un mundo específico, logran compendiar las perspectivas diversas de un dilema racial que insiste en recordarnos lo que merece repetirse.
La conclusión de Latimer, en términos visuales, es elocuente: King, el coyote y un indio, cuando termina el repertorio del western que han visto en la pantalla, no ven el rótulo clásico –The End–, cifrándose en su contrario –The Beginning– una conclusión esperanzada.
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