El "método" del italiano Gianfranco Rosi no parece cambiar mucho: sus grandes imágenes habitan el centro del caos y buscan, quizás, el reverso del peligro. Hugo Chaparro prefiere la claridad: primero lo primero: la comprensión humana como corazón de este cine.
“Después de la caída del Imperio Otomano y el fin de la Primera Guerra Mundial, los poderes coloniales trazaron nuevas fronteras para el Medio Oriente. Décadas después, la codicia y la ambición por el poder dieron lugar a golpes militares, regímenes corruptos, líderes dictatoriales e intervenciones extranjeras. Las tiranías, las invasiones y el terrorismo se apoyaron entre sí en un círculo vicioso que afectó a la población civil. Esta película se rodó durante los tres últimos años en las fronteras de Irak, Kurdistán, Siria y Líbano”.
Se trata de Notturno, otra declaración política de Gianfranco Rosi después de que estremeciera las salas del planeta con Fuocoammare (2016), que enseñó los rostros y la desesperación de los inmigrantes africanos tratando de alcanzar la costa siciliana antes de un posible naufragio.
Sin identificar los países en los que suceden los fragmentos múltiples que componen la narración de Notturno –algo que quizás sea prescindible cuando el epígrafe del documental nos sitúa, antes que en un país específico, en una región del mundo que comparte las miserias de la guerra–, Rosi nos acerca con su cámara a la intimidad de distintos personajes que lloran a sus muertos, vigilan las fronteras, actúan en la obra de teatro de un hospital siquiátrico que les sirve de terapia a los pacientes, le cuentan a una profesora las atrocidades de la barbarie terrorista, cazan patos en un lago mientras en la distancia se oyen los tiros de los cazadores de hombres o le envían mensajes de voz por WhatsApp a una madre para que trate de conseguir el dinero con el que una muchacha de voz temblorosa podría liberarse del secuestro en el que la tiene ISIS.
Rosi describe el conflicto en el Medio Oriente con planos cerrados sobre los ciudadanos y su anonimato. En la pantalla no aparecen los sospechosos de siempre: dictadores, militares, grupos terroristas. Están presentes los que sólo tienen la intuición del miedo para defenderse, los niños que dibujan las imágenes de sus pesadillas, desafortunadamente reales, recordando los maltratos de los golpes, los insultos y las decapitaciones que ISIS los obligaba a mirar como otra forma del tormento.
El documentalista como testigo simplemente observa y escucha para que el espectador observe a través de sus ojos y escuche las narraciones del horror. En terrenos que pueden ser inciertos como las fronteras amenazadas, en carreteras que se caen a pedazos como efecto colateral de la codicia y la corrupción señaladas al inicio de la película, en casas donde una madre acuesta a sus hijos y le avisa a uno de ellos cuando amanece que ya es hora de ir a trabajar con los cazadores que le pagan para que recoja las aves que matan, en cárceles donde solo queda el rastro de los fantasmas que entristecen a las madres cuando saben que sus hijos fueron torturados, en ciudades absolutamente arruinadas por las bombas.
Notturno es así una exploración de la tragedia, que a la manera de un rompecabezas nos revela, cuando encajamos todas las piezas, el mapa del Medio Oriente. Un documental que confía en las imágenes, evitando los discursos que podrían comentarlas, siendo innecesarios por su contenido suficientemente expresivo al margen de las teorías que interpretan lo que rebasa a la comprensión humana.
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TIFF (06) - IMÁGENES DE UN MUNDO EN CAOS
El "método" del italiano Gianfranco Rosi no parece cambiar mucho: sus grandes imágenes habitan el centro del caos y buscan, quizás, el reverso del peligro. Hugo Chaparro prefiere la claridad: primero lo primero: la comprensión humana como corazón de este cine.
45° Festival Internacional de Cine de Toronto
Septiembre 10–19/2020
Imágenes de un mundo en caos
Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein©
Enviado virtual a Toronto
“Después de la caída del Imperio Otomano y el fin de la Primera Guerra Mundial, los poderes coloniales trazaron nuevas fronteras para el Medio Oriente. Décadas después, la codicia y la ambición por el poder dieron lugar a golpes militares, regímenes corruptos, líderes dictatoriales e intervenciones extranjeras. Las tiranías, las invasiones y el terrorismo se apoyaron entre sí en un círculo vicioso que afectó a la población civil. Esta película se rodó durante los tres últimos años en las fronteras de Irak, Kurdistán, Siria y Líbano”.
Se trata de Notturno, otra declaración política de Gianfranco Rosi después de que estremeciera las salas del planeta con Fuocoammare (2016), que enseñó los rostros y la desesperación de los inmigrantes africanos tratando de alcanzar la costa siciliana antes de un posible naufragio.
Sin identificar los países en los que suceden los fragmentos múltiples que componen la narración de Notturno –algo que quizás sea prescindible cuando el epígrafe del documental nos sitúa, antes que en un país específico, en una región del mundo que comparte las miserias de la guerra–, Rosi nos acerca con su cámara a la intimidad de distintos personajes que lloran a sus muertos, vigilan las fronteras, actúan en la obra de teatro de un hospital siquiátrico que les sirve de terapia a los pacientes, le cuentan a una profesora las atrocidades de la barbarie terrorista, cazan patos en un lago mientras en la distancia se oyen los tiros de los cazadores de hombres o le envían mensajes de voz por WhatsApp a una madre para que trate de conseguir el dinero con el que una muchacha de voz temblorosa podría liberarse del secuestro en el que la tiene ISIS.
Rosi describe el conflicto en el Medio Oriente con planos cerrados sobre los ciudadanos y su anonimato. En la pantalla no aparecen los sospechosos de siempre: dictadores, militares, grupos terroristas. Están presentes los que sólo tienen la intuición del miedo para defenderse, los niños que dibujan las imágenes de sus pesadillas, desafortunadamente reales, recordando los maltratos de los golpes, los insultos y las decapitaciones que ISIS los obligaba a mirar como otra forma del tormento.
El documentalista como testigo simplemente observa y escucha para que el espectador observe a través de sus ojos y escuche las narraciones del horror. En terrenos que pueden ser inciertos como las fronteras amenazadas, en carreteras que se caen a pedazos como efecto colateral de la codicia y la corrupción señaladas al inicio de la película, en casas donde una madre acuesta a sus hijos y le avisa a uno de ellos cuando amanece que ya es hora de ir a trabajar con los cazadores que le pagan para que recoja las aves que matan, en cárceles donde solo queda el rastro de los fantasmas que entristecen a las madres cuando saben que sus hijos fueron torturados, en ciudades absolutamente arruinadas por las bombas.
Notturno es así una exploración de la tragedia, que a la manera de un rompecabezas nos revela, cuando encajamos todas las piezas, el mapa del Medio Oriente. Un documental que confía en las imágenes, evitando los discursos que podrían comentarlas, siendo innecesarios por su contenido suficientemente expresivo al margen de las teorías que interpretan lo que rebasa a la comprensión humana.
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