También llegó el último plano a las crónicas de Hugo Chaparro "desde" Toronto. Se despide con dos películas de extremos y perplejidades. Dice chao y hasta pronto a sus días de espectador sin descanso con una suerte de balance y reflexión.
En una película de retórica visual y narrativa como Kill It and Leave This Town, del polaco Mariusz Wilczynski, iconoclasta a la manera de Jean-Luc Godard cuando declaró que no hacía cine para el público sino contra el público, se percibe la intención de los manifiestos artísticos que definieron a distintas generaciones según sus posturas creativas.
“Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas”, escribió André Breton en el manifiesto surrealista de 1924.
Wilczynski presentó en el TIFF, después de trabajar en su autobiografía filmada durante catorce años, una película enigmática desde su título, que cada espectador observa según su capacidad para interpretar los delirios de Wilczynski, en la que propone un buceo hacia el fondo de los sueños, dibujados con la licencia de los artificios que permite el mundo de la animación en el que lo imposible siempre será posible.
Una experiencia cinematográfica situada al otro lado de la luna, en las antípodas de ese lado oscuro, monopolizado por la industria, que complace los hábitos de un espectador rutinario, del público que no se permite el riesgo y espera ser consentido en sus costumbres emocionales y narrativas por el reciclaje perpetuo de las imágenes que se ven con rapidez y se olvidan sin ninguna reflexión.
Defectos especiales que tampoco aceptarían otra película presentada este año en el TIFF, In Between Dying, cuando la perplejidad podría inquietar al espectador ante las pretensiones poéticas del director Hilal Baydarov y su parábola fúnebre, conscientemente absurda en su percepción de la muerte y de los personajes que ruedan por esta road movie de ultratumba, celebrada por la fotografía de Elshan Abbasov.
¿Qué vemos y cómo lo vemos? La pregunta es pertinente ante el bombardeo visual que nos somete. Acaso el enigma se resuelva en la pantalla cuando los festivales nos regresan la confianza en el cine al margen de la monotonía. Sucedió en el TIFF con Apples, de Christos Nikou; Under the Open Sky, de Miwa Nishikawa, acerca de la redención de un exyakuza, o Time, de Lili Horvát –otro viaje hacia el mundo de los espectros, en el que una mujer parece soñar despierta con fantasmas, sin que su directora caiga en la trampa de explicarnos el misterio–; con documentales de registros diferentes y experimentos que propusieron formas diversas de acercarse al corazón del ser humano, evitando la obviedad de los reportajes televisivos que intervienen sus imágenes para explicarlas.
Me refiero a Notturno, de Gianfranco Rosi; 76 Days, de Hao Wu, Weini Chen y otro realizador que prefirió el anonimato, a los que ya se puede mencionar con nombres propios cuando la película ha empezado a difundirse en el circuito internacional; I am Greta, de Nathan Grossman, una semblanza del efecto Greta Thunberg en el mundo, y The Truffle Hunters, de Michael Dweck & Gregory Kershaw, sobre un grupo de solitarios que viven con sus perros y buscan trufas en los bosques del norte de Italia.
Películas que compartieron la pantalla virtual del TIFF con otro tipo de aventuras que narraron sus historias con la destreza de la literatura clásica. Obedeciendo a la estructura dramática tradicional, la pregunta que se hace un director o un escritor acerca de qué tipo de historia quiere narrar y cómo la quiere narrar para dialogar con su espectador o su lector, presentó variables en las que se comprobó el talento hecho oficio.
La cronista de la guerra en Bosnia/Herzegovina durante los años 90, Jasmila Žbanić, regresó al festival con otro recuento de la barbarie, que prolongó la memoria de Grbavica (2006) y For Those Who Can Tell No Tales (2013), evocando en Quo Vadis, Aida? el genocidio de Srebrenica en el que murieron 8.732 bosnios por órdenes del carnicero que ordenó ejecutarlos.
Narrada tan vertiginosamente como obliga la situación angustiosa de Aida (Jasna Duričić), traductora de los burócratas de la Naciones Unidas que estuvieron en la guerra, el cine como memoria histórica cumple con su propósito de fijar la tragedia de manera indeleble en el espectador.
Quo Vadis, Aida?, aunque no lo dice, permite una metáfora que recuerda el legado de las dictaduras cuando no se juzga a sus generales: los asesinos están entre nosotros.
La vanguardia y la tradición justifican así sus caminos paralelos cuando los directores no se traicionan por codicias comerciales. Lo demostró una referencia del cine contemporáneo, François Ozon, ineludiblemente gay y esplendoroso en Été 85, con sus adolescentes en la confusión de los primeros amores, o cuatro películas de estructura clásica y tonos radicalmente distintos: Should the Wind Drop, de Nora Martirosyan, 180° Rule, de Farnoosh Samadi, Concrete Cowboy, de Ricky Staub, Shiva Baby, de Emma Seligman; la sobriedad y el minimalismo como características de Martirosyan, el exceso hecho melodrama asumido con todas sus lágrimas por Samadi, el western como reto para que Staub reinventara los códigos del género, la comedia de situaciones en la que se desmienten los placeres de la vida familiar con la puesta en escena y el guión de Seligman.
Cada época tiene un esplendor que la define. Tras los héroes creativos que se reprodujeron en el cine mudo de los años 20 alrededor del mundo, de la generación que forjó en Hollywood su leyenda durante las décadas de los años 20 al 50, de los jóvenes que flotaron desde finales de los años 50 en la cresta de la Nouvelle Vague, llegamos al siglo XXI, un tiempo en el que se han diluido las generaciones agrupadas masivamente por los académicos; en la que cada artista es su propio manifiesto, individualista y talentoso, brillando cada cual a su manera en la pantalla.
Top Ten TIFF 2020 - Laboratorios Frankenstein
Notturno (Gianfranco Rosi)
76 Days (Hao Wu, Weini Chen y anónimo)
Inconvenient Indian (Michelle Latimer)
Apples (Christos Nikou)
The Truffle Hunters (Michael Dweck/Gregory Kershaw)
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TIFF (08) - THE END
También llegó el último plano a las crónicas de Hugo Chaparro "desde" Toronto. Se despide con dos películas de extremos y perplejidades. Dice chao y hasta pronto a sus días de espectador sin descanso con una suerte de balance y reflexión.
45° Festival Internacional de Cine de Toronto
Septiembre 10–19/2020
The End
Hugo Chaparro Valderrama*
Laboratorios Frankenstein©
Enviado virtual a Toronto
En una película de retórica visual y narrativa como Kill It and Leave This Town, del polaco Mariusz Wilczynski, iconoclasta a la manera de Jean-Luc Godard cuando declaró que no hacía cine para el público sino contra el público, se percibe la intención de los manifiestos artísticos que definieron a distintas generaciones según sus posturas creativas.
“Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas”, escribió André Breton en el manifiesto surrealista de 1924.
Wilczynski presentó en el TIFF, después de trabajar en su autobiografía filmada durante catorce años, una película enigmática desde su título, que cada espectador observa según su capacidad para interpretar los delirios de Wilczynski, en la que propone un buceo hacia el fondo de los sueños, dibujados con la licencia de los artificios que permite el mundo de la animación en el que lo imposible siempre será posible.
Una experiencia cinematográfica situada al otro lado de la luna, en las antípodas de ese lado oscuro, monopolizado por la industria, que complace los hábitos de un espectador rutinario, del público que no se permite el riesgo y espera ser consentido en sus costumbres emocionales y narrativas por el reciclaje perpetuo de las imágenes que se ven con rapidez y se olvidan sin ninguna reflexión.
Defectos especiales que tampoco aceptarían otra película presentada este año en el TIFF, In Between Dying, cuando la perplejidad podría inquietar al espectador ante las pretensiones poéticas del director Hilal Baydarov y su parábola fúnebre, conscientemente absurda en su percepción de la muerte y de los personajes que ruedan por esta road movie de ultratumba, celebrada por la fotografía de Elshan Abbasov.
¿Qué vemos y cómo lo vemos? La pregunta es pertinente ante el bombardeo visual que nos somete. Acaso el enigma se resuelva en la pantalla cuando los festivales nos regresan la confianza en el cine al margen de la monotonía. Sucedió en el TIFF con Apples, de Christos Nikou; Under the Open Sky, de Miwa Nishikawa, acerca de la redención de un exyakuza, o Time, de Lili Horvát –otro viaje hacia el mundo de los espectros, en el que una mujer parece soñar despierta con fantasmas, sin que su directora caiga en la trampa de explicarnos el misterio–; con documentales de registros diferentes y experimentos que propusieron formas diversas de acercarse al corazón del ser humano, evitando la obviedad de los reportajes televisivos que intervienen sus imágenes para explicarlas.
Me refiero a Notturno, de Gianfranco Rosi; 76 Days, de Hao Wu, Weini Chen y otro realizador que prefirió el anonimato, a los que ya se puede mencionar con nombres propios cuando la película ha empezado a difundirse en el circuito internacional; I am Greta, de Nathan Grossman, una semblanza del efecto Greta Thunberg en el mundo, y The Truffle Hunters, de Michael Dweck & Gregory Kershaw, sobre un grupo de solitarios que viven con sus perros y buscan trufas en los bosques del norte de Italia.
Películas que compartieron la pantalla virtual del TIFF con otro tipo de aventuras que narraron sus historias con la destreza de la literatura clásica. Obedeciendo a la estructura dramática tradicional, la pregunta que se hace un director o un escritor acerca de qué tipo de historia quiere narrar y cómo la quiere narrar para dialogar con su espectador o su lector, presentó variables en las que se comprobó el talento hecho oficio.
La cronista de la guerra en Bosnia/Herzegovina durante los años 90, Jasmila Žbanić, regresó al festival con otro recuento de la barbarie, que prolongó la memoria de Grbavica (2006) y For Those Who Can Tell No Tales (2013), evocando en Quo Vadis, Aida? el genocidio de Srebrenica en el que murieron 8.732 bosnios por órdenes del carnicero que ordenó ejecutarlos.
Narrada tan vertiginosamente como obliga la situación angustiosa de Aida (Jasna Duričić), traductora de los burócratas de la Naciones Unidas que estuvieron en la guerra, el cine como memoria histórica cumple con su propósito de fijar la tragedia de manera indeleble en el espectador.
Quo Vadis, Aida?, aunque no lo dice, permite una metáfora que recuerda el legado de las dictaduras cuando no se juzga a sus generales: los asesinos están entre nosotros.
La vanguardia y la tradición justifican así sus caminos paralelos cuando los directores no se traicionan por codicias comerciales. Lo demostró una referencia del cine contemporáneo, François Ozon, ineludiblemente gay y esplendoroso en Été 85, con sus adolescentes en la confusión de los primeros amores, o cuatro películas de estructura clásica y tonos radicalmente distintos: Should the Wind Drop, de Nora Martirosyan, 180° Rule, de Farnoosh Samadi, Concrete Cowboy, de Ricky Staub, Shiva Baby, de Emma Seligman; la sobriedad y el minimalismo como características de Martirosyan, el exceso hecho melodrama asumido con todas sus lágrimas por Samadi, el western como reto para que Staub reinventara los códigos del género, la comedia de situaciones en la que se desmienten los placeres de la vida familiar con la puesta en escena y el guión de Seligman.
Cada época tiene un esplendor que la define. Tras los héroes creativos que se reprodujeron en el cine mudo de los años 20 alrededor del mundo, de la generación que forjó en Hollywood su leyenda durante las décadas de los años 20 al 50, de los jóvenes que flotaron desde finales de los años 50 en la cresta de la Nouvelle Vague, llegamos al siglo XXI, un tiempo en el que se han diluido las generaciones agrupadas masivamente por los académicos; en la que cada artista es su propio manifiesto, individualista y talentoso, brillando cada cual a su manera en la pantalla.
Top Ten TIFF 2020 - Laboratorios Frankenstein
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