El hogar, el archivos, las idas y los regresos, esos son los corazones temáticos de Ste. Anne, de Rhayne Vermette, el nuevo descubrimiento que hace Hugo Chaparro Valderrama en el 46° Festival Internacional de Cine de Toronto.
El colectivo COUSIN, fundado en 2018 por cuatro artistas de Canadá y Estados Unidos,–Sky Hopinka, Adam Khalil, Alexandra Lazarowich y Adam Piron–, apoya a los realizadores indígenas interesados en renovar la forma cinematográfica y en hacer del experimento un estilo.
“Creamos trabajos”, se lee en su página, “que sean personales, orgullosamente provocativos, impulsados por voces artísticas fuertes”.
A la artista Rhayne Vermette, nacida en 1982 en Sainte Anne (Manitoba), territorio de la nación Métis –mestizos originarios de la mezcla entre indígenas cree, ojibwai y saulteaux, con pioneros británicos y franceses que colonizaron Canadá–, tras haber realizado varios cortos experimentales en 16 mm., COUSIN le produjo su primer largometraje: Ste. Anne.
Rodado durante catorce meses con miembros de su familia y de la comunidad Métis, es la confirmación de una obra a la que se ha definido como un collage de ficción, animación, documental y experimentación.
Aparte de que la historia es un enigma acerca del tiempo que una mujer llamada Renée desapareció de la vida de su familia y regresa para estar con su hija, Athene, criada por el hermano de Renée y su esposa, la puesta en escena, la edición y las distintas texturas de sus imágenes –cercanas a una home movie en la que se manipulan permanentemente los matices de la luz que revelan a los personajes–, parecen interrogar insistentemente al espectador durante los ochenta minutos de su proyección preguntándole: ¿qué es el cine?
Al menos el cine que privilegia la imagen sobre el relato lineal; un cine interesado por los fragmentos de vida que recopiló Vermette para construir este collage en el que cada episodio puede ser visto como un relato independiente sobre la memoria en las distintas versiones de quienes son los depositarios del legado íntimo de una familia, matizado por rituales que no requieren explicación para suponer en ellos una perspectiva mágica del mundo; por las evocaciones de aquellos que murieron y son rescatados con el hechizo de las palabras; por la calidez secreta del claroscuro, que hace de la pantalla una exposición de cuadros en movimiento con los que se retrata la historia de Renée.
Real o fantástica, la biografía de la madre podría ser un sueño en esta película donde no son posibles las certezas tanto como las intuiciones, acercándonos Vermette al arte de la poesía. Una atmósfera en la que suceden caminatas nocturnas tan fantasmagóricas como simbólicas cuando un grupo de mujeres se disfraza de monjas y festeja algo semejante a una noche de Halloween, tan espectral como los recuerdos que despiertan a los muertos y los traen como figuras translúcidas y pasajeras al entorno doméstico.
Desde sus primeras imágenes estamos en un paisaje notablemente pictórico, donde el tiempo, como en los museos, parece detenido en sus cuadros. Un paisaje filmado con las certezas del documental sobre una realidad que parece extraviada en los sueños y en el que cada episodio en el que Renée se encuentra con su pasado es un fragmento de esta colección de tarjetas postales oníricas, escritas por Vermette y montadas por ella misma en la sala de edición con las asociaciones libres que hacen de la memoria algo tan veleidoso como Ste. Anne, tan veleidoso como nosotros mismos que también podemos encontrar algún fragmento perdido de nuestra vida en la vida que retrata este viaje hacia la proyección de una mente que filmó sus recuerdos y, durante su (re)presentación, también nos sugiere que estamos ante las visiones de alguien que sabe que el cine no se puede reducir a sus convenciones: excepciones como la de esta realizadora conducen la sabiduría del ojo en su primer largometraje hacia otras formas de la experiencia sensorial que nos permite sentir y comprender sus imágenes.
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TORONTO 2021 (03) - SAINTE RHAYNE
El hogar, el archivos, las idas y los regresos, esos son los corazones temáticos de Ste. Anne, de Rhayne Vermette, el nuevo descubrimiento que hace Hugo Chaparro Valderrama en el 46° Festival Internacional de Cine de Toronto.
El colectivo COUSIN, fundado en 2018 por cuatro artistas de Canadá y Estados Unidos,–Sky Hopinka, Adam Khalil, Alexandra Lazarowich y Adam Piron–, apoya a los realizadores indígenas interesados en renovar la forma cinematográfica y en hacer del experimento un estilo.
“Creamos trabajos”, se lee en su página, “que sean personales, orgullosamente provocativos, impulsados por voces artísticas fuertes”.
A la artista Rhayne Vermette, nacida en 1982 en Sainte Anne (Manitoba), territorio de la nación Métis –mestizos originarios de la mezcla entre indígenas cree, ojibwai y saulteaux, con pioneros británicos y franceses que colonizaron Canadá–, tras haber realizado varios cortos experimentales en 16 mm., COUSIN le produjo su primer largometraje: Ste. Anne.
Rodado durante catorce meses con miembros de su familia y de la comunidad Métis, es la confirmación de una obra a la que se ha definido como un collage de ficción, animación, documental y experimentación.
Aparte de que la historia es un enigma acerca del tiempo que una mujer llamada Renée desapareció de la vida de su familia y regresa para estar con su hija, Athene, criada por el hermano de Renée y su esposa, la puesta en escena, la edición y las distintas texturas de sus imágenes –cercanas a una home movie en la que se manipulan permanentemente los matices de la luz que revelan a los personajes–, parecen interrogar insistentemente al espectador durante los ochenta minutos de su proyección preguntándole: ¿qué es el cine?
Al menos el cine que privilegia la imagen sobre el relato lineal; un cine interesado por los fragmentos de vida que recopiló Vermette para construir este collage en el que cada episodio puede ser visto como un relato independiente sobre la memoria en las distintas versiones de quienes son los depositarios del legado íntimo de una familia, matizado por rituales que no requieren explicación para suponer en ellos una perspectiva mágica del mundo; por las evocaciones de aquellos que murieron y son rescatados con el hechizo de las palabras; por la calidez secreta del claroscuro, que hace de la pantalla una exposición de cuadros en movimiento con los que se retrata la historia de Renée.
Real o fantástica, la biografía de la madre podría ser un sueño en esta película donde no son posibles las certezas tanto como las intuiciones, acercándonos Vermette al arte de la poesía. Una atmósfera en la que suceden caminatas nocturnas tan fantasmagóricas como simbólicas cuando un grupo de mujeres se disfraza de monjas y festeja algo semejante a una noche de Halloween, tan espectral como los recuerdos que despiertan a los muertos y los traen como figuras translúcidas y pasajeras al entorno doméstico.
Desde sus primeras imágenes estamos en un paisaje notablemente pictórico, donde el tiempo, como en los museos, parece detenido en sus cuadros. Un paisaje filmado con las certezas del documental sobre una realidad que parece extraviada en los sueños y en el que cada episodio en el que Renée se encuentra con su pasado es un fragmento de esta colección de tarjetas postales oníricas, escritas por Vermette y montadas por ella misma en la sala de edición con las asociaciones libres que hacen de la memoria algo tan veleidoso como Ste. Anne, tan veleidoso como nosotros mismos que también podemos encontrar algún fragmento perdido de nuestra vida en la vida que retrata este viaje hacia la proyección de una mente que filmó sus recuerdos y, durante su (re)presentación, también nos sugiere que estamos ante las visiones de alguien que sabe que el cine no se puede reducir a sus convenciones: excepciones como la de esta realizadora conducen la sabiduría del ojo en su primer largometraje hacia otras formas de la experiencia sensorial que nos permite sentir y comprender sus imágenes.
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