Hugo Chaparro pone en palabras esa fricción que pasa entre el cerebro, el ojo, las vísceras y la pantalla cuando acontece un verdadero descubrimiento. La película de Bianca Stigter parece ser descomunal en todo eso que la construye.
Desde finales del siglo XIX el mundo tuvo en el cine una prótesis que ayudaría a preservar la memoria con nitidez fotográfica. A diferencia de otras formas de salvarnos del olvido –las imágenes inmóviles de la pintura; las palabras como insinuaciones del tiempo que describe un escritor–, la información que descubre un plano en la pantalla hace del testimonio filmado la verdadera resurrección de los muertos.
Un antídoto contra la amnesia, dosificado durante algo más de una hora por la directora y productora holandesa Bianca Stigter, gracias a un fragmento de lo que fue alguna vez la vida en un pueblo polaco llamado Nasielsk.
Three Minutes: A Lengthening pudo ser el registro accidental de una tarjeta postal enviada al futuro por un turista llamado David Kurtz, quien a finales de los años 30 fue a conocer con su esposa el lugar donde había nacido la mujer. Vemos durante los tres minutos a los que se alude en el título a la gente del pueblo que filmó Kurtz mostrándose ante la cámara, disfrutando de la novedad, haciendo los gestos de la timidez ante la intromisión del lente, caminando en frente de una máquina que los hizo viajar a través del tiempo, en una cinta de 16 mm., hasta el siglo XXI.
Nada excepcional si no se tratara de algo más que una curiosidad turística. Pero la circunstancia dramática de algo tan crudo como puede ser la Historia le otorgó un valor incalculable a las imágenes: un año y medio después de sorprender con su cámara a los habitantes del pueblo casi todos ellos estarían muertos; los nazis obligaron a que 3.000 de los 7.000 habitantes del pueblo se reunieran en la plaza del pueblo para conducirlos a campos de concentración, según el plan desquiciado y tenebroso conocido como la Solución Final, con el que se quiso exterminar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
La voz de un sobreviviente identifica durante la proyección reiterada del fragmento a los que desaparecieron, agregándose a su voz la explicación por la que nos enteramos de matices que serían indescifrables si alguien del lugar no los revelara: que Nasielsk tenía una fábrica de botones exhibidos con orgullo en los abrigos de sus habitantes; que los chicos usaban unas gorras típicas de la época; que las palabras confusas del aviso de un negocio sugieren una tienda de abarrotes; que las puertas de la sinagoga estaban custodiadas por el emblema del León de Judá; que allí estuvo el escenario de algo tan veleidoso como puede ser la vida con sus celebraciones y sus precariedades, pues, al fin y al cabo, se trata simplemente de eso, de un fragmento de vida.
Detalles sobre los que se habla cuando la película, encontrada en un ático de la Florida en 2008 por Glenn Kurtz, nieto de David, tras ser delicadamente restaurada de los efectos perjudiciales del tiempo –tan esencial como la luz para las imágenes del cine–, son congeladas mientras las vemos y estudiadas en detalle para desentrañar la información que contienen.
A la posibilidad tecnológica que resuelve el jeroglífico de Nasielsk casi un siglo después, la narración del texto, leído por Helena Bonham Carter con la fortuna del efecto publicitario que pueda tener para la película, también nos revela el proceso de recuperación de la cinta y algo sintomático de la química fotográfica, la nitidez del color rojo, que se preserva con más eficacia que cualquier otro en el cine –por lo que vemos el vestido de una niña como si hubiera salido el día de ayer a caminar por el pueblo–.
Three Minutes: A Lengthening. El título alude a una dilatación del tiempo, a la búsqueda de sus dones perdidos, invitando al espectador a su juego de espejismos cuando después de que hemos visto completos los tres minutos de la película, acompañados por el ronroneo felino de un proyector de 16 mm., el fragmento se proyecta desde el final al principio como la metáfora inicial de la gran metáfora que es la película, regresando al origen de la historia y a las diversas explicaciones que desvanecen los interrogantes que podríamos tener al respecto de sus personajes.
Incluso si no se tratara de las promesas de vida truncadas por el Holocausto, si los seres humanos que avanzan y regresan sobre sus pasos en los distintos momentos del documental no estuvieran predestinados a la barbarie, el testimonio de las imágenes sería igualmente valioso si se tratara simplemente de seres humanos que continuaron festejando el mundo tras la filmación. El azar hizo que David Kurtz fuera, sin saberlo, un antropólogo visual de Nasielsk; que despertara en nosotros las mismas preguntas que le hace un niño al adulto que le enseña una fotografía y, cuando no reconoce al tío con pipa que aparece sonriendo en la imagen, pide que alguien le explique de quién se trata y qué hizo, en otras palabras, quiere saber cómo fue el pasado en el que nunca vivió, pero puede recordar –o inventar– a través del testimonio de otros.
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TORONTO 2021 (06) - LA INVENCIÓN DE LA MEMORIA
Hugo Chaparro pone en palabras esa fricción que pasa entre el cerebro, el ojo, las vísceras y la pantalla cuando acontece un verdadero descubrimiento. La película de Bianca Stigter parece ser descomunal en todo eso que la construye.
Desde finales del siglo XIX el mundo tuvo en el cine una prótesis que ayudaría a preservar la memoria con nitidez fotográfica. A diferencia de otras formas de salvarnos del olvido –las imágenes inmóviles de la pintura; las palabras como insinuaciones del tiempo que describe un escritor–, la información que descubre un plano en la pantalla hace del testimonio filmado la verdadera resurrección de los muertos.
Un antídoto contra la amnesia, dosificado durante algo más de una hora por la directora y productora holandesa Bianca Stigter, gracias a un fragmento de lo que fue alguna vez la vida en un pueblo polaco llamado Nasielsk.
Three Minutes: A Lengthening pudo ser el registro accidental de una tarjeta postal enviada al futuro por un turista llamado David Kurtz, quien a finales de los años 30 fue a conocer con su esposa el lugar donde había nacido la mujer. Vemos durante los tres minutos a los que se alude en el título a la gente del pueblo que filmó Kurtz mostrándose ante la cámara, disfrutando de la novedad, haciendo los gestos de la timidez ante la intromisión del lente, caminando en frente de una máquina que los hizo viajar a través del tiempo, en una cinta de 16 mm., hasta el siglo XXI.
Nada excepcional si no se tratara de algo más que una curiosidad turística. Pero la circunstancia dramática de algo tan crudo como puede ser la Historia le otorgó un valor incalculable a las imágenes: un año y medio después de sorprender con su cámara a los habitantes del pueblo casi todos ellos estarían muertos; los nazis obligaron a que 3.000 de los 7.000 habitantes del pueblo se reunieran en la plaza del pueblo para conducirlos a campos de concentración, según el plan desquiciado y tenebroso conocido como la Solución Final, con el que se quiso exterminar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
La voz de un sobreviviente identifica durante la proyección reiterada del fragmento a los que desaparecieron, agregándose a su voz la explicación por la que nos enteramos de matices que serían indescifrables si alguien del lugar no los revelara: que Nasielsk tenía una fábrica de botones exhibidos con orgullo en los abrigos de sus habitantes; que los chicos usaban unas gorras típicas de la época; que las palabras confusas del aviso de un negocio sugieren una tienda de abarrotes; que las puertas de la sinagoga estaban custodiadas por el emblema del León de Judá; que allí estuvo el escenario de algo tan veleidoso como puede ser la vida con sus celebraciones y sus precariedades, pues, al fin y al cabo, se trata simplemente de eso, de un fragmento de vida.
Detalles sobre los que se habla cuando la película, encontrada en un ático de la Florida en 2008 por Glenn Kurtz, nieto de David, tras ser delicadamente restaurada de los efectos perjudiciales del tiempo –tan esencial como la luz para las imágenes del cine–, son congeladas mientras las vemos y estudiadas en detalle para desentrañar la información que contienen.
A la posibilidad tecnológica que resuelve el jeroglífico de Nasielsk casi un siglo después, la narración del texto, leído por Helena Bonham Carter con la fortuna del efecto publicitario que pueda tener para la película, también nos revela el proceso de recuperación de la cinta y algo sintomático de la química fotográfica, la nitidez del color rojo, que se preserva con más eficacia que cualquier otro en el cine –por lo que vemos el vestido de una niña como si hubiera salido el día de ayer a caminar por el pueblo–.
Three Minutes: A Lengthening. El título alude a una dilatación del tiempo, a la búsqueda de sus dones perdidos, invitando al espectador a su juego de espejismos cuando después de que hemos visto completos los tres minutos de la película, acompañados por el ronroneo felino de un proyector de 16 mm., el fragmento se proyecta desde el final al principio como la metáfora inicial de la gran metáfora que es la película, regresando al origen de la historia y a las diversas explicaciones que desvanecen los interrogantes que podríamos tener al respecto de sus personajes.
Incluso si no se tratara de las promesas de vida truncadas por el Holocausto, si los seres humanos que avanzan y regresan sobre sus pasos en los distintos momentos del documental no estuvieran predestinados a la barbarie, el testimonio de las imágenes sería igualmente valioso si se tratara simplemente de seres humanos que continuaron festejando el mundo tras la filmación. El azar hizo que David Kurtz fuera, sin saberlo, un antropólogo visual de Nasielsk; que despertara en nosotros las mismas preguntas que le hace un niño al adulto que le enseña una fotografía y, cuando no reconoce al tío con pipa que aparece sonriendo en la imagen, pide que alguien le explique de quién se trata y qué hizo, en otras palabras, quiere saber cómo fue el pasado en el que nunca vivió, pero puede recordar –o inventar– a través del testimonio de otros.
Laboratorios Frankenstein©
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