How to Talk to Girls at Parties, de John Cameron Mitchell (2017)
Enn, un inadaptado y retraído adolescente, entra a un club underground junto a sus dos amigos para escuchar y disfrutar algo del buen Punk emergente en el Londres de los años 70. Decididos a continuar la “anarquía”, es decir la fiesta, salen de allí y recorren las calles buscando otro sitio; terminan en una antigua y misteriosa casa. Una vez dentro, presencian la reunión de un extraño grupo de culto, cuyos miembros realizan extravagantes rituales. Enn, desconcertado, camina y observa el ambiente cuando conoce a Zan, una chica curiosa de aquel colectivo que está fascinada con él y por el mundo exterior. Al mismo tiempo, Enn está cautivado por ella y su singular forma de ser. Sin embargo, más adelante se revela que ese lugar en realidad es un refugio de colonias alienígenas, donde suceden cosas que van desde lo turbio a lo escabroso, un entorno del que Zan añora escapar. Huyen juntos, sin mirar atrás, y, envueltos en una aventura alucinante, mientras aprenden uno del otro, quizá experimenten el verdadero Punk, e incluso el amor. Se darán cuenta que no eran tan diferentes realmente. Ni el punk del amor ni él de ella.
Es de agradecer que la película intente no depender solo de su bagaje visual, oscilando entre los guiños estéticos de una ciencia ficción retro y kitsch –más cerca del fantástico– y unos brochazos contraculturales con alegorías directas y algo reminiscentes, al menos para su servidor, a Liquid Sky, de Slava Tsukerman. Quizá el mayor logro en la contenida dirección de John Cameron Mitchell es comunicar y transmitir parcialmente las inherentes búsquedas, devenires o necesidades del ser humano, junto a sus anhelos universales de afirmación, culminación y libertad. Mostrando, a su modo, cómo los individuos en pantalla podrían llegar a la aceptación de su identidad según sus trayectos emocionales, espirituales, intelectuales e incluso sexuales. Sin embargo, eso queda a veces opacado por una narrativa ampliamente complaciente, de muy tenue sensibilidad y no tan contundente.
Durante el metraje se establece bien el contexto y a los personajes, no obstante parece que se le resta importancia a los evidentes temas sociales, políticos y antropológicos que expone el film, lo cual resulta en una ligera dispersión, desaprovechando la oportunidad de hacer audaces y agudos comentarios acerca de ciertos aspectos de la condición humana. Se conforma en ser una estrambótica sátira que no trasciende más allá de meras alusiones intermitentes e indulgentes sobre la naturaleza y el porvenir de nuestra especie. En general, es una obra semi-construida que no redondea conceptos, ni matiza situaciones, por lo que es incapaz de ahondar en ambigüedades. Lo único que parece encajar –a pesar de ir a las áreas comunes– es el conseguido romance de Enn y Zan, de digna progresión y con momentos genuinos, aunque ellos no ofrezcan mucho por separado. En otras palabras, tenemos una ejecución que relega el contenido a favor de la forma.
Espejismo anti sistema
En el desarrollo de los acontecimientos y en los apenas delineados trasfondos en los personajes, se deja de lado el impacto y la relevancia del Punk. Recordemos que no solo es un género musical, sino una postura de rebelión crucial, una forma de vida, y tal vez el último llamado ante el tedio o el ahogo de la incertidumbre existencial, haciendo frente a la represión social o política. Pero lo que obtenemos es una versión suavizada de ese sentir, una transgresión diluida que no representa una oposición a los gobiernos de cuestionables ideologías, desaprovechando así a los visitantes alienígenas y sus herméticas colonias como analogía a esos sistemas a enfrentar, pues al igual que la humanidad, son criaturas egoístas que solo consumen, se engañan y corrompen, justificando el desgaste de su comunidad bajo una doctrina moral deformada o desesperada, solo para sobrevivir mediante mórbidas ceremonias de auto conservación y acatar unos estatutos que jamás consideran la dignidad individual o colectiva de los suyos, ni la de los seres del planeta donde se alojan. Pero dado el tratamiento algo superficial de este encuentro entre Aliens y Punks, se echa de menos una potencial y punzante confrontación reflexiva con el público.
Similar a nuestra pareja protagonista, queriendo liberarse de las etiquetas y sumergidos en su visión del Punk para romper con lo establecido, la película pudo ser una ruptura radical por su estética, narrativa y lenguaje fílmico, dejando lo convencional a un lado y, sin mayores explicaciones, incomodar a los amantes del buen gusto; sin embargo, nunca termina de ser todo lo ácida o sarcástica que debía ser y, paradójicamente, cae en las comodidades del melodrama correcto. La cinta se cohíbe y, dada la exigua sustancia que expone, no hay por qué arriesgarse. Obviamente no se comprometerá con lo que pretende contar, ni mucho menos con el seguimiento a los latidos de estos seres, cuyos pensamientos, sensaciones, emociones y dilemas permanecen casi estáticos por la discreta mano de Mitchell. Sencillamente es un conjunto de componentes desperdiciados y de una fluidez entrecortada; por supuesto, se presenta alguna que otra secuencia ingeniosa a nivel visual o metafórico, pero nada entrañable.
Un destello humano
Los atisbos de carisma y una aceptable química entre Enn y Zan, son lo más cercano a algo auténtico, proyectando en unas muy contadas escenas cierta cercanía e intimidad. Al comienzo vemos unas almas con anhelos profundos y motivaciones razonables, pero, a medida que avanza la cinta, escasamente se les moldea o complementa. Sus comportamientos y decisiones se perciben más trucados de lo que deberían, generando así una afectada evolución en sus personalidades, ancladas en el arquetipo. Es una lástima porque había interesantes ideas para explorar en ambos personajes, por ejemplo la presencia e importancia de la figura paterna, que se puede ver tanto en la sublevación de Zan contra su padre –una figura de autoridad en su colonia y adepto al status quo–, donde, a pesar de la disputa los une el cariño mutuo y el miedo al desasosiego y a la extinción de su raza; como en Enn por el abandono físico y emocional de su progenitor y las repercusiones de esa ausencia en su carácter aun en formación, además de explicar su gusto por la filosofía desarraigada del Punk.
Pese a lo anterior, probablemente surja la empatía y la identificación en un espectador que se reconoce en ellos y en su travesía. Después de todo, también fuimos adolescentes creyendo saber cómo funcionaba todo, cuando en realidad íbamos a conocer, de golpe, la angustia y la confusión, sin saber cómo interpretar lo que sucedía alrededor y en nuestro interior. Gracias a ello y fuera de sus inconvenientes, el largometraje sobresale en su noble intención de plasmar, apoyándose en un efectivo romanticismo esquemático, un mensaje sincero de acercamiento y aceptación tanto personal como hacia los demás. Porque no solo es aprender a convivir con el otro, sino amarlo, abrazar nuestras diferencias y lograr discernir lo que tenemos en común, aún más en estos convulsos y oscuros tiempos que corren. Puede que no haya un escudriñar hondo, pero funciona y da pie a que el público cavile sobre lo que nos impulsa y hace perseverar en este intrincado sendero denominado vida.
Después de la fiesta
Mitchell dirige un relato funcional, y aunque en indicadas escenas es capaz de evocar pinceladitas de complejidad humana, queda a medias como cuento de maduración, de psicodelia mesurada y con blandos ecos anti sistema. Solo repuntando en algún que otro lapso conmovedor y en sus chispazos cómicos sutiles, atinados, surreales y gamberros. Al menos no cae en polarizados maniqueísmos morales, siendo un acierto total que a sus personajes jamás se les juzgue. Aun así, sin estremecer ni provocar, resulta un agradable visionado.
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AMOR, HUMANIDAD Y PIZCA PUNK
How to Talk to Girls at Parties, de John Cameron Mitchell (2017)
Enn, un inadaptado y retraído adolescente, entra a un club underground junto a sus dos amigos para escuchar y disfrutar algo del buen Punk emergente en el Londres de los años 70. Decididos a continuar la “anarquía”, es decir la fiesta, salen de allí y recorren las calles buscando otro sitio; terminan en una antigua y misteriosa casa. Una vez dentro, presencian la reunión de un extraño grupo de culto, cuyos miembros realizan extravagantes rituales. Enn, desconcertado, camina y observa el ambiente cuando conoce a Zan, una chica curiosa de aquel colectivo que está fascinada con él y por el mundo exterior. Al mismo tiempo, Enn está cautivado por ella y su singular forma de ser. Sin embargo, más adelante se revela que ese lugar en realidad es un refugio de colonias alienígenas, donde suceden cosas que van desde lo turbio a lo escabroso, un entorno del que Zan añora escapar. Huyen juntos, sin mirar atrás, y, envueltos en una aventura alucinante, mientras aprenden uno del otro, quizá experimenten el verdadero Punk, e incluso el amor. Se darán cuenta que no eran tan diferentes realmente. Ni el punk del amor ni él de ella.
Es de agradecer que la película intente no depender solo de su bagaje visual, oscilando entre los guiños estéticos de una ciencia ficción retro y kitsch –más cerca del fantástico– y unos brochazos contraculturales con alegorías directas y algo reminiscentes, al menos para su servidor, a Liquid Sky, de Slava Tsukerman. Quizá el mayor logro en la contenida dirección de John Cameron Mitchell es comunicar y transmitir parcialmente las inherentes búsquedas, devenires o necesidades del ser humano, junto a sus anhelos universales de afirmación, culminación y libertad. Mostrando, a su modo, cómo los individuos en pantalla podrían llegar a la aceptación de su identidad según sus trayectos emocionales, espirituales, intelectuales e incluso sexuales. Sin embargo, eso queda a veces opacado por una narrativa ampliamente complaciente, de muy tenue sensibilidad y no tan contundente.
Durante el metraje se establece bien el contexto y a los personajes, no obstante parece que se le resta importancia a los evidentes temas sociales, políticos y antropológicos que expone el film, lo cual resulta en una ligera dispersión, desaprovechando la oportunidad de hacer audaces y agudos comentarios acerca de ciertos aspectos de la condición humana. Se conforma en ser una estrambótica sátira que no trasciende más allá de meras alusiones intermitentes e indulgentes sobre la naturaleza y el porvenir de nuestra especie. En general, es una obra semi-construida que no redondea conceptos, ni matiza situaciones, por lo que es incapaz de ahondar en ambigüedades. Lo único que parece encajar –a pesar de ir a las áreas comunes– es el conseguido romance de Enn y Zan, de digna progresión y con momentos genuinos, aunque ellos no ofrezcan mucho por separado. En otras palabras, tenemos una ejecución que relega el contenido a favor de la forma.
Espejismo anti sistema
En el desarrollo de los acontecimientos y en los apenas delineados trasfondos en los personajes, se deja de lado el impacto y la relevancia del Punk. Recordemos que no solo es un género musical, sino una postura de rebelión crucial, una forma de vida, y tal vez el último llamado ante el tedio o el ahogo de la incertidumbre existencial, haciendo frente a la represión social o política. Pero lo que obtenemos es una versión suavizada de ese sentir, una transgresión diluida que no representa una oposición a los gobiernos de cuestionables ideologías, desaprovechando así a los visitantes alienígenas y sus herméticas colonias como analogía a esos sistemas a enfrentar, pues al igual que la humanidad, son criaturas egoístas que solo consumen, se engañan y corrompen, justificando el desgaste de su comunidad bajo una doctrina moral deformada o desesperada, solo para sobrevivir mediante mórbidas ceremonias de auto conservación y acatar unos estatutos que jamás consideran la dignidad individual o colectiva de los suyos, ni la de los seres del planeta donde se alojan. Pero dado el tratamiento algo superficial de este encuentro entre Aliens y Punks, se echa de menos una potencial y punzante confrontación reflexiva con el público.
Similar a nuestra pareja protagonista, queriendo liberarse de las etiquetas y sumergidos en su visión del Punk para romper con lo establecido, la película pudo ser una ruptura radical por su estética, narrativa y lenguaje fílmico, dejando lo convencional a un lado y, sin mayores explicaciones, incomodar a los amantes del buen gusto; sin embargo, nunca termina de ser todo lo ácida o sarcástica que debía ser y, paradójicamente, cae en las comodidades del melodrama correcto. La cinta se cohíbe y, dada la exigua sustancia que expone, no hay por qué arriesgarse. Obviamente no se comprometerá con lo que pretende contar, ni mucho menos con el seguimiento a los latidos de estos seres, cuyos pensamientos, sensaciones, emociones y dilemas permanecen casi estáticos por la discreta mano de Mitchell. Sencillamente es un conjunto de componentes desperdiciados y de una fluidez entrecortada; por supuesto, se presenta alguna que otra secuencia ingeniosa a nivel visual o metafórico, pero nada entrañable.
Un destello humano
Los atisbos de carisma y una aceptable química entre Enn y Zan, son lo más cercano a algo auténtico, proyectando en unas muy contadas escenas cierta cercanía e intimidad. Al comienzo vemos unas almas con anhelos profundos y motivaciones razonables, pero, a medida que avanza la cinta, escasamente se les moldea o complementa. Sus comportamientos y decisiones se perciben más trucados de lo que deberían, generando así una afectada evolución en sus personalidades, ancladas en el arquetipo. Es una lástima porque había interesantes ideas para explorar en ambos personajes, por ejemplo la presencia e importancia de la figura paterna, que se puede ver tanto en la sublevación de Zan contra su padre –una figura de autoridad en su colonia y adepto al status quo–, donde, a pesar de la disputa los une el cariño mutuo y el miedo al desasosiego y a la extinción de su raza; como en Enn por el abandono físico y emocional de su progenitor y las repercusiones de esa ausencia en su carácter aun en formación, además de explicar su gusto por la filosofía desarraigada del Punk.
Pese a lo anterior, probablemente surja la empatía y la identificación en un espectador que se reconoce en ellos y en su travesía. Después de todo, también fuimos adolescentes creyendo saber cómo funcionaba todo, cuando en realidad íbamos a conocer, de golpe, la angustia y la confusión, sin saber cómo interpretar lo que sucedía alrededor y en nuestro interior. Gracias a ello y fuera de sus inconvenientes, el largometraje sobresale en su noble intención de plasmar, apoyándose en un efectivo romanticismo esquemático, un mensaje sincero de acercamiento y aceptación tanto personal como hacia los demás. Porque no solo es aprender a convivir con el otro, sino amarlo, abrazar nuestras diferencias y lograr discernir lo que tenemos en común, aún más en estos convulsos y oscuros tiempos que corren. Puede que no haya un escudriñar hondo, pero funciona y da pie a que el público cavile sobre lo que nos impulsa y hace perseverar en este intrincado sendero denominado vida.
Después de la fiesta
Mitchell dirige un relato funcional, y aunque en indicadas escenas es capaz de evocar pinceladitas de complejidad humana, queda a medias como cuento de maduración, de psicodelia mesurada y con blandos ecos anti sistema. Solo repuntando en algún que otro lapso conmovedor y en sus chispazos cómicos sutiles, atinados, surreales y gamberros. Al menos no cae en polarizados maniqueísmos morales, siendo un acierto total que a sus personajes jamás se les juzgue. Aun así, sin estremecer ni provocar, resulta un agradable visionado.
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