Las protagonistas femeninas de la directora y guionista italiana Alice Rohrwacher, recientemente premiada en Cannes, tienen en común que no son ya niñas, pero tampoco mujeres, se encuentran en el momento justo en el que empiezan a ser adolescentes. Efectivamente, tanto en Corpo celeste (2011) como en Le meraviglie (2014), Rohwarcher explora la delgada línea que divide el universo de la niñez de ese otro que se abre como una promesa incierta en el que se empezará a afirmar la personalidad. Tanto Yle Vianelolo como Marta y Maria Alexandra Lungu como Gelsomina hacen un gran papel, y llevan a cuestas el peso de la película. Las dos aspiran a encontrar su lugar en el mundo mientras sus cuerpos y sus deseos cambian. Tal vez porque lo que les sucede no se puede ni nombrar, ni explicar racionalmente, la directora consigue que estas jóvenes interpretes expresen más con sus silencios, con sus miradas, con la manera cómo se mueven en el espacio que con las palabras.
Marta, la protagonista de Corpo celeste, quien acaba de regresar a volver a vivir a Italia tras un largo exilio es doblemente extranjera: ignora los códigos y costumbres que la rodean y, además, empieza a desconocer sus propios deseos y anhelos que van en contravía al contexto conservador en el que está inmersa mientras se prepara, a su pesar, para realizar la confirmación. Por su parte, Gelsomina, de Le meraviglie, está atada a la tradición familiar que la une a los quehaceres del campo y la fabricación artesanal de la miel, un trabajo arduo, mecánico, que no siempre permite la ensoñación. Ella es la consentida, la niña de papá, es sobre la que están puestas todas las expectativas, la llamada a continuar su legado, y aunque ella adora a ese padre germano, mandón y gritón, y es capaz de percibir su enorme fragilidad en este mundo competitivo e industrializado, será, también, la llamada a traicionarlo.
La directora acompaña a sus protagonistas con una cámara libre que recuerda al documental. La historia es narrada con un ritmo sosegado en el que hay tiempo de explorar a los personajes y su mundo interior mientras momentos decisivos y de ruptura, para cada una de ellas, suceden frente a nuestros ojos. Las dos hacen parte de universos netamente femeninos, están rodeadas sobre todo por mujeres, mamás, tías, primas o hermanas, que no por compartir su sexo hacen su camino más amable o sencillo. Mientras seguimos el proceso de estas jóvenes, este despertar al mundo, Rohrwacher introduce una mirada aguda y crítica sobre el entorno, y en especial la manera cómo las costumbres se ven afectadas por modas y anhelos de una vida fastuosa y superficial. En Corpo celeste se insinúa ya esta cultura hipnotizada por los programas de televisión, la alegría permanente y los bailes coreografiados. En Le meraviglie la directora va un paso más allá y escenifica este mundo artificial, seductor y lleno de promesas que no tiene nada que ver con el mundo artesanal de los personajes. A lo anterior se suma el patrimonio cultural y la tradición convertidos en pieza de consumo, vaciados de contenido y alma, utilizados para atraer turistas y conseguir aplausos fútiles. Finamente, en las dos películas, Marta y Gelsomina consiguen entrar en la adolescencia, romper paradigmas y expectativas gracias a un anhelo de libertad que las impulsa a dejar el camino seguro y rebelarse en busca de transitar un camino propio.
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ANHELO DE LIBERTAD
Anhelo de libertad
El cine de Alice Rohrwacher
Las protagonistas femeninas de la directora y guionista italiana Alice Rohrwacher, recientemente premiada en Cannes, tienen en común que no son ya niñas, pero tampoco mujeres, se encuentran en el momento justo en el que empiezan a ser adolescentes. Efectivamente, tanto en Corpo celeste (2011) como en Le meraviglie (2014), Rohwarcher explora la delgada línea que divide el universo de la niñez de ese otro que se abre como una promesa incierta en el que se empezará a afirmar la personalidad. Tanto Yle Vianelolo como Marta y Maria Alexandra Lungu como Gelsomina hacen un gran papel, y llevan a cuestas el peso de la película. Las dos aspiran a encontrar su lugar en el mundo mientras sus cuerpos y sus deseos cambian. Tal vez porque lo que les sucede no se puede ni nombrar, ni explicar racionalmente, la directora consigue que estas jóvenes interpretes expresen más con sus silencios, con sus miradas, con la manera cómo se mueven en el espacio que con las palabras.
Marta, la protagonista de Corpo celeste, quien acaba de regresar a volver a vivir a Italia tras un largo exilio es doblemente extranjera: ignora los códigos y costumbres que la rodean y, además, empieza a desconocer sus propios deseos y anhelos que van en contravía al contexto conservador en el que está inmersa mientras se prepara, a su pesar, para realizar la confirmación. Por su parte, Gelsomina, de Le meraviglie, está atada a la tradición familiar que la une a los quehaceres del campo y la fabricación artesanal de la miel, un trabajo arduo, mecánico, que no siempre permite la ensoñación. Ella es la consentida, la niña de papá, es sobre la que están puestas todas las expectativas, la llamada a continuar su legado, y aunque ella adora a ese padre germano, mandón y gritón, y es capaz de percibir su enorme fragilidad en este mundo competitivo e industrializado, será, también, la llamada a traicionarlo.
La directora acompaña a sus protagonistas con una cámara libre que recuerda al documental. La historia es narrada con un ritmo sosegado en el que hay tiempo de explorar a los personajes y su mundo interior mientras momentos decisivos y de ruptura, para cada una de ellas, suceden frente a nuestros ojos. Las dos hacen parte de universos netamente femeninos, están rodeadas sobre todo por mujeres, mamás, tías, primas o hermanas, que no por compartir su sexo hacen su camino más amable o sencillo. Mientras seguimos el proceso de estas jóvenes, este despertar al mundo, Rohrwacher introduce una mirada aguda y crítica sobre el entorno, y en especial la manera cómo las costumbres se ven afectadas por modas y anhelos de una vida fastuosa y superficial. En Corpo celeste se insinúa ya esta cultura hipnotizada por los programas de televisión, la alegría permanente y los bailes coreografiados. En Le meraviglie la directora va un paso más allá y escenifica este mundo artificial, seductor y lleno de promesas que no tiene nada que ver con el mundo artesanal de los personajes. A lo anterior se suma el patrimonio cultural y la tradición convertidos en pieza de consumo, vaciados de contenido y alma, utilizados para atraer turistas y conseguir aplausos fútiles. Finamente, en las dos películas, Marta y Gelsomina consiguen entrar en la adolescencia, romper paradigmas y expectativas gracias a un anhelo de libertad que las impulsa a dejar el camino seguro y rebelarse en busca de transitar un camino propio.
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