En los primeros minutos de Una mujer fantástica seguimos a Orlando, un hombre de mediana edad, durante el transcurso de un día normal. La sesión de masaje en el club que acostumbra visitar, los últimos momentos de un día de trabajo, el olvido de un sobre importante; una a una se suceden la situaciones hasta que llegamos, junto a él, al lugar en el que se encontrará con una hermosa mujer que canta. Es esa voz la que rompe el silencio que rodea la acción hasta el momento y nos lleva hasta la protagonista de la historia, Marina Vidal.
Esa secuencia inicial no hace sino introducir uno de los ejes sobre los que girará la película, el cuerpo y la relación de este con su entorno. Ahí está, el cuerpo inmóvil del masaje, el mismo que se relaja sudoroso en el sauna; aparece también el sexual, el que satisface su deseo y se abandona a sus pulsiones para después ser sustituído por otro frío e inerme, un cuerpo ausente. Y claro, también está el cuerpo que se transforma a voluntad y que despierta la inquietud de los demás quienes, incapaces de controlarlo, asustados de su libertad, buscarán denigrarlo, reducirlo, humillarlo.
No es casual que Marina cante, ni tampoco lo es que le niegue posibilidades a su potente voz quedándose en terrenos donde se siente segura. Cómo no buscar esa comodidad si su vida ha sido un asumir riesgos y soportar ataques por hacerlo, no siempre se tienen la fuerzas para dar todas las batallas al tiempo. Es difícil no removerse en la silla cuando vemos cómo Marina es capaz de recibir las injurias de los otros, esos que no comprenden su relación con Orlando, cómo un hombre “normal” ha podido escogerla a ella. Para Marina esa sorpresa no es nueva, sabe que a la gente le cuesta verla, aceptarla, lo entiende, lo soporta porque esa ha sido su historia desde que decidió que sería protagonista y no espectadora pasiva de sus deseos y anhelos. ¿Pero hasta cuándo se puede resistir?
Una mujer fantástica es la historia de un cuerpo que se afirma en la sociedad, de una mujer que ha escogido serlo pero que teme encontrar su propia voz. Es, también, una historia sobre el duelo y las contradicciones a las que nos enfrenta.
El director y guionista Sebastián Lelio, creador de esta historia, ha demostrado en sus anteriores películas, en particular en Gloria (2013), que posee una manera delicada e íntima de acercarse al universo femenino. En esta ocasión Lelio no duda en introducir ciertos momentos oníricos, hermosas y cuidadosas metáforas visuales, que encajan perfectamente en este viaje que emprendemos junto a Marina, mientras contemplamos el retrato de una burguesía chilena, conservadora, taimada y temerosa ( tan propia de América Latina).
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Una mujer fantástica (2017), de Sebastián Lelio
En los primeros minutos de Una mujer fantástica seguimos a Orlando, un hombre de mediana edad, durante el transcurso de un día normal. La sesión de masaje en el club que acostumbra visitar, los últimos momentos de un día de trabajo, el olvido de un sobre importante; una a una se suceden la situaciones hasta que llegamos, junto a él, al lugar en el que se encontrará con una hermosa mujer que canta. Es esa voz la que rompe el silencio que rodea la acción hasta el momento y nos lleva hasta la protagonista de la historia, Marina Vidal.
Esa secuencia inicial no hace sino introducir uno de los ejes sobre los que girará la película, el cuerpo y la relación de este con su entorno. Ahí está, el cuerpo inmóvil del masaje, el mismo que se relaja sudoroso en el sauna; aparece también el sexual, el que satisface su deseo y se abandona a sus pulsiones para después ser sustituído por otro frío e inerme, un cuerpo ausente. Y claro, también está el cuerpo que se transforma a voluntad y que despierta la inquietud de los demás quienes, incapaces de controlarlo, asustados de su libertad, buscarán denigrarlo, reducirlo, humillarlo.
No es casual que Marina cante, ni tampoco lo es que le niegue posibilidades a su potente voz quedándose en terrenos donde se siente segura. Cómo no buscar esa comodidad si su vida ha sido un asumir riesgos y soportar ataques por hacerlo, no siempre se tienen la fuerzas para dar todas las batallas al tiempo. Es difícil no removerse en la silla cuando vemos cómo Marina es capaz de recibir las injurias de los otros, esos que no comprenden su relación con Orlando, cómo un hombre “normal” ha podido escogerla a ella. Para Marina esa sorpresa no es nueva, sabe que a la gente le cuesta verla, aceptarla, lo entiende, lo soporta porque esa ha sido su historia desde que decidió que sería protagonista y no espectadora pasiva de sus deseos y anhelos. ¿Pero hasta cuándo se puede resistir?
Una mujer fantástica es la historia de un cuerpo que se afirma en la sociedad, de una mujer que ha escogido serlo pero que teme encontrar su propia voz. Es, también, una historia sobre el duelo y las contradicciones a las que nos enfrenta.
El director y guionista Sebastián Lelio, creador de esta historia, ha demostrado en sus anteriores películas, en particular en Gloria (2013), que posee una manera delicada e íntima de acercarse al universo femenino. En esta ocasión Lelio no duda en introducir ciertos momentos oníricos, hermosas y cuidadosas metáforas visuales, que encajan perfectamente en este viaje que emprendemos junto a Marina, mientras contemplamos el retrato de una burguesía chilena, conservadora, taimada y temerosa ( tan propia de América Latina).
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