Hasta ahora, el cine de Lina Rodríguez ha tenido siempre una fuerte relación con un espacio puntual. Es decir, cada una de sus películas es también la exploración e investigación por un ambiente. En Señoritas, por ejemplo, Rodríguez fue ambiciosa: quiso someterse a la significación de varios espacios, públicos y privados, para trazar líneas de comunicación entre ellos. En Ante mis ojos, en cambio, el procedimiento se mantiene férreo: la exploración-investigación se hace exclusivamente sobre la laguna de Guativa y las alucinaciones que produce su agua. Aquel espacio escogido, que es también plano arquitectónico para todo el film, puede ser, entonces, una laguna, un carro, una calle desolada, un baño, una casa. En sus películas, es ese espacio particular el que configura los límites de lo que se puede y no se puede ver. No es extraño, pues, que Mañana a esta hora, como espectadores, nos empuje hacia la intimidad de otro mundo, extraño y cotidiano a la vez (por el lado de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”; o por el lado del libro de Zacarías: “Si alguien pregunta: ‘¿Qué son estas heridas que traes en el pecho?’, la respuesta será: ‘Son las heridas que me hicieron en la casa de quienes me aman’”; y por el lado de Enrique Javier Poncela: “Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”; o como lo sentenció Lacan: “Estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre”). El espacio que configura la estructura ósea de Mañana a esta hora es una casa, un hogar. El aposento de las familias, el reino de las herencias, las paredes donde se escribe el destino de los hijos (y de los padres también).
Y esa casa, además de configurar los avances de la película, tiene otra función: la de ser un corazón. Este hogar bombea sangre. Cada cavidad es un personaje y cada personaje lleva consigo un espacio bien delimitado (dentro de la casa hay otros espacios, más íntimos. Así como en el corazón se diferencian ventrículos y aurículas). De esta manera, la película consigue que cada cosa que la cámara filma sea una pista de lectura para auscultar la forma, tamaño, y particularidad de salud de ese corazón que late siempre a diferentes ritmos (todos los hogares tienen una rutina, Mañana a esta hora es testamento de eso: la primera escena, por ejemplo, es suficiente para dilucidarlo). Un nuevo día en la casa es un nuevo movimiento. Pero Rodríguez no piensa en arritmias, anginas, hipertensión o aneurismas. Ella inventa un nuevo corazón con su propio funcionamiento. Ella crea nuevos movimientos. Aunque, sabemos, la conclusión de ese corazón es la misma que dictamina la medicina: la interrupción del latido. Y aunque la suspensión del latido es siempre un fin, la película rechaza la idea del fin y, después de que la casa como corazón ha dejado de latir, la película continúa. Todavía hay caminos por recorrer. Como la Biblia, el film claramente se divide en dos. Un hecho que no vemos marca la escisión. La nueva (la segunda) mitad tiene la bruma fantasmal de la muerte. La vida interrumpida.
El relato de Mañana a esta hora, cimentado en el gusto por lo microscópico, es el de una interrupción sin regreso. Como los muertos no vuelven a la vida, el corazón-casa nunca será lo que fue, por ejemplo, en la íntima y hermosa primera escena (apenas un único plano). Una familia sufre la pérdida de uno de sus centros anímicos (una cavidad que se marchita por completo). Padre e hija, viudo y huérfana, ahora solos por el mundo, son obligados a la reconstrucción de la estructura de sus hogares (el propio corazón) y de los tiempos. Como ya los planes no sirven para nada, todo el futuro posible colapsó. Ese enfrentamiento es toda la segunda parte. En palabras suena seco, macabro. Lina Rodríguez, maestra de la fragilidad y el cauce del tiempo, hace todo lo contrario: aunque no oculta la densidad azul oscura casi negra que enfrenta cada personaje (padre e hija –Laura Osma en puro estado de gracia: nunca la juventud se había visto tan certera y descomplicada en las imágenes vernáculas–), su acercamiento a ese núcleo de dolor es compasivo. Mañana a esta hora, así como es imagen de la muerte –paradoja curiosa: la muerte nunca se ve, se siente, se ven sus efectos y grietas– es también imagen de la compasión (la belleza del mundo).
La película cristaliza con facilidad el compromiso de Rodríguez con el mundo (al que, vagamente, podemos llamar realidad). Su película avanza hacia un estado emocional donde las decisiones que toman y efectúan los personajes en pantalla son indivisibles en sus componentes racionales y pasionales. Son una buena y única unidad compacta. La pasión y la razón de estos sujetos son una espiral hermanada. El funcionamiento de la vida que recrea/crea Rodríguez es el funcionamiento de la vida que tiene el espectador. Ella lo puede saber con certeza porque su ferruginosa y vestal preocupación es el funcionamiento de la más antigua de todas las instituciones: la familia y su fuerza concéntrica, paradójica e impetuosa como ninguna otra: al mismo tiempo puede oprimir y liberar a quienes agrupa.
Aunque Rodríguez reconoce inspiración en la obra pictórica de James Tissot y Alex Colville, uno podría, realizando un ejercicio poco ortodoxo de montaje, remontar más lejos y pensar en Zurbarán y el misticismo de sus naturalezas muertas o grandes retratos. El pintor español, amante del contraste, era tajante con su idea de la luz: sus objetos parecen estar a punto de ser ferozmente tragados por el puro negro. Como pintor también fue devoto a explorar las virtudes y los afectos de otra vieja institución: la del catolicismo. Su proceso, podríamos decir, sobrepasó la marca de funcionalidad que se le pedía y alcanzó a convertirse en un pintor de lo místico. Rodríguez se ciñe al trabajo con la familia y nunca descansa cuando ya ha mostrado a sus espectadores la línea de operaciones de esos afectos. Es apenas ese un impulso. Como en Zurbarán, sus imágenes son pegajosas, de alto poder emocional y sensibilidad. Si ante Agnus Dei, el pequeño díptico del español, nos convoca una sensación buida, algo catódica, lo mismo podría decirse de Mañana a esta hora y su “tristeza salvífica” y ecuménica: algo de sus imágenes convoca en el centro de las entrañas. Pura representación de tiempo, lámina estática del proceder misterioso de las horas, días y semanas, que pasan.
Además del efecto del miedo biográfico que uno le puede aducir a la película: Rodríguez quiere traducir lo desconocido, aquello que podría ser la puerta de la orfandad: la muerte del centro geográfico y anímico de un hogar, de su hogar (o sea, no en vano podemos pensar que esta película nace de la previsión de Rodríguez con el evento fatal que, sabe, a nadie se le escapa, deberá enfrentar alguna vez)... Además de poseer ese efecto (previsión biográfica, digamos), Mañana a esta hora es una completa rareza en el panorama del cine colombiano, donde la familia es un territorio pantanoso de aguas negras y cuentas por hacer. La casa en este cine siempre es territorio a vencer o reformar por completo. Más terreno de angustias que de cualquier otra cosa. Pensemos apenas en este enlace digno de estudio para un psicoanalista: Rodríguez ya había puesto a su madre frente a la cámara: en Señoritas hacía de madre de la protagonista. En Mañana a esta hora su madre (Clara Monroy) hace de tía de Adelaida (Laura Osma). Por lo tanto, no hace de la madre que muere. Otra madre real que apareció en el cine fue la de Franco Lolli en su película Litigante. A diferencia del relato de Rodríguez, la madre que muere en la película de Lolli es su propia madre. La madre que muere en Mañana a esta hora es una actriz. El personaje que Lina le hace representar a su madre sobrevive. En pocas palabras: en el mundo fílmico de las familias, tema que comparten Rodríguez y Lolli, solo Lolli mata a su madre. En ese detalle, desapercibido pero no menor, estriba la diferencia en tanto concepción de ese mundo caprichoso entre uno y otra. En el universo de decidido pesimismo ante la instrucción familiar que es el cine colombiano, la idea de la familia en Rodríguez es de un calibre inusual. Sin normas, atenida apenas a la pasión que se ve en cada escena, Rodríguez todavía cree en el poder de la familia.
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CINE CARDIACO
Mañana a esta hora, de Lina Rodríguez
Hasta ahora, el cine de Lina Rodríguez ha tenido siempre una fuerte relación con un espacio puntual. Es decir, cada una de sus películas es también la exploración e investigación por un ambiente. En Señoritas, por ejemplo, Rodríguez fue ambiciosa: quiso someterse a la significación de varios espacios, públicos y privados, para trazar líneas de comunicación entre ellos. En Ante mis ojos, en cambio, el procedimiento se mantiene férreo: la exploración-investigación se hace exclusivamente sobre la laguna de Guativa y las alucinaciones que produce su agua. Aquel espacio escogido, que es también plano arquitectónico para todo el film, puede ser, entonces, una laguna, un carro, una calle desolada, un baño, una casa. En sus películas, es ese espacio particular el que configura los límites de lo que se puede y no se puede ver. No es extraño, pues, que Mañana a esta hora, como espectadores, nos empuje hacia la intimidad de otro mundo, extraño y cotidiano a la vez (por el lado de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”; o por el lado del libro de Zacarías: “Si alguien pregunta: ‘¿Qué son estas heridas que traes en el pecho?’, la respuesta será: ‘Son las heridas que me hicieron en la casa de quienes me aman’”; y por el lado de Enrique Javier Poncela: “Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”; o como lo sentenció Lacan: “Estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre”). El espacio que configura la estructura ósea de Mañana a esta hora es una casa, un hogar. El aposento de las familias, el reino de las herencias, las paredes donde se escribe el destino de los hijos (y de los padres también).
Y esa casa, además de configurar los avances de la película, tiene otra función: la de ser un corazón. Este hogar bombea sangre. Cada cavidad es un personaje y cada personaje lleva consigo un espacio bien delimitado (dentro de la casa hay otros espacios, más íntimos. Así como en el corazón se diferencian ventrículos y aurículas). De esta manera, la película consigue que cada cosa que la cámara filma sea una pista de lectura para auscultar la forma, tamaño, y particularidad de salud de ese corazón que late siempre a diferentes ritmos (todos los hogares tienen una rutina, Mañana a esta hora es testamento de eso: la primera escena, por ejemplo, es suficiente para dilucidarlo). Un nuevo día en la casa es un nuevo movimiento. Pero Rodríguez no piensa en arritmias, anginas, hipertensión o aneurismas. Ella inventa un nuevo corazón con su propio funcionamiento. Ella crea nuevos movimientos. Aunque, sabemos, la conclusión de ese corazón es la misma que dictamina la medicina: la interrupción del latido. Y aunque la suspensión del latido es siempre un fin, la película rechaza la idea del fin y, después de que la casa como corazón ha dejado de latir, la película continúa. Todavía hay caminos por recorrer. Como la Biblia, el film claramente se divide en dos. Un hecho que no vemos marca la escisión. La nueva (la segunda) mitad tiene la bruma fantasmal de la muerte. La vida interrumpida.
El relato de Mañana a esta hora, cimentado en el gusto por lo microscópico, es el de una interrupción sin regreso. Como los muertos no vuelven a la vida, el corazón-casa nunca será lo que fue, por ejemplo, en la íntima y hermosa primera escena (apenas un único plano). Una familia sufre la pérdida de uno de sus centros anímicos (una cavidad que se marchita por completo). Padre e hija, viudo y huérfana, ahora solos por el mundo, son obligados a la reconstrucción de la estructura de sus hogares (el propio corazón) y de los tiempos. Como ya los planes no sirven para nada, todo el futuro posible colapsó. Ese enfrentamiento es toda la segunda parte. En palabras suena seco, macabro. Lina Rodríguez, maestra de la fragilidad y el cauce del tiempo, hace todo lo contrario: aunque no oculta la densidad azul oscura casi negra que enfrenta cada personaje (padre e hija –Laura Osma en puro estado de gracia: nunca la juventud se había visto tan certera y descomplicada en las imágenes vernáculas–), su acercamiento a ese núcleo de dolor es compasivo. Mañana a esta hora, así como es imagen de la muerte –paradoja curiosa: la muerte nunca se ve, se siente, se ven sus efectos y grietas– es también imagen de la compasión (la belleza del mundo).
La película cristaliza con facilidad el compromiso de Rodríguez con el mundo (al que, vagamente, podemos llamar realidad). Su película avanza hacia un estado emocional donde las decisiones que toman y efectúan los personajes en pantalla son indivisibles en sus componentes racionales y pasionales. Son una buena y única unidad compacta. La pasión y la razón de estos sujetos son una espiral hermanada. El funcionamiento de la vida que recrea/crea Rodríguez es el funcionamiento de la vida que tiene el espectador. Ella lo puede saber con certeza porque su ferruginosa y vestal preocupación es el funcionamiento de la más antigua de todas las instituciones: la familia y su fuerza concéntrica, paradójica e impetuosa como ninguna otra: al mismo tiempo puede oprimir y liberar a quienes agrupa.
Aunque Rodríguez reconoce inspiración en la obra pictórica de James Tissot y Alex Colville, uno podría, realizando un ejercicio poco ortodoxo de montaje, remontar más lejos y pensar en Zurbarán y el misticismo de sus naturalezas muertas o grandes retratos. El pintor español, amante del contraste, era tajante con su idea de la luz: sus objetos parecen estar a punto de ser ferozmente tragados por el puro negro. Como pintor también fue devoto a explorar las virtudes y los afectos de otra vieja institución: la del catolicismo. Su proceso, podríamos decir, sobrepasó la marca de funcionalidad que se le pedía y alcanzó a convertirse en un pintor de lo místico. Rodríguez se ciñe al trabajo con la familia y nunca descansa cuando ya ha mostrado a sus espectadores la línea de operaciones de esos afectos. Es apenas ese un impulso. Como en Zurbarán, sus imágenes son pegajosas, de alto poder emocional y sensibilidad. Si ante Agnus Dei, el pequeño díptico del español, nos convoca una sensación buida, algo catódica, lo mismo podría decirse de Mañana a esta hora y su “tristeza salvífica” y ecuménica: algo de sus imágenes convoca en el centro de las entrañas. Pura representación de tiempo, lámina estática del proceder misterioso de las horas, días y semanas, que pasan.
Además del efecto del miedo biográfico que uno le puede aducir a la película: Rodríguez quiere traducir lo desconocido, aquello que podría ser la puerta de la orfandad: la muerte del centro geográfico y anímico de un hogar, de su hogar (o sea, no en vano podemos pensar que esta película nace de la previsión de Rodríguez con el evento fatal que, sabe, a nadie se le escapa, deberá enfrentar alguna vez)... Además de poseer ese efecto (previsión biográfica, digamos), Mañana a esta hora es una completa rareza en el panorama del cine colombiano, donde la familia es un territorio pantanoso de aguas negras y cuentas por hacer. La casa en este cine siempre es territorio a vencer o reformar por completo. Más terreno de angustias que de cualquier otra cosa. Pensemos apenas en este enlace digno de estudio para un psicoanalista: Rodríguez ya había puesto a su madre frente a la cámara: en Señoritas hacía de madre de la protagonista. En Mañana a esta hora su madre (Clara Monroy) hace de tía de Adelaida (Laura Osma). Por lo tanto, no hace de la madre que muere. Otra madre real que apareció en el cine fue la de Franco Lolli en su película Litigante. A diferencia del relato de Rodríguez, la madre que muere en la película de Lolli es su propia madre. La madre que muere en Mañana a esta hora es una actriz. El personaje que Lina le hace representar a su madre sobrevive. En pocas palabras: en el mundo fílmico de las familias, tema que comparten Rodríguez y Lolli, solo Lolli mata a su madre. En ese detalle, desapercibido pero no menor, estriba la diferencia en tanto concepción de ese mundo caprichoso entre uno y otra. En el universo de decidido pesimismo ante la instrucción familiar que es el cine colombiano, la idea de la familia en Rodríguez es de un calibre inusual. Sin normas, atenida apenas a la pasión que se ve en cada escena, Rodríguez todavía cree en el poder de la familia.
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