El cine colombiano adolece de muchos males. Sería de gran mérito y beneficio hacer una lista de diez de ellos. Pero ese ejercicio supera mi disposición al masoquismo. Voy a mencionar apenas dos deformidades, que son también justificaciones para la confección de la lista que sigue. Parecerá que en la enumeración se mezclan peras con manzanas. Pero es que sin ser mangianchos el cine colombiano moriría por sustracción de materia. Yo disfruto más las sumas que las restas.
El primer mal a mencionar es la forma como hemos estudiado o aprendido del cine colombiano sin reparar lo suficiente en su vínculo con otros medios y lenguajes, especialmente los más populares (la televisión) o los más elitistas (¿el teatro?). El resultado de esa miopía es una historia y una crítica del cinecompartimentadas, onanistas, ombligueras. Un segundo mal es ver el cine colombiano desligado de su propio pasado. La consecuencia de ese olvido —real o fingido—es un complejo de Adán, o de dioses al comienzo de la creación. Creerse pioneros en territorios ya por otros explorados.
El acceso a películas restauradas (o la ampliación del acervo disponible) fue de lo mejor que ocurrió en la década 2010-2020. En este hecho hay una posibilidad de transformar la percepción del pasado del cine colombiano, que puede redundar en otras visiones sobre su futuro. En esta lista de películas que vimos por primera vez o que revisitamos en la década en cuestión, se ve un cine colombiano menos homogéneo, con gestos modernos y vanguardistas desplegados en distintos momentos (digo gestos, y no necesariamente grandes logros), con intuiciones —ya que no tradiciones— de ironía, humor, distanciamiento, autorreflexividad y conciencia de lo público y patrimonial. Son pues material para críticos y cineastas, que tienen una particular responsabilidad con el pasado, o simples sugerencias para espectadores curiosos. Pueden inspirar otras maneras de hacer cine o escribir sobre él; en todo caso, ensanchan eso que llaman canon.
1). Bajo la tierra (Santiago García, 1968): Dicen que el cine colombiano tiene dificultad para construir personajes inolvidables, y se menciona como excepciones a Rodrigo, el protagonista de la película de Victor Gaviria, o a Augusto, el ascensorista de Pasado el meridiano. Múnera, el hombre errante que protagoniza Bajo la tierra, y que va a trabajar a unas minas en Antioquia, pertenece a esa estirpe de personajes que se quedan con uno como espectador. Dicen también que el cine colombiano tiene pocas sentencias célebres, pero “tengo una rabia”, la frase que Gustavo Angarita pronuncia como un mantra en esta película de 1968 —reestrenada en 2018—, merece el honor de estar al lado de “me la mecatié [la plata) en cositas” o “ahí tienen su hijueputa casa pintada”. Bajo la tierra,versión de la novela de Osorio Lizarazo, fue el más compacto pero no el único aporte del director de teatro Santiago García al cine colombiano.
2). Oiga vea (Luis Ospina y Carlos Mayolo, 1971): si la primera década del siglo XXI vio el resurgir de toda la potencia crítica de Agarrando pueblo, gracias, en parte, a su inclusión en un foco llamado “Malditos”, del BAFICI 2008, la segunda década del siglo disparó la actualidad del primer corto de la pareja creativa Ospina- Mayolo. Su agudo cuestionamiento al cine oficial, la manera de estar al lado de los marginados, su conciencia del medio [imagen y sonido] y el carnavalesco cuestionamiento de las verdades del poder, hacen de este corto filmado en los Panamericanos de Cali de 1971, un manifiesto de modernidad cinematográfica.
3). ¿Qué es la democracia? (Carlos Álvarez, 1971): Álvarez falleció en 2019, y este mismo año su corto más conocido tuvo una exhibición especial en la nueva Cinemateca de Bogotá, con boletería agotada. Ahí fuimos sacudidos por esa pregunta que era urgente en 1971, tanto como ahora. En esta película lo pedagógico y explicativo no riñe con la urgencia, la fluidez, la parodia y la experimentación. Es cine que echa mano de todas las formas de lucha para argumentar y persuadir.
4, 5 y 6). Hoy no frío, mañana sí (1980), Lluvia colombiana (1977) y Favor correrse atrás (1974), cortos todos de Lisandro Duque: En el primer ciclo de la franja “Restaurados”, de la temporada inaugural de la nueva Cinemateca de Bogotá, se proyectaron estos tres cortos de Duque. Sobre ellos, en un catálogo hasta ahora inédito,escribí: “descentran la atención sobre el Grupo de Cali y son evidencia de que el humor, la antisolemnidad y lo lúdico, no fueron exclusivos de Ospina y sus muchachos, sino todo un flujo subterráneo que convivió con las estéticas miserabilistas o el cine comercial y engolado de la época”.
7). Buscando tréboles (Víctor Gaviria, 1979): Con una cámara de super 8 mm, y un reducido grupo de amigos, Gaviria filmó a un grupo de niños ciegos de una escuela en Medellín. Fue su primera mirada. Meses después filmaría a los mismos niños en 35 mm. La restauración de estos cortos, para su inclusión en la caja de dvd dedicada a la obra del director en 2019, nos los devolvió enrarecidos por el tiempo, mágicamente poblados de fantasmas y murmullos. Recién nacidos.
8). Expedición al Caqueta (César Uribe Piedrahíta, 1930-1931): Este cortometraje de 7 minutos, costeado por el médico y escritor César Uribe Piedrahíta, es una película entre dos mundos. El mundo supuestamente civilizado que exhibe sus garras (un motor “Penta”, una cámara “Kinamo Universal” y película “Agfa”), y el mundo supuestamente barbárico que expone su amistosa pasividad (la comunidad coreguaje que no se asusta con la cámara). Se trata de un viaje de exploración por las riberas de los ríos Caqueta y Orteguaza. Como en todo viaje, aquí hay contacto. Y malentendido… y (futuro y potencial) daño. La primera película colombiana en que aparecen indígenas en sus propias condiciones de vida es también una en la que el dispositivo se muestra. El cineasta como etnógrafo, ese tópico que va de Vidal Antonio Rozo a Ciro Guerra, había nacido. El corto restaurado fue incluido en la Colección 40/25, con la que se celebraron los 40 años de la Cinemateca Distrital y los 25 de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, dos entidades clave, junto con Proimágenes Colombia, en la recuperación de estos materiales para la reescritura de la historia.
9). Esta fue mi vereda (Gonzalo Canal Ramírez, 1958): La primera película colombiana que encara La Violencia era un archivo oculto, hasta la restauración liderada por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano con el apoyo del programa CLAIM de Ibermedia, la OEI y el Ministerio de Cultura. Hay en el cortometraje trazas de compromisos institucionales (en los créditos se agradece la cooperación de las Fuerzas Armadas, Ecopetrol y el Banco Central Hipotecario) y una visión de la violencia en Colombia como un accidente histórico que rompió una arcadia conservadora y feliz. Por tanto, lo interesante en Esta fue mi vereda es la mentalidad de la que se hizo cargo, y no una supuesta verdad histórica. Nuestra reflexión cinematográfica sobre la violencia empezó pues con una negación. Y entender los resortes de ese bloqueo es, dados los negacionismos al uso, un desafío.
10). Yuruparí (Gloria Triana y otros, 1983-1986): Esta serie producida por la programadora estatal Audiovisuales y por Focine, y emitida en televisión, fue un punto intermedio entre el paternalismo evidente de Expedición al Caquetá y las aproximaciones contemporáneas del cine colombiano a las periferias geográficas y culturales de Colombia. Era un país que, en la señal abierta de la televisión, reconocía su riqueza cultural a la vez que la vulnerabilidad de ese patrimonio. Luego vendría la Constitución del 91. En Yuruparí hay un claro antecedente de ese giro político. Hoy, en una Colombia que no conoce la paz en sus territorios, los capítulos restaurados (al cuidado de Juana Suárez), entre los 64 que hacen parte de la serie completa, dejan escuchar lo que a veces se siente como un grito de auxilio del que un cine y una televisión pública y políticamente responsables hicieron eco.
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DIEZ OBRAS REVISITADAS Y RESCATADAS
El cine colombiano adolece de muchos males. Sería de gran mérito y beneficio hacer una lista de diez de ellos. Pero ese ejercicio supera mi disposición al masoquismo. Voy a mencionar apenas dos deformidades, que son también justificaciones para la confección de la lista que sigue. Parecerá que en la enumeración se mezclan peras con manzanas. Pero es que sin ser mangianchos el cine colombiano moriría por sustracción de materia. Yo disfruto más las sumas que las restas.
El primer mal a mencionar es la forma como hemos estudiado o aprendido del cine colombiano sin reparar lo suficiente en su vínculo con otros medios y lenguajes, especialmente los más populares (la televisión) o los más elitistas (¿el teatro?). El resultado de esa miopía es una historia y una crítica del cine compartimentadas, onanistas, ombligueras. Un segundo mal es ver el cine colombiano desligado de su propio pasado. La consecuencia de ese olvido —real o fingido— es un complejo de Adán, o de dioses al comienzo de la creación. Creerse pioneros en territorios ya por otros explorados.
El acceso a películas restauradas (o la ampliación del acervo disponible) fue de lo mejor que ocurrió en la década 2010-2020. En este hecho hay una posibilidad de transformar la percepción del pasado del cine colombiano, que puede redundar en otras visiones sobre su futuro. En esta lista de películas que vimos por primera vez o que revisitamos en la década en cuestión, se ve un cine colombiano menos homogéneo, con gestos modernos y vanguardistas desplegados en distintos momentos (digo gestos, y no necesariamente grandes logros), con intuiciones —ya que no tradiciones— de ironía, humor, distanciamiento, autorreflexividad y conciencia de lo público y patrimonial. Son pues material para críticos y cineastas, que tienen una particular responsabilidad con el pasado, o simples sugerencias para espectadores curiosos. Pueden inspirar otras maneras de hacer cine o escribir sobre él; en todo caso, ensanchan eso que llaman canon.
1). Bajo la tierra (Santiago García, 1968): Dicen que el cine colombiano tiene dificultad para construir personajes inolvidables, y se menciona como excepciones a Rodrigo, el protagonista de la película de Victor Gaviria, o a Augusto, el ascensorista de Pasado el meridiano. Múnera, el hombre errante que protagoniza Bajo la tierra, y que va a trabajar a unas minas en Antioquia, pertenece a esa estirpe de personajes que se quedan con uno como espectador. Dicen también que el cine colombiano tiene pocas sentencias célebres, pero “tengo una rabia”, la frase que Gustavo Angarita pronuncia como un mantra en esta película de 1968 —reestrenada en 2018—, merece el honor de estar al lado de “me la mecatié [la plata) en cositas” o “ahí tienen su hijueputa casa pintada”. Bajo la tierra, versión de la novela de Osorio Lizarazo, fue el más compacto pero no el único aporte del director de teatro Santiago García al cine colombiano.
2). Oiga vea (Luis Ospina y Carlos Mayolo, 1971): si la primera década del siglo XXI vio el resurgir de toda la potencia crítica de Agarrando pueblo, gracias, en parte, a su inclusión en un foco llamado “Malditos”, del BAFICI 2008, la segunda década del siglo disparó la actualidad del primer corto de la pareja creativa Ospina- Mayolo. Su agudo cuestionamiento al cine oficial, la manera de estar al lado de los marginados, su conciencia del medio [imagen y sonido] y el carnavalesco cuestionamiento de las verdades del poder, hacen de este corto filmado en los Panamericanos de Cali de 1971, un manifiesto de modernidad cinematográfica.
3). ¿Qué es la democracia? (Carlos Álvarez, 1971): Álvarez falleció en 2019, y este mismo año su corto más conocido tuvo una exhibición especial en la nueva Cinemateca de Bogotá, con boletería agotada. Ahí fuimos sacudidos por esa pregunta que era urgente en 1971, tanto como ahora. En esta película lo pedagógico y explicativo no riñe con la urgencia, la fluidez, la parodia y la experimentación. Es cine que echa mano de todas las formas de lucha para argumentar y persuadir.
4, 5 y 6). Hoy no frío, mañana sí (1980), Lluvia colombiana (1977) y Favor correrse atrás (1974), cortos todos de Lisandro Duque: En el primer ciclo de la franja “Restaurados”, de la temporada inaugural de la nueva Cinemateca de Bogotá, se proyectaron estos tres cortos de Duque. Sobre ellos, en un catálogo hasta ahora inédito, escribí: “descentran la atención sobre el Grupo de Cali y son evidencia de que el humor, la antisolemnidad y lo lúdico, no fueron exclusivos de Ospina y sus muchachos, sino todo un flujo subterráneo que convivió con las estéticas miserabilistas o el cine comercial y engolado de la época”.
7). Buscando tréboles (Víctor Gaviria, 1979): Con una cámara de super 8 mm, y un reducido grupo de amigos, Gaviria filmó a un grupo de niños ciegos de una escuela en Medellín. Fue su primera mirada. Meses después filmaría a los mismos niños en 35 mm. La restauración de estos cortos, para su inclusión en la caja de dvd dedicada a la obra del director en 2019, nos los devolvió enrarecidos por el tiempo, mágicamente poblados de fantasmas y murmullos. Recién nacidos.
8). Expedición al Caqueta (César Uribe Piedrahíta, 1930-1931): Este cortometraje de 7 minutos, costeado por el médico y escritor César Uribe Piedrahíta, es una película entre dos mundos. El mundo supuestamente civilizado que exhibe sus garras (un motor “Penta”, una cámara “Kinamo Universal” y película “Agfa”), y el mundo supuestamente barbárico que expone su amistosa pasividad (la comunidad coreguaje que no se asusta con la cámara). Se trata de un viaje de exploración por las riberas de los ríos Caqueta y Orteguaza. Como en todo viaje, aquí hay contacto. Y malentendido… y (futuro y potencial) daño. La primera película colombiana en que aparecen indígenas en sus propias condiciones de vida es también una en la que el dispositivo se muestra. El cineasta como etnógrafo, ese tópico que va de Vidal Antonio Rozo a Ciro Guerra, había nacido. El corto restaurado fue incluido en la Colección 40/25, con la que se celebraron los 40 años de la Cinemateca Distrital y los 25 de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, dos entidades clave, junto con Proimágenes Colombia, en la recuperación de estos materiales para la reescritura de la historia.
9). Esta fue mi vereda (Gonzalo Canal Ramírez, 1958): La primera película colombiana que encara La Violencia era un archivo oculto, hasta la restauración liderada por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano con el apoyo del programa CLAIM de Ibermedia, la OEI y el Ministerio de Cultura. Hay en el cortometraje trazas de compromisos institucionales (en los créditos se agradece la cooperación de las Fuerzas Armadas, Ecopetrol y el Banco Central Hipotecario) y una visión de la violencia en Colombia como un accidente histórico que rompió una arcadia conservadora y feliz. Por tanto, lo interesante en Esta fue mi vereda es la mentalidad de la que se hizo cargo, y no una supuesta verdad histórica. Nuestra reflexión cinematográfica sobre la violencia empezó pues con una negación. Y entender los resortes de ese bloqueo es, dados los negacionismos al uso, un desafío.
10). Yuruparí (Gloria Triana y otros, 1983-1986): Esta serie producida por la programadora estatal Audiovisuales y por Focine, y emitida en televisión, fue un punto intermedio entre el paternalismo evidente de Expedición al Caquetá y las aproximaciones contemporáneas del cine colombiano a las periferias geográficas y culturales de Colombia. Era un país que, en la señal abierta de la televisión, reconocía su riqueza cultural a la vez que la vulnerabilidad de ese patrimonio. Luego vendría la Constitución del 91. En Yuruparí hay un claro antecedente de ese giro político. Hoy, en una Colombia que no conoce la paz en sus territorios, los capítulos restaurados (al cuidado de Juana Suárez), entre los 64 que hacen parte de la serie completa, dejan escuchar lo que a veces se siente como un grito de auxilio del que un cine y una televisión pública y políticamente responsables hicieron eco.
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