El sonido de la voz se produce cuando el aire sale de los pulmones y pasa a través de las vías respiratorias y de la laringe, luego llega a la glotis, la cual produce una vibración en las cuerdas vocales. Las cavidades relacionadas al sistema respiratorio y nasofaríngeo funcionan como resonadores. Los músculos que controlan el paladar blando, la boca y la lengua, permiten que articulemos el aire (ahora sonido) en palabras. Al principio todo era oscuridad. El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Fue entonces cuando Dios dijo “Hágase la luz” y la luz se hizo. El cielo y la tierra se hicieron en el murmullo de una voz. Voz naciente de un pecho y de la presión airosa en la glotis. Al principio todo fue el sonido, Murray Schafer precisa en que Dios creó al universo “pensando en voz alta”. Dios, la misma voz creadora, pareciera haberse quedado en silencio. Dios masculino, vengativo y verdugo es ahora Dios callado. A propósito de este silencio impalpable, pienso en el aparato sonoro del cine. Esta lista de películas (un largometraje y cinco cortometrajes) no busca centrarse principalmente en sus imágenes y las relaciones que estas generan, busca hacer del cuerpo lector un cuerpo que se “convierte en oído”. Del mismo modo, como “los oídos no tienen párpados”, la elección de estas obras nace de todos esos fotogramas perdidos por el pestañeo inevitable y por todo ese sonido panorámico del cual jamás me perdí, y, de igual manera, el que completó la historia de todas esas imágenes estáticas parpadeadas en alguna sala de cine.
Notas previas:
Esta lista no pretende ningún orden que responda a alguna jerarquía de “importancia” o “gusto” personal. Todas las obras mencionadas me gustan y me parecen importantes, cada una por motivos diferentes. El (des)orden de esta lista corresponde más bien a un río, esto por que debe de llevar un cauce. El cauce de esta lista proviene desde el nacimiento del agua en los sedimentos de la tierra hasta desembocar en el mar.
Esta lista tampoco pretende reflejar las ambiciones que rodean al concepto del “autor”, cuyas connotaciones suelen ser potencialmente elitistas, sexistas y racistas. Como mujer feminista y persona que escribe esta lista, busco dejar sentada la base de que entiendo a estas películas como obras colectivas y que siempre están por terminar, en cada visionado y en cada versión que sobre ellas podamos dar las espectadoras.
Esta lista busca precisar en la relación sonora entablada con diferentes películas y cortometrajes escogidos. Las obras son colombianas y por lo general su año de realización corresponde a la última década.
Como esta lista es una lista que busca recapitular películas de diferentes momentos de una década, muchas en gran medida responden al recuerdo. Razón por la cual son conversaciones entre frases sueltas de recuerdos personales, momentos precisos de la película y relaciones entre ambas cosas.
Es difícil tratar de plasmar la sensación que da un sonido mediante la descripción que se hace con palabras. Sin embargo, en esta lista pretendo que el sonido sea un acto que se corresponda entre el recordar y/o el imaginar. Todo acorde a la experiencia de quién lea.
El total de obras son 6 y son documentales. La razón: 6 es mi número favorito y me gustan mucho los documentales.
La Terapia del Pelo (Andrea Said, 2000) o un recuerdo se impone ante mi como una montaña desde la cual nacen aguas subterráneas.
Esta es la única película de la lista que no cumple con la característica de haber sido realizada en los últimos diez años. Sin embargo, la traigo a este cauce como el origen de inquietudes de un cine que se para en la mitad de la vida y abraza esas historias que entre amigas se construyen. Cuando era niña, mi mamá me trenzaba el cabello para ir al colegio. Trenza twist, trenza francesa, trenza de espiga, trenza holandesa, cebolla trenzada, trenza de peineta, trenza diadema. Mi favorita era el trenzado de base, que es la más fácil de hacer, solo tres pedazos de cabello que se cruzan entre sí. El cuerpo entero está lleno de pelos menos las palmas de las manos y las plantas de los pies. Palmas de manos que trenzan y plantas de pies que caminan. Imagen: Andrea se corta el cabello frente al espejo. Sonidos: Las voces de las amigas hablando de amor, los sonidos de la ciudad-laberinto-túnel-serpiente-niebla-smog. El cortometraje dura 23 minutos, en él se reúnen los relatos de las amigas sobre el amar, sobre el amor y sobre el amarse. El cabello es crucial en cada uno de los cambios que se relacionan con el amor. Recuerdo: mi mamá se rapó la cabeza para irse de tour con “los jarlistas” por la costa colombiana. Nuestro pelo de la cabeza enmarca nuestro rostro pero también los cambios de las ideas. A propósito de cabellos y mujeres polémicas: Medusa. En nuestra cultura del poder un cabello largo y adornado se considera tajantemente femenino. Para Freud, la cabeza cortada de la medusa encarnaba los temores de un niño a la castración. La Terapia del Pelo reúne dos palabras que, para el oído y la imagen escrita, son muy parecidas: sonoridad y sororidad. La reunión de amigas que se cortan el pelo y el eco de las voces y las palabras que permiten pensar en este cortometraje del 2000 como un cortometraje de muchas etapas de una vida. Por eso decido abrir la lista, faltando -y a la vez no- a la condición de reunir obras que sean de los últimos 10 años. Porque si bien La Terapia del Pelo, o la montaña que se alza frente a mí, es de hace 20 años, llegó a mi como valor absoluto hace 1 mes.
Parábola del retorno (Juan Soto, 2016) o triste tríptico tricolor.
En el diccionario la palabra “Parábola” obedece a dos definiciones centrales:
Alegoría para explicar una enseñanza: la parábola del hijo pródigo.
Curva abierta formada por dos líneas o ramas simétricas respecto de un eje y en que todos sus puntos están a la misma distancia del foco (un punto) y de la directriz (recta perpendicular al eje).
En su canción “Confesión”, Marta Gómez menciona: "Tengo a un país atravesado en la garganta, que no deja que me vaya acostumbrando a la distancia”.
En Parábola del retorno, caminamos las palabras inconclusas y cortantes de la narrativa de la violencia. El recorrido, entre estrofas recordadas de Porfirio Barba Jacob y T.S Elliot trenza la historia de Wilson Mario Taborda Cardona, chófer del líder presidencial Bernardo Jaramillo Ossa, del partido Unión Patriótica. En el cortometraje, aparecen como parte de la imagen subtítulos que hablan del regreso de Wilson a Colombia. El destino de Wilson fue el exilio. Por estos días recordé un poema que nos enseñaron en una izada de bandera en la primaria. El poema decía algo parecido a esto:
“La Bandera de mi Patria tres colores lucirá, Amarillo,
azul y rojo que valiente debo amar.
El primero es la riqueza de la tierra y su bondad,
El segundo simboliza cielo abierto y ancho mar,
El tercero es la sangre de héroes que supieron pelear,
y en Boyacá nos dejaron este grito «LIBERTAD».”
En el viaje de retorno se dibuja una parábola entre Londres y Bogotá. Wilson, también a modo de parábola, retorna como el hijo pródigo. Cuando pienso en el poema del colegio recuerdo los fragmentos de una obra de Ángelica Liddell:
“¡Qué grande es la bandera de este barco, señor Puta!
¿Usted conoce todas las banderas, verdad señor Puta? Los
hombres importantes conocen todas las banderas. Y qué
grande es la bandera de este barco.
Qué grande, señor Puta, qué grande es la bandera de este
barco.”
Ese fragmento iba a ser parte del monólogo de un curso de teatro que no terminé. ¿Cómo suena una voz que tiene un país atravesado en la garganta? En la obra de Liddell el personaje de La Puta sale vestida con la bandera de España. En Parábola del retorno en ningún momento escuchamos la voz de Wilson narrando, esa voz naciente de garganta con país atravesado. En el monólogo inexistente que yo iba a presentar, el “Señor Puta” era el presidente, el capitán del barco que porta en el pecho la gran bandera del navío. La relación sonora y testimonial de un recuerdo dislocado se nos presenta en una voz muda. Casi al final de Parábola del retorno se nos revela a modo de confesión sonora la imposibilidad de un país hablante: Wilson no está. O Wilson si está y habita en diferentes nombres. Hay muchas personas que ya no están. La ausencia de voz desacomoda el relato sonoro para volcarlo a un sonido que se termina de construir en esa tira de la trenza que hacemos propia. La voz la ponemos nosotras ahí, recorremos una parábola en pliegues desencajados que devienen en el sonido de un río que cae con fuerza. Un río que lleva un barco gigante. Y que grande que es la bandera de ese barco, señor puta.
La libertad (Laura Huertas Millán, 2017) o manos hilvanan tiempo, libros de olvido, grandes museos y tradición.
Imagen de espaldas: vemos a una mujer. En la parte de atrás de su cabeza tiene una peinilla. Se está trenzando el cabello.
Las mimas manos que trenzan son manos que tejen. Cuando pienso en La libertad pienso en los Chumbes. En el putumayo la comunidad Inga teje Chumbes, son tiras largas con diferentes figuras que las mujeres llevan amarradas a la cadera. Los llevan para proteger y cuidar la matriz, el origen de la vida. Es un tejido que abraza al cuerpo. El cortometraje se centra en la labor tejida de mujeres en México. Dentro de todas las acciones capturadas en este cortometraje, muchas no las vemos, las escuchamos. Vemos hilos moviéndose pero escuchamos manos tejer. Vemos pies caminando pero escuchamos la preparación de una tortilla. Las manos hablan en diferentes ritmos. Es como si el tiempo se leyera en cada falange que ejerce un verbo diferente: tejer, crear, cocinar, trenzar, peinar, urdir. Cada verbo se manifiesta en cómo se organizan las articulaciones y los músculos. Sé que hay acción porque sé que hay sonido. Sé que hay tiempo porque sé que hay manos que lo leen.
Recuerdo a propósito de manos y tiras tejidas que abrazan: alguna vez escuché una frase que me hace eco, la frase decía algo parecido a esto “cómo no amar a alguien que alguna vez abrazó mi cuerpo cansado”. Los tejidos dibujan sobre la urdimbre del tiempo y abrazan cuerpos cansados y caminantes. Las tiras del telar de cintura funcionan como cuerdas de un instrumento de memoria. De un diálogo que se enseñó con las voces de las madres. María de Jesús (la abuela de la abuela de mi mamá) le contó como tejer a Rafaela (la abuela de mi abuela), ella le contó como tejer a María del Rosario (la mamá de la mamá de mi mamá), ella a Elena (la mamá de mi mamá), ella a María del Rosario (mi mamá que se llama así por su abuela o la mamá de la mamá de mi mamá, es decir María del Rosario 1), y ella (María del Rosario 2, que es mi mamá y la hija de Elena, y la nieta de María del Rosario 1 y la bisnieta de Rafaela y la tataranieta de María de Jesús) me ensenó a tejer a mí, que soy la hija de la hija de Elena, que a su vez es hija de María del Rosario 1, que a su vez es hija de Rafaela, que a su vez es hija de María de Jesús. Aprendimos a tejer por medio de la voz. En La libertad nos reunimos a conversar y a tejer (que son casi lo mismo) y nos abrazamos en las cuerdas del telar del tiempo. Caminamos en los sonidos de las voces que enseñan. Nos acurrucamos en todos esos verbos que se hacen posibles gracias a un cuerpo que a la vez es caja musical y que permite a los verbos aparecer en la imagen. Tejer, al igual que escuchar y que recordar, requiere de paciencia, amor y coraje.
Nuestro canto a la guerra (Juanita Onzaga, 2018) o cardiomusigrama de un territorio en sol mayor.
Mi profesora de sonido, Diana Martínez, dice que hay dos sonidos muy difíciles de recordar: el sonido de los sueños y el sonido de los recuerdos. Hay algo que en Nuestro canto a la guerra me hace sentir acompañada. Siento que se trata del sonido que se hace recordable. Cada vez que pienso en este cortometraje, pienso como si fuera un oído. Las imágenes suelen ser fáciles de recordar, pero en este caso es el murmullo bajo el que me funciona de cable a tierra. Toda la composición de este trabajo, se inscribe en una tira larguísima de frecuencias y palpitaciones. Todo, como ya mencioné, a manera sonora. Como si se tratara de un cardiomusigrama que mide los ritmos de las palpitaciones de un territorio. Esta medición se sincroniza con el alto cielo (el mismo que maldice Violeta Parra) y la estrella que ocupa el quinto puesto dentro de la escala diatónica del do mayor. Hablar de Nuestro canto a la guerra es hacer de las imágenes una manifestación sonora, por eso leo en voz alta todo lo que escribo al respecto. Partir del sonido y del territorio, es, también, partir de la herida. Este cortometraje se hizo en Bojayá varios años después de la toma y la masacre. Nuestro territorio está tan fragmentado que la nación se reduce a un simple performance en el cual -precisa Mabel Moraña- "se dramatiza la entrada de los pueblos sin historia en el contexto del occidentalismo". Nuestra no-historia se evidencia en los nudos del sueño y la memoria: un hombre caimán en el río.
Paréntesis para nombrar algunos de los ríos que recorren al Chocó: Atrato, San Juan, Baudó, Andágueda, Bebará, Bebaramá, Bojayá, Docampadó, Domingodó, Munguidó, Opogodó, Quito, Salaquí, Sucio y Tanela. Justo después de nombrarlos, empezó a llover. Paréntesis dentro de un paréntesis, se trata de un recuerdo: Alguna vez escuché que en el Chocó llovía más que en cualquier otra parte del mundo. Como si el cielo no se cansara de llorar.
La secuencia inicial empieza con cantos bajos, se me escapan de la palabras que siempre resultarán muy imprecisas. Acompañando el canto nace un murmullo que nos cuenta una historia local. Todo sucede mientras vemos los reflejos del territorio sobre las aguas de los ríos. Estos ríos han nacido de otros ríos que a la vez han nacido de un gran río que a la vez ha nacido de una montaña en el macizo colombiano. Estos ríos llevan madres y niños al colegio, llevaron cuerpos, comisiones de derechos humanos, embajadores y coca. De este mismo río emergen cabezas que nos observan mientras les observamos. La cantidad de sonidos de Bojayá es inabarcable. El cauce de este cortometraje está lleno de curvas. En un cementerio tres niños hablan sobre las personas asesinadas en la toma. Uno hace especial énfasis en el canto, en cantarle a la gente muerta, se pregunta “¿por qué yo no sé cantar para cantarle también a mi familia?”. Siempre he pensado que escribir sobre películas es hablar con muertos, lo que veo es una reproducción que permite hacer de un hecho pasado un hecho presente. Casi llegando al final, un grupo de mujeres reunidas que le cantan a los muertos. Velas encendidas, un tarro lleno de agua para que se la tome el ánima por si llega cansada de tanto errar, y canto. Sobre todo hay canto. Acá en Bogotá suelen decir el nombre de personas asesinadas durante las movilizaciones. A veces me pregunto si nos va a alcanzar la vida para nombrarles a todos y a todas. Para hacer de ese nombre un sonido que se lleva al andar. Para hacer de esos nombres un cauce desde el cual, a la guerra, podamos ofrecerle un canto.
Besos fríos (Nicolás Rincón Guille, 2016) o el golpe de un bastón ancestral en la roca de un páramo. - soacha y casa maría mercedes.
Mi amigo Juan me habló de hacer una cartografía del dolor. ¿Desde dónde se empieza una cartografía sobre el dolor? Él me dijo que desde el hospital dado que es el lugar en dónde nació. Yo le dije que el dolor principal se lleva en su cuerpo y en el cuerpo de la madre. La unión en su momento fue el cordón umbilical y de esa unión nos queda el ombligo. Como si fuera una marca fija que nos recuerda que de algo hemos sido arrancadas. En ese orden de ideas, una cartografía del dolor se empezaba, irónicamente, mirándose al ombligo. En algunas partes de Colombia se tiene la costumbre de enterrar el cordón umbilical y/o la placenta fabricada por el cuerpo durante la gestación. He escuchado en diferentes espacios que a esa práctica la llaman “enterrar el ombligo” o “ombligada”. Al tener el ombligo enterrado todo lo que se haga en vida estará en constante comunicación con el territorio. También he escuchado a muchas personas cercanas decir que se quieren ir de Colombia. Me parece difícil pensarlo cuando siento que mi ombligo está aquí. Muriéndose de tristeza con noticias difíciles, pero aquí. El ombligo además de tejido unido a la tierra, también es un tejido unido a la madre. A mi mamá y a mi nos une un ombligo arrancado y enterrado. En Besos Fríos nos acercamos al relato de diferentes madres que estuvieron en uno de los episodios más complejos y escabrosos (intento evitar el uso de adjetivos, pero es difícil traducirlo en palabras) de la historia de la guerra: los llamados falsos positivos.
En muchas partes muchas personas repiten que es muy difícil no hablar de Colombia sin hablar de la violencia. En su artículo “Exceso y defecto de la memoria: violencia política, terror, visibilidad e invisibilidad”, Martha Cabrera habla del modelo sacrificial de formación de la memoria colombiana, en donde constantemente hay una inscripción violenta de la memoria sobre el cuerpo. En donde pareciera que camináramos con una herida abierta. Nuestra narrativa monumental y de excesos hace de la violencia una fuerza mítica. Y todo pareciera un leitmotiv, un grito en bis. Es interesente pensar en el título de este cortometraje, se llama Besos Fríos porque así se sienten los besos de los hijos muertos. Lejos de una inscripción violenta del recuerdo sobre el cuerpo caminante y cansado, queda el gesto del beso frío. Nuestra narrativa en torno a la violencia se extiende en un túnel larguísimo en donde lo que percibimos es un eco. En el eco, los nombres: Leonardo, Omar, Jaime Estiven, Diego. El sonido se extiende, y como si se tratara del golpe de un bastón sobre una roca en el páramo, nacen ríos, ríos fríos como los besos.
Sobre Soacha María Mercedes Carranza escribe:
Canto 24 SOACHA
Un pájaro
negro husmea
las sobras dela vida.
Puede ser Dioso el asesino:
da lo mismo ya.
En la oreja del corazón y del ombligo nos queda el sonido de un territorio como un pájaro que vuela y repite los nombres en sintonía con el golpear del bastón.
Como el cielo después de llover (Mercedes Gaviria, 2020) o el río-lágrima-gesto desemboca en mar.
Este es el único largometraje de la lista. Sé que en las notas aclaratorias sobre este recorrido mencioné que todas las películas eran documentales. En términos generales, lo son. Pero con Como el cielo después de llover me cuesta pensar en marcos. Dentro percibo el ensayo que dialoga con el manejo del archivo familiar y a la vez me siento al rededor de un flujo de preguntas formales y a la vez en la microficción de la sospecha sobre el Ratón Pérez. Con esta película, siento un especial impulso a hablar del des-marco. Como el cielo después de llover se desmarca más allá de los géneros y entreteje las diferentes tramas de la reflexión sobre la familia y la percepción personal.
El río fluye a partir de la voz de Mercedes, entre lo especulativo, lo incierto y lo transitorio. Entre lo humano y lo sincero. La lógica discursiva del montaje se gesta en un gran confluir fecundo de ambientes sonoros. De descripciones sonoras. El primer sentido en desarrollarse durante el embarazo es el oído, nuestra primera relación con el mundo, es aural.
Pausa-momento-silencio-descripción: Oreja. Canal auditivo externo. Tímpano. Cavidad timpánica. Martillo. Yunque. Estribo. Canales semicirculares. Nervio vestibular. Nervio auditivo. Cóclea. Trompa de Eustaquio. Ventana redonda. El sonido viaja por el aire, luego la oreja recoge las ondas sonoras y las dirige al tímpano. La membrana del tímano vibra y los huesos del oído amplifican las vibraciones y las transmiten hasta la cóclea. Las vibraciones estimulan las terminaciones nerviosas y llevan impulsos eléctricos al cerebro.
Mercedes en un vehículo aural transita en preguntas que cuestionan los modos del hacer cine y los marcos de representación y mímesis de este. Alguna vez leí en un libro de Hustvedt que a nosotras las mujeres siempre nos dejan al límite de. Al límite de lo intelectual, de lo visual, de lo crítico, de lo político, de lo histórico. Como si esta estructura nos buscara dejar siempre en un margen. Con esta película siento que viajo en un río que se desborda en el mar, que sobrepasa lo márgenes y que inunda. El devenir desestructurado, fragmentado y potente de la voz, la historia, y el sonido en una película. Más arriba hablaba de dos cosas que me gustaría retomar en esta última parte del río:
La lluvia y Chocó: En el título de la película de Mercedes hablamos de ese cielo que después de la tormenta está silencioso, tranquilo y expectante. Como a una casa a la que se le cae el techo para dejar entrar la lagrima redentora del cielo y permitirse tener un nuevo solar.
La cercanía entre las palabras “sonoridad” y “sororidad”: Está película me hace pensar que estoy hablando con una amiga. Con toda esa energía creadora que se hace posible en la reunión transformadora de los diálogos en primera persona y en el quiebre de las identidades míticas y hegemónicas del cine “monumental”.
Cada película, como para volver a verse y hacerla presente, con los ojos cerrados y los oídos abiertos. Como una gota de miel.
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LISTA-RÍO-CAUCE-NOMBRE-SONIDO E IMAGEN
El sonido de la voz se produce cuando el aire sale de los pulmones y pasa a través de las vías respiratorias y de la laringe, luego llega a la glotis, la cual produce una vibración en las cuerdas vocales. Las cavidades relacionadas al sistema respiratorio y nasofaríngeo funcionan como resonadores. Los músculos que controlan el paladar blando, la boca y la lengua, permiten que articulemos el aire (ahora sonido) en palabras. Al principio todo era oscuridad. El espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Fue entonces cuando Dios dijo “Hágase la luz” y la luz se hizo. El cielo y la tierra se hicieron en el murmullo de una voz. Voz naciente de un pecho y de la presión airosa en la glotis. Al principio todo fue el sonido, Murray Schafer precisa en que Dios creó al universo “pensando en voz alta”. Dios, la misma voz creadora, pareciera haberse quedado en silencio. Dios masculino, vengativo y verdugo es ahora Dios callado. A propósito de este silencio impalpable, pienso en el aparato sonoro del cine. Esta lista de películas (un largometraje y cinco cortometrajes) no busca centrarse principalmente en sus imágenes y las relaciones que estas generan, busca hacer del cuerpo lector un cuerpo que se “convierte en oído”. Del mismo modo, como “los oídos no tienen párpados”, la elección de estas obras nace de todos esos fotogramas perdidos por el pestañeo inevitable y por todo ese sonido panorámico del cual jamás me perdí, y, de igual manera, el que completó la historia de todas esas imágenes estáticas parpadeadas en alguna sala de cine.
Notas previas:
Esta es la única película de la lista que no cumple con la característica de haber sido realizada en los últimos diez años. Sin embargo, la traigo a este cauce como el origen de inquietudes de un cine que se para en la mitad de la vida y abraza esas historias que entre amigas se construyen. Cuando era niña, mi mamá me trenzaba el cabello para ir al colegio. Trenza twist, trenza francesa, trenza de espiga, trenza holandesa, cebolla trenzada, trenza de peineta, trenza diadema. Mi favorita era el trenzado de base, que es la más fácil de hacer, solo tres pedazos de cabello que se cruzan entre sí. El cuerpo entero está lleno de pelos menos las palmas de las manos y las plantas de los pies. Palmas de manos que trenzan y plantas de pies que caminan. Imagen: Andrea se corta el cabello frente al espejo. Sonidos: Las voces de las amigas hablando de amor, los sonidos de la ciudad-laberinto-túnel-serpiente-niebla-smog. El cortometraje dura 23 minutos, en él se reúnen los relatos de las amigas sobre el amar, sobre el amor y sobre el amarse. El cabello es crucial en cada uno de los cambios que se relacionan con el amor. Recuerdo: mi mamá se rapó la cabeza para irse de tour con “los jarlistas” por la costa colombiana. Nuestro pelo de la cabeza enmarca nuestro rostro pero también los cambios de las ideas. A propósito de cabellos y mujeres polémicas: Medusa. En nuestra cultura del poder un cabello largo y adornado se considera tajantemente femenino. Para Freud, la cabeza cortada de la medusa encarnaba los temores de un niño a la castración. La Terapia del Pelo reúne dos palabras que, para el oído y la imagen escrita, son muy parecidas: sonoridad y sororidad. La reunión de amigas que se cortan el pelo y el eco de las voces y las palabras que permiten pensar en este cortometraje del 2000 como un cortometraje de muchas etapas de una vida. Por eso decido abrir la lista, faltando -y a la vez no- a la condición de reunir obras que sean de los últimos 10 años. Porque si bien La Terapia del Pelo, o la montaña que se alza frente a mí, es de hace 20 años, llegó a mi como valor absoluto hace 1 mes.
En el diccionario la palabra “Parábola” obedece a dos definiciones centrales:
En su canción “Confesión”, Marta Gómez menciona: "Tengo a un país atravesado en la garganta, que no deja que me vaya acostumbrando a la distancia”.
En Parábola del retorno, caminamos las palabras inconclusas y cortantes de la narrativa de la violencia. El recorrido, entre estrofas recordadas de Porfirio Barba Jacob y T.S Elliot trenza la historia de Wilson Mario Taborda Cardona, chófer del líder presidencial Bernardo Jaramillo Ossa, del partido Unión Patriótica. En el cortometraje, aparecen como parte de la imagen subtítulos que hablan del regreso de Wilson a Colombia. El destino de Wilson fue el exilio. Por estos días recordé un poema que nos enseñaron en una izada de bandera en la primaria. El poema decía algo parecido a esto:
“La Bandera de mi Patria tres colores lucirá, Amarillo,
azul y rojo que valiente debo amar.
El primero es la riqueza de la tierra y su bondad,
El segundo simboliza cielo abierto y ancho mar,
El tercero es la sangre de héroes que supieron pelear,
y en Boyacá nos dejaron este grito «LIBERTAD».”
En el viaje de retorno se dibuja una parábola entre Londres y Bogotá. Wilson, también a modo de parábola, retorna como el hijo pródigo. Cuando pienso en el poema del colegio recuerdo los fragmentos de una obra de Ángelica Liddell:
“¡Qué grande es la bandera de este barco, señor Puta!
¿Usted conoce todas las banderas, verdad señor Puta? Los
hombres importantes conocen todas las banderas. Y qué
grande es la bandera de este barco.
Qué grande, señor Puta, qué grande es la bandera de este
barco.”
Ese fragmento iba a ser parte del monólogo de un curso de teatro que no terminé. ¿Cómo suena una voz que tiene un país atravesado en la garganta? En la obra de Liddell el personaje de La Puta sale vestida con la bandera de España. En Parábola del retorno en ningún momento escuchamos la voz de Wilson narrando, esa voz naciente de garganta con país atravesado. En el monólogo inexistente que yo iba a presentar, el “Señor Puta” era el presidente, el capitán del barco que porta en el pecho la gran bandera del navío. La relación sonora y testimonial de un recuerdo dislocado se nos presenta en una voz muda. Casi al final de Parábola del retorno se nos revela a modo de confesión sonora la imposibilidad de un país hablante: Wilson no está. O Wilson si está y habita en diferentes nombres. Hay muchas personas que ya no están. La ausencia de voz desacomoda el relato sonoro para volcarlo a un sonido que se termina de construir en esa tira de la trenza que hacemos propia. La voz la ponemos nosotras ahí, recorremos una parábola en pliegues desencajados que devienen en el sonido de un río que cae con fuerza. Un río que lleva un barco gigante. Y que grande que es la bandera de ese barco, señor puta.
Imagen de espaldas: vemos a una mujer. En la parte de atrás de su cabeza tiene una peinilla. Se está trenzando el cabello.
Las mimas manos que trenzan son manos que tejen. Cuando pienso en La libertad pienso en los Chumbes. En el putumayo la comunidad Inga teje Chumbes, son tiras largas con diferentes figuras que las mujeres llevan amarradas a la cadera. Los llevan para proteger y cuidar la matriz, el origen de la vida. Es un tejido que abraza al cuerpo. El cortometraje se centra en la labor tejida de mujeres en México. Dentro de todas las acciones capturadas en este cortometraje, muchas no las vemos, las escuchamos. Vemos hilos moviéndose pero escuchamos manos tejer. Vemos pies caminando pero escuchamos la preparación de una tortilla. Las manos hablan en diferentes ritmos. Es como si el tiempo se leyera en cada falange que ejerce un verbo diferente: tejer, crear, cocinar, trenzar, peinar, urdir. Cada verbo se manifiesta en cómo se organizan las articulaciones y los músculos. Sé que hay acción porque sé que hay sonido. Sé que hay tiempo porque sé que hay manos que lo leen.
Recuerdo a propósito de manos y tiras tejidas que abrazan: alguna vez escuché una frase que me hace eco, la frase decía algo parecido a esto “cómo no amar a alguien que alguna vez abrazó mi cuerpo cansado”. Los tejidos dibujan sobre la urdimbre del tiempo y abrazan cuerpos cansados y caminantes. Las tiras del telar de cintura funcionan como cuerdas de un instrumento de memoria. De un diálogo que se enseñó con las voces de las madres. María de Jesús (la abuela de la abuela de mi mamá) le contó como tejer a Rafaela (la abuela de mi abuela), ella le contó como tejer a María del Rosario (la mamá de la mamá de mi mamá), ella a Elena (la mamá de mi mamá), ella a María del Rosario (mi mamá que se llama así por su abuela o la mamá de la mamá de mi mamá, es decir María del Rosario 1), y ella (María del Rosario 2, que es mi mamá y la hija de Elena, y la nieta de María del Rosario 1 y la bisnieta de Rafaela y la tataranieta de María de Jesús) me ensenó a tejer a mí, que soy la hija de la hija de Elena, que a su vez es hija de María del Rosario 1, que a su vez es hija de Rafaela, que a su vez es hija de María de Jesús. Aprendimos a tejer por medio de la voz. En La libertad nos reunimos a conversar y a tejer (que son casi lo mismo) y nos abrazamos en las cuerdas del telar del tiempo. Caminamos en los sonidos de las voces que enseñan. Nos acurrucamos en todos esos verbos que se hacen posibles gracias a un cuerpo que a la vez es caja musical y que permite a los verbos aparecer en la imagen. Tejer, al igual que escuchar y que recordar, requiere de paciencia, amor y coraje.
Mi profesora de sonido, Diana Martínez, dice que hay dos sonidos muy difíciles de recordar: el sonido de los sueños y el sonido de los recuerdos. Hay algo que en Nuestro canto a la guerra me hace sentir acompañada. Siento que se trata del sonido que se hace recordable. Cada vez que pienso en este cortometraje, pienso como si fuera un oído. Las imágenes suelen ser fáciles de recordar, pero en este caso es el murmullo bajo el que me funciona de cable a tierra. Toda la composición de este trabajo, se inscribe en una tira larguísima de frecuencias y palpitaciones. Todo, como ya mencioné, a manera sonora. Como si se tratara de un cardiomusigrama que mide los ritmos de las palpitaciones de un territorio. Esta medición se sincroniza con el alto cielo (el mismo que maldice Violeta Parra) y la estrella que ocupa el quinto puesto dentro de la escala diatónica del do mayor. Hablar de Nuestro canto a la guerra es hacer de las imágenes una manifestación sonora, por eso leo en voz alta todo lo que escribo al respecto. Partir del sonido y del territorio, es, también, partir de la herida. Este cortometraje se hizo en Bojayá varios años después de la toma y la masacre. Nuestro territorio está tan fragmentado que la nación se reduce a un simple performance en el cual -precisa Mabel Moraña- "se dramatiza la entrada de los pueblos sin historia en el contexto del occidentalismo". Nuestra no-historia se evidencia en los nudos del sueño y la memoria: un hombre caimán en el río.
Paréntesis para nombrar algunos de los ríos que recorren al Chocó: Atrato, San Juan, Baudó, Andágueda, Bebará, Bebaramá, Bojayá, Docampadó, Domingodó, Munguidó, Opogodó, Quito, Salaquí, Sucio y Tanela. Justo después de nombrarlos, empezó a llover. Paréntesis dentro de un paréntesis, se trata de un recuerdo: Alguna vez escuché que en el Chocó llovía más que en cualquier otra parte del mundo. Como si el cielo no se cansara de llorar.
La secuencia inicial empieza con cantos bajos, se me escapan de la palabras que siempre resultarán muy imprecisas. Acompañando el canto nace un murmullo que nos cuenta una historia local. Todo sucede mientras vemos los reflejos del territorio sobre las aguas de los ríos. Estos ríos han nacido de otros ríos que a la vez han nacido de un gran río que a la vez ha nacido de una montaña en el macizo colombiano. Estos ríos llevan madres y niños al colegio, llevaron cuerpos, comisiones de derechos humanos, embajadores y coca. De este mismo río emergen cabezas que nos observan mientras les observamos. La cantidad de sonidos de Bojayá es inabarcable. El cauce de este cortometraje está lleno de curvas. En un cementerio tres niños hablan sobre las personas asesinadas en la toma. Uno hace especial énfasis en el canto, en cantarle a la gente muerta, se pregunta “¿por qué yo no sé cantar para cantarle también a mi familia?”. Siempre he pensado que escribir sobre películas es hablar con muertos, lo que veo es una reproducción que permite hacer de un hecho pasado un hecho presente. Casi llegando al final, un grupo de mujeres reunidas que le cantan a los muertos. Velas encendidas, un tarro lleno de agua para que se la tome el ánima por si llega cansada de tanto errar, y canto. Sobre todo hay canto. Acá en Bogotá suelen decir el nombre de personas asesinadas durante las movilizaciones. A veces me pregunto si nos va a alcanzar la vida para nombrarles a todos y a todas. Para hacer de ese nombre un sonido que se lleva al andar. Para hacer de esos nombres un cauce desde el cual, a la guerra, podamos ofrecerle un canto.
Mi amigo Juan me habló de hacer una cartografía del dolor. ¿Desde dónde se empieza una cartografía sobre el dolor? Él me dijo que desde el hospital dado que es el lugar en dónde nació. Yo le dije que el dolor principal se lleva en su cuerpo y en el cuerpo de la madre. La unión en su momento fue el cordón umbilical y de esa unión nos queda el ombligo. Como si fuera una marca fija que nos recuerda que de algo hemos sido arrancadas. En ese orden de ideas, una cartografía del dolor se empezaba, irónicamente, mirándose al ombligo. En algunas partes de Colombia se tiene la costumbre de enterrar el cordón umbilical y/o la placenta fabricada por el cuerpo durante la gestación. He escuchado en diferentes espacios que a esa práctica la llaman “enterrar el ombligo” o “ombligada”. Al tener el ombligo enterrado todo lo que se haga en vida estará en constante comunicación con el territorio. También he escuchado a muchas personas cercanas decir que se quieren ir de Colombia. Me parece difícil pensarlo cuando siento que mi ombligo está aquí. Muriéndose de tristeza con noticias difíciles, pero aquí. El ombligo además de tejido unido a la tierra, también es un tejido unido a la madre. A mi mamá y a mi nos une un ombligo arrancado y enterrado. En Besos Fríos nos acercamos al relato de diferentes madres que estuvieron en uno de los episodios más complejos y escabrosos (intento evitar el uso de adjetivos, pero es difícil traducirlo en palabras) de la historia de la guerra: los llamados falsos positivos.
En muchas partes muchas personas repiten que es muy difícil no hablar de Colombia sin hablar de la violencia. En su artículo “Exceso y defecto de la memoria: violencia política, terror, visibilidad e invisibilidad”, Martha Cabrera habla del modelo sacrificial de formación de la memoria colombiana, en donde constantemente hay una inscripción violenta de la memoria sobre el cuerpo. En donde pareciera que camináramos con una herida abierta. Nuestra narrativa monumental y de excesos hace de la violencia una fuerza mítica. Y todo pareciera un leitmotiv, un grito en bis. Es interesente pensar en el título de este cortometraje, se llama Besos Fríos porque así se sienten los besos de los hijos muertos. Lejos de una inscripción violenta del recuerdo sobre el cuerpo caminante y cansado, queda el gesto del beso frío. Nuestra narrativa en torno a la violencia se extiende en un túnel larguísimo en donde lo que percibimos es un eco. En el eco, los nombres: Leonardo, Omar, Jaime Estiven, Diego. El sonido se extiende, y como si se tratara del golpe de un bastón sobre una roca en el páramo, nacen ríos, ríos fríos como los besos.
Sobre Soacha María Mercedes Carranza escribe:
Canto 24 SOACHA
Un pájaro
negro husmea
las sobras dela vida.
Puede ser Dioso el asesino:
da lo mismo ya.
En la oreja del corazón y del ombligo nos queda el sonido de un territorio como un pájaro que vuela y repite los nombres en sintonía con el golpear del bastón.
Este es el único largometraje de la lista. Sé que en las notas aclaratorias sobre este recorrido mencioné que todas las películas eran documentales. En términos generales, lo son. Pero con Como el cielo después de llover me cuesta pensar en marcos. Dentro percibo el ensayo que dialoga con el manejo del archivo familiar y a la vez me siento al rededor de un flujo de preguntas formales y a la vez en la microficción de la sospecha sobre el Ratón Pérez. Con esta película, siento un especial impulso a hablar del des-marco. Como el cielo después de llover se desmarca más allá de los géneros y entreteje las diferentes tramas de la reflexión sobre la familia y la percepción personal.
El río fluye a partir de la voz de Mercedes, entre lo especulativo, lo incierto y lo transitorio. Entre lo humano y lo sincero. La lógica discursiva del montaje se gesta en un gran confluir fecundo de ambientes sonoros. De descripciones sonoras. El primer sentido en desarrollarse durante el embarazo es el oído, nuestra primera relación con el mundo, es aural.
Pausa-momento-silencio-descripción: Oreja. Canal auditivo externo. Tímpano. Cavidad timpánica. Martillo. Yunque. Estribo. Canales semicirculares. Nervio vestibular. Nervio auditivo. Cóclea. Trompa de Eustaquio. Ventana redonda. El sonido viaja por el aire, luego la oreja recoge las ondas sonoras y las dirige al tímpano. La membrana del tímano vibra y los huesos del oído amplifican las vibraciones y las transmiten hasta la cóclea. Las vibraciones estimulan las terminaciones nerviosas y llevan impulsos eléctricos al cerebro.
Mercedes en un vehículo aural transita en preguntas que cuestionan los modos del hacer cine y los marcos de representación y mímesis de este. Alguna vez leí en un libro de Hustvedt que a nosotras las mujeres siempre nos dejan al límite de. Al límite de lo intelectual, de lo visual, de lo crítico, de lo político, de lo histórico. Como si esta estructura nos buscara dejar siempre en un margen. Con esta película siento que viajo en un río que se desborda en el mar, que sobrepasa lo márgenes y que inunda. El devenir desestructurado, fragmentado y potente de la voz, la historia, y el sonido en una película. Más arriba hablaba de dos cosas que me gustaría retomar en esta última parte del río:
Cada película, como para volver a verse y hacerla presente, con los ojos cerrados y los oídos abiertos. Como una gota de miel.
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