Los ojos anegados en llanto y el sollozo de André, el protagonista de Bárbara (2012), en la última escena del sexto largometraje del director alemán Christian Petzold, nos dice mucho acerca de la sensibilidad de su cine, un sello que impregna toda su filmografía -en momentos mejor lograda que en otros-, pero nunca carente del cuidado profundo que los protagonistas de sus historias requieren. Una escena magníficamente bien tratada y que llega al alma, dice mucho de lo que quiere transmitir este director, sobre todo en su última etapa, donde ha logrado una madurez que se hace clara con el transcurrir de los años. Sin embargo, para llegar a este punto de su trayectoria, hay que remontarse un poco más atrás y revisar sus orígenes y motivaciones.
Petzold estudió Teatro y Estudios Alemanes en la Universidad Libre de Berlín y posteriormente, en la misma ciudad, estudió Cine en la Academia Alemana de Cine y Televisión. Ha sido asociado con lo que se conoce como la Escuela de Berlín, la cual comenzó a ofrecer una mirada más realista y política de la historia de Alemania en los films de sus miembros; y además de esto, obtuvo gran influencia del también director Harun Farocki (Transit, la película más reciente de Petzold, está dedicada a él), quien fuera su mentor y posteriormente su consejero, repercutiendo tanto lo primero como lo segundo, en el tono y en el abordaje de sus realizaciones.
Aun cuando llevó a cabo varios filmes para su graduación y para televisión, su primer largometraje para la pantalla grande, no llegaría hasta el año 2000 cuando filmó The State I Am In (Die innere Sicherheit), el primero de la que posteriormente se conocería con el nombre de la “Trilogía de los Fantasmas”. En esta cinta, unos padres y su hija, huyen constantemente sin saberse bien de qué o de quién; lo que los obliga a cambiar de residencia a menudo y a vivir una existencia espectral sin generar relaciones duraderas o establecer raíces. Para ser su primer largo fuera de la televisión, la solidez del film auguraba un buen futuro, o al menos uno promisorio. Posteriormente vendría Wolfsburg (2003), primera colaboración entre Petzold y la actriz alemana Nina Hoss, quien se convertiría a partir de esta aparición en su actriz fetiche, incorporando y apropiándose magistralmente de los rasgos más característicos de la filmografía del cineasta, impregnada de cierta distancia en sus personajes y permitiéndonos conocer solamente lo que él quiere y hasta donde él lo decide.
Completan la “Trilogía de los Fantasmas”, los largometrajes Ghosts (Gerpensters, 2005) y Yella (2007). En la primera, Nina, una adolescente huérfana, obtiene un nuevo trabajo después de muchos intentos fallidos, y su vez, conoce a Toni, otra jovencita irreverente y arrolladora, más hábil en su forma de afrontar su difícil situación de vida y de quien Nina se enamora. Por otra parte, Francoise está de paso en la ciudad de Nina, la misma en la que años atrás secuestraron a su hermana mientras estaba a su cuidado. Francoise ve a Nina por la ventana de su hotel y decide –como ya lo ha hecho previamente en múltiples ocasiones con otras personas-, que Nina es su hermana perdida, confundiendo aún más la existencia de alguien que no necesita de ayuda para estarlo. En esta película, como se volvería recurrente en la filmografía de Petzold, éste se compadece poco de sus protagonistas y el halo fantasmal seguirá a sus personajes hasta el final sin posibilidades de cambiar su destino. La trilogía la culmina Yella, de la cual se dice que es un remake no oficial de la película estadounidense Carnival of Souls (1962). Yella es protagonizada nuevamente por Nina Hoss, quien por esta actuación ganó el Oso de Plata a la Mejor Actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín. En esta cinta, Yella trata de emprender una nueva vida después de su divorcio, mudándose a Hannover, donde un trabajo fallido la lleva a conocer a un empresario que la contrata como su asistente en asuntos comerciales de reputación incierta. Sin embargo, el acecho constante de su ex marido le dificulta la adaptación a su nueva vida.
Aun cuando la “Trilogía de los Fantasmas” está conformada solamente por los filmes mencionados anteriormente, los personajes en el cine de este director, en general, poseen casi todos las mismas características. Son fantasmas en el mundo o en la vida de quienes los rodean, personas incompletas en búsqueda de un sentido que rara vez encuentran. Para Petzold: “Los personajes ya parecen fantasmas. O transeúntes en las salas de espera de sus propias historias o de nuestra historia común. El fantasma como la figura moderna del cine”(1). Adicionalmente, son seres anónimos que pudieran parecer simples, pero en realidad no lo son, todos transitan vidas turbulentas y fragmentadas, y todos unidos por sus conflictivas experiencias de vida. Son individuos dolidos, desubicados, perdidos y, casi todos, solos. De nuevo, lo demuestra su quinto largometraje, Jerichow (2008), en el que se repite la dupla de actores de Wolfsburg: Benno Fürmann y Nina Hoss. En esta, un hombre que ha tenido una baja deshonrosa en la guerra de Afganistán regresa a su pueblo natal donde su madre acaba de morir, y por azar conoce a un adinerado dueño de una cadena de tiendas y a su esposa, comenzando un obvio triángulo de amor que complica la situación a extremos insospechados. Jerichow participó en la competencia principal del 65 Festival Internacional de Cine de Venecia, dando muestras de la contundente obra de su director y evidenciando ese buen futuro que auguraban sus primeras películas. Con su siguiente historia, Bárbara (2012), compitió en el 62 Festival Internacional de Cine de Berlín, alzándose con el Oso de Plata como Mejor Director. Por cierto, Bárbara es uno de los filmes más logrados de su director en todos los sentidos. La pareja de actores Nina Hoss y Ronald Zehrfeld logran una fluida sinergia en esta cinta, donde Bárbara, una médica que ha sido encarcelada previamente en Alemania del Oeste, es enviada al Este a una clínica de provincia, donde tiene vigilancia constante para evitar que escape. En la clínica conoce André, director de la institución y, aunque se interesa por ella, desconoce sus planes de escapar de nuevo al Oeste para reencontrarse con su novio. El guión de esta película es sólido y verosímil, las actuaciones son espléndidas y la atmósfera de incertidumbre y desasosiego que el director busca generar se logra con creces. Petzold resume las inquietudes de Bárbara de esta forma: “… ella inesperadamente reconoce que la RDA (Alemania del Este) tiene su encanto después de todo, que el país ofrece cosas que ella había pasado por alto”. (ídem)
La última –hasta ahora–,colaboración entre Nina Hoss y Petzold se dio con Ave Fénix (Phoenix, 2014), en la que, aun cuando el regreso del personaje principal luego de una reconstrucción facial que la deja irreconocible –sea cual sea la razón-, suene a lugar común, el film tiene grandes fortalezas, por ejemplo su apoteósica escena final y las brillantes actuaciones de Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, que repiten acá, como ya se mencionó, la exitosa dupla que hicieran en Bárbara. Ave Fénix es una historia para reflexionar sobre la indolencia y el egoísmo humano, pero también sobre las motivaciones y las herramientas que cada uno tiene en la vida para sobrevivir en ella. Es al final de cuentas, esta sí, un canto a la redención.
Los temas escogidos por Petzold son ampliamente explicados por él mismo: “(...) el momento en el que la interpretación y la literatura alcanzan sus límites, es aquel en el que comienza el cine. Lo mismo sucede con las historias cortas, de lo contrario, estas llegarían a ser novelas. Es por eso que no puedes filmar novelas. Las novelas obedecen a reglas diferentes, son literarias y no tienen necesidad del cine". (1) De esta afirmación, puede deducirse por qué las temáticas de sus películas claramente no son noveladas ni cándidas y por qué sus historias revisten tal complejidad y hondura, pues sus personajes sufren y son agobiados, y, solo en escasas ocasiones, tienen alguna esperanza de liberación. Adicionalmente, su mirada, como él mismo lo dice, no busca expresar ningún punto de vista, no toma partido y muestra la realidad sin interpretarla; lo que hace aún más interesante su cine, pues parte del encanto consiste en que el espectador haga su análisis de los hechos, e incluso complete la historia.
Este es Christian Petzold, uno que ha dejado de ser una promesa para convertirse en un sólido director y guionista independiente a quien le gusta sorprender con sus finales y que poco le teme a los giros inesperados de sus historias. Uno con un sello hecho y una imprenta dada. Y por todo esto, su futuro como director está, esperemos, casi asegurado. Por lo menos, el lanzamiento de su último film Transit (2018), en el más reciente Festival de Cine de Berlín, así lo demuestran. Petzold tiene cine e ideas para rato y sus personajes atormentados y perturbadores, tienen aún mucho que decirnos.
1. Rajendra Roy, Anke Leweke, The Berlin School – Films from the Berliner Schule, New York, The Museum of Modern Art, 2013, p. 33, 34, 37
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CHRISTIAN PETZOLD: UN UNIVERSO FANTASMAL
Los ojos anegados en llanto y el sollozo de André, el protagonista de Bárbara (2012), en la última escena del sexto largometraje del director alemán Christian Petzold, nos dice mucho acerca de la sensibilidad de su cine, un sello que impregna toda su filmografía -en momentos mejor lograda que en otros-, pero nunca carente del cuidado profundo que los protagonistas de sus historias requieren. Una escena magníficamente bien tratada y que llega al alma, dice mucho de lo que quiere transmitir este director, sobre todo en su última etapa, donde ha logrado una madurez que se hace clara con el transcurrir de los años. Sin embargo, para llegar a este punto de su trayectoria, hay que remontarse un poco más atrás y revisar sus orígenes y motivaciones.
Petzold estudió Teatro y Estudios Alemanes en la Universidad Libre de Berlín y posteriormente, en la misma ciudad, estudió Cine en la Academia Alemana de Cine y Televisión. Ha sido asociado con lo que se conoce como la Escuela de Berlín, la cual comenzó a ofrecer una mirada más realista y política de la historia de Alemania en los films de sus miembros; y además de esto, obtuvo gran influencia del también director Harun Farocki (Transit, la película más reciente de Petzold, está dedicada a él), quien fuera su mentor y posteriormente su consejero, repercutiendo tanto lo primero como lo segundo, en el tono y en el abordaje de sus realizaciones.
Aun cuando llevó a cabo varios filmes para su graduación y para televisión, su primer largometraje para la pantalla grande, no llegaría hasta el año 2000 cuando filmó The State I Am In (Die innere Sicherheit), el primero de la que posteriormente se conocería con el nombre de la “Trilogía de los Fantasmas”. En esta cinta, unos padres y su hija, huyen constantemente sin saberse bien de qué o de quién; lo que los obliga a cambiar de residencia a menudo y a vivir una existencia espectral sin generar relaciones duraderas o establecer raíces. Para ser su primer largo fuera de la televisión, la solidez del film auguraba un buen futuro, o al menos uno promisorio. Posteriormente vendría Wolfsburg (2003), primera colaboración entre Petzold y la actriz alemana Nina Hoss, quien se convertiría a partir de esta aparición en su actriz fetiche, incorporando y apropiándose magistralmente de los rasgos más característicos de la filmografía del cineasta, impregnada de cierta distancia en sus personajes y permitiéndonos conocer solamente lo que él quiere y hasta donde él lo decide.
Completan la “Trilogía de los Fantasmas”, los largometrajes Ghosts (Gerpensters, 2005) y Yella (2007). En la primera, Nina, una adolescente huérfana, obtiene un nuevo trabajo después de muchos intentos fallidos, y su vez, conoce a Toni, otra jovencita irreverente y arrolladora, más hábil en su forma de afrontar su difícil situación de vida y de quien Nina se enamora. Por otra parte, Francoise está de paso en la ciudad de Nina, la misma en la que años atrás secuestraron a su hermana mientras estaba a su cuidado. Francoise ve a Nina por la ventana de su hotel y decide –como ya lo ha hecho previamente en múltiples ocasiones con otras personas-, que Nina es su hermana perdida, confundiendo aún más la existencia de alguien que no necesita de ayuda para estarlo. En esta película, como se volvería recurrente en la filmografía de Petzold, éste se compadece poco de sus protagonistas y el halo fantasmal seguirá a sus personajes hasta el final sin posibilidades de cambiar su destino. La trilogía la culmina Yella, de la cual se dice que es un remake no oficial de la película estadounidense Carnival of Souls (1962). Yella es protagonizada nuevamente por Nina Hoss, quien por esta actuación ganó el Oso de Plata a la Mejor Actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín. En esta cinta, Yella trata de emprender una nueva vida después de su divorcio, mudándose a Hannover, donde un trabajo fallido la lleva a conocer a un empresario que la contrata como su asistente en asuntos comerciales de reputación incierta. Sin embargo, el acecho constante de su ex marido le dificulta la adaptación a su nueva vida.
Aun cuando la “Trilogía de los Fantasmas” está conformada solamente por los filmes mencionados anteriormente, los personajes en el cine de este director, en general, poseen casi todos las mismas características. Son fantasmas en el mundo o en la vida de quienes los rodean, personas incompletas en búsqueda de un sentido que rara vez encuentran. Para Petzold: “Los personajes ya parecen fantasmas. O transeúntes en las salas de espera de sus propias historias o de nuestra historia común. El fantasma como la figura moderna del cine”(1). Adicionalmente, son seres anónimos que pudieran parecer simples, pero en realidad no lo son, todos transitan vidas turbulentas y fragmentadas, y todos unidos por sus conflictivas experiencias de vida. Son individuos dolidos, desubicados, perdidos y, casi todos, solos. De nuevo, lo demuestra su quinto largometraje, Jerichow (2008), en el que se repite la dupla de actores de Wolfsburg: Benno Fürmann y Nina Hoss. En esta, un hombre que ha tenido una baja deshonrosa en la guerra de Afganistán regresa a su pueblo natal donde su madre acaba de morir, y por azar conoce a un adinerado dueño de una cadena de tiendas y a su esposa, comenzando un obvio triángulo de amor que complica la situación a extremos insospechados. Jerichow participó en la competencia principal del 65 Festival Internacional de Cine de Venecia, dando muestras de la contundente obra de su director y evidenciando ese buen futuro que auguraban sus primeras películas. Con su siguiente historia, Bárbara (2012), compitió en el 62 Festival Internacional de Cine de Berlín, alzándose con el Oso de Plata como Mejor Director. Por cierto, Bárbara es uno de los filmes más logrados de su director en todos los sentidos. La pareja de actores Nina Hoss y Ronald Zehrfeld logran una fluida sinergia en esta cinta, donde Bárbara, una médica que ha sido encarcelada previamente en Alemania del Oeste, es enviada al Este a una clínica de provincia, donde tiene vigilancia constante para evitar que escape. En la clínica conoce André, director de la institución y, aunque se interesa por ella, desconoce sus planes de escapar de nuevo al Oeste para reencontrarse con su novio. El guión de esta película es sólido y verosímil, las actuaciones son espléndidas y la atmósfera de incertidumbre y desasosiego que el director busca generar se logra con creces. Petzold resume las inquietudes de Bárbara de esta forma: “… ella inesperadamente reconoce que la RDA (Alemania del Este) tiene su encanto después de todo, que el país ofrece cosas que ella había pasado por alto”. (ídem)
La última –hasta ahora–, colaboración entre Nina Hoss y Petzold se dio con Ave Fénix (Phoenix, 2014), en la que, aun cuando el regreso del personaje principal luego de una reconstrucción facial que la deja irreconocible –sea cual sea la razón-, suene a lugar común, el film tiene grandes fortalezas, por ejemplo su apoteósica escena final y las brillantes actuaciones de Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, que repiten acá, como ya se mencionó, la exitosa dupla que hicieran en Bárbara. Ave Fénix es una historia para reflexionar sobre la indolencia y el egoísmo humano, pero también sobre las motivaciones y las herramientas que cada uno tiene en la vida para sobrevivir en ella. Es al final de cuentas, esta sí, un canto a la redención.
Los temas escogidos por Petzold son ampliamente explicados por él mismo: “(...) el momento en el que la interpretación y la literatura alcanzan sus límites, es aquel en el que comienza el cine. Lo mismo sucede con las historias cortas, de lo contrario, estas llegarían a ser novelas. Es por eso que no puedes filmar novelas. Las novelas obedecen a reglas diferentes, son literarias y no tienen necesidad del cine". (1) De esta afirmación, puede deducirse por qué las temáticas de sus películas claramente no son noveladas ni cándidas y por qué sus historias revisten tal complejidad y hondura, pues sus personajes sufren y son agobiados, y, solo en escasas ocasiones, tienen alguna esperanza de liberación. Adicionalmente, su mirada, como él mismo lo dice, no busca expresar ningún punto de vista, no toma partido y muestra la realidad sin interpretarla; lo que hace aún más interesante su cine, pues parte del encanto consiste en que el espectador haga su análisis de los hechos, e incluso complete la historia.
Este es Christian Petzold, uno que ha dejado de ser una promesa para convertirse en un sólido director y guionista independiente a quien le gusta sorprender con sus finales y que poco le teme a los giros inesperados de sus historias. Uno con un sello hecho y una imprenta dada. Y por todo esto, su futuro como director está, esperemos, casi asegurado. Por lo menos, el lanzamiento de su último film Transit (2018), en el más reciente Festival de Cine de Berlín, así lo demuestran. Petzold tiene cine e ideas para rato y sus personajes atormentados y perturbadores, tienen aún mucho que decirnos.
1. Rajendra Roy, Anke Leweke, The Berlin School – Films from the Berliner Schule, New York, The Museum of Modern Art, 2013, p. 33, 34, 37
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