Volvemos a esta crónica sobre uno de los festivales más importantes del continente dedicado a pensar la independencia porque hay en estas letras una búsqueda, unas ganas, de descubrir qué es esoque hace a las películas independientes. El texto fue originalmente publicado en el blog de su autor y acá lo reproducimos con su autorización.
El Festival Internacional de Cine Lima Independiente llegó a su tercera versión cumpliendo un difícil sueño: contar con la presencia de uno de los autores más originales y autónomos del cine contemporáneo, el tailandés Apichatpong Weerasethakul. La visita de Joe, como gusta de ser llamado, fue un atractivo mayor en una ciudad famosamente cinéfila, pero además el Festival creció hasta extenderse a provincias y contar con un nutrido grupo de invitados, entre quienes también se destacaban los documentalistas Sylvain George, de Francia, y Elías León Siminiani, de España, los directores Alessandro Pugno, de Italia, José Celestino Campusano, de Argentina, y Christian Caselli, de Brasil, entre muchos otros...
Para mí, como jurado de la competencia peruana, fue también un sueño cumplido conocer Lima, y además una sorpresa sentirme rodeado de tantos hermanos unidos en torno a un cine que, incluso cuando, en palabras del cineasta uruguayo Michael Wahlberg (también invitado al Festival) no pasa de ser “una terapia”, un acto egoísta, obedece a impulsos decisivos que lo hacen pertinente, si no urgente, necesario. El cine independiente tiene un por qué existir, surge de lo que Alonso Izaguirre, uno de los organizadores del Festival, llamaría “las cavernas del alma”, y Campusano, en especial, lo diferencia del cine de consumo porque, como forma, y en su espíritu, es además un cine que busca un interlocutor, o sea: es
es un cine con sentido. Por todo lo demás, el cine independiente jalona sus tendencias hacia lo divergente, no se complace del todo en sí mismo, sino que, por su propio concepto, tiende hacia aquello que es único, singular. No más la variedad que existe en el interior de la obra de algunos de los autores que se presentaron o concursaron en el Festival habla de ello: la contemplación del mundo, tan importante para Joe Weerasethakul en algunos momentos de su cine, es contrastada con un vuelo imaginativo inigualable en otros, y así mismo, el cine del brasileño Christian Caselli se difunde en ondas que van del humor agresivo a la ironía, pasando por registros sencillos en celular o el cine de animación, y el peruano Bryan Rodríguez compitió con dos cintas casi opuestas en su estilo.
El Festival Lima Independiente debe depurar aun más su propuesta, que ya ha logrado divulgar de manera nota- ble: afinar su perfil es lo que le ha dado el relieve que se merece. Julia Gamarra, Omar Forero y yo quisimos privilegiar lo que la competencia peruana ofrecía de aguerrido e inobjetable. Las películas que evaluamos se distancian años luz unas de otras, y cada una es especial, pero La mar brava (Rodríguez, 2011) se distancia hasta el infinito por la vía de una introspección acuciosa, ante la cual el juicio, la razón, e incluso el gusto, se quedan cortos. Sabemos que para Joe, la competencia internacional también fue, en sus palabras, “muy experimental”, y él me decía que ante ello es difícil juzgar. Tales son los retos ante los que nos pone el cine independiente.que forma- ron la manera de contar las historias en la civilización occidental.
Y por ello, el festival es un incomparable ejercicio del espíritu y el intelecto para toda la sociedad. Buen futuro para Lima Independiente...
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CRÓNICA DE UN JURADO BIEN ACOMPAÑADO
Volvemos a esta crónica sobre uno de los festivales más importantes del continente dedicado a pensar la independencia porque hay en estas letras una búsqueda, unas ganas, de descubrir qué es eso que hace a las películas independientes. El texto fue originalmente publicado en el blog de su autor y acá lo reproducimos con su autorización.
El Festival Internacional de Cine Lima Independiente llegó a su tercera versión cumpliendo un difícil sueño: contar con la presencia de uno de los autores más originales y autónomos del cine contemporáneo, el tailandés Apichatpong Weerasethakul. La visita de Joe, como gusta de ser llamado, fue un atractivo mayor en una ciudad famosamente cinéfila, pero además el Festival creció hasta extenderse a provincias y contar con un nutrido grupo de invitados, entre quienes también se destacaban los documentalistas Sylvain George, de Francia, y Elías León Siminiani, de España, los directores Alessandro Pugno, de Italia, José Celestino Campusano, de Argentina, y Christian Caselli, de Brasil, entre muchos otros...
Para mí, como jurado de la competencia peruana, fue también un sueño cumplido conocer Lima, y además una sorpresa sentirme rodeado de tantos hermanos unidos en torno a un cine que, incluso cuando, en palabras del cineasta uruguayo Michael Wahlberg (también invitado al Festival) no pasa de ser “una terapia”, un acto egoísta, obedece a impulsos decisivos que lo hacen pertinente, si no urgente, necesario. El cine independiente tiene un por qué existir, surge de lo que Alonso Izaguirre, uno de los organizadores del Festival, llamaría “las cavernas del alma”, y Campusano, en especial, lo diferencia del cine de consumo porque, como forma, y en su espíritu, es además un cine que busca un interlocutor, o sea: es
es un cine con sentido. Por todo lo demás, el cine independiente jalona sus tendencias hacia lo divergente, no se complace del todo en sí mismo, sino que, por su propio concepto, tiende hacia aquello que es único, singular. No más la variedad que existe en el interior de la obra de algunos de los autores que se presentaron o concursaron en el Festival habla de ello: la contemplación del mundo, tan importante para Joe Weerasethakul en algunos momentos de su cine, es contrastada con un vuelo imaginativo inigualable en otros, y así mismo, el cine del brasileño Christian Caselli se difunde en ondas que van del humor agresivo a la ironía, pasando por registros sencillos en celular o el cine de animación, y el peruano Bryan Rodríguez compitió con dos cintas casi opuestas en su estilo.
El Festival Lima Independiente debe depurar aun más su propuesta, que ya ha logrado divulgar de manera nota- ble: afinar su perfil es lo que le ha dado el relieve que se merece. Julia Gamarra, Omar Forero y yo quisimos privilegiar lo que la competencia peruana ofrecía de aguerrido e inobjetable. Las películas que evaluamos se distancian años luz unas de otras, y cada una es especial, pero La mar brava (Rodríguez, 2011) se distancia hasta el infinito por la vía de una introspección acuciosa, ante la cual el juicio, la razón, e incluso el gusto, se quedan cortos. Sabemos que para Joe, la competencia internacional también fue, en sus palabras, “muy experimental”, y él me decía que ante ello es difícil juzgar. Tales son los retos ante los que nos pone el cine independiente.que forma- ron la manera de contar las historias en la civilización occidental.
Y por ello, el festival es un incomparable ejercicio del espíritu y el intelecto para toda la sociedad. Buen futuro para Lima Independiente...
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