No son nada fáciles los biopics, aunque podría pensarse que lo son para un director de amplia trayectoria como Steven Soderbergh, quien con Erin Brockovich, Una Mujer Audaz (Erin Brockovich, 2000), Ché El Argentino (Che A Revolutionary Life Part One, 2008) y Che Guerrilla (Che A Revolutionary Life Part Two, 2008), las dos películas basadas en la vida del mítico revolucionario Che Guevara, apela a su experiencia para contar desde su punto de vista la vida de sendos personajes.
Erin Brockovich, protagonizada por Julia Roberts en un momento de iluminación artística plena, interpretación que le valió el premio Óscar, trata acerca de la vida de la asistente de un abogado que recibe un caso en el que, casi por azar, descubre la raíz de los múltiples problemas de salud de una comunidad como consecuencia de la contaminación del agua ocasionada por el método utilizado para la extracción de gas de una poderosa multinacional. El film es un retrato que logra hacernos entender la realidad de una mujer común que debió encontrar la forma de coordinar, durante largo tiempo, su vida familiar, sentimental y profesional de una forma estoica para obtener a cambio la satisfacción de apoyar a otros.
Erin Brockovich es una mujer que conocemos gracias a la película, y aunque su comportamiento genera admiración, la forma en que conectamos con ella es más por lo que se nos muestra de su personalidad en la cinta que porque hubiéramos escuchado de ella con antelación, lo cual permite a un director mayor soltura e independencia a la hora de construir un personaje.
Con el Che Guevara, en cambio, la presión por su representación es mucho mayor, pues se trata de alguien de quien se ha escuchado desde siempre, y quien se convirtió para la revolución cubana en un personaje casi tan importante como el mismo Fidel Castro, pasando de ser un hombre de carne y hueso, a una leyenda. Todos creen saber algo de él, entenderlo, conocer sus motivaciones y discernir el ser humano que había más allá de un revolucionario de corazón. Por esta razón, construir una historia sobre él no es un reto menor, pues las posibilidades de dejar insatisfechos a sus admiradores son amplias. Sin embargo, Soderbergh le hizo frente a este desafío y llevó a cabo no solo una, sino dos películas sobre el Che y la admiración y veneración que generan su figura.
La primera de ellas, Che El Argentino, nos muestra los inicios de este hombre cuando conoce a Fidel Castro, involucrándolo en la revolución para liberar a Cuba del General Fulgencio Batista. A partir de ahí se formaría como guerrillero, alternando su militancia con su oficio de médico. En este primer largometraje, el director busca , de una manera fría y distante, que conozcamos la trayectoria ascendente del Che –interpretado por un muy acertado Benicio del Toro–, desde su llegada a Cuba hasta su nombramiento como comandante del régimen. En la segunda parte, Che Guerrilla,se nos muestra a un Che Guevara consolidado en su poder cuando decide presentar la supuesta renuncia al gobierno de Fidel Castro para encargarse de liderar la revolución boliviana de la mano de otros revolucionarios cubanos y de algunos reclutas bolivianos. La primera de las cintas es contada a través del recurso del flashback, para ir llevando al espectador desde los acercamientos iniciales del Che con Fidel en México en 1955, hasta el triunfo de la revolución en el 59, y terminando en el año 1964 –presente de la película–, donde el Che concede una entrevista. La segunda, mucho más contundente y profunda que la primera, es contada desde el día uno de la búsqueda de la liberación de Bolivia, hasta el momento en el que el Che muere a manos del ejército boliviano en un intento de revolución fallida en la que invirtió todo lo que le quedaba de salud, poder e influencias.
En ambas películas, aunque tangencialmente, se muestran algunas falencias en la personalidad del Che, como cuando ordena un fusilamiento –que en la pantalla aparece completamente justificado–, es claro que hay una carencia de contrastes, y pareciera que la idea que quiere dejarnos es la de un ser mesiánico tan solo lleno de virtudes. Sin embargo, como humanos que somos, sabemos que tal perfección no existe y que es tan serio hablar mal de alguien sin argumentos como buscar engrandecer su figura por lo que se ha escuchado sobre él o por el simple hecho de no granjearse malas críticas. Es claro que el Che Guevara era un líder nato, confrontador, idealista, carismático, movedor de masas, pero buscar convertirlo en un dios y salvador en la tierra, se antoja tan exagerado que puede correrse el riesgo de desdibujar a la persona y a su legado, y hacerlo ver impostado ante tal nivel de perfección.
Los sobrados méritos de Steven Soderbergh como contador de historias no están en discusión. Sin embargo, un autor no puede olvidar jamás la objetividad y más si se trata de contar la vida de alguien que genera tantas divisiones de opinión y tanta veneración. El temor a la impopularidad no puede sesgar la mirada para hacer un cine condescendiente donde los personajes sean seres de luz carentes de errores, más cerca de ser dioses que hombres de carne y hueso. Aun cuando las películas son valiosas; pues más allá del rol que sus personajes ejercieron desde su saber hacer, el realizador privilegia en sus biopics el lado humano, ese que subyace tras el héroe o tras el mito; ambos abordajes dejan la idea de que tanto Erin Brockovich como el Che son personas excepcionales; una mujer y un hombre sin tacha, en extremo humanos, de buen humor, enemigos de las injusticias, fuertes de temperamento, pero simpáticos y carismáticos a la vez. ¿No es más enriquecedora una mirada donde haya lugar a la confrontación, a la dualidad, donde se muestre a seres reales con todos sus contrastes, carencias y oportunidades de mejora? Aun cuando es importante resaltar lo bello de la naturaleza humana, ensalzarla porque sí no deja un buen sabor. Es probable que el hacer biopics objetivos no sea el fuerte de Soderbergh, pero su filmografía de ficción nos sigue atrayendo, y ahí está su virtud.
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DEL BIOPIC A LA CONDESCENDENCIA
No son nada fáciles los biopics, aunque podría pensarse que lo son para un director de amplia trayectoria como Steven Soderbergh, quien con Erin Brockovich, Una Mujer Audaz (Erin Brockovich, 2000), Ché El Argentino (Che A Revolutionary Life Part One, 2008) y Che Guerrilla (Che A Revolutionary Life Part Two, 2008), las dos películas basadas en la vida del mítico revolucionario Che Guevara, apela a su experiencia para contar desde su punto de vista la vida de sendos personajes.
Erin Brockovich, protagonizada por Julia Roberts en un momento de iluminación artística plena, interpretación que le valió el premio Óscar, trata acerca de la vida de la asistente de un abogado que recibe un caso en el que, casi por azar, descubre la raíz de los múltiples problemas de salud de una comunidad como consecuencia de la contaminación del agua ocasionada por el método utilizado para la extracción de gas de una poderosa multinacional. El film es un retrato que logra hacernos entender la realidad de una mujer común que debió encontrar la forma de coordinar, durante largo tiempo, su vida familiar, sentimental y profesional de una forma estoica para obtener a cambio la satisfacción de apoyar a otros.
Erin Brockovich es una mujer que conocemos gracias a la película, y aunque su comportamiento genera admiración, la forma en que conectamos con ella es más por lo que se nos muestra de su personalidad en la cinta que porque hubiéramos escuchado de ella con antelación, lo cual permite a un director mayor soltura e independencia a la hora de construir un personaje.
Con el Che Guevara, en cambio, la presión por su representación es mucho mayor, pues se trata de alguien de quien se ha escuchado desde siempre, y quien se convirtió para la revolución cubana en un personaje casi tan importante como el mismo Fidel Castro, pasando de ser un hombre de carne y hueso, a una leyenda. Todos creen saber algo de él, entenderlo, conocer sus motivaciones y discernir el ser humano que había más allá de un revolucionario de corazón. Por esta razón, construir una historia sobre él no es un reto menor, pues las posibilidades de dejar insatisfechos a sus admiradores son amplias. Sin embargo, Soderbergh le hizo frente a este desafío y llevó a cabo no solo una, sino dos películas sobre el Che y la admiración y veneración que generan su figura.
La primera de ellas, Che El Argentino, nos muestra los inicios de este hombre cuando conoce a Fidel Castro, involucrándolo en la revolución para liberar a Cuba del General Fulgencio Batista. A partir de ahí se formaría como guerrillero, alternando su militancia con su oficio de médico. En este primer largometraje, el director busca , de una manera fría y distante, que conozcamos la trayectoria ascendente del Che –interpretado por un muy acertado Benicio del Toro–, desde su llegada a Cuba hasta su nombramiento como comandante del régimen. En la segunda parte, Che Guerrilla, se nos muestra a un Che Guevara consolidado en su poder cuando decide presentar la supuesta renuncia al gobierno de Fidel Castro para encargarse de liderar la revolución boliviana de la mano de otros revolucionarios cubanos y de algunos reclutas bolivianos. La primera de las cintas es contada a través del recurso del flashback, para ir llevando al espectador desde los acercamientos iniciales del Che con Fidel en México en 1955, hasta el triunfo de la revolución en el 59, y terminando en el año 1964 –presente de la película–, donde el Che concede una entrevista. La segunda, mucho más contundente y profunda que la primera, es contada desde el día uno de la búsqueda de la liberación de Bolivia, hasta el momento en el que el Che muere a manos del ejército boliviano en un intento de revolución fallida en la que invirtió todo lo que le quedaba de salud, poder e influencias.
En ambas películas, aunque tangencialmente, se muestran algunas falencias en la personalidad del Che, como cuando ordena un fusilamiento –que en la pantalla aparece completamente justificado–, es claro que hay una carencia de contrastes, y pareciera que la idea que quiere dejarnos es la de un ser mesiánico tan solo lleno de virtudes. Sin embargo, como humanos que somos, sabemos que tal perfección no existe y que es tan serio hablar mal de alguien sin argumentos como buscar engrandecer su figura por lo que se ha escuchado sobre él o por el simple hecho de no granjearse malas críticas. Es claro que el Che Guevara era un líder nato, confrontador, idealista, carismático, movedor de masas, pero buscar convertirlo en un dios y salvador en la tierra, se antoja tan exagerado que puede correrse el riesgo de desdibujar a la persona y a su legado, y hacerlo ver impostado ante tal nivel de perfección.
Los sobrados méritos de Steven Soderbergh como contador de historias no están en discusión. Sin embargo, un autor no puede olvidar jamás la objetividad y más si se trata de contar la vida de alguien que genera tantas divisiones de opinión y tanta veneración. El temor a la impopularidad no puede sesgar la mirada para hacer un cine condescendiente donde los personajes sean seres de luz carentes de errores, más cerca de ser dioses que hombres de carne y hueso. Aun cuando las películas son valiosas; pues más allá del rol que sus personajes ejercieron desde su saber hacer, el realizador privilegia en sus biopics el lado humano, ese que subyace tras el héroe o tras el mito; ambos abordajes dejan la idea de que tanto Erin Brockovich como el Che son personas excepcionales; una mujer y un hombre sin tacha, en extremo humanos, de buen humor, enemigos de las injusticias, fuertes de temperamento, pero simpáticos y carismáticos a la vez. ¿No es más enriquecedora una mirada donde haya lugar a la confrontación, a la dualidad, donde se muestre a seres reales con todos sus contrastes, carencias y oportunidades de mejora? Aun cuando es importante resaltar lo bello de la naturaleza humana, ensalzarla porque sí no deja un buen sabor. Es probable que el hacer biopics objetivos no sea el fuerte de Soderbergh, pero su filmografía de ficción nos sigue atrayendo, y ahí está su virtud.
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