La novia del desierto (2017), de Cecilia Atán y Valeria Pivato
Según la leyenda, Deolinda Correa, la Difunta, murió hacia 1840 en la provincia de San Juan, en Argentina, cuando seguía, con su bebé en brazos, la pista de su marido unido a la fuerza a los Montoneros. Murió de hambre y de sed pero de sus pechos siguió fluyendo leche que mantuvo al niño vivo varios días. Tras este milagro se le construyó un santuario en el que la gente, además de encomendarse a ella para pedirle ayuda, le deja botellas de agua para que no vuelva a pasar nunca sed.
Este es el telón de fondo, apenas develado, de La novia del desierto, ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato, coproducción chileno-argentina seleccionada en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes de 2017, que explora el encuentro de sí mismo a través del extravío.
A este santuario llega, por casualidad, Teresa Godoy, una empleada doméstica chilena que trabajó siempre en Buenos Aires y ahora la envían a servir a la casa muy lejana de unos familiares de los señores de los que se ocupó desde los 20 años. En medio de un cambio de autobuses, debido a un accidente con un ave, se pasea por las ventas ambulantes del Santuario y, por otra casualidad, pierde su maletín, en el que carga todo lo que le importa.
Tímida, perdida en un lugar que desconoce y poco le interesa, en su cincuentena se enfrenta al mayor cambio de su vida. A través de un montaje paralelo, las directoras nos dan algunas puntadas de lo que fue su vida de sirvienta (muy digna) en Buenos Aires y la razón por la que debió viajar, no muy a gusto. Pero el motivo de la película es otro: el desenvolvimiento de Teresa gracias a estas casualidades, la búsqueda de una maleta que deviene en el conocimiento de sí misma.
Teresa es interpretada por la actriz chilena Paulina García, recordada internacionalmente por Gloria, película que le valió el premio a Mejor Actriz del Festival de Cine de Berlín de 2013. En un rol totalmente diverso, Paly García consigue un nuevo personaje memorable, una mujer dubitativa y temerosa que se va abriendo a la vida sin darse cuenta.
Pivato y Altán, directoras argentinas, con experiencia de casi veinte años como asistentes de dirección, tejen con sutileza, bellas composiciones, planos cercanos pero no íntimos ni invasivos, colorización cálida y muy poca música, la historia de esta mujer junto al Gringo, el vendedor ambulante que puede ayudarla a encontrar su bolso, en medio del paisaje desértico de la Provincia de San Juan, al noreste argentino, en una suerte de road movie de un día, un viaje de autodescubrimiento inesperado.
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DESCUBRIR LA VIDA POR AZAR
La novia del desierto (2017), de Cecilia Atán y Valeria Pivato
Según la leyenda, Deolinda Correa, la Difunta, murió hacia 1840 en la provincia de San Juan, en Argentina, cuando seguía, con su bebé en brazos, la pista de su marido unido a la fuerza a los Montoneros. Murió de hambre y de sed pero de sus pechos siguió fluyendo leche que mantuvo al niño vivo varios días. Tras este milagro se le construyó un santuario en el que la gente, además de encomendarse a ella para pedirle ayuda, le deja botellas de agua para que no vuelva a pasar nunca sed.
Este es el telón de fondo, apenas develado, de La novia del desierto, ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato, coproducción chileno-argentina seleccionada en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes de 2017, que explora el encuentro de sí mismo a través del extravío.
A este santuario llega, por casualidad, Teresa Godoy, una empleada doméstica chilena que trabajó siempre en Buenos Aires y ahora la envían a servir a la casa muy lejana de unos familiares de los señores de los que se ocupó desde los 20 años. En medio de un cambio de autobuses, debido a un accidente con un ave, se pasea por las ventas ambulantes del Santuario y, por otra casualidad, pierde su maletín, en el que carga todo lo que le importa.
Tímida, perdida en un lugar que desconoce y poco le interesa, en su cincuentena se enfrenta al mayor cambio de su vida. A través de un montaje paralelo, las directoras nos dan algunas puntadas de lo que fue su vida de sirvienta (muy digna) en Buenos Aires y la razón por la que debió viajar, no muy a gusto. Pero el motivo de la película es otro: el desenvolvimiento de Teresa gracias a estas casualidades, la búsqueda de una maleta que deviene en el conocimiento de sí misma.
Teresa es interpretada por la actriz chilena Paulina García, recordada internacionalmente por Gloria, película que le valió el premio a Mejor Actriz del Festival de Cine de Berlín de 2013. En un rol totalmente diverso, Paly García consigue un nuevo personaje memorable, una mujer dubitativa y temerosa que se va abriendo a la vida sin darse cuenta.
Pivato y Altán, directoras argentinas, con experiencia de casi veinte años como asistentes de dirección, tejen con sutileza, bellas composiciones, planos cercanos pero no íntimos ni invasivos, colorización cálida y muy poca música, la historia de esta mujer junto al Gringo, el vendedor ambulante que puede ayudarla a encontrar su bolso, en medio del paisaje desértico de la Provincia de San Juan, al noreste argentino, en una suerte de road movie de un día, un viaje de autodescubrimiento inesperado.
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