Foucault decía que la presencia del homosexual, hasta finales del siglo XIX, era dada por la invención de un “personaje” dentro del discurso psiquiátrico. Antes, explica, sólo había actos condenables. Predijo, además, que considerar al homosexual como un resultado de eventos en la infancia y de asumirlo como un ser aparte caería en la tendencia de formular una única identidad, y que ello comprometía históricamente a la representación general de la homosexualidad. Si bien Foucault analiza a la sociedad de su momento, este pronóstico termina, en nuestros días, exponiendo lo que hoy parece estar en el centro la comunidad gay: una única identidad. Hemos llegado a un lugar donde las luchas comunitarias han alcanzado varios objetivos pero, al mismo tiempo, caído en representaciones que terminan promoviendo auto segregación. El cine, consciente o no, ha aportado a la idealización y a la generalización de la vida gay. De esa tensión surge la relación entre algunas películas y el uso universal de aplicaciones como Grindr: la cerrada y egoísta convicción sobre cómo debe ser y a qué debe responder la homosexualidad.
Toda película es una muestra de sensibilidad. Esta sensibilidad se construye desde la percepción del mundo del director, de lo que le rodea y cómo responde a ello. Pensando en el cine queer, se puede percibir que un gran número de películas han indagado las luchas, por la presencia y el respeto, por la visibilización de enfermedades, por la denuncia de la violencia, por frenar el rechazo, etc…, de la comunidad. La represión de la homosexualidad ha alimentado la determinación de expresarla. Y son expresiones que no han sido en vano, son testimonios en un mundo donde lo diferente se sigue juzgando, pero ahora no se habla con la rabia a lo desconocido sino desde la rabia por la propagación. Fuera del cine, la lucha continúa buscando la igualdad, los derechos humanos, siempre exigiendo una presencia social, política y cultural. Pero esta comunidad, que en la lucha parece unirse, en lo individual se descompone. Como consecuencia, algunos directores de cine trabajan desde esa individualidad. Es justo ahí donde quiero ubicar esta reflexión: analizar desde dónde están filmando unos cuantos y lo que eso expone en la representación de la comunidad gay.
Grindr parece el (único) lugar donde la verdad sale a la superficie, la otra cara de la moneda: una comunidad insensible, acomplejada y odiosa. En este lugar de encuentros y de libertad, el sexo y las drogas se resumen como “diversión”, la prostitución como “masajes”, el racismo, la xenofobia y la misoginia como “cuestión de gustos”. ¿Cómo y dónde está la lucha y la comunidad en un lugar donde de entrada nos clasifican, nos excluyen o nos volvemos el fetiche momentáneo para alguien, y así mismo actuamos con los demás? El éxito de dicha aplicación está en la facilidad de mostrarnos, geográficamente, lo cerca que está un homosexual del otro. En ese sentido la aplicación formula, o eso hace pensar, un espacio de seguridad y de aceptación. Pero si ese “otro igual” no entra en los gustos o en lo que momentáneamente se busca (sexo, amistad, amor), la cacería continúa hasta encontrar al que sí lo cumpla. Es decir, es una búsqueda superficial, arrogante y excluyente. Y, fuera de Grindr, estos comportamientos y actitudes están, aunque no en la misma medida que en la aplicación, muy presentes. En el cine, algunos directores han ubicado este mismo modelo de composición homosexual: siempre los parámetros para vivir, también los físicos y psicológicos, espacios comunes que responden a las tendencias (y un poco a las exigencias) del nuevo hombre gay. Regresando a Foucault, él afirma que la heterosexualidad se define en gran parte por lo que ella rechaza, de la misma manera que, en general, una sociedad se define por lo que excluye. Podemos, entonces, reformular un poco esta idea a nuestro terreno: la homosexualidad ha permitido que la exclusión sea parte de su definición.
Grindr, como podría serlo también el cine, es una lucha constante de poder sobre los demás: qué ofrecen y qué ofrecer. Como si, de entrada, los homosexuales estuvieran obligados a responder a algo. Esto, por razones aquí imposibles de discriminar al detalle, genera películas que insinúan cómo debe ser vivida la vida gay, omitiendo la diversidad de cuerpos, personalidades e incluso de vidas. Grindr y varias de estas películas moldean a su antojo cómo percibir a los demás: buscar y codiciar únicamente ciertos cuerpos, concentrarse solo en ciertos perfiles y estilos de vida, que, más allá de contemplar y cuestionar lo que rodea, construyen un (uno solo) ideal de la vida.
Xavier Dolan ha fijado una particular belleza en su cine: hombres atractivos, con un sentido artístico definido, una manera de hablar, de vestirse, de encontrarse en fiestas donde se reconocen y se valoran entre los suyos. Dolan exige hombres con cualidades tan específicas y una única perspectiva de “así es ser gay” que parece que su única intención es filmar certezas e impartir cátedra sobre lo que él considera debe ser la homosexualidad. No es gratuito que protagonice sus primeras películas y que muestre a un joven artista, brillante e incomprendido (I killed my mother, 2009), a un atractivo joven de estilo que se enamora de un ambiguo heterosexual (Les amours imaginaires, 2010) y a un joven que se enfrenta a la represión sexual de otro hombre (Tom at the farm, 2013). Estamos constantemente viendo a un gay que Dolan muestra como víctima, como alguien especial y cool que, maquillado con banda sonora y con cierta composición visual, opera como los filtros de Grindr: certezas sobre sí mismo y los que lo rodean.
En un ensayo, un amigo hacía énfasis en la traducción de Grindr, que viene de Grinder, en inglés, y su traducción es molinillo. Pero menciona que el verbo to grind traduce oprimir o agobiar. Curiosa y acertada traducción para una aplicación que, de entrada, es tan usada como odiada: los altos números de descargas demuestran la facilidad con que los gais la eliminan y vuelven a ella. Este lugar en el que se ha convertido Grindr es, efectivamente, agobiante. El modo de uso implica una falsa apertura a lo que está cerca de quien la use y de lo dispuesto que esté para usarla. Los nombres de sus usuarios casi poetizan el tamaño de sus miembros, informando muy claramente qué esperan de la aplicación para que no se les acerquen lo que no les gusta: cero plumas, no viejos, no activos, no pasivas, no niñas, no peluqueros, no mojigatos, no putos, no gordos, no divas, no venezolanos, no románticos. Si comparamos esto con cierto cine podría traducirse en la misma exigencia de lo que debe estar o no en el plano. De lo suficiente para estar en la pantalla.
Dirigir con Grindr es cuando algunos directores, como perfiles de la aplicación, reducen la homosexualidad a sólo algunos campos. Tom of Finland (Dom Karukoski, 2017), un biopic que disminuye el trabajo del conocido artista entendiendo su obra solo desde su atrevimiento y percibiendo a Tom of Finland no desde la ironía social en su trabajo, sino resaltando al homosexual musculoso y a los fetiches representados en sus dibujos. Una interpretación que en la película cojea entre lo atrevido y lo cómico, donde el director estructura su película desde convicciones superficiales que rebajan el trabajo del artista a su interpretación sexual. Gerontophilia (Bruce LaBruce, 2013) se apoya plenamente en un determinado gusto para empujar la película entre la comedia y el romance. Otras películas han asumido la homosexualidad solo desde lo masculinamente bello: Five dances (Alan Brown, 2013), Boy Culture (Q. Allan Brocka, 2007) y Innocent (Simon Chung, 2005) perciben la homosexualidad desde especulaciones (el cuerpo musculoso del activo, el cuerpo delgado del pasivo, la posición económica, etc) y creencias que revelan una postura y una personalidad sesgada exclusivamente a sus fantasías. Dream Boat (Tristan Millewski, 2017) y Daddy (Gerald McCulloch, 2015) son películas que se construyen entre la hipersexualidad y una mirada encerrada, recayendo en la homosexualidad como experiencia, principalmente placentera. Parece que sus personajes sólo se motivan por su deseo sexual, que no hay nada alrededor más que cuerpos. En general, son películas que merodean con intenciones ciertamente egoístas, que construyen sobre ideales una comunidad de estándares.
Del otro lado, hay directores que proponen una relación distinta con sus personajes homosexuales. Alain Guiraudie, en su cortometraje Ce vieux rêve qui bouge (2011), encuentra lo erótico en la cotidianidad de una fábrica a punto de cerrar, donde cuerpos de hombres mayores de edad van despertando entre sí. La construcción espacial y circunstancial que Guiraudie propone no está, como en los directores ya mencionados, en la vida deseable del homosexual, no está en los cuerpos pulidos ni en la consagración de los mismos. Es un cortometraje que explora la condición homosexual desde la soledad, el recuerdo del pasado, el ruido y lo abandonado. El director argentino Marco Berger filma cuestionando la irónica perspectiva heterosexual. Se apoya en lo diferente y sugiere un homoerotismo desde los espacios y actitudes, de lo que no ha pasado (Ausencia, 2011), de lo que puede pasar (Plan B, 2009), de la duda y la exploración (El primo, 2012). Vemos un interés en discutir aquello que está o parece estar bajo tierra.
Otras visiones han reflexionado más sobre la condición y la posición del homosexual, Beau travail (Claire Denis, 1999), Tropical Malady (Apichatpong, 2004), Fox and his friends (Fassbinder, 1975), Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), Beautiful Thing (Hetti MacDonald, 1996), Soy tan feliz (Vladimir Durán, 2011), Temblores (Jayro Bustamante, 2019), Genèse (Philippe Lesage, 2018), en fin, ejemplos de cine delicado y astuto. Hay ahí contemplaciones a lo diferente: la sutilidad de la ruptura, estética y argumental. Posiciones ajenas a patrones, que cuestionan la ambigua posición del homosexual en la sociedad y que se plantean desde otros lugares, quizá más románticos, más irónicos, más arriesgados.
Ahora, en fechas del orgullo gay, se proclama: “Siente orgullo de tu identidad”. ¿De cuál? ¿La impuesta por los gustos de los demás? ¿La rechazada en Grindr? ¿La omitida en la pantalla? Muchas películas promueven la seguridad fuera del clóset: el orgullo, la vida sin prejuicios, los valores de una familia LGBT, etc. Pero construyen una fantasía, he ahí heridas de una comunidad y de una generación de directores: Niegan los propios cuchillos. Pienso que no tendríamos que depender de cuerpos o mentes moldeadas, es necesario comprender la diversidad aceptándola y haciéndola propia, buscando en la propia oscuridad. Destruyamos y cuestionemos las tendencias. Revolquémonos y retemos desde la diferencia. Descifremos el dolor de nuestra honestidad. Sin maquillarlas, anunciemos las únicas amigas: las angustias.
Auí puede ver algunas de las películas mencionadas o de los directores mencionados:
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DIRIGIR CON GRINDR
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
Alejandra Pizarnik
Foucault decía que la presencia del homosexual, hasta finales del siglo XIX, era dada por la invención de un “personaje” dentro del discurso psiquiátrico. Antes, explica, sólo había actos condenables. Predijo, además, que considerar al homosexual como un resultado de eventos en la infancia y de asumirlo como un ser aparte caería en la tendencia de formular una única identidad, y que ello comprometía históricamente a la representación general de la homosexualidad. Si bien Foucault analiza a la sociedad de su momento, este pronóstico termina, en nuestros días, exponiendo lo que hoy parece estar en el centro la comunidad gay: una única identidad. Hemos llegado a un lugar donde las luchas comunitarias han alcanzado varios objetivos pero, al mismo tiempo, caído en representaciones que terminan promoviendo auto segregación. El cine, consciente o no, ha aportado a la idealización y a la generalización de la vida gay. De esa tensión surge la relación entre algunas películas y el uso universal de aplicaciones como Grindr: la cerrada y egoísta convicción sobre cómo debe ser y a qué debe responder la homosexualidad.
Toda película es una muestra de sensibilidad. Esta sensibilidad se construye desde la percepción del mundo del director, de lo que le rodea y cómo responde a ello. Pensando en el cine queer, se puede percibir que un gran número de películas han indagado las luchas, por la presencia y el respeto, por la visibilización de enfermedades, por la denuncia de la violencia, por frenar el rechazo, etc…, de la comunidad. La represión de la homosexualidad ha alimentado la determinación de expresarla. Y son expresiones que no han sido en vano, son testimonios en un mundo donde lo diferente se sigue juzgando, pero ahora no se habla con la rabia a lo desconocido sino desde la rabia por la propagación. Fuera del cine, la lucha continúa buscando la igualdad, los derechos humanos, siempre exigiendo una presencia social, política y cultural. Pero esta comunidad, que en la lucha parece unirse, en lo individual se descompone. Como consecuencia, algunos directores de cine trabajan desde esa individualidad. Es justo ahí donde quiero ubicar esta reflexión: analizar desde dónde están filmando unos cuantos y lo que eso expone en la representación de la comunidad gay.
Grindr parece el (único) lugar donde la verdad sale a la superficie, la otra cara de la moneda: una comunidad insensible, acomplejada y odiosa. En este lugar de encuentros y de libertad, el sexo y las drogas se resumen como “diversión”, la prostitución como “masajes”, el racismo, la xenofobia y la misoginia como “cuestión de gustos”. ¿Cómo y dónde está la lucha y la comunidad en un lugar donde de entrada nos clasifican, nos excluyen o nos volvemos el fetiche momentáneo para alguien, y así mismo actuamos con los demás? El éxito de dicha aplicación está en la facilidad de mostrarnos, geográficamente, lo cerca que está un homosexual del otro. En ese sentido la aplicación formula, o eso hace pensar, un espacio de seguridad y de aceptación. Pero si ese “otro igual” no entra en los gustos o en lo que momentáneamente se busca (sexo, amistad, amor), la cacería continúa hasta encontrar al que sí lo cumpla. Es decir, es una búsqueda superficial, arrogante y excluyente. Y, fuera de Grindr, estos comportamientos y actitudes están, aunque no en la misma medida que en la aplicación, muy presentes. En el cine, algunos directores han ubicado este mismo modelo de composición homosexual: siempre los parámetros para vivir, también los físicos y psicológicos, espacios comunes que responden a las tendencias (y un poco a las exigencias) del nuevo hombre gay. Regresando a Foucault, él afirma que la heterosexualidad se define en gran parte por lo que ella rechaza, de la misma manera que, en general, una sociedad se define por lo que excluye. Podemos, entonces, reformular un poco esta idea a nuestro terreno: la homosexualidad ha permitido que la exclusión sea parte de su definición.
Grindr, como podría serlo también el cine, es una lucha constante de poder sobre los demás: qué ofrecen y qué ofrecer. Como si, de entrada, los homosexuales estuvieran obligados a responder a algo. Esto, por razones aquí imposibles de discriminar al detalle, genera películas que insinúan cómo debe ser vivida la vida gay, omitiendo la diversidad de cuerpos, personalidades e incluso de vidas. Grindr y varias de estas películas moldean a su antojo cómo percibir a los demás: buscar y codiciar únicamente ciertos cuerpos, concentrarse solo en ciertos perfiles y estilos de vida, que, más allá de contemplar y cuestionar lo que rodea, construyen un (uno solo) ideal de la vida.
Xavier Dolan ha fijado una particular belleza en su cine: hombres atractivos, con un sentido artístico definido, una manera de hablar, de vestirse, de encontrarse en fiestas donde se reconocen y se valoran entre los suyos. Dolan exige hombres con cualidades tan específicas y una única perspectiva de “así es ser gay” que parece que su única intención es filmar certezas e impartir cátedra sobre lo que él considera debe ser la homosexualidad. No es gratuito que protagonice sus primeras películas y que muestre a un joven artista, brillante e incomprendido (I killed my mother, 2009), a un atractivo joven de estilo que se enamora de un ambiguo heterosexual (Les amours imaginaires, 2010) y a un joven que se enfrenta a la represión sexual de otro hombre (Tom at the farm, 2013). Estamos constantemente viendo a un gay que Dolan muestra como víctima, como alguien especial y cool que, maquillado con banda sonora y con cierta composición visual, opera como los filtros de Grindr: certezas sobre sí mismo y los que lo rodean.
En un ensayo, un amigo hacía énfasis en la traducción de Grindr, que viene de Grinder, en inglés, y su traducción es molinillo. Pero menciona que el verbo to grind traduce oprimir o agobiar. Curiosa y acertada traducción para una aplicación que, de entrada, es tan usada como odiada: los altos números de descargas demuestran la facilidad con que los gais la eliminan y vuelven a ella. Este lugar en el que se ha convertido Grindr es, efectivamente, agobiante. El modo de uso implica una falsa apertura a lo que está cerca de quien la use y de lo dispuesto que esté para usarla. Los nombres de sus usuarios casi poetizan el tamaño de sus miembros, informando muy claramente qué esperan de la aplicación para que no se les acerquen lo que no les gusta: cero plumas, no viejos, no activos, no pasivas, no niñas, no peluqueros, no mojigatos, no putos, no gordos, no divas, no venezolanos, no románticos. Si comparamos esto con cierto cine podría traducirse en la misma exigencia de lo que debe estar o no en el plano. De lo suficiente para estar en la pantalla.
Dirigir con Grindr es cuando algunos directores, como perfiles de la aplicación, reducen la homosexualidad a sólo algunos campos. Tom of Finland (Dom Karukoski, 2017), un biopic que disminuye el trabajo del conocido artista entendiendo su obra solo desde su atrevimiento y percibiendo a Tom of Finland no desde la ironía social en su trabajo, sino resaltando al homosexual musculoso y a los fetiches representados en sus dibujos. Una interpretación que en la película cojea entre lo atrevido y lo cómico, donde el director estructura su película desde convicciones superficiales que rebajan el trabajo del artista a su interpretación sexual. Gerontophilia (Bruce LaBruce, 2013) se apoya plenamente en un determinado gusto para empujar la película entre la comedia y el romance. Otras películas han asumido la homosexualidad solo desde lo masculinamente bello: Five dances (Alan Brown, 2013), Boy Culture (Q. Allan Brocka, 2007) y Innocent (Simon Chung, 2005) perciben la homosexualidad desde especulaciones (el cuerpo musculoso del activo, el cuerpo delgado del pasivo, la posición económica, etc) y creencias que revelan una postura y una personalidad sesgada exclusivamente a sus fantasías. Dream Boat (Tristan Millewski, 2017) y Daddy (Gerald McCulloch, 2015) son películas que se construyen entre la hipersexualidad y una mirada encerrada, recayendo en la homosexualidad como experiencia, principalmente placentera. Parece que sus personajes sólo se motivan por su deseo sexual, que no hay nada alrededor más que cuerpos. En general, son películas que merodean con intenciones ciertamente egoístas, que construyen sobre ideales una comunidad de estándares.
Del otro lado, hay directores que proponen una relación distinta con sus personajes homosexuales. Alain Guiraudie, en su cortometraje Ce vieux rêve qui bouge (2011), encuentra lo erótico en la cotidianidad de una fábrica a punto de cerrar, donde cuerpos de hombres mayores de edad van despertando entre sí. La construcción espacial y circunstancial que Guiraudie propone no está, como en los directores ya mencionados, en la vida deseable del homosexual, no está en los cuerpos pulidos ni en la consagración de los mismos. Es un cortometraje que explora la condición homosexual desde la soledad, el recuerdo del pasado, el ruido y lo abandonado. El director argentino Marco Berger filma cuestionando la irónica perspectiva heterosexual. Se apoya en lo diferente y sugiere un homoerotismo desde los espacios y actitudes, de lo que no ha pasado (Ausencia, 2011), de lo que puede pasar (Plan B, 2009), de la duda y la exploración (El primo, 2012). Vemos un interés en discutir aquello que está o parece estar bajo tierra.
Otras visiones han reflexionado más sobre la condición y la posición del homosexual, Beau travail (Claire Denis, 1999), Tropical Malady (Apichatpong, 2004), Fox and his friends (Fassbinder, 1975), Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), Beautiful Thing (Hetti MacDonald, 1996), Soy tan feliz (Vladimir Durán, 2011), Temblores (Jayro Bustamante, 2019), Genèse (Philippe Lesage, 2018), en fin, ejemplos de cine delicado y astuto. Hay ahí contemplaciones a lo diferente: la sutilidad de la ruptura, estética y argumental. Posiciones ajenas a patrones, que cuestionan la ambigua posición del homosexual en la sociedad y que se plantean desde otros lugares, quizá más románticos, más irónicos, más arriesgados.
Ahora, en fechas del orgullo gay, se proclama: “Siente orgullo de tu identidad”. ¿De cuál? ¿La impuesta por los gustos de los demás? ¿La rechazada en Grindr? ¿La omitida en la pantalla? Muchas películas promueven la seguridad fuera del clóset: el orgullo, la vida sin prejuicios, los valores de una familia LGBT, etc. Pero construyen una fantasía, he ahí heridas de una comunidad y de una generación de directores: Niegan los propios cuchillos. Pienso que no tendríamos que depender de cuerpos o mentes moldeadas, es necesario comprender la diversidad aceptándola y haciéndola propia, buscando en la propia oscuridad. Destruyamos y cuestionemos las tendencias. Revolquémonos y retemos desde la diferencia. Descifremos el dolor de nuestra honestidad. Sin maquillarlas, anunciemos las únicas amigas: las angustias.
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