El misterio de Virus tropical todavía no logro entenderlo. La vi por primera vez en su segundo pase durante el Festival de cine de Berlín. Antes de entrar, la fila ya era bastante grande, pero una vez acomodados todos dentro buena parte de las primeras filas estaban vacías (yo asistí creyendo que habría una sesión de preguntas y respuestas al final. No la hubo). En los pases de público (los que son abiertos para todos los espectadores), lo aprendí mientras corría el festival, para ciertas películas (generalmente de las secciones paralelas, como es el caso de Virus Tropical) los únicos que se sentaban en las primeras filas eran algunos críticos. Los que ocupaban esos puestos en la proyección de Virus… quizás venían a comprobar si lo que dicen sobre un “nuevo renacer” del cine colombiano es cierto. Yo terminé sentado alrededor de un grupo que venía de un colegio, sus profesores los obligaban a hablar español mientras tanto. Tenía sentido que fueran a ver una película colombiana. Al final, esas primeras sillas de la sala estaban vacías. Yo también pensé en desertar, pero no lo hice. Quizás pensando que algo tenía que escribir sobre la película. El misterio al que me refiero al principio del texto tiene que ver con los defensores que suma la película. ¿Por qué ha tenido relativo éxito? Después de Berlín he recibido cantidades de mails que informan sobre su selección en algún festival de cierto prestigio. Pero cómo es eso posible, me pregunto yo, que padecí todo su metraje y que no hacía sino pensar que los actores colombianos habían sumado un nuevo logro a su gremio: hacer que una película donde no se les ve nunca sus caras, ni sus cuerpos, haya quedado mal actuada. La película es de animación (basada en una novela gráfica que desconozco) y tiene un narrador-personaje que nos va llevando por los momentos cruciales de su infancia y temprana adolescencia. La niña, que irá creciendo entre Ecuador y Colombia, es la menor de tres hijas. Todas, al parecer, con intereses radicalmente distintos. También está el personaje de una señora que les limpia la casa y les cocina (protagonista de uno de los pasajes más horrorosos de la película, al que volveremos en un rato). El título de la película me parecía prometedor, o en todo caso curioso, pero no pasan ni diez minutos y ya se sabe muy claramente porque la película se llama así, y después no vuelve a tener relevancia alguna. Parece un simple juego de palabras que sedujo a los realizadores que, creían, podía tener cierta recordación, además de dar pistas de que esta iba a ser una película sobre la gente del trópico. La película empieza tratando de convencernos que la historia que estamos a punto de ver, la de esta niña que piensa como el resto de los niños del mundo, es especial, que tuvo una infancia como ninguna otra. La idea de sentirse especial, que es bastante peligrosa (es la apuesta clara de las grandes empresas: compra esto y serás especial), es lo que, si se fija bastante bien, supura de los dibujos. La identificación con la frase “soy una persona muy especial” es un eje estructural importante. Y ahí empieza todo mal, desde que ese narrador en primera persona nos recibe.
Sabemos que entre generaciones no hay diferencias radicales que medien, el mundo no cambia tanto de una generación o otra. La película, en cambio, se empeña en decir que sí. Que hay personas que, por probar el alcohol clandestinamente en el colegio, por entrar a discotecas sin tener la edad –con cédulas falsas–, por leer cosas “raras” antes de tiempo, encabezan la lista de los más especiales, de los que en su jubileo casi eterno van a encontrar algún tipo de secreto hasta este momento enterrado. Así, con esa idea, le juega al comercio, que prefiere ocultar que en realidad nos parecemos mucho. ¿Por qué exotizar una vida que es absolutamente corriente? Discutiendo esta película con una amiga, después de su exitoso estreno en el festival de Cartagena (confirmación del misterio), ella me preguntaba, con carga de ataque (acá me río un poco), que yo qué opinaba de Boyhood, esa película con la que, sin pensarlo mucho, compartía, digamos, el tema. La pregunta me permitió desvelar esa diferencia rotunda que distingue a un buen director de uno malo. En Boyhood nunca se nos quiere ocultar que la vida que vemos es “ordinaria”, que lo que vemos es el tiempo pasar y hacer sus estragos emocionales. Que, como el protagonista, nosotros hemos estado también ahí, hemos sentido también esas lánguidas y alborotadas encrucijadas emocionales. El logro de Boyhood es que encuentra en lo que vemos todos los días su grandeza, que busca sin afanes la tristeza que se incrusta detrás de los momentos felices. En Virus... hay un intento de ver la vida de la protagonista como un cuento nunca antes contado, que se vale de que su padre haya sido un sacerdote y criada alrededor exclusivamente de mujeres (lo cual, la misma película lo muestra, es falso, o una verdad a medias); insiste en que esta niña nunca se ha visto antes, reforzando las cosas que supuestamente la convierten en ese espécimen único: tiroteos en discotecas, drogas a la vista, libros “extraños”, novios, y la lista puede continuar con todas esas cosas que hacen que la gente se crea el cuento de lo cool... Pero, si pensamos bien, ¿qué hay de raro/exótico en eso? Mientras que en Boyhood Linklater obvia cualquier giro brusco, sin dejar de ser consciente de que las transformaciones internas (que es el meollo de ambas películas) y los roles cambiantes en el crecer son en realidad invisibles y pasan por ser emociones soterradas, pertenecientes a lo inefable, Santiago Caicedo hace en Virus tropical todo lo contrario, quiere que en su película lo más importante sea dicho con megáfono, no se permite la exploración con lupa. El deseo truncado de Virus..., y lo que en últimas la hace fallida, es ese intento de representar, a toda costa, lo irrepresentable.
La película tiene una vocación de gustar y ya. El director quiere que, ante todo, su película sea reconocida (y al parecer lo ha logrado). O quizás no su película sino él, que decide adaptar una novela gráfica (que por previas indagaciones tiene un séquito amplio de fans), creyendo así que va a “matar dos pájaros de un sólo tiro”, con una protagonista mujer, que crece en un “mundo de mujeres”. Parece ser un asunto de falta de confianza. En todo caso, es en lo que han sustentado la película. Sin hablar la extraña campaña de marketing que se han inventando, que me hace pensar en que están diciendo: “si te gusta esto (ese contagio del que hablan) pertenecerás a ese séquito de los cool…” O sea que, en realidad, lo hacen muy bien: juegan a lo que hacen las empresas y nos engañan tratando de vendernos algo que nos hará especiales...
Antes de despedir este breve comentario, hay que hablar de la escena horrorosa que mencioné arriba. Una donde la niña, en su mirada aún corta y no consciente de que puede herir, le dice a la señora que le limpia la casa que tiene una nariz muy fea. No recuerdo las razones que le da, quizás era que parecía un águila. La película lo que hace después es mostrarnos un personaje tan completamente desposeído de cualquier criterio personal que, ante el comentario de la niña –todavía mocosa–, es capaz de robarle una plata a su jefa para irse a operar la nariz. Me parece de un descaro terrible con el personaje. Una idea que reverbera con juicios arcaicos. Si bien la implicada no tiene mucha resonancia con el grueso de la historia no dejo de pensar en la escena como un insulto del que se nos quiere hacer parte. Buscando un poco el centro del misterio y un posible final para este texto me puse a navegar brevemente por internet y revisar los fragmentos de la película que el tráiler me permite recordar. Caigo en en un sitio web donde hay gente comparando la película con Lady Bird. No lo entiendo... Hasta acá el cuento. Recomendación: eviten el contagio.
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¡NO MÁS COOL!
Virus tropical, de Santiago Caicedo (2018)
El misterio de Virus tropical todavía no logro entenderlo. La vi por primera vez en su segundo pase durante el Festival de cine de Berlín. Antes de entrar, la fila ya era bastante grande, pero una vez acomodados todos dentro buena parte de las primeras filas estaban vacías (yo asistí creyendo que habría una sesión de preguntas y respuestas al final. No la hubo). En los pases de público (los que son abiertos para todos los espectadores), lo aprendí mientras corría el festival, para ciertas películas (generalmente de las secciones paralelas, como es el caso de Virus Tropical) los únicos que se sentaban en las primeras filas eran algunos críticos. Los que ocupaban esos puestos en la proyección de Virus… quizás venían a comprobar si lo que dicen sobre un “nuevo renacer” del cine colombiano es cierto. Yo terminé sentado alrededor de un grupo que venía de un colegio, sus profesores los obligaban a hablar español mientras tanto. Tenía sentido que fueran a ver una película colombiana. Al final, esas primeras sillas de la sala estaban vacías. Yo también pensé en desertar, pero no lo hice. Quizás pensando que algo tenía que escribir sobre la película. El misterio al que me refiero al principio del texto tiene que ver con los defensores que suma la película. ¿Por qué ha tenido relativo éxito? Después de Berlín he recibido cantidades de mails que informan sobre su selección en algún festival de cierto prestigio. Pero cómo es eso posible, me pregunto yo, que padecí todo su metraje y que no hacía sino pensar que los actores colombianos habían sumado un nuevo logro a su gremio: hacer que una película donde no se les ve nunca sus caras, ni sus cuerpos, haya quedado mal actuada. La película es de animación (basada en una novela gráfica que desconozco) y tiene un narrador-personaje que nos va llevando por los momentos cruciales de su infancia y temprana adolescencia. La niña, que irá creciendo entre Ecuador y Colombia, es la menor de tres hijas. Todas, al parecer, con intereses radicalmente distintos. También está el personaje de una señora que les limpia la casa y les cocina (protagonista de uno de los pasajes más horrorosos de la película, al que volveremos en un rato). El título de la película me parecía prometedor, o en todo caso curioso, pero no pasan ni diez minutos y ya se sabe muy claramente porque la película se llama así, y después no vuelve a tener relevancia alguna. Parece un simple juego de palabras que sedujo a los realizadores que, creían, podía tener cierta recordación, además de dar pistas de que esta iba a ser una película sobre la gente del trópico. La película empieza tratando de convencernos que la historia que estamos a punto de ver, la de esta niña que piensa como el resto de los niños del mundo, es especial, que tuvo una infancia como ninguna otra. La idea de sentirse especial, que es bastante peligrosa (es la apuesta clara de las grandes empresas: compra esto y serás especial), es lo que, si se fija bastante bien, supura de los dibujos. La identificación con la frase “soy una persona muy especial” es un eje estructural importante. Y ahí empieza todo mal, desde que ese narrador en primera persona nos recibe.
Sabemos que entre generaciones no hay diferencias radicales que medien, el mundo no cambia tanto de una generación o otra. La película, en cambio, se empeña en decir que sí. Que hay personas que, por probar el alcohol clandestinamente en el colegio, por entrar a discotecas sin tener la edad –con cédulas falsas–, por leer cosas “raras” antes de tiempo, encabezan la lista de los más especiales, de los que en su jubileo casi eterno van a encontrar algún tipo de secreto hasta este momento enterrado. Así, con esa idea, le juega al comercio, que prefiere ocultar que en realidad nos parecemos mucho. ¿Por qué exotizar una vida que es absolutamente corriente? Discutiendo esta película con una amiga, después de su exitoso estreno en el festival de Cartagena (confirmación del misterio), ella me preguntaba, con carga de ataque (acá me río un poco), que yo qué opinaba de Boyhood, esa película con la que, sin pensarlo mucho, compartía, digamos, el tema. La pregunta me permitió desvelar esa diferencia rotunda que distingue a un buen director de uno malo. En Boyhood nunca se nos quiere ocultar que la vida que vemos es “ordinaria”, que lo que vemos es el tiempo pasar y hacer sus estragos emocionales. Que, como el protagonista, nosotros hemos estado también ahí, hemos sentido también esas lánguidas y alborotadas encrucijadas emocionales. El logro de Boyhood es que encuentra en lo que vemos todos los días su grandeza, que busca sin afanes la tristeza que se incrusta detrás de los momentos felices. En Virus... hay un intento de ver la vida de la protagonista como un cuento nunca antes contado, que se vale de que su padre haya sido un sacerdote y criada alrededor exclusivamente de mujeres (lo cual, la misma película lo muestra, es falso, o una verdad a medias); insiste en que esta niña nunca se ha visto antes, reforzando las cosas que supuestamente la convierten en ese espécimen único: tiroteos en discotecas, drogas a la vista, libros “extraños”, novios, y la lista puede continuar con todas esas cosas que hacen que la gente se crea el cuento de lo cool... Pero, si pensamos bien, ¿qué hay de raro/exótico en eso? Mientras que en Boyhood Linklater obvia cualquier giro brusco, sin dejar de ser consciente de que las transformaciones internas (que es el meollo de ambas películas) y los roles cambiantes en el crecer son en realidad invisibles y pasan por ser emociones soterradas, pertenecientes a lo inefable, Santiago Caicedo hace en Virus tropical todo lo contrario, quiere que en su película lo más importante sea dicho con megáfono, no se permite la exploración con lupa. El deseo truncado de Virus..., y lo que en últimas la hace fallida, es ese intento de representar, a toda costa, lo irrepresentable.
La película tiene una vocación de gustar y ya. El director quiere que, ante todo, su película sea reconocida (y al parecer lo ha logrado). O quizás no su película sino él, que decide adaptar una novela gráfica (que por previas indagaciones tiene un séquito amplio de fans), creyendo así que va a “matar dos pájaros de un sólo tiro”, con una protagonista mujer, que crece en un “mundo de mujeres”. Parece ser un asunto de falta de confianza. En todo caso, es en lo que han sustentado la película. Sin hablar la extraña campaña de marketing que se han inventando, que me hace pensar en que están diciendo: “si te gusta esto (ese contagio del que hablan) pertenecerás a ese séquito de los cool…” O sea que, en realidad, lo hacen muy bien: juegan a lo que hacen las empresas y nos engañan tratando de vendernos algo que nos hará especiales...
Antes de despedir este breve comentario, hay que hablar de la escena horrorosa que mencioné arriba. Una donde la niña, en su mirada aún corta y no consciente de que puede herir, le dice a la señora que le limpia la casa que tiene una nariz muy fea. No recuerdo las razones que le da, quizás era que parecía un águila. La película lo que hace después es mostrarnos un personaje tan completamente desposeído de cualquier criterio personal que, ante el comentario de la niña –todavía mocosa–, es capaz de robarle una plata a su jefa para irse a operar la nariz. Me parece de un descaro terrible con el personaje. Una idea que reverbera con juicios arcaicos. Si bien la implicada no tiene mucha resonancia con el grueso de la historia no dejo de pensar en la escena como un insulto del que se nos quiere hacer parte. Buscando un poco el centro del misterio y un posible final para este texto me puse a navegar brevemente por internet y revisar los fragmentos de la película que el tráiler me permite recordar. Caigo en en un sitio web donde hay gente comparando la película con Lady Bird. No lo entiendo... Hasta acá el cuento. Recomendación: eviten el contagio.
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