El desconcierto como forma de apertura al mundo. Ante la posibilidad de una certeza, la irrupción continua e inexplicable de la incertidumbre. La maleta, siempre, llena de dudas. El deseo por el encuentro con el doblez, la otra cara, el otro lado. Ver en la oscuridad. Nunca olvidar aquello que vive detrás de una cosa. Eso bien podría ser el cine de Claire Denis, incansable, muy lúcida y muy generosa. Asombro y pasmo. Películas decididas a atacar la tranquilidad del espectador. Películas-reverso que miran el fondo de una idea. Quizás en Denis el cine se encuentra sin límites. Un cine sin pereza. Carnívoro y explosivo. Escrito con la piel, echado a andar con la sensualidad, recorriendo siempre un movimiento bascular entre polos. Nunca nada es total. Todo, una explosión de cosas. De ahí que, de repente, estemos frente a imágenes que se nos escapan. Imágenes desconcertantes y sobre el desconcierto. Todo en Denis habla por partida doble. Confrontación y descubrimiento. Un sentimiento, una idea, un cuerpo contra otra cosa. Cuerpo contra cuerpo (Beau travail, Trouble Everyday, L'intrus), sentimiento contra idea, razón contra libertad (Vendredi Soir, White Material, Un beau soleil intérieur), una idea contra otra (Les salauds, High Life). La evidencia de luchas y fuerzas que eclosionan. Pura energía. Películas de termodinámica. Calor, frío, todo junto. También, dueña del tiempo. Cineasta del montaje.
Aquello desconcertante, lo que es irresoluto, inexplicable y confuso, dudoso, es un gesto de valentía y rigor. Cuando escribo eso lo pienso como un elogio, quizás el elogio máximo. Que su cine se aventure a lo desconocido es una virtud inestimable. Es, precisamente, en ese desconcierto, perplejidad y aparente desorden, donde tiemblan las ideas, lo que permite que las vías del pensamiento tomen rutas hasta ese momento impensables (no creo que sea casual que el cine de Denis, antes de encarar, digamos, situaciones entre personajes, encare asuntos filosóficos. Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017), por ejemplo, parte de un texto de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso). Denis bien podría ser una cineasta con la potencia de, en cualquier momento y sin aviso, abrir para nosotros las puertas del averno. Mil ideas en cada plano. Su cine es sobre el deseo, sí. Mucho se ha dicho sobre eso. Hay cuerpos de hombres y mujeres, hay piel. Sensualidad. Su cámara a veces funciona como un ojo ávido y un ojo que desea todo lo que ve: cuerpos, experiencias, incluso sangre…
¿Qué hay más allá de eso? Parece fácil describir el cine de Denis, desgranarlo, mirarlo como se observa una escultura en un museo. No es cierto. Las películas de Denis tienen una especie de pesadez emocional y ambigüedad que envuelven siempre a quien ha querido abrir los ojos frente a ellas. Esa pesadez propicia la liberación de otros sentimientos. Con una contundencia extraña, que siempre se revela única en Denis, como si sus películas fueran siempre experiencias de primera vez (así conozcamos las cosas, en su cine todo se nos revela nuevo, las caras, los carros, unas manos), aparecen los pensamientos sobre el mundo y los sentimientos que lo habitan. Si tuviera que precisar en qué lugar colocar este cine y pensar en lo que puede unir esas películas, diría que este cine se mueve entre los problemas de la intimidad y el eco de esos problemas fuera de la intimidad. Cada una de estas películas son constelaciones propias. Me pego de una idea que escribió alguna vez Éric Rohmer para explicar que André Bazin había tenido ideas, mientras que él y sus compañeros cahieristas (futura Nouvelle vague) tenían (simples) gustos: Denis no tiene gustos sino ideas. Cada film le sirve para esas ideas, y como es una cineasta contundente no tiene que volver a ellas y revisar algún detalle o actualizar alguna otra cosa. Todas sus películas son totales, en cada uno de sus planos parecen quedar condensados todos esos elementos esenciales para su cine. Puede volver sobre los mismos temas, o sobre temas similares, pero nunca hay una ampliación de las cosas, siempre caminos distintos. High Life, su nueva película, es un perfecto ejemplo de eso.
Al mismo tiempo que podemos inscribir el cine de Denis dentro de “el cine de lo desconcertante”, también se le pueden hacer dos divisiones a su obra: la más cálida y vital, interesada en los roces de las pieles y en los acogedores (también intranquilos) lugares que generan (Chocolat, Beau Travail, Vendredi Soir, 35 Shots of Rum, Un bello sol interior), y luego la cara más feroz, la que no le teme a la sangre sino que la busca. Esa que mira a un vacío sin miedo a caer ahí (J'ai pas sommeil, Trouble Every Day, L'intrus, White Material, Les Salauds). High Life, su primera película completamente hablada en inglés y que toma lugar por fuera del planeta (decisión que, explica ella, tiene que ver con que en el espacio solo se hablan dos idiomas, ruso o inglés. Ella de ruso no tenía ni idea y se fue con el inglés), de esa segunda división, habita con una doble contradicción en su estructura: es un film que sucede en el espacio exterior –El lugar sin límites–, pero es sobre la claustrofobia; es una película sobre la vida en un lugar donde no hay otras vidas. Parece que el objetivo de Denis es filmar muy de cerca la desesperación y el extraño espacio que separa a las contradicciones en que se estructura la película.
Tomemos como ejemplo a 35 Shots of Rum, donde el tema central es el movimiento (no es casual que el protagonista trabaje en el metro de París). Con su cuota de actores tradicionales (Grégoire Colin y Alex Descas a la cabeza), gira alrededor de un padre y una hija (la madre después se nos revelará muerta). A sus mundos circundantes los rodean personajes misteriosos. La fuerza de Denis se va a las imágenes-sensaciones que buscan, por sobre cualquier cosa, describir, mostrar y descubrir esos terrenos de lo sentimental. En las emociones más sinceras de todas aparece ese núcleo de energía que eleva la totalidad del film: el amor y la reconciliación. Obviamente, al tratarse de una película de Denis, este padre y esta hija se enfrentan a dilemas espinosos, el suicidio y el abandono, por ejemplo. Hay tenacidad pero no hay furia, lo que la película quiere buscar es la felicidad de sus personajes, las cosas que lo impiden, podemos creer, se le salen a Denis de las manos. Es especialmente valioso lo que sucede alrededor de una olla de arroz.
Por el otro lado, Les Salauds, que es, junto a Trouble Every Day, su película más intensa, representa la orilla opuesta, esa cara feroz. Como el título lo dice (salaud en francés es algo así como hijo de puta), veremos a una cantidad de cabrones dañándose los unos a los otros. Incluso el personaje de Chiara Mastroianni, que tanta dulzura nos provocaba, termina mostrando su posición en el mundo de los salauds. La película comienza con una muerte y acaba con otra. El sexo es otro de esos temas esenciales (lo es en ambas caras de la obra de Denis) y acá aparece como acto de violencia puro. Al principio, cuando el personaje de Vincent Lindon se le acerca a Chiara Mastroianni, ambos inician una sesión de sexo “salvaje”: lenguas que se quieren destrozar, empujones que parecen empezar y terminar con agarrones de pelo, y luego, cuando la película nos va revelando su núcleo más denso y oscuro, la tesis se confirma: el sexo es un acto de violencia pura, el amor es imposible (o es mucho más difícil, o está atravesado por otros asuntos, el familiar siendo el más importante). Asunto que vamos sabiendo por pistas: la escena donde se introducen las noches de pareja entre el marido de la Mastroianni y ella misma, por ejemplo. Este marido le pide que le haga una paja, así sin más. El saludo y todo lo demás se obvia. La crueldad ocupa ese frío cuarto cada noche. Vivir al lado del diablo, algo así. Hay que ver cómo filma el sexo Denis en Vendredi Soir y cómo lo hace aquí, la distancia es abismal. Les Salauds es una película sobre la perversidad sexual, donde entra la explotación y el incesto. Es verdaderamente espeluznante. La pregunta grande es entonces por qué Denis no cae en bajezas. Su cine está libre de ataduras y de señalamientos de culpabilidad por el estado del mundo a la audiencia. Sus películas son oscuras pero no agresivas. La respuesta bien podría estar alojada en el deseo de la meta. Denis atraviesa esos mundos oscuros pensando en que va a descubrir aquello luminoso. Para ella es imposible un mundo habitado únicamente por salauds.
La premisa de High Life es sorprendente: a un grupo de asesinos les ofrecen reducir sus condenas si se embarcan en una misión espacial para descubrir lo que pasa cuando alguien o algo entra a un hoyo negro. Esa nave espacial que los reúne funciona también como cárcel, están bajo las órdenes de Juliette Binoche, que tiene las funciones de protectora del vehículo, preocupada siempre por el potencial de vida que tiene cada hombre y cada mujer de la misión. De ahí que en algo así como un cuarto de la película el protagonista se vuelva el semen, en especial el de Robert Pattinson, que con tanta delicadeza lo trata Binoche. Se trata de una misión sin regreso. Todos estarán condenados a morir en medio de la absoluta nada. El tiempo se vuelve una carga. Quieren volver pero es imposible. La espera de los personajes es interrumpida por viejos momentos. El ritmo natural de esta narración son capas que se superponen. Presente, pasado y futuro, indeterminados, inclasificables. Cada uno de esos pasajeros condenados carga con su pasado. La vida allá arriba (high life) se tratará más de sobrevivir que de otra cosa. En medio del caos, nacerá una bebé y aquel hombre que no quería nada tendrá que armar una nueva rutina, su soledad se transformará. En medio de una misión condenada al fracaso eterno, la posibilidad de amor, placer, emoción y vida.
Por lo que aquí se ha dicho es evidente que los universos de Denis están atravesados por el sexo, pero cada uno elabora una nueva idea sobre él. En High Life el sexo es necesidad, no es violencia (o no lo es tanto) y tampoco tranquilidad. Se le pide a los hombres que dejen su semen regularmente en las manos de Binoche para ser examinado y de las mujeres se espera que puedan gestar la vida en algún momento de la misión. El gran evento de la película, que termina por someter a un nuevo “destino” a los personajes, sucede porque alguien, buscando el sexo, sobrepasa todos los límites. La información se distribuye a través de flashbacks grandes y de fragmentos de memorias del protagonista. En ningún momento hay deseos de establecer verdades absolutas. High Life es también como un hoyo negro. Ese desconcierto de los personajes –que termina por permear cada imagen– permite ver cosas con lupa y saber distinguirlas mejor. Es al mismo tiempo tenebroso y luminoso. Hay que ver, por ejemplo, cómo aparece la luz en la escena final. Si la conducta del hombre se muestra críptica y ciega en la vida, el cine de Claire Denis pretende desmitificar eso. No se trata de otorgarle un sentido preciso y repartir respuestas a eso que permanece siempre ciego, sino que se trata de apuntar con una cámara al corazón de ese asunto. El momento final del film, cuando ya incontables años han pasado a la deriva, deja claro que el interés primordial de Denis es explorar lo que hace el hombre cuando descubre los límites.
Si este cine es sobre aquello que encubrimos como desconcertante, permitiendo ocultar su nombre verdadero, es natural que el espectador de estas películas presencie el proceso contrario: la develación. Aquello que creíamos sin nombre aparece. Sucede que a veces lo que no tiene nombre (o lo tiene y ya se nos olvidó) es cálido o es furioso, o lo es todo al mismo tiempo. Es como si Claire Denis pusiera siempre el dedo en la llaga (buscando dónde es que va a doler más) pero no nos dijera de cuál llaga se trata exactamente, solamente nos deja con esa sensación de estruje en los nervios.
Aquí mismo puede ver algunas de las películas mencionadas:
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EL CINE DE LO DESCONCERTANTE
A propósito de High Life, de Claire Denis (2018)
El desconcierto como forma de apertura al mundo. Ante la posibilidad de una certeza, la irrupción continua e inexplicable de la incertidumbre. La maleta, siempre, llena de dudas. El deseo por el encuentro con el doblez, la otra cara, el otro lado. Ver en la oscuridad. Nunca olvidar aquello que vive detrás de una cosa. Eso bien podría ser el cine de Claire Denis, incansable, muy lúcida y muy generosa. Asombro y pasmo. Películas decididas a atacar la tranquilidad del espectador. Películas-reverso que miran el fondo de una idea. Quizás en Denis el cine se encuentra sin límites. Un cine sin pereza. Carnívoro y explosivo. Escrito con la piel, echado a andar con la sensualidad, recorriendo siempre un movimiento bascular entre polos. Nunca nada es total. Todo, una explosión de cosas. De ahí que, de repente, estemos frente a imágenes que se nos escapan. Imágenes desconcertantes y sobre el desconcierto. Todo en Denis habla por partida doble. Confrontación y descubrimiento. Un sentimiento, una idea, un cuerpo contra otra cosa. Cuerpo contra cuerpo (Beau travail, Trouble Everyday, L'intrus), sentimiento contra idea, razón contra libertad (Vendredi Soir, White Material, Un beau soleil intérieur), una idea contra otra (Les salauds, High Life). La evidencia de luchas y fuerzas que eclosionan. Pura energía. Películas de termodinámica. Calor, frío, todo junto. También, dueña del tiempo. Cineasta del montaje.
Aquello desconcertante, lo que es irresoluto, inexplicable y confuso, dudoso, es un gesto de valentía y rigor. Cuando escribo eso lo pienso como un elogio, quizás el elogio máximo. Que su cine se aventure a lo desconocido es una virtud inestimable. Es, precisamente, en ese desconcierto, perplejidad y aparente desorden, donde tiemblan las ideas, lo que permite que las vías del pensamiento tomen rutas hasta ese momento impensables (no creo que sea casual que el cine de Denis, antes de encarar, digamos, situaciones entre personajes, encare asuntos filosóficos. Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017), por ejemplo, parte de un texto de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso). Denis bien podría ser una cineasta con la potencia de, en cualquier momento y sin aviso, abrir para nosotros las puertas del averno. Mil ideas en cada plano. Su cine es sobre el deseo, sí. Mucho se ha dicho sobre eso. Hay cuerpos de hombres y mujeres, hay piel. Sensualidad. Su cámara a veces funciona como un ojo ávido y un ojo que desea todo lo que ve: cuerpos, experiencias, incluso sangre…
¿Qué hay más allá de eso? Parece fácil describir el cine de Denis, desgranarlo, mirarlo como se observa una escultura en un museo. No es cierto. Las películas de Denis tienen una especie de pesadez emocional y ambigüedad que envuelven siempre a quien ha querido abrir los ojos frente a ellas. Esa pesadez propicia la liberación de otros sentimientos. Con una contundencia extraña, que siempre se revela única en Denis, como si sus películas fueran siempre experiencias de primera vez (así conozcamos las cosas, en su cine todo se nos revela nuevo, las caras, los carros, unas manos), aparecen los pensamientos sobre el mundo y los sentimientos que lo habitan. Si tuviera que precisar en qué lugar colocar este cine y pensar en lo que puede unir esas películas, diría que este cine se mueve entre los problemas de la intimidad y el eco de esos problemas fuera de la intimidad. Cada una de estas películas son constelaciones propias. Me pego de una idea que escribió alguna vez Éric Rohmer para explicar que André Bazin había tenido ideas, mientras que él y sus compañeros cahieristas (futura Nouvelle vague) tenían (simples) gustos: Denis no tiene gustos sino ideas. Cada film le sirve para esas ideas, y como es una cineasta contundente no tiene que volver a ellas y revisar algún detalle o actualizar alguna otra cosa. Todas sus películas son totales, en cada uno de sus planos parecen quedar condensados todos esos elementos esenciales para su cine. Puede volver sobre los mismos temas, o sobre temas similares, pero nunca hay una ampliación de las cosas, siempre caminos distintos. High Life, su nueva película, es un perfecto ejemplo de eso.
Al mismo tiempo que podemos inscribir el cine de Denis dentro de “el cine de lo desconcertante”, también se le pueden hacer dos divisiones a su obra: la más cálida y vital, interesada en los roces de las pieles y en los acogedores (también intranquilos) lugares que generan (Chocolat, Beau Travail, Vendredi Soir, 35 Shots of Rum, Un bello sol interior), y luego la cara más feroz, la que no le teme a la sangre sino que la busca. Esa que mira a un vacío sin miedo a caer ahí (J'ai pas sommeil, Trouble Every Day, L'intrus, White Material, Les Salauds). High Life, su primera película completamente hablada en inglés y que toma lugar por fuera del planeta (decisión que, explica ella, tiene que ver con que en el espacio solo se hablan dos idiomas, ruso o inglés. Ella de ruso no tenía ni idea y se fue con el inglés), de esa segunda división, habita con una doble contradicción en su estructura: es un film que sucede en el espacio exterior –El lugar sin límites–, pero es sobre la claustrofobia; es una película sobre la vida en un lugar donde no hay otras vidas. Parece que el objetivo de Denis es filmar muy de cerca la desesperación y el extraño espacio que separa a las contradicciones en que se estructura la película.
Tomemos como ejemplo a 35 Shots of Rum, donde el tema central es el movimiento (no es casual que el protagonista trabaje en el metro de París). Con su cuota de actores tradicionales (Grégoire Colin y Alex Descas a la cabeza), gira alrededor de un padre y una hija (la madre después se nos revelará muerta). A sus mundos circundantes los rodean personajes misteriosos. La fuerza de Denis se va a las imágenes-sensaciones que buscan, por sobre cualquier cosa, describir, mostrar y descubrir esos terrenos de lo sentimental. En las emociones más sinceras de todas aparece ese núcleo de energía que eleva la totalidad del film: el amor y la reconciliación. Obviamente, al tratarse de una película de Denis, este padre y esta hija se enfrentan a dilemas espinosos, el suicidio y el abandono, por ejemplo. Hay tenacidad pero no hay furia, lo que la película quiere buscar es la felicidad de sus personajes, las cosas que lo impiden, podemos creer, se le salen a Denis de las manos. Es especialmente valioso lo que sucede alrededor de una olla de arroz.
Por el otro lado, Les Salauds, que es, junto a Trouble Every Day, su película más intensa, representa la orilla opuesta, esa cara feroz. Como el título lo dice (salaud en francés es algo así como hijo de puta), veremos a una cantidad de cabrones dañándose los unos a los otros. Incluso el personaje de Chiara Mastroianni, que tanta dulzura nos provocaba, termina mostrando su posición en el mundo de los salauds. La película comienza con una muerte y acaba con otra. El sexo es otro de esos temas esenciales (lo es en ambas caras de la obra de Denis) y acá aparece como acto de violencia puro. Al principio, cuando el personaje de Vincent Lindon se le acerca a Chiara Mastroianni, ambos inician una sesión de sexo “salvaje”: lenguas que se quieren destrozar, empujones que parecen empezar y terminar con agarrones de pelo, y luego, cuando la película nos va revelando su núcleo más denso y oscuro, la tesis se confirma: el sexo es un acto de violencia pura, el amor es imposible (o es mucho más difícil, o está atravesado por otros asuntos, el familiar siendo el más importante). Asunto que vamos sabiendo por pistas: la escena donde se introducen las noches de pareja entre el marido de la Mastroianni y ella misma, por ejemplo. Este marido le pide que le haga una paja, así sin más. El saludo y todo lo demás se obvia. La crueldad ocupa ese frío cuarto cada noche. Vivir al lado del diablo, algo así. Hay que ver cómo filma el sexo Denis en Vendredi Soir y cómo lo hace aquí, la distancia es abismal. Les Salauds es una película sobre la perversidad sexual, donde entra la explotación y el incesto. Es verdaderamente espeluznante. La pregunta grande es entonces por qué Denis no cae en bajezas. Su cine está libre de ataduras y de señalamientos de culpabilidad por el estado del mundo a la audiencia. Sus películas son oscuras pero no agresivas. La respuesta bien podría estar alojada en el deseo de la meta. Denis atraviesa esos mundos oscuros pensando en que va a descubrir aquello luminoso. Para ella es imposible un mundo habitado únicamente por salauds.
La premisa de High Life es sorprendente: a un grupo de asesinos les ofrecen reducir sus condenas si se embarcan en una misión espacial para descubrir lo que pasa cuando alguien o algo entra a un hoyo negro. Esa nave espacial que los reúne funciona también como cárcel, están bajo las órdenes de Juliette Binoche, que tiene las funciones de protectora del vehículo, preocupada siempre por el potencial de vida que tiene cada hombre y cada mujer de la misión. De ahí que en algo así como un cuarto de la película el protagonista se vuelva el semen, en especial el de Robert Pattinson, que con tanta delicadeza lo trata Binoche. Se trata de una misión sin regreso. Todos estarán condenados a morir en medio de la absoluta nada. El tiempo se vuelve una carga. Quieren volver pero es imposible. La espera de los personajes es interrumpida por viejos momentos. El ritmo natural de esta narración son capas que se superponen. Presente, pasado y futuro, indeterminados, inclasificables. Cada uno de esos pasajeros condenados carga con su pasado. La vida allá arriba (high life) se tratará más de sobrevivir que de otra cosa. En medio del caos, nacerá una bebé y aquel hombre que no quería nada tendrá que armar una nueva rutina, su soledad se transformará. En medio de una misión condenada al fracaso eterno, la posibilidad de amor, placer, emoción y vida.
Por lo que aquí se ha dicho es evidente que los universos de Denis están atravesados por el sexo, pero cada uno elabora una nueva idea sobre él. En High Life el sexo es necesidad, no es violencia (o no lo es tanto) y tampoco tranquilidad. Se le pide a los hombres que dejen su semen regularmente en las manos de Binoche para ser examinado y de las mujeres se espera que puedan gestar la vida en algún momento de la misión. El gran evento de la película, que termina por someter a un nuevo “destino” a los personajes, sucede porque alguien, buscando el sexo, sobrepasa todos los límites. La información se distribuye a través de flashbacks grandes y de fragmentos de memorias del protagonista. En ningún momento hay deseos de establecer verdades absolutas. High Life es también como un hoyo negro. Ese desconcierto de los personajes –que termina por permear cada imagen– permite ver cosas con lupa y saber distinguirlas mejor. Es al mismo tiempo tenebroso y luminoso. Hay que ver, por ejemplo, cómo aparece la luz en la escena final. Si la conducta del hombre se muestra críptica y ciega en la vida, el cine de Claire Denis pretende desmitificar eso. No se trata de otorgarle un sentido preciso y repartir respuestas a eso que permanece siempre ciego, sino que se trata de apuntar con una cámara al corazón de ese asunto. El momento final del film, cuando ya incontables años han pasado a la deriva, deja claro que el interés primordial de Denis es explorar lo que hace el hombre cuando descubre los límites.
Si este cine es sobre aquello que encubrimos como desconcertante, permitiendo ocultar su nombre verdadero, es natural que el espectador de estas películas presencie el proceso contrario: la develación. Aquello que creíamos sin nombre aparece. Sucede que a veces lo que no tiene nombre (o lo tiene y ya se nos olvidó) es cálido o es furioso, o lo es todo al mismo tiempo. Es como si Claire Denis pusiera siempre el dedo en la llaga (buscando dónde es que va a doler más) pero no nos dijera de cuál llaga se trata exactamente, solamente nos deja con esa sensación de estruje en los nervios.
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