El cine de terror fantástico japonés posee un sentido particular del ritmo y de la tensión que genera un suspenso genuino, donde, en lugar de sustos de salto, nos envuelve y estremece con los claroscuros del interior humano, poblado de dudas, dolor y soledad. Todo entre comportamientos y motivaciones a veces más universales de lo que podríamos imaginar.
Si tuviera que pensar en una obra representativa, sutil, efectiva y certera del género, vasta en folclor y mitología, seria Yabu no Naka no Kuroneko (Un gato negro en un bosque de bambú, 1968) o solo conocida como Kuroneko, dirigida por Kaneto Shindo. En su exterior aparentemente sencillo de cuento sobrenatural sobre seres espectrales de rasgos animales – en este caso gatos– hay una exploración de los deseos y las paradojas de nuestra alma en su plena oscuridad.
Inspirado en un relato feudal clásico y ambientado en la guerra durante el periodo Heian, nos traslada a una era cuando la aristocracia gobernaba el país (el emperador fue un mero ornamento que cedió el poder), controlando las provincias y las zonas rurales. Gracias a los “nobles” en ese momento, los guerreros samurái adquirieron mayor fuerza política como su ejército privado, tanto para manejar las tierras como para ir a la batalla contra los Emishi, tribus del norte que se oponían al emperador. Por desgracia, hubo siempre pobreza y abuso de poder, siendo perjudicados muchos aldeanos y campesinos. Ante ese desalentador panorama como contexto, la madre y la esposa de un joven que ha ido a la guerra, son asaltadas, violadas y asesinadas por un grupo de soldados, quitándoles su comida y quemando, antes de irse, la humilde choza en la cual vivían, rodeada por un bosque de bambú. Sin embargo, un gato negro sale de los escombros, se acerca a los cadáveres y los lame. Después, ambas mujeres regresan a este mundo como espíritus, cuya misión ahora es atraer a guerreros samurái al mismo bosque donde murieron para seducirlos y luego matarlos, cumpliendo un pacto que hicieron en el inframundo y así obtener su venganza.
Bajo la sensibilidad dramática y alegórica de la mirada japonesa, los fantasmas son las matizadas representaciones de los horrores profundos e inconscientes de una ambigua naturaleza humana. Están ligados al rencor y a la culpa por unas acciones que pueden ser consecuencia de las injusticias y la crueldad a la que fueron sometidos en vida, buscando, por supuesto, la constante revancha contra el hostil y corrupto mundo que los lastimó. Son la voz de aquellos ultrajados y marginados, pues los mortales atormentados por ellos no son tan inocentes como aparentan. Sin embargo estos fantasma no son unidimensionales o villanos de etiqueta, sienten aún repudio y culpa por sus actos, por lo que la línea entre la justicia y la cruda venganza se desdibuja. Kuroneko es una tragedia con tintes oníricos que muestra el resultado infructuoso y desolador de conseguir tal represalia, prolongando esa angustia por toda la eternidad. En aquel destino radica el verdadero terror de la cinta, y se puede comprobar esa fatalidad en obras similares como Kwaidan (1964), de Masaki Kobayashi, o La mansión del gato fantasma (Bōrei kaibyō yashiki, 1958), de Nobuo Nakagawa.
Para potenciar ese desgarrador drama, la película posee una estética muy cuidada, con superposiciones de tomas, singulares montajes de transición y otros elementos del lenguaje fílmico al servicio de una modesta historia compleja y bien narrada. Un conjunto estilizado que transmite, en medio de una atmósfera tan propia, la honesta e íntima agonía de sus protagonistas en momentos casi expresionistas y reminiscentes al Kabuki, notorio también en otras piezas de la época, por ejemplo en algunos trabajos de Seijun Suzuki.
Además de ser una metáfora de las penas e incertidumbres del ser, Kuroneko integra muy bien la crítica social y política dentro del género fantástico, reflejando las repercusiones y cicatrices de la guerra en los vulnerados, especialmente en las mujeres. El film resulta eficaz como alegato en contra de los cánones machistas de la sociedad nipona y expone los continuos abusos hacia la mujer a lo largo de su historia, a pesar de haber contadas y relevantes excepciones cuando han desempeñado altos cargos como emperatrices o inclusive guerreras samurái, denominadas Onna Bugeisha. En una intención reivindicadora contundente, aunque sin idealizar, Shindo presenta a unos personajes femeninos –espectros o seres con vida– que se enfrentan como pueden con fuerza, audacia y coraje en tiempos de nula tolerancia o empatía, a las convenciones sociales y a las atrocidades de una contienda causada por la arrogancia del patriarcado japonés, inmerso en su modelo de masculinidad insegura y perezosa. Hay una confrontación reflexiva hacia el machismo, asimilado por unos guerreros corrompidos, indiferentes y extasiados que reafirman su cuestionable ética, una opresiva moralidad y un enfermizo dominio.
Kaneto, en definitiva, ofrece un sobresaliente relato en donde la forma y el contenido convergen en un engranaje tan envolvente como esencial. Logrando con refinamiento y a la vez dureza comunicar aquellas verdades del alma que tal vez quisiéramos evadir, pero que aún rondan por ahí como fantasmas entre unos recovecos más densos que los bosques de bambú.
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EL DOLOR Y OTROS FANTASMAS ENTRE EL BAMBÚ
Kuroneko (1968), de Kaneto Shindo
El cine de terror fantástico japonés posee un sentido particular del ritmo y de la tensión que genera un suspenso genuino, donde, en lugar de sustos de salto, nos envuelve y estremece con los claroscuros del interior humano, poblado de dudas, dolor y soledad. Todo entre comportamientos y motivaciones a veces más universales de lo que podríamos imaginar.
Si tuviera que pensar en una obra representativa, sutil, efectiva y certera del género, vasta en folclor y mitología, seria Yabu no Naka no Kuroneko (Un gato negro en un bosque de bambú, 1968) o solo conocida como Kuroneko, dirigida por Kaneto Shindo. En su exterior aparentemente sencillo de cuento sobrenatural sobre seres espectrales de rasgos animales – en este caso gatos– hay una exploración de los deseos y las paradojas de nuestra alma en su plena oscuridad.
Inspirado en un relato feudal clásico y ambientado en la guerra durante el periodo Heian, nos traslada a una era cuando la aristocracia gobernaba el país (el emperador fue un mero ornamento que cedió el poder), controlando las provincias y las zonas rurales. Gracias a los “nobles” en ese momento, los guerreros samurái adquirieron mayor fuerza política como su ejército privado, tanto para manejar las tierras como para ir a la batalla contra los Emishi, tribus del norte que se oponían al emperador. Por desgracia, hubo siempre pobreza y abuso de poder, siendo perjudicados muchos aldeanos y campesinos. Ante ese desalentador panorama como contexto, la madre y la esposa de un joven que ha ido a la guerra, son asaltadas, violadas y asesinadas por un grupo de soldados, quitándoles su comida y quemando, antes de irse, la humilde choza en la cual vivían, rodeada por un bosque de bambú. Sin embargo, un gato negro sale de los escombros, se acerca a los cadáveres y los lame. Después, ambas mujeres regresan a este mundo como espíritus, cuya misión ahora es atraer a guerreros samurái al mismo bosque donde murieron para seducirlos y luego matarlos, cumpliendo un pacto que hicieron en el inframundo y así obtener su venganza.
Bajo la sensibilidad dramática y alegórica de la mirada japonesa, los fantasmas son las matizadas representaciones de los horrores profundos e inconscientes de una ambigua naturaleza humana. Están ligados al rencor y a la culpa por unas acciones que pueden ser consecuencia de las injusticias y la crueldad a la que fueron sometidos en vida, buscando, por supuesto, la constante revancha contra el hostil y corrupto mundo que los lastimó. Son la voz de aquellos ultrajados y marginados, pues los mortales atormentados por ellos no son tan inocentes como aparentan. Sin embargo estos fantasma no son unidimensionales o villanos de etiqueta, sienten aún repudio y culpa por sus actos, por lo que la línea entre la justicia y la cruda venganza se desdibuja. Kuroneko es una tragedia con tintes oníricos que muestra el resultado infructuoso y desolador de conseguir tal represalia, prolongando esa angustia por toda la eternidad. En aquel destino radica el verdadero terror de la cinta, y se puede comprobar esa fatalidad en obras similares como Kwaidan (1964), de Masaki Kobayashi, o La mansión del gato fantasma (Bōrei kaibyō yashiki, 1958), de Nobuo Nakagawa.
Para potenciar ese desgarrador drama, la película posee una estética muy cuidada, con superposiciones de tomas, singulares montajes de transición y otros elementos del lenguaje fílmico al servicio de una modesta historia compleja y bien narrada. Un conjunto estilizado que transmite, en medio de una atmósfera tan propia, la honesta e íntima agonía de sus protagonistas en momentos casi expresionistas y reminiscentes al Kabuki, notorio también en otras piezas de la época, por ejemplo en algunos trabajos de Seijun Suzuki.
Además de ser una metáfora de las penas e incertidumbres del ser, Kuroneko integra muy bien la crítica social y política dentro del género fantástico, reflejando las repercusiones y cicatrices de la guerra en los vulnerados, especialmente en las mujeres. El film resulta eficaz como alegato en contra de los cánones machistas de la sociedad nipona y expone los continuos abusos hacia la mujer a lo largo de su historia, a pesar de haber contadas y relevantes excepciones cuando han desempeñado altos cargos como emperatrices o inclusive guerreras samurái, denominadas Onna Bugeisha. En una intención reivindicadora contundente, aunque sin idealizar, Shindo presenta a unos personajes femeninos –espectros o seres con vida– que se enfrentan como pueden con fuerza, audacia y coraje en tiempos de nula tolerancia o empatía, a las convenciones sociales y a las atrocidades de una contienda causada por la arrogancia del patriarcado japonés, inmerso en su modelo de masculinidad insegura y perezosa. Hay una confrontación reflexiva hacia el machismo, asimilado por unos guerreros corrompidos, indiferentes y extasiados que reafirman su cuestionable ética, una opresiva moralidad y un enfermizo dominio.
Kaneto, en definitiva, ofrece un sobresaliente relato en donde la forma y el contenido convergen en un engranaje tan envolvente como esencial. Logrando con refinamiento y a la vez dureza comunicar aquellas verdades del alma que tal vez quisiéramos evadir, pero que aún rondan por ahí como fantasmas entre unos recovecos más densos que los bosques de bambú.
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