Una de las grandes invitadas a la pasada edición del EUREKA Festival Universitario de Cine fue la multifacética directora de cine Laura Huertas Millán. Prolífica e incansable. Se sentó a hablar con Sebastián Abril, jefe de programación del festival, para discutir sobre las fronteras que su trabajo difumina y las columnas que erigen sus películas. A saber, la ecología, el pasado, Colombia y la complejidad del lenguaje. Sin duda es alguien a quien hay que seguir de cerca, cada nuevo trabajo es más prometedor que el anterior. Su obra ha recorrido importantes festivales y circula constantemente. Su venida a Colombia estuvo acompañada de una retrospectiva íntegra y de sesiones magistrales sobre el procedimiento de su cine. Acá la emotiva conversación:
Sebastián Abril: Cuando se habla de tu trabajo no se habla de una directora de cine sino de una artista, no se te presenta como una directora de películas sino de alguien que trabaja con el arte en otros sentidos. ¿Qué es el arte, qué significa ser artista y hacer arte?
Laura Huertas Millán: Me gustaría que eso cambiara, que cuando me presentaran me presentaran como directora de cine porque soy cineasta. Me parece extraña la cisión que se ha hecho entre el cine y el arte. Se ha vuelto una especie de malentendido. Por ejemplo, en el medio del arte contemporáneo, cuando haces cine o un tipo de trabajo como el mío hacia la narración y la ficción, se duda de que sea un proceso plástico. En muchos lugares, no se considera el cine como un medio artístico, como la pintura, la fotografía o la escultura. El acceso a las galerías y a los coleccionistas es entonces más difícil. En el medio del cine, por el contrario, me presentan como artista, lo cual deja implícito que no soy totalmente una directora. Y no solamente soy directora, sino que también he producido gran parte de mis películas. Así que me gustaría que esa relación se volviera más fluida, que se pudiera pensar y decir que soy cineasta y artista, ambas cosas.
Pero, como te decía, creo que ese malentendido no es específico a mi condición. Hay una anécdota que contaba Jean-Pierre Rehm, el director del FIDMarseille. Decía que un curador le había contado que quería invitar a Straub y Huillet a mostrar su película sobre Cezanne al lado de un cuadro del pintor. A Rehm le parecía “idiota” la idea, ingenua o literal. Pero le contestó su amigo que cuando Straub lo supo se conmovió mucho, se le llenaron los ojos de lágrimas. Como si fuera una reparación de ese medio del arte en el cual no se sentían totalmente legítimos.
Si alguien como Jean-Marie Straub, que es un cineasta tan reconocido como cineasta-artista, se ha sentido marginalizado de la historia del arte es muy diciente de este abismo que separa ambos mundos y que en realidad no tiene tanta razón de ser. La pregunta de qué es el arte, por otro lado, es una pregunta muy difícil.
SA: Claro, es una pregunta introductoria a lo que haces, a tu profesión.
LHM: Mira qué interesante, llevo quince años haciendo obras de arte y estando en el medio del arte por dentro y por fuera y la verdad es que todavía no tengo todavía una definición cerrada de lo que es el arte. Al contrario, me da la impresión de que ser artista es un gesto de resistencia porque es hacerle la apuesta a tener un trabajo que requiere mucha disciplina y muchos sacrificios, y que al mismo tiempo, es muy precario económicamente. En el capitalismo y el mundo del trabajo los esfuerzos y los sacrificios los hace todo el mundo, y un sacrificio común es dar su tiempo de vida por cosas que no tienen sentido existencial, por necesidad económica. Muchxs dan sus vidas, sus cuerpos, su salud mental por labores alienantes. La cruda realidad del mundo laboral. Mi abuelo paterno fue obrero. Pienso en él con mucha frecuencia, porque ser artista significa ser dueño de tu tiempo, tener la libertad de poder crear lo que te parece esencial y dedicarte a producir sentido desde tu subjetividad. Es un inmenso privilegio – cuando se llega a vivir de eso. Ese gesto de sobrevivencia, de perseverancia, tiene muchas formas diferentes, según cada artista.
Para mí, ser artista implica responsabilidad. Uno está en un lugar periférico en relación con la norma laboral y ese lugar creativo no es un lugar de pereza. Es un lugar donde hay que estar activo y de alguna manera ser capaz de dar, de contribuir a una construcción colectiva – la disidencia es también necesaria en ese ámbito. Para mí el arte tiene que ver con eso, con una posición periférica en la norma de una sociedad y, al mismo tiempo, con un compromiso y una responsabilidad importantes que son ineludibles. Me doy cuenta de que la mayoría de los artistas que me interesan tienen esa conciencia. No creen ser personas por fuera de toda ley, por fuera de toda comunidad, al contrario, tratan de meterse en un proceso colectivo de construir sociedad – así sea de manera periférica, marginal o extremadamente crítica. Ponen sobre la mesa preguntas difíciles, crean espacios sensoriales, de afectos y de pensamiento.
SA: Agujerear desde adentro, construir no sobre sino desde el interior.
LHM: Sí, exacto. La labor artística, tal como yo la veo, es una labor de crítica y de fricción. A Nuno Lisboa, otro programador de cine, le gusta evocar la frase de Gunter Eich “Sé inconfortable, la arena, no el aceite en la maquinaria del mundo”. El trabajo artístico tiene que ver con la labor de resistencia y disidencia, al mismo tiempo, hay que encontrar también una negociación con lo público para poder encontrar a su audiencia, y en ese diálogo se construye una práctica. Me preguntabas ahorita qué es el arte. Para mí es un espacio donde se crea lenguaje. Eso es lo que yo busco en el arte, formas de comunicación y de sociedad nuevas y expandidas. Será por eso que me interesa el cine, que es un arte de lo colectivo.
En ese sentido, me gusta dirigirme a artistas más jóvenes que hasta ahora están empezando, a lxs que tienen la posibilidad de trabajar en grupo o de tratar de trabajar con otras personas. No aislarse, es muy importante: encontrar su comunidad de trabajo, su comunidad de afectos, encontrar una familia elegida.
SA: Vives fuera del país y de todas maneras mantienes una relación constante con lo que se hace y con lo que se produce aquí. Quisiera saber más de tu relación con todo lo que te ofrece el país, porque el contexto social y político colombiano ha sido materia de tu trabajo.
LHM: Me parece muy interesante que uses la palabra ofrecer. Cuando me fui del país, la relación con Colombia se volvió complicada, llena de sentimientos contradictorios – entre la nostalgia de un país idealizado que perdí, la realidad de un país que ya está lejos y la voluntad de seguir en el país de adopción que escogí. Teniendo a toda mi familia en Colombia y habiendo emigrado muy joven también perdí una parte de mi identidad, o más bien, esa experiencia me transformó, me hizo mutar.
Desde ese lugar, volver a Colombia para hacer mis películas y mantener el vínculo con el país, con lo que se está haciendo aquí, se volvió una necesidad y parte del ecosistema de mi trabajo. De hecho, en muchas de las economías que voy creando (porque cada proyecto necesita un acto creativo de producción) siempre hay un vínculo con Colombia. De esta manera, yo también puedo seguir manteniendo la relación viva para no vivir en un duelo de desarraigo permanente. Necesito estar en contacto intelectual y afectivo con prácticas artísticas y culturales colombianas. Admiro y me inspiran las luchas inmensas que cada proyecto conlleva en ese contexto y que mis amigxs y colegas afrontan cada día. Pienso también que estas luchas locales resuenan al exterior de Colombia.
Me conmovió mostrar mis trabajos en la Cinemateca y poder compartir con el público de Bogotá, fue intenso emocionalmente. Además, toda la historia de la Cinemateca, un lugar que estaba listo y que por puro disfuncionamiento político casi no se hace. Ver la cinemateca así, construida, con la excelente programación que tiene, y saber que fue gracias a la comunidad del cine que apoyó y luchó para que esto existiera, es un respiro.
SM: Me gustaría que hablaras de tus procesos creativos que sabemos toman mucho tiempo, cómo es cuándo haces una película.
LHM: Mi trabajo es principalmente artesanal y es por eso que necesita tanto tiempo. Es algo que conecto con mi película La Libertad, donde filmo una familia de tejedoras, cada uno de los objetos que ellas hacen son literalmente meses de trabajo y el hecho de pasar tanto tiempo es lo que le da el valor al tejido. Cuando estaba haciendo el rodaje con ellas pensé en la noción de lujo – siempre me ha parecido interesante el imaginario y la iconografía del “lujo”. Yo miraba el trabajo de las tejedoras Navarro y pensaba que eso era mucho más lujoso que muchas marcas muy costosas (y no es que tenga desprecio por el trabajo de diseñadoras, me parece que es un trabajo valioso también). Sin embargo, esta idea de hacer un vestido con las propias manos y ponerle toda la carga histórica-metafísica que le transmiten las tejedoras a sus tejidos crea una riqueza, un valor, no necesariamente en el sentido monetario.
Esa es mi manera de trabajar. El tiempo que le doy a las cosas es lo que le doy al trabajo, y el valor no es necesariamente dinero – “es la vida de uno, porque se le va a uno la vida tejiendo” me dijo la tejedora Crispina Navarro durante el rodaje de La Libertad, y me identifiqué con eso. Por eso es tan importante para mí trabajar en tiempos que me permitan tener el mayor compromiso posible, darle la mayor densidad a las cosas. Estar a la escucha de lo que cada proyecto requiere y tratar de honrar lo que se va construyendo para no cortar el proceso brutalmente.
SA: Siempre la palabra nociones y nunca definición, nunca hablas en términos radicales, todas las ideas de tus películas van ligadas a hablar de ideas, nociones.
LHM: Noción me permite saber que no estoy usando una palabra con una sola definición sino que la estoy usando con varios usos posibles. Antes de entrar a las escuelas de arte, estuve estudiando dos años filosofía en una escuela preparatoria, entonces esta idea de concepto en sentido filosófico me interesa. Mi trabajo es diferente de un trabajo filosófico, que precisamente es inventar el concepto, inventar la palabra y llevar el trabajo especulativo más lejos. Pero sí me interesan la palabras, sobre todo las que tienen historias políticas complicadas; son ellas una gran fuente de inspiración para mi trabajo.
SA: La libertad habla de un concepto de libertad en diferentes estados, en diferentes lugares, cómo se transforma dependiendo de quien la comente, o, por ejemplo, en A Journey to a Land Otherwise Known es el exotismo. Pero ahora usabas otra palabra que me llamó la atención y es ecosistema.
LHM: Me gusta la palabra ecosistema porque trata primero de ecología. Trata de la filosofía de la ecología o del pensamiento alrededor de la noción de naturaleza, que ya en su simple definición es muy compleja, cómo se construyó esta tendencia a separar lo humano (lo cultural) y lo natural. Esa separación semántica nos ha llevado a una crisis de la cual tal vez no sobrevivamos, es la crisis ecológica actual. En mi trabajo la presencia de la naturaleza y el interés que tengo por lxs antropólogxs que han trabajado sobre esta relación con lo natural y el pensamiento de la ecología ha sido importante; lo pienso también dentro de la práctica como una necesidad física, orgánica, corpórea.
Cuando hablo de ecosistema me refiero a una red de diferentes personas, elementos y entidades que hacen posible mi, nuestra, existencia y por extensión el trabajo. Esta red está presente en mis imágenes: gallinas y pavos en La Libertad, el tiempo de la luna que sale del encuadre en El Laberinto, hormigas en Aequador, un eclipse en Sol Negro… Y últimamente entidades no humanas se han vuelto protagonistas de mis películas y obras (Jiíbie, Espejismos…). Cuando hablo de ecosistema me refiero también constelación de la cual soy absolutamente dependiente: aire limpio, agua limpia, poder respirar, pero también hacer parte de una comunidad de trabajo que no sea tóxica. Estar en diálogo con personas de horizontes diferentes, crear vínculos de solidaridad. Cuando hablo de ecosistema también me refiero al tiempo orgánico necesario para el trabajo. Todo artista es un ser vivo y sintiente, y es muy difícil trabajar en condiciones que no creen un ecosistema complejo y propicio. Trabajar en condiciones económicas precarias o miserables, lo cual es malo para la salud física y mental de cualquier persona.
En este momento tengo una pregunta que no he logrado resolver y que tiene que ver con esta ecología. Es cada vez más claro que para poder contribuir o para poder luchar para que el clima no siga cambiando y que la crisis no siga teniendo un impacto en los países más pobres, que ya están siendo afectados desde hace tiempo, hay que reducir el uso de aviones. Para mí ha sido muy difícil responder esa pregunta porque sin los desplazamientos y el poder estar en varios lugares mi práctica no se podría desarrollar de la misma manera. Incluso tal vez no podría vivir de ella. También me interesa que, en el discurso ecológico actual, muchas veces no hablamos suficientemente de la cuestión de la inmigración o de las relaciones de clase entre los países del llamado norte y del sur global. En los países europeos, por ejemplo, se enfoca bastante el discurso ecológico en parar el uso de los aviones, sin embargo se habla menos de desmantelar las industrias más contaminantes, o de parar los megaproyectos en otros países como Colombia. Me interesa la palabra ecosistema porque evoca también esa red de problemas políticos urgentes y contemporáneos.
Ahora estoy escribiendo un largometraje y estaba empezando a investigar sobre modos de producción verdes, es decir, que ecológicamente tienen menos impacto, y esa es una reflexión que se está teniendo en curso en los festivales de cine y en la industria, el reducir las emisiones de carbono de un rodaje de una película. Es un diálogo urgente y necesario, pero extremadamente lento. Somos muy dependientes de sistemas tecnológicos no sostenibles. Pero hay cosas que ya son evidentes y se pueden resolver fácilmente. Por ejemplo, si voy a rodar una película en el Amazonas para mí es imposible irnos a un lugar de la selva a talar un árbol, obviamente cuando vas entrando a varias partes de la selva te abres el paso con machete, pero hay una diferencia entre la maleza y el hecho de abrir un set de rodaje y matar el bosque. Para mí esas son preguntas muy importantes, ¿cuál es el impacto de la llegada al territorio de la industria cinematográfica? Esa llegada puede ser tan colonizadora como cualquier otro megaproyecto.
SA: ¿Cómo será la relación de Laura Huertas Millán con una película de larga duración, con un largometraje, cómo es ese proceso?
LHM: Lo estoy descubriendo, digamos que la experiencia de Sol Negro fue una escuela, aprendí muchísimo en esos cuatro años de trabajo con los actores, en la relación con las personas que aparecen en la película, y el equipo técnico y de producción. Todavía sigo procesando todo lo que ese proyecto me aportó y la escuela que fue. 43 minutos es una larga duración y yo creo que, en su metodología, este proyecto tenía mucho que ver con el trabajo para un largo. Ahora me he metido en el proceso del largo con más conciencia de ello, todavía estoy en una etapa de desarrollo. Cada una de mis películas ha sido una apuesta estética, una toma de riesgo financiera, y en contraparte tengo que aprender cada vez más a ser paciente y creativa en la manera de imaginar la producción. Uno de los objetivos que tengo con el largometraje es que alcance una audiencia más amplia, no necesariamente vinculada con el arte, que la película salga en salas de cine lo cual conlleva un montón de preguntas muy complejas. Obviamente no estoy esperando que sea un éxito taquillero, será cine independiente, hay que ser realistas, pero por lo menos que salga en salas, que no se quede únicamente en el circuito de festivales y de exposiciones, aunque sea vital que circule por allí también. Estoy todavía tanteando, pensando cómo puede ser esto posible, y buscando la comunidad de trabajo con quien hacerlo.
SA: Hablemos de la mujer y lo queer y sus relaciones con el arte y con tu trabajo.
LHM: Estas comunidades para mí son esenciales. En cuanto a lo queer no quisiera, digamos, apropiarme de un discurso que no es el mío enteramente, ya que todxs somos muy diferentes y cada situación es específica. Es importante estar unidxs y ser solidarixs, arriesgadxs también en las propuestas estéticas – era un poco lo que el Manifiesto por un (nuevo) cine Cuir del 2018 proclamaba. Pero también es importante para mi escuchar la diversidad de posiciones y de necesidades, y no pretender que mi queerness me vuelve portavoz de una comunidad supremamente heterogénea, en la cual soy claramente supremamente privilegiada y tengo una posición periférica. Para dar un ejemplo de estas diferencias: he aprendido en los últimos años que la vulnerabilidad no es la misma para una mujer que nació en el cuerpo de una mujer y una mujer que nació en el cuerpo de un hombre, hasta la esperanza de vida es diferente – ya que las mujeres trans siguen siendo impunemente asesinadas y su esperanza de vida en muchos países no alcanza siquiera los 40 años (siendo las mujeres trans negras las más afectadas). Cuando hablo o pienso el feminismo, pienso entonces también en las mujerxs trans, víctimas de la misoginia y de la homofobia. Más allá de las mujeres trans, pienso también en las luchas de mujeres de otras generaciones, en los sacrificios invisibles que tuvieron que hacer para que hoy tengamos movimientos como #metoo o que las acciones del colectivo Las tesis se vuelvan virales a nivel mundial. Para mi el feminismo es un ecosistema (de nuevo la palabra) interseccional compuesto por muchos perfiles e historias diferentes, donde también importa lo Cuir, y donde importan también otros parámetros políticos, étnicos y económicos.
Así, trato de construir mis películas a partir de mi experiencia y del encuentro con otras, en una fluidez y entre varios mundos, donde lo político importa. Más allá del arte, en estos últimos años, he integrado colectivos de mujeres, he defendido autorxs en programaciones y círculos académicos, hablando precisamente del lugar que tienen ellxs en la industria del cine y el arte, y criticando los cánones, que en su mayoría siguen siendo totalmente masculinos. Unx va a una escuela de arte o de cine, y todos los ejemplos, todos los modelos por seguir, son hombres. Se abre una revista de cine y es lo mismo. En muchas cinematecas (¡no en la Bogotana, afortunadamente!) los programas no tienen ninguna diversidad. Las listas del año, de la década, son dominadas por los hombres. Me parece que eso tiene que cambiar, que no refleja el mundo complejo en el cual vivimos.
Obviamente eso también hace parte de mi trabajo, no porque lo piense tanto, sino porque siento una necesidad visceral de ver personajes diferentes, de ver mujeres que no corresponden al canon clásico de la belleza – este fascismo estético que se le impone al cuerpo de la mujer en nuestras sociedades para controlarlo y hacernos sentir ilegítimas. Todo esto resuena con las teorías feministas, y con la teoría del male gaze de Laura Mulvey. Se trata de una teórica feminista que escribió un texto sobre cómo la mayoría de las películas hollywoodenses están construidas alrededor de un male gaze, una mirada masculina que desmiembra y descompone el cuerpo de las mujeres para volverlas objetos de deseo, y juega con la pulsión escópica del espectador que quiere seguir viendo los fetiches de la mujer, impidiendo la empatía o humanización de los personajes femeninos, quienes terminan siendo reducidos a meros objetos de deseo. Esto no quiere decir que el cine sea un espacio donde no deba haber deseo. Tampoco quiere decir que tengamos que censurar las obras donde aparecen cuerpos femeninos deseados por hombres, sino que es pensar por qué la inmensa mayoría de las figuras femeninas que vemos están reducidas a eso. O pensar en el test de Bechdel y preguntarse porqué los roles femeninos tantas veces dependen de una figura masculina dominante para existir plenamente. Tal vez sea hora de abrir otros espacios, que los cuerpos femeninos existan de otras maneras más allá de la apariencia corpórea, crear personajes con personalidades complejas, con deseos complejos, con moralidades complejas. Hay que hacer que la humanidad entre a los personajes femeninos, que éstos se inspiren de las humanidades y complejidades de lxs mujerxs reales, y que paremos tanta opresión misógina.
SA: ¿Cómo es esta experiencia de venir a un festival universitario? EUREKA tiene 4 años, para el festival ha sido toda una apuesta traer tres invitados, también hay un intento de acoger a un público que hasta ahora se está formando. ¿Cómo es esta relación con la juventud?
LHM: Para mí ha sido una inspiración verlxs a ustedes porque el trabajo que han hecho y que están haciendo es muy valioso. Los cánones académicos están vinculados con formatos más comerciales o con personalidades fáciles de catalogar, así que el hecho de que ustedes hayan trabajado para que yo pudiera venir y estar presente y pudiera tener un espacio y un vínculo con los jóvenes es extraordinario. Espero que puedan seguir con el festival, me imagino que no es fácil pero que ojalá puedan seguir expandiendo el evento. En cuanto a la audiencia joven, para mí ha sido súper especial ver a jóvenes interesados en mi trabajo, como tú dices son un público muy especial porque son ellos quienes van a seguir construyendo nuestro país y la sociedad. Me gustaría pensar que las cosas están cambiando de manera positiva.
Hay un autor que me gusta mucho que se llama Roberto Bolaño y en un momento le dieron un premio muy importante en España (el Premio Rómulo Gallegos), y él hizo un discurso para recibir este premio, conocido como el discurso de Caracas. En él dice que toda su obra es una carta de amor para los jóvenes de su generación, muchos de las cuales desaparecieron, fueron torturados y asesinados durante la dictadura chilena por el estado. Vivimos en países que tienen historias dramáticas: cada una de nuestras generaciones tiene un número de personas que fallecieron muy jóvenes porque el Estado o la guerra las mató. En Colombia también ha sido así. Quisiera pensar que poco a poco, si seguimos luchando, vamos a salir de ese paradigma de horror y me parece que llegarle a una audiencia joven es esencial. Lxs jóvenxs todavía tienen capacidad de acción y de cambio, es por eso que los poderes más autoritarios les tienen miedo y los oprimen tanto. Dice mucho de un país cómo se trata a la juventud. Me gusta mucho poder estar en contacto con ese público, y me inspiran todos los movimientos de estudiantes recientes, este momento de conciencia política y de movilización, de solidaridad también. Y de hecho, cada vez que vengo a Colombia, una de las razones que me puede impulsar a venir son las propuestas pedagógicas porque si hay un lugar donde uno pueda devolver, como decías de lo que Colombia da, es ahí en ese lugar, en el proceso pedagógico.
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EL ECOSISTEMA DEL ARTE - UNA CONVERSACIÓN CON LAURA HUERTAS MILLÁN
Una de las grandes invitadas a la pasada edición del EUREKA Festival Universitario de Cine fue la multifacética directora de cine Laura Huertas Millán. Prolífica e incansable. Se sentó a hablar con Sebastián Abril, jefe de programación del festival, para discutir sobre las fronteras que su trabajo difumina y las columnas que erigen sus películas. A saber, la ecología, el pasado, Colombia y la complejidad del lenguaje. Sin duda es alguien a quien hay que seguir de cerca, cada nuevo trabajo es más prometedor que el anterior. Su obra ha recorrido importantes festivales y circula constantemente. Su venida a Colombia estuvo acompañada de una retrospectiva íntegra y de sesiones magistrales sobre el procedimiento de su cine. Acá la emotiva conversación:
Sebastián Abril: Cuando se habla de tu trabajo no se habla de una directora de cine sino de una artista, no se te presenta como una directora de películas sino de alguien que trabaja con el arte en otros sentidos. ¿Qué es el arte, qué significa ser artista y hacer arte?
Laura Huertas Millán: Me gustaría que eso cambiara, que cuando me presentaran me presentaran como directora de cine porque soy cineasta. Me parece extraña la cisión que se ha hecho entre el cine y el arte. Se ha vuelto una especie de malentendido. Por ejemplo, en el medio del arte contemporáneo, cuando haces cine o un tipo de trabajo como el mío hacia la narración y la ficción, se duda de que sea un proceso plástico. En muchos lugares, no se considera el cine como un medio artístico, como la pintura, la fotografía o la escultura. El acceso a las galerías y a los coleccionistas es entonces más difícil. En el medio del cine, por el contrario, me presentan como artista, lo cual deja implícito que no soy totalmente una directora. Y no solamente soy directora, sino que también he producido gran parte de mis películas. Así que me gustaría que esa relación se volviera más fluida, que se pudiera pensar y decir que soy cineasta y artista, ambas cosas.
Pero, como te decía, creo que ese malentendido no es específico a mi condición. Hay una anécdota que contaba Jean-Pierre Rehm, el director del FIDMarseille. Decía que un curador le había contado que quería invitar a Straub y Huillet a mostrar su película sobre Cezanne al lado de un cuadro del pintor. A Rehm le parecía “idiota” la idea, ingenua o literal. Pero le contestó su amigo que cuando Straub lo supo se conmovió mucho, se le llenaron los ojos de lágrimas. Como si fuera una reparación de ese medio del arte en el cual no se sentían totalmente legítimos.
Si alguien como Jean-Marie Straub, que es un cineasta tan reconocido como cineasta-artista, se ha sentido marginalizado de la historia del arte es muy diciente de este abismo que separa ambos mundos y que en realidad no tiene tanta razón de ser. La pregunta de qué es el arte, por otro lado, es una pregunta muy difícil.
SA: Claro, es una pregunta introductoria a lo que haces, a tu profesión.
LHM: Mira qué interesante, llevo quince años haciendo obras de arte y estando en el medio del arte por dentro y por fuera y la verdad es que todavía no tengo todavía una definición cerrada de lo que es el arte. Al contrario, me da la impresión de que ser artista es un gesto de resistencia porque es hacerle la apuesta a tener un trabajo que requiere mucha disciplina y muchos sacrificios, y que al mismo tiempo, es muy precario económicamente. En el capitalismo y el mundo del trabajo los esfuerzos y los sacrificios los hace todo el mundo, y un sacrificio común es dar su tiempo de vida por cosas que no tienen sentido existencial, por necesidad económica. Muchxs dan sus vidas, sus cuerpos, su salud mental por labores alienantes. La cruda realidad del mundo laboral. Mi abuelo paterno fue obrero. Pienso en él con mucha frecuencia, porque ser artista significa ser dueño de tu tiempo, tener la libertad de poder crear lo que te parece esencial y dedicarte a producir sentido desde tu subjetividad. Es un inmenso privilegio – cuando se llega a vivir de eso. Ese gesto de sobrevivencia, de perseverancia, tiene muchas formas diferentes, según cada artista.
Para mí, ser artista implica responsabilidad. Uno está en un lugar periférico en relación con la norma laboral y ese lugar creativo no es un lugar de pereza. Es un lugar donde hay que estar activo y de alguna manera ser capaz de dar, de contribuir a una construcción colectiva – la disidencia es también necesaria en ese ámbito. Para mí el arte tiene que ver con eso, con una posición periférica en la norma de una sociedad y, al mismo tiempo, con un compromiso y una responsabilidad importantes que son ineludibles. Me doy cuenta de que la mayoría de los artistas que me interesan tienen esa conciencia. No creen ser personas por fuera de toda ley, por fuera de toda comunidad, al contrario, tratan de meterse en un proceso colectivo de construir sociedad – así sea de manera periférica, marginal o extremadamente crítica. Ponen sobre la mesa preguntas difíciles, crean espacios sensoriales, de afectos y de pensamiento.
SA: Agujerear desde adentro, construir no sobre sino desde el interior.
LHM: Sí, exacto. La labor artística, tal como yo la veo, es una labor de crítica y de fricción. A Nuno Lisboa, otro programador de cine, le gusta evocar la frase de Gunter Eich “Sé inconfortable, la arena, no el aceite en la maquinaria del mundo”. El trabajo artístico tiene que ver con la labor de resistencia y disidencia, al mismo tiempo, hay que encontrar también una negociación con lo público para poder encontrar a su audiencia, y en ese diálogo se construye una práctica. Me preguntabas ahorita qué es el arte. Para mí es un espacio donde se crea lenguaje. Eso es lo que yo busco en el arte, formas de comunicación y de sociedad nuevas y expandidas. Será por eso que me interesa el cine, que es un arte de lo colectivo.
En ese sentido, me gusta dirigirme a artistas más jóvenes que hasta ahora están empezando, a lxs que tienen la posibilidad de trabajar en grupo o de tratar de trabajar con otras personas. No aislarse, es muy importante: encontrar su comunidad de trabajo, su comunidad de afectos, encontrar una familia elegida.
SA: Vives fuera del país y de todas maneras mantienes una relación constante con lo que se hace y con lo que se produce aquí. Quisiera saber más de tu relación con todo lo que te ofrece el país, porque el contexto social y político colombiano ha sido materia de tu trabajo.
LHM: Me parece muy interesante que uses la palabra ofrecer. Cuando me fui del país, la relación con Colombia se volvió complicada, llena de sentimientos contradictorios – entre la nostalgia de un país idealizado que perdí, la realidad de un país que ya está lejos y la voluntad de seguir en el país de adopción que escogí. Teniendo a toda mi familia en Colombia y habiendo emigrado muy joven también perdí una parte de mi identidad, o más bien, esa experiencia me transformó, me hizo mutar.
Desde ese lugar, volver a Colombia para hacer mis películas y mantener el vínculo con el país, con lo que se está haciendo aquí, se volvió una necesidad y parte del ecosistema de mi trabajo. De hecho, en muchas de las economías que voy creando (porque cada proyecto necesita un acto creativo de producción) siempre hay un vínculo con Colombia. De esta manera, yo también puedo seguir manteniendo la relación viva para no vivir en un duelo de desarraigo permanente. Necesito estar en contacto intelectual y afectivo con prácticas artísticas y culturales colombianas. Admiro y me inspiran las luchas inmensas que cada proyecto conlleva en ese contexto y que mis amigxs y colegas afrontan cada día. Pienso también que estas luchas locales resuenan al exterior de Colombia.
Me conmovió mostrar mis trabajos en la Cinemateca y poder compartir con el público de Bogotá, fue intenso emocionalmente. Además, toda la historia de la Cinemateca, un lugar que estaba listo y que por puro disfuncionamiento político casi no se hace. Ver la cinemateca así, construida, con la excelente programación que tiene, y saber que fue gracias a la comunidad del cine que apoyó y luchó para que esto existiera, es un respiro.
SM: Me gustaría que hablaras de tus procesos creativos que sabemos toman mucho tiempo, cómo es cuándo haces una película.
LHM: Mi trabajo es principalmente artesanal y es por eso que necesita tanto tiempo. Es algo que conecto con mi película La Libertad, donde filmo una familia de tejedoras, cada uno de los objetos que ellas hacen son literalmente meses de trabajo y el hecho de pasar tanto tiempo es lo que le da el valor al tejido. Cuando estaba haciendo el rodaje con ellas pensé en la noción de lujo – siempre me ha parecido interesante el imaginario y la iconografía del “lujo”. Yo miraba el trabajo de las tejedoras Navarro y pensaba que eso era mucho más lujoso que muchas marcas muy costosas (y no es que tenga desprecio por el trabajo de diseñadoras, me parece que es un trabajo valioso también). Sin embargo, esta idea de hacer un vestido con las propias manos y ponerle toda la carga histórica-metafísica que le transmiten las tejedoras a sus tejidos crea una riqueza, un valor, no necesariamente en el sentido monetario.
Esa es mi manera de trabajar. El tiempo que le doy a las cosas es lo que le doy al trabajo, y el valor no es necesariamente dinero – “es la vida de uno, porque se le va a uno la vida tejiendo” me dijo la tejedora Crispina Navarro durante el rodaje de La Libertad, y me identifiqué con eso. Por eso es tan importante para mí trabajar en tiempos que me permitan tener el mayor compromiso posible, darle la mayor densidad a las cosas. Estar a la escucha de lo que cada proyecto requiere y tratar de honrar lo que se va construyendo para no cortar el proceso brutalmente.
SA: Siempre la palabra nociones y nunca definición, nunca hablas en términos radicales, todas las ideas de tus películas van ligadas a hablar de ideas, nociones.
LHM: Noción me permite saber que no estoy usando una palabra con una sola definición sino que la estoy usando con varios usos posibles. Antes de entrar a las escuelas de arte, estuve estudiando dos años filosofía en una escuela preparatoria, entonces esta idea de concepto en sentido filosófico me interesa. Mi trabajo es diferente de un trabajo filosófico, que precisamente es inventar el concepto, inventar la palabra y llevar el trabajo especulativo más lejos. Pero sí me interesan la palabras, sobre todo las que tienen historias políticas complicadas; son ellas una gran fuente de inspiración para mi trabajo.
SA: La libertad habla de un concepto de libertad en diferentes estados, en diferentes lugares, cómo se transforma dependiendo de quien la comente, o, por ejemplo, en A Journey to a Land Otherwise Known es el exotismo. Pero ahora usabas otra palabra que me llamó la atención y es ecosistema.
LHM: Me gusta la palabra ecosistema porque trata primero de ecología. Trata de la filosofía de la ecología o del pensamiento alrededor de la noción de naturaleza, que ya en su simple definición es muy compleja, cómo se construyó esta tendencia a separar lo humano (lo cultural) y lo natural. Esa separación semántica nos ha llevado a una crisis de la cual tal vez no sobrevivamos, es la crisis ecológica actual. En mi trabajo la presencia de la naturaleza y el interés que tengo por lxs antropólogxs que han trabajado sobre esta relación con lo natural y el pensamiento de la ecología ha sido importante; lo pienso también dentro de la práctica como una necesidad física, orgánica, corpórea.
Cuando hablo de ecosistema me refiero a una red de diferentes personas, elementos y entidades que hacen posible mi, nuestra, existencia y por extensión el trabajo. Esta red está presente en mis imágenes: gallinas y pavos en La Libertad, el tiempo de la luna que sale del encuadre en El Laberinto, hormigas en Aequador, un eclipse en Sol Negro… Y últimamente entidades no humanas se han vuelto protagonistas de mis películas y obras (Jiíbie, Espejismos…). Cuando hablo de ecosistema me refiero también constelación de la cual soy absolutamente dependiente: aire limpio, agua limpia, poder respirar, pero también hacer parte de una comunidad de trabajo que no sea tóxica. Estar en diálogo con personas de horizontes diferentes, crear vínculos de solidaridad. Cuando hablo de ecosistema también me refiero al tiempo orgánico necesario para el trabajo. Todo artista es un ser vivo y sintiente, y es muy difícil trabajar en condiciones que no creen un ecosistema complejo y propicio. Trabajar en condiciones económicas precarias o miserables, lo cual es malo para la salud física y mental de cualquier persona.
En este momento tengo una pregunta que no he logrado resolver y que tiene que ver con esta ecología. Es cada vez más claro que para poder contribuir o para poder luchar para que el clima no siga cambiando y que la crisis no siga teniendo un impacto en los países más pobres, que ya están siendo afectados desde hace tiempo, hay que reducir el uso de aviones. Para mí ha sido muy difícil responder esa pregunta porque sin los desplazamientos y el poder estar en varios lugares mi práctica no se podría desarrollar de la misma manera. Incluso tal vez no podría vivir de ella. También me interesa que, en el discurso ecológico actual, muchas veces no hablamos suficientemente de la cuestión de la inmigración o de las relaciones de clase entre los países del llamado norte y del sur global. En los países europeos, por ejemplo, se enfoca bastante el discurso ecológico en parar el uso de los aviones, sin embargo se habla menos de desmantelar las industrias más contaminantes, o de parar los megaproyectos en otros países como Colombia. Me interesa la palabra ecosistema porque evoca también esa red de problemas políticos urgentes y contemporáneos.
Ahora estoy escribiendo un largometraje y estaba empezando a investigar sobre modos de producción verdes, es decir, que ecológicamente tienen menos impacto, y esa es una reflexión que se está teniendo en curso en los festivales de cine y en la industria, el reducir las emisiones de carbono de un rodaje de una película. Es un diálogo urgente y necesario, pero extremadamente lento. Somos muy dependientes de sistemas tecnológicos no sostenibles. Pero hay cosas que ya son evidentes y se pueden resolver fácilmente. Por ejemplo, si voy a rodar una película en el Amazonas para mí es imposible irnos a un lugar de la selva a talar un árbol, obviamente cuando vas entrando a varias partes de la selva te abres el paso con machete, pero hay una diferencia entre la maleza y el hecho de abrir un set de rodaje y matar el bosque. Para mí esas son preguntas muy importantes, ¿cuál es el impacto de la llegada al territorio de la industria cinematográfica? Esa llegada puede ser tan colonizadora como cualquier otro megaproyecto.
SA: ¿Cómo será la relación de Laura Huertas Millán con una película de larga duración, con un largometraje, cómo es ese proceso?
LHM: Lo estoy descubriendo, digamos que la experiencia de Sol Negro fue una escuela, aprendí muchísimo en esos cuatro años de trabajo con los actores, en la relación con las personas que aparecen en la película, y el equipo técnico y de producción. Todavía sigo procesando todo lo que ese proyecto me aportó y la escuela que fue. 43 minutos es una larga duración y yo creo que, en su metodología, este proyecto tenía mucho que ver con el trabajo para un largo. Ahora me he metido en el proceso del largo con más conciencia de ello, todavía estoy en una etapa de desarrollo. Cada una de mis películas ha sido una apuesta estética, una toma de riesgo financiera, y en contraparte tengo que aprender cada vez más a ser paciente y creativa en la manera de imaginar la producción. Uno de los objetivos que tengo con el largometraje es que alcance una audiencia más amplia, no necesariamente vinculada con el arte, que la película salga en salas de cine lo cual conlleva un montón de preguntas muy complejas. Obviamente no estoy esperando que sea un éxito taquillero, será cine independiente, hay que ser realistas, pero por lo menos que salga en salas, que no se quede únicamente en el circuito de festivales y de exposiciones, aunque sea vital que circule por allí también. Estoy todavía tanteando, pensando cómo puede ser esto posible, y buscando la comunidad de trabajo con quien hacerlo.
SA: Hablemos de la mujer y lo queer y sus relaciones con el arte y con tu trabajo.
LHM: Estas comunidades para mí son esenciales. En cuanto a lo queer no quisiera, digamos, apropiarme de un discurso que no es el mío enteramente, ya que todxs somos muy diferentes y cada situación es específica. Es importante estar unidxs y ser solidarixs, arriesgadxs también en las propuestas estéticas – era un poco lo que el Manifiesto por un (nuevo) cine Cuir del 2018 proclamaba. Pero también es importante para mi escuchar la diversidad de posiciones y de necesidades, y no pretender que mi queerness me vuelve portavoz de una comunidad supremamente heterogénea, en la cual soy claramente supremamente privilegiada y tengo una posición periférica. Para dar un ejemplo de estas diferencias: he aprendido en los últimos años que la vulnerabilidad no es la misma para una mujer que nació en el cuerpo de una mujer y una mujer que nació en el cuerpo de un hombre, hasta la esperanza de vida es diferente – ya que las mujeres trans siguen siendo impunemente asesinadas y su esperanza de vida en muchos países no alcanza siquiera los 40 años (siendo las mujeres trans negras las más afectadas). Cuando hablo o pienso el feminismo, pienso entonces también en las mujerxs trans, víctimas de la misoginia y de la homofobia. Más allá de las mujeres trans, pienso también en las luchas de mujeres de otras generaciones, en los sacrificios invisibles que tuvieron que hacer para que hoy tengamos movimientos como #metoo o que las acciones del colectivo Las tesis se vuelvan virales a nivel mundial. Para mi el feminismo es un ecosistema (de nuevo la palabra) interseccional compuesto por muchos perfiles e historias diferentes, donde también importa lo Cuir, y donde importan también otros parámetros políticos, étnicos y económicos.
Así, trato de construir mis películas a partir de mi experiencia y del encuentro con otras, en una fluidez y entre varios mundos, donde lo político importa. Más allá del arte, en estos últimos años, he integrado colectivos de mujeres, he defendido autorxs en programaciones y círculos académicos, hablando precisamente del lugar que tienen ellxs en la industria del cine y el arte, y criticando los cánones, que en su mayoría siguen siendo totalmente masculinos. Unx va a una escuela de arte o de cine, y todos los ejemplos, todos los modelos por seguir, son hombres. Se abre una revista de cine y es lo mismo. En muchas cinematecas (¡no en la Bogotana, afortunadamente!) los programas no tienen ninguna diversidad. Las listas del año, de la década, son dominadas por los hombres. Me parece que eso tiene que cambiar, que no refleja el mundo complejo en el cual vivimos.
Obviamente eso también hace parte de mi trabajo, no porque lo piense tanto, sino porque siento una necesidad visceral de ver personajes diferentes, de ver mujeres que no corresponden al canon clásico de la belleza – este fascismo estético que se le impone al cuerpo de la mujer en nuestras sociedades para controlarlo y hacernos sentir ilegítimas. Todo esto resuena con las teorías feministas, y con la teoría del male gaze de Laura Mulvey. Se trata de una teórica feminista que escribió un texto sobre cómo la mayoría de las películas hollywoodenses están construidas alrededor de un male gaze, una mirada masculina que desmiembra y descompone el cuerpo de las mujeres para volverlas objetos de deseo, y juega con la pulsión escópica del espectador que quiere seguir viendo los fetiches de la mujer, impidiendo la empatía o humanización de los personajes femeninos, quienes terminan siendo reducidos a meros objetos de deseo. Esto no quiere decir que el cine sea un espacio donde no deba haber deseo. Tampoco quiere decir que tengamos que censurar las obras donde aparecen cuerpos femeninos deseados por hombres, sino que es pensar por qué la inmensa mayoría de las figuras femeninas que vemos están reducidas a eso. O pensar en el test de Bechdel y preguntarse porqué los roles femeninos tantas veces dependen de una figura masculina dominante para existir plenamente. Tal vez sea hora de abrir otros espacios, que los cuerpos femeninos existan de otras maneras más allá de la apariencia corpórea, crear personajes con personalidades complejas, con deseos complejos, con moralidades complejas. Hay que hacer que la humanidad entre a los personajes femeninos, que éstos se inspiren de las humanidades y complejidades de lxs mujerxs reales, y que paremos tanta opresión misógina.
SA: ¿Cómo es esta experiencia de venir a un festival universitario? EUREKA tiene 4 años, para el festival ha sido toda una apuesta traer tres invitados, también hay un intento de acoger a un público que hasta ahora se está formando. ¿Cómo es esta relación con la juventud?
LHM: Para mí ha sido una inspiración verlxs a ustedes porque el trabajo que han hecho y que están haciendo es muy valioso. Los cánones académicos están vinculados con formatos más comerciales o con personalidades fáciles de catalogar, así que el hecho de que ustedes hayan trabajado para que yo pudiera venir y estar presente y pudiera tener un espacio y un vínculo con los jóvenes es extraordinario. Espero que puedan seguir con el festival, me imagino que no es fácil pero que ojalá puedan seguir expandiendo el evento. En cuanto a la audiencia joven, para mí ha sido súper especial ver a jóvenes interesados en mi trabajo, como tú dices son un público muy especial porque son ellos quienes van a seguir construyendo nuestro país y la sociedad. Me gustaría pensar que las cosas están cambiando de manera positiva.
Hay un autor que me gusta mucho que se llama Roberto Bolaño y en un momento le dieron un premio muy importante en España (el Premio Rómulo Gallegos), y él hizo un discurso para recibir este premio, conocido como el discurso de Caracas. En él dice que toda su obra es una carta de amor para los jóvenes de su generación, muchos de las cuales desaparecieron, fueron torturados y asesinados durante la dictadura chilena por el estado. Vivimos en países que tienen historias dramáticas: cada una de nuestras generaciones tiene un número de personas que fallecieron muy jóvenes porque el Estado o la guerra las mató. En Colombia también ha sido así. Quisiera pensar que poco a poco, si seguimos luchando, vamos a salir de ese paradigma de horror y me parece que llegarle a una audiencia joven es esencial. Lxs jóvenxs todavía tienen capacidad de acción y de cambio, es por eso que los poderes más autoritarios les tienen miedo y los oprimen tanto. Dice mucho de un país cómo se trata a la juventud. Me gusta mucho poder estar en contacto con ese público, y me inspiran todos los movimientos de estudiantes recientes, este momento de conciencia política y de movilización, de solidaridad también. Y de hecho, cada vez que vengo a Colombia, una de las razones que me puede impulsar a venir son las propuestas pedagógicas porque si hay un lugar donde uno pueda devolver, como decías de lo que Colombia da, es ahí en ese lugar, en el proceso pedagógico.
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En este link puede verse Sol negro: https://www.retinalatina.org/video/sol-negro/
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