Amantes por un día (L’amant d’un jour , 2017), de Philippe Garrel
La Nueva Ola francesa fue un ventarrón de aire fresco en el cine de los años sesenta. Cine hecho por jóvenes, donde los jóvenes eran protagonistas en su vida cotidiana. Si la adolescencia se había inventado cinematográficamente en la Edad de Oro de Hollywood, con Rebelde sin causa a la cabeza, los discípulos de André Bazin mostraron la cara de la juventud real —no idealizada, como aquella— en celuloide: las dudas, las carencias, los dilemas, el conflicto de hacerse adulto con todas sus implicaciones morales, económicas y trascendentales. Garrel nació poco más de una década después que la mayoría de estos cineastas; dirigió su primera película a los 19 años (algo impensable antes del camino abierto por ellos) y se dedicó, como varios, a la introspección cinematográfica. En su prolífica carrera se ha visto siempre su influencia, pero nunca tanto como en su trilogía sobre la infidelidad, que cierra con Amantes por un día. Se trata de tres películas cortas, en blanco y negro, donde las emociones son lo más importante, más incluso que las acciones que las desatan. Tras La jaulousie y L'ombre des femmes, llega L’amant d’un jour, con un triángulo muy particular: Jeanne, una chica que acaba de romper con su novio, Gilles, su padre, un profesor de filosofía, y Arianne, su estudiante y novia, de la misma edad que su hija.
Al sentirse poco querida, Jeanne (interpretada por la hija del director, Esther Garrel) llega a casa de su padre, un pequeño apartamento parisino, creyéndolo soltero, y se encuentra con la dulce y volátil Arianne (Louise Chevi- llotte, que se come la pantalla). Encuentra en ella mayor consuelo que en su padre y crean un vínculo extraño y fuerte. Gilles (Éric Caravaca) es el personaje más débil por constitución: se deja llevar por las dos chicas que llenan su vida y deja que sean ellas quienes tomen las decisiones. Con una narradora fuera de la diégesis, intrusiva por momentos, la película recuerda inmensamente a las de Rohmer y Truffaut, y un poco a las de Godard y Chabrol. Rodada en 35mm monocromo, en formato anamórfico, la textura, la luz, los encuadres evocan el cine de los sesenta de estos directores, tanto como el conflicto y la forma de aproximarse a él y la manera de filmarlo, con planos cercanos y sencillos. En esta tercera entrega retoma la trama de la infidelidad entrecruzada con temas ya trabajados: en La jaulousie un padre abandona a la madre por una mujer más joven y muestra la relación que construyen con su hija, en aquella ocasión de unos 8años; en L'ombre des femmes un infiel resulta cuestionado cuando descubre que su mujer también lo es; ahora, en L’amant d’un jour, el hombre debe enfrentarse a la infidelidad de su amante y pasa de consolar a su hija a pedirle consuelo. Lo más interesante, como siempre, es la transformación paulatina, sutil de los personajes. El paso de la infelicidad a la tranquilidad, de la placidez a la zozobra, de la seguridad a la duda. La solidez de la construcción de los protagonistas suple la fragilidad de la historia y hace que este filme sea difícil de olvidar.
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HERENCIA VIVA
Amantes por un día (L’amant d’un jour , 2017), de Philippe Garrel
La Nueva Ola francesa fue un ventarrón de aire fresco en el cine de los años sesenta. Cine hecho por jóvenes, donde los jóvenes eran protagonistas en su vida cotidiana. Si la adolescencia se había inventado cinematográficamente en la Edad de Oro de Hollywood, con Rebelde sin causa a la cabeza, los discípulos de André Bazin mostraron la cara de la juventud real —no idealizada, como aquella— en celuloide: las dudas, las carencias, los dilemas, el conflicto de hacerse adulto con todas sus implicaciones morales, económicas y trascendentales. Garrel nació poco más de una década después que la mayoría de estos cineastas; dirigió su primera película a los 19 años (algo impensable antes del camino abierto por ellos) y se dedicó, como varios, a la introspección cinematográfica. En su prolífica carrera se ha visto siempre su influencia, pero nunca tanto como en su trilogía sobre la infidelidad, que cierra con Amantes por un día. Se trata de tres películas cortas, en blanco y negro, donde las emociones son lo más importante, más incluso que las acciones que las desatan. Tras La jaulousie y L'ombre des femmes, llega L’amant d’un jour, con un triángulo muy particular: Jeanne, una chica que acaba de romper con su novio, Gilles, su padre, un profesor de filosofía, y Arianne, su estudiante y novia, de la misma edad que su hija.
Al sentirse poco querida, Jeanne (interpretada por la hija del director, Esther Garrel) llega a casa de su padre, un pequeño apartamento parisino, creyéndolo soltero, y se encuentra con la dulce y volátil Arianne (Louise Chevi- llotte, que se come la pantalla). Encuentra en ella mayor consuelo que en su padre y crean un vínculo extraño y fuerte. Gilles (Éric Caravaca) es el personaje más débil por constitución: se deja llevar por las dos chicas que llenan su vida y deja que sean ellas quienes tomen las decisiones. Con una narradora fuera de la diégesis, intrusiva por momentos, la película recuerda inmensamente a las de Rohmer y Truffaut, y un poco a las de Godard y Chabrol. Rodada en 35mm monocromo, en formato anamórfico, la textura, la luz, los encuadres evocan el cine de los sesenta de estos directores, tanto como el conflicto y la forma de aproximarse a él y la manera de filmarlo, con planos cercanos y sencillos. En esta tercera entrega retoma la trama de la infidelidad entrecruzada con temas ya trabajados: en La jaulousie un padre abandona a la madre por una mujer más joven y muestra la relación que construyen con su hija, en aquella ocasión de unos 8años; en L'ombre des femmes un infiel resulta cuestionado cuando descubre que su mujer también lo es; ahora, en L’amant d’un jour, el hombre debe enfrentarse a la infidelidad de su amante y pasa de consolar a su hija a pedirle consuelo. Lo más interesante, como siempre, es la transformación paulatina, sutil de los personajes. El paso de la infelicidad a la tranquilidad, de la placidez a la zozobra, de la seguridad a la duda. La solidez de la construcción de los protagonistas suple la fragilidad de la historia y hace que este filme sea difícil de olvidar.
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