La defensa del dragón es una película sin muchas ambiciones, como la vida de sus tres protagonistas. No es un posible defecto, porque películas con ambiciones desmedidas generalmente resultan en fracaso. En este caso, funciona, no solo porque se trata de una cinta con una propuesta sólida en su argumento, sino porque logra actuaciones destacadas y una apuesta visual llamativa.
El escenario es Bogotá. Pocos minutos después del comienzo, y el espectador puede ya sentir el tedio que impregna la cotidianidad capitalina. En la ciudad, Samuel, Joaquín y Marcos, los tres protagonistas, tienen vidas (podría pensarse) lejanas del interés de cualquier cineasta: caminan despacio y se nos presentan con todos sus miedos sobre los hombros. Los silencios excesivos, los diálogos crudos y hasta la suciedad fina del aire dejan ver que el gran mérito de la película está en describir de manera fiel la normalidad de la realidad.
La película deja de lado ciertas costumbres, como las locaciones o el exceso de maquillaje en los actores, que el espectador tiende a esperar del cine de hoy, y, en cambio, se decide por una especie de crudeza visual (no novedosa en el cine nacional) que le queda bien, más cuando se decide por convertir el ajedrez en algo así como su tema central. Con una cámara que dialoga con las tensiones, silencios y deseos que tienen los jugadores cuando están defendiendo al rey, la narrativa consigue atrapar al espectador para que, por momentos, sienta el éxito y el fracaso de hacer una buena jugada o verse sorprendido ante un jaque mate. No en vano, el título de la película hace una alusión a una jugada de ajedrez que asegura la victoria de una partida.
El amor también es protagonista de esta historia, y no precisamente con una dosis empalagosa de miradas, caricias y besos previsibles. Aquí el amor se hace esperar, incluso dejándole al espectador la decisión sobre cómo interpretar una promesa vaga o una negativa inicial. Insisto en que las virtudes de la película están en no caer en salidas fáciles que garanticen una curva narrativa lógica y una ruta llena de suspenso hacia un final contundente. La defensa del dragón es sobre la derrota. Habla del amor. Habla de las pequeñas victorias. No aburre, pero habla del aburrimiento. Representa situaciones de amor sin hablar con obviedad del amor.
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LA DEFENSA DE LA PELÍCULA
La defensa del dragón, de Natalia Santa (2017)
La defensa del dragón es una película sin muchas ambiciones, como la vida de sus tres protagonistas. No es un posible defecto, porque películas con ambiciones desmedidas generalmente resultan en fracaso. En este caso, funciona, no solo porque se trata de una cinta con una propuesta sólida en su argumento, sino porque logra actuaciones destacadas y una apuesta visual llamativa.
El escenario es Bogotá. Pocos minutos después del comienzo, y el espectador puede ya sentir el tedio que impregna la cotidianidad capitalina. En la ciudad, Samuel, Joaquín y Marcos, los tres protagonistas, tienen vidas (podría pensarse) lejanas del interés de cualquier cineasta: caminan despacio y se nos presentan con todos sus miedos sobre los hombros. Los silencios excesivos, los diálogos crudos y hasta la suciedad fina del aire dejan ver que el gran mérito de la película está en describir de manera fiel la normalidad de la realidad.
La película deja de lado ciertas costumbres, como las locaciones o el exceso de maquillaje en los actores, que el espectador tiende a esperar del cine de hoy, y, en cambio, se decide por una especie de crudeza visual (no novedosa en el cine nacional) que le queda bien, más cuando se decide por convertir el ajedrez en algo así como su tema central. Con una cámara que dialoga con las tensiones, silencios y deseos que tienen los jugadores cuando están defendiendo al rey, la narrativa consigue atrapar al espectador para que, por momentos, sienta el éxito y el fracaso de hacer una buena jugada o verse sorprendido ante un jaque mate. No en vano, el título de la película hace una alusión a una jugada de ajedrez que asegura la victoria de una partida.
El amor también es protagonista de esta historia, y no precisamente con una dosis empalagosa de miradas, caricias y besos previsibles. Aquí el amor se hace esperar, incluso dejándole al espectador la decisión sobre cómo interpretar una promesa vaga o una negativa inicial. Insisto en que las virtudes de la película están en no caer en salidas fáciles que garanticen una curva narrativa lógica y una ruta llena de suspenso hacia un final contundente. La defensa del dragón es sobre la derrota. Habla del amor. Habla de las pequeñas victorias. No aburre, pero habla del aburrimiento. Representa situaciones de amor sin hablar con obviedad del amor.
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