En esta ocasión, y en sintonía con el tema de esta edición de la revista, examino dos cortometrajes que se encargan de hacer visibles dos tipos de fronteras. Por un lado, las fronteras geográficas que separan los países, y, por el otro, las fronteras de las formas en la ficción. El corto documental nominado al Oscar Lifeboat (2018) expone, sin sentimentalismo, la crisis de los inmigrantes africanos que buscan un mejor futuro en Europa. Y el corto de ficción noruego Manzana (Eple), ganador a mejor guión en el pasado Festival de Cortos de Noruega, que, a través de una historia de amor, nos invita a pensar en los mecanismos de la ficción.
El amor a la ficción
Manzana (Eple)
Noruega (2018) – 19 min
Directora: Yngvild Sve Flikke Quienes en algún momento de nuestras vidas nos hemos aventurado a crear, en su proceso hemos tenido que enfrentar las múltiples decisiones por tomar y los posibles caminos que se deben desechar para darle forma a nuestra creación. Esta es la única y obligatoria vía para concretar esas ideas a las que queremos darles vida. Es imposible entonces no sentirse dueño y responsable por cada decisión que moldeará la obra que, una vez terminada, deberá enfrentar la vida de manera autónoma. En Eple, una alumna cuestiona a su profesor de literatura por hacer uso de la metaficción en una de sus historias, según ella, hacer que el narrador se dirija al lector la hace menos real. La discusión entre Signe y su profesor es tan solo el punto de partida para que el amor surja entre los dos. Sin embargo, no es la historia de amor en lo que la directora noruega Yngvild Sve Flikke está interesada primordialmente; esta tan solo es un vehículo para hablar sobre los creadores y el proceso de creación.
Eple empieza con las imágenes de la historia que el profesor ha escrito: es invierno, y un hombre en las montañas camina con un perro mientras en su cabeza contempla su deseo por congelar el tiempo. Más adelante, los pensamientos del hombre son interrumpidos por él mismo cuando se dirige al público para decirnos “Me gustó como escribí esto”. El escritor se revela, dentro de la historia, como su creador, haciendo consciente a su audiencia de ello. Pero esto no ha sido una decisión propia del escritor, sino que es producto de la creación de la directora Yngvild. Así como ella le ha dado vida al profesor y a la historia que él ha escrito, le pasará luego la batuta de narrador al mismo árbol deshojado (de manzana) que se ve en la secuencia inicial. Más tarde volverá a cambiar de protagonistas y también de tiempo. Yngvild no tiene tapujos en desenmascararse como creadora de su obra y actuar como tal. El mismo cortometraje reconoce a sus creadores –director y guionista–. Un creador que ha tomado las decisiones a su modo, sin importar si son verosímiles o si siguen algún tipo de estructura. Bajo esta premisa es que, hábilmente, Yngvild logra que su historia transite entre el universo de la realidad y el de la fantasía.
Finalmente, Signe, ya vieja y también profesora de literatura, en su último día de clases, junto a un tablero que tiene dibujados varios círculos dentro de otros (historias dentro de las historias), confiesa su decepción al haber dedicado su vida al estudio de la metaficción, por ser algo sin importancia, vacío. La obra se cuestiona a sí misma. Sin embargo, acto seguido, Signe actúa con naturalidad cuando el pequeño árbol que ha comprado le habla a ella; este es el mismo árbol de manzana que más tarde ella y su hija plantarán frente a su edificio, el mismo árbol que ellas reconocen que las sobrevivirá, el mismo árbol que nos ha narrado esta historia, el mismo árbol, ahora protagonista y que también piensa para sí mismo, al igual que el personaje de la historia del profesor, cómo congelar el tiempo. Y entonces la imagen del primer relato del perro que corre en la nieve regresa y, por un instante, su movimiento queda congelado en el cuadro.
Es claro que la posición de la directora sobre la metaficción es opuesta la de Signe: para Yngvild su uso le da valor a la ficción y abre puertas para explorar la forma en el cine. Y en su uso reconoce que la obra no está completa sin el espectador, pues es este a quién finalmente el árbol de manzana le habla. Y, así como la historia de Signe y su profesor es una historia de amor, de personajes que entran y salen de nuestras vidas, este corto es una carta de amor a las posibilidades narrativas de la ficción. Finalmente, su directora sí logra congelar el tiempo, en la edición, en un par de cuadros. Pero también también lo hace con su obra. Eple, como su árbol que sobrevive a sus personajes, también nos sobrevivirá.
Eple fue escrito por el novelista noruego Gunnhild Øyehaug. Su directora, Yngvild Sve Flikke, quien ya tiene un largometraje de ficción entre sus créditos (Women in Oversized Men’s Shirts, 2015), trabaja actualmente en su próxima película de ficción, The Art of Falling.
En medio de la noche, un grupo de voluntarios encuentran y revisan los restos de un bote que naufragó en las playas del mar Mediterráneo, entre sus tareas está la de recoger el cuerpo de una persona que ha muerto. Esta es la primera escena del documental Lifeboat, del director y productor estadounidense Skye Fitzgerald. Con ese primer momento se nos dice que se hablará sin rodeos y que las imágenes a presenciar serán duras de ver. A diario oímos y vemos noticias sobre los cientos de refugiados africanos que huyen de sus tierras, a través de Libia, buscando llegar a Europa cruzando el mar Mediterráneo. Sin embargo, la propuesta de Skye en su documental es que, a través del trabajo del capitán Jon Castle y un grupo de voluntarios alemanes que buscan rescatar a los inmigrantes a la deriva en el mar, nos acerquemos a esta crisis y podamos tener empatía con estas personas y su drama; todo esto a pesar de que sus vidas sean remotas a las nuestras y parezcan no importarnos.
He ahí precisamente la fuerza de este documental, donde la cámara se vuelve un testigo que describe los cientos de rostros apiñados en las balsas inflables. La cámara retrata el dolor, el hambre, la sed, la desesperación y nos permite entrever que cada una de estas personas no tuvo más remedio que escoger entre morir en su tierra o comprar un boleto sin retorno para tratar de empezar una vida en otro lugar, así esto implicara el viaje sumamente riesgoso e incierto a través del mar Mediterráneo.
Las fronteras, esos límites imaginarios y geográficos en los que nos hacemos diferentes, nos separan y nos dividen. Sin embargo, la cámara de Skye se ocupa de mostrarnos que eso que nos divide desaparece en la adversidad y termina por unirnos. Lifeboat es un tributo a esas personas que han decidido dedicar su vida a salvar las vidas de otros, a su trabajo arduo y lleno de compasión. A pesar de nuestras diferencias, estos hombres nos recuerdan que todos somos parte de la misma especie.
Celebro entonces este cine documental, espejo de nuestros actos, buenos y malos, posible hoy en día gracias a la ubicuidad de las cámaras y las posibilidades de distribución que brinda un mundo intercomunicado (el diario New Yorker publicó gratuitamente este corto en internet). Aplaudo también el trabajo de estos valientes tras las cámaras que se empeñan en mostrarnos la resiliencia, la compasión, las fronteras derribadas. Trabajos como este nos permiten acercarnos a una situación actual que seguramente continúa ocurriendo, en este preciso momento, en alguna esquina de ese barrio que es nuestro planeta. Es gracias a estas películas que creo que, si nos miramos de frente –tarea difícil– tal vez, como especie, nos podamos salvar.
El trabajo de Skye Fitzgerald se ha caracterizado por tocar problemáticas sociales y de derechos humanos. Lifeboat fue nominado a mejor corto documental en los premios Oscar 2019 y su trabajo previo 50 feet from Syria (A 50 pies de Siria) fue prenominado en 2016 a los Oscar en la misma categoría. Estas dos películas hacen parte de la una trilogía sobre refugiados que tiene planeada el director. El tema exacto y la locación de la tercera aún están por definirse.
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LA ESQUINA DEL CORTO - EPLE Y LIFEBOAT
En esta ocasión, y en sintonía con el tema de esta edición de la revista, examino dos cortometrajes que se encargan de hacer visibles dos tipos de fronteras. Por un lado, las fronteras geográficas que separan los países, y, por el otro, las fronteras de las formas en la ficción. El corto documental nominado al Oscar Lifeboat (2018) expone, sin sentimentalismo, la crisis de los inmigrantes africanos que buscan un mejor futuro en Europa. Y el corto de ficción noruego Manzana (Eple), ganador a mejor guión en el pasado Festival de Cortos de Noruega, que, a través de una historia de amor, nos invita a pensar en los mecanismos de la ficción.
El amor a la ficción
Manzana (Eple)
Noruega (2018) – 19 min
Directora: Yngvild Sve Flikke
Quienes en algún momento de nuestras vidas nos hemos aventurado a crear, en su proceso hemos tenido que enfrentar las múltiples decisiones por tomar y los posibles caminos que se deben desechar para darle forma a nuestra creación. Esta es la única y obligatoria vía para concretar esas ideas a las que queremos darles vida. Es imposible entonces no sentirse dueño y responsable por cada decisión que moldeará la obra que, una vez terminada, deberá enfrentar la vida de manera autónoma.
En Eple, una alumna cuestiona a su profesor de literatura por hacer uso de la metaficción en una de sus historias, según ella, hacer que el narrador se dirija al lector la hace menos real. La discusión entre Signe y su profesor es tan solo el punto de partida para que el amor surja entre los dos. Sin embargo, no es la historia de amor en lo que la directora noruega Yngvild Sve Flikke está interesada primordialmente; esta tan solo es un vehículo para hablar sobre los creadores y el proceso de creación.
Eple empieza con las imágenes de la historia que el profesor ha escrito: es invierno, y un hombre en las montañas camina con un perro mientras en su cabeza contempla su deseo por congelar el tiempo. Más adelante, los pensamientos del hombre son interrumpidos por él mismo cuando se dirige al público para decirnos “Me gustó como escribí esto”. El escritor se revela, dentro de la historia, como su creador, haciendo consciente a su audiencia de ello. Pero esto no ha sido una decisión propia del escritor, sino que es producto de la creación de la directora Yngvild. Así como ella le ha dado vida al profesor y a la historia que él ha escrito, le pasará luego la batuta de narrador al mismo árbol deshojado (de manzana) que se ve en la secuencia inicial. Más tarde volverá a cambiar de protagonistas y también de tiempo.
Yngvild no tiene tapujos en desenmascararse como creadora de su obra y actuar como tal. El mismo cortometraje reconoce a sus creadores –director y guionista–. Un creador que ha tomado las decisiones a su modo, sin importar si son verosímiles o si siguen algún tipo de estructura. Bajo esta premisa es que, hábilmente, Yngvild logra que su historia transite entre el universo de la realidad y el de la fantasía.
Finalmente, Signe, ya vieja y también profesora de literatura, en su último día de clases, junto a un tablero que tiene dibujados varios círculos dentro de otros (historias dentro de las historias), confiesa su decepción al haber dedicado su vida al estudio de la metaficción, por ser algo sin importancia, vacío. La obra se cuestiona a sí misma. Sin embargo, acto seguido, Signe actúa con naturalidad cuando el pequeño árbol que ha comprado le habla a ella; este es el mismo árbol de manzana que más tarde ella y su hija plantarán frente a su edificio, el mismo árbol que ellas reconocen que las sobrevivirá, el mismo árbol que nos ha narrado esta historia, el mismo árbol, ahora protagonista y que también piensa para sí mismo, al igual que el personaje de la historia del profesor, cómo congelar el tiempo. Y entonces la imagen del primer relato del perro que corre en la nieve regresa y, por un instante, su movimiento queda congelado en el cuadro.
Es claro que la posición de la directora sobre la metaficción es opuesta la de Signe: para Yngvild su uso le da valor a la ficción y abre puertas para explorar la forma en el cine. Y en su uso reconoce que la obra no está completa sin el espectador, pues es este a quién finalmente el árbol de manzana le habla. Y, así como la historia de Signe y su profesor es una historia de amor, de personajes que entran y salen de nuestras vidas, este corto es una carta de amor a las posibilidades narrativas de la ficción. Finalmente, su directora sí logra congelar el tiempo, en la edición, en un par de cuadros. Pero también también lo hace con su obra. Eple, como su árbol que sobrevive a sus personajes, también nos sobrevivirá.
Eple fue escrito por el novelista noruego Gunnhild Øyehaug. Su directora, Yngvild Sve Flikke, quien ya tiene un largometraje de ficción entre sus créditos (Women in Oversized Men’s Shirts, 2015), trabaja actualmente en su próxima película de ficción, The Art of Falling.
Mirarnos de frente
Lifeboat
EE.UU. (2018) - 34min
Director: Skye Fitzgerald
En medio de la noche, un grupo de voluntarios encuentran y revisan los restos de un bote que naufragó en las playas del mar Mediterráneo, entre sus tareas está la de recoger el cuerpo de una persona que ha muerto. Esta es la primera escena del documental Lifeboat, del director y productor estadounidense Skye Fitzgerald. Con ese primer momento se nos dice que se hablará sin rodeos y que las imágenes a presenciar serán duras de ver.
A diario oímos y vemos noticias sobre los cientos de refugiados africanos que huyen de sus tierras, a través de Libia, buscando llegar a Europa cruzando el mar Mediterráneo. Sin embargo, la propuesta de Skye en su documental es que, a través del trabajo del capitán Jon Castle y un grupo de voluntarios alemanes que buscan rescatar a los inmigrantes a la deriva en el mar, nos acerquemos a esta crisis y podamos tener empatía con estas personas y su drama; todo esto a pesar de que sus vidas sean remotas a las nuestras y parezcan no importarnos.
He ahí precisamente la fuerza de este documental, donde la cámara se vuelve un testigo que describe los cientos de rostros apiñados en las balsas inflables. La cámara retrata el dolor, el hambre, la sed, la desesperación y nos permite entrever que cada una de estas personas no tuvo más remedio que escoger entre morir en su tierra o comprar un boleto sin retorno para tratar de empezar una vida en otro lugar, así esto implicara el viaje sumamente riesgoso e incierto a través del mar Mediterráneo.
Las fronteras, esos límites imaginarios y geográficos en los que nos hacemos diferentes, nos separan y nos dividen. Sin embargo, la cámara de Skye se ocupa de mostrarnos que eso que nos divide desaparece en la adversidad y termina por unirnos. Lifeboat es un tributo a esas personas que han decidido dedicar su vida a salvar las vidas de otros, a su trabajo arduo y lleno de compasión. A pesar de nuestras diferencias, estos hombres nos recuerdan que todos somos parte de la misma especie.
Celebro entonces este cine documental, espejo de nuestros actos, buenos y malos, posible hoy en día gracias a la ubicuidad de las cámaras y las posibilidades de distribución que brinda un mundo intercomunicado (el diario New Yorker publicó gratuitamente este corto en internet). Aplaudo también el trabajo de estos valientes tras las cámaras que se empeñan en mostrarnos la resiliencia, la compasión, las fronteras derribadas. Trabajos como este nos permiten acercarnos a una situación actual que seguramente continúa ocurriendo, en este preciso momento, en alguna esquina de ese barrio que es nuestro planeta. Es gracias a estas películas que creo que, si nos miramos de frente –tarea difícil– tal vez, como especie, nos podamos salvar.
El trabajo de Skye Fitzgerald se ha caracterizado por tocar problemáticas sociales y de derechos humanos. Lifeboat fue nominado a mejor corto documental en los premios Oscar 2019 y su trabajo previo 50 feet from Syria (A 50 pies de Siria) fue prenominado en 2016 a los Oscar en la misma categoría. Estas dos películas hacen parte de la una trilogía sobre refugiados que tiene planeada el director. El tema exacto y la locación de la tercera aún están por definirse.
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