Un asunto de familia (Shoplifters, 2018), de Hirokazu Koreeda
Hirokazu Koreeda es de esos realizadores en mi archivo cinéfilo que posee un lenguaje fílmico tan personal como accesible, al abordar con absoluta destreza lo conmovedor y lo cruel de la condición humana en relatos de envolvente sutileza. Donde en entornos aparentemente serenos y de pausada narrativa, el autor desarrolla, mediante actos, decisiones o gestos muy cotidianos, personajes de trasfondos melancólicos y desoladores, cuyas cargas, dilemas y emociones contenidas, son transmitidos con poder y trascendencia en acertados diálogos o acciones sencillas. Interesado en contar las desventuras y las alegrías, por igual, de unos seres atrapados en una existencia de perpetua incertidumbre en el Japón contemporáneo.
Ahora en Shoplifters (Un Asunto de Familia, 2018), su más reciente largometraje que exhibe muy bien lo anterior, nos trae la historia de un grupo de personas con pasados difíciles y asuntos pendientes que conviven como una familia y sobrellevan la escasez económica, recurriendo incluso al robo en almacenes o mercados. Un día, dos de ellos encuentran a una niña con evidencia de maltrato físico en su cuerpo, por lo que deciden llevársela a su humilde hogar y luego la adoptan definitivamente; sin embargo, este acto traerá unas consecuencias tan grandes que terminará por amenazar la armonía e integridad de este singular y unido clan.
La familia es un tema recurrente en Koreeda, escudriñando en sus matices y en su impacto tanto en el individuo como en lo social. Eso se ve en Still Walking (Caminando, 2008), Umimachi Diary (Nuestra Pequeña Hermana, 2015) o Soshite chichi ni Naru (De tal padre, tal hijo, 2013), y en Shoplifters también, excepto que los personajes aquí no comparten lazos sanguíneos. La película ofrece una mirada honesta y franca de las situaciones, pensamientos y sentimientos que surgen en la conexión entre unos seres heridos, desolados y con dudas internas. También desarrolla, en un contenido relato, apuntes de crítica social hacia un sistema apático, hostil, distante e insensible que margina a los sujetos que dice cobijas y se empeña en negar o ignorar lo que son y sienten, señalando solo los errores que han cometido o sus cuestionables elecciones de vida, cuando el objetivo ha sido solo sobrevivir bajo las circunstancias adversas.
El grupo roba porque es lo único que conocen y pueden hacer ante una sociedad injusta que no ofrece mejores alternativas para vivir de forma honesta. Perseverando a pesar de llevar sobre sus lomos los secretos, las rencillas y las culpas de sus vidas anteriores. El estar juntos es como un bálsamo para sus almas cansadas, solitarias, y, aunque estos personajes no se conocen íntimamente, existe cierta confianza y afecto implícito que les permite ser, irónicamente, ellos mismos.
En la película jamás se juzga o se pone del lado de algún personaje, todos ellos actúan de acuerdo a sus interiores y motivaciones, afrontando las consecuencias de sus acciones, equivocadas o acertadas, y el natural curso de los acontecimientos hacia un destino que es totalmente su responsabilidad. Logrando un acercamiento muy realista, como es habitual en su director, para que el espectador se involucre y llegue a entender el porqué de lo que sucede en pantalla, sin atisbos de condescendencia o efectismos.
Por lo tanto, el resultado es un cuadro humanista repleto de matices y momentos de gran sensibilidad emocional que podría generar comprometidas reflexiones y dejar, por supuesto, que cada quien saque sus propias conclusiones. Koreeda jamás ha sido de mostrar realidades en blanco y negro, prefiere que las apreciemos con sus devenires, cambios y ambigüedades. Un film sincero, cautivador y entrañable, al igual que las mejores piezas de su filmografía.
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LA FAMILIA FRENTE AL MUNDO
Un asunto de familia (Shoplifters, 2018), de Hirokazu Koreeda
Hirokazu Koreeda es de esos realizadores en mi archivo cinéfilo que posee un lenguaje fílmico tan personal como accesible, al abordar con absoluta destreza lo conmovedor y lo cruel de la condición humana en relatos de envolvente sutileza. Donde en entornos aparentemente serenos y de pausada narrativa, el autor desarrolla, mediante actos, decisiones o gestos muy cotidianos, personajes de trasfondos melancólicos y desoladores, cuyas cargas, dilemas y emociones contenidas, son transmitidos con poder y trascendencia en acertados diálogos o acciones sencillas. Interesado en contar las desventuras y las alegrías, por igual, de unos seres atrapados en una existencia de perpetua incertidumbre en el Japón contemporáneo.
Ahora en Shoplifters (Un Asunto de Familia, 2018), su más reciente largometraje que exhibe muy bien lo anterior, nos trae la historia de un grupo de personas con pasados difíciles y asuntos pendientes que conviven como una familia y sobrellevan la escasez económica, recurriendo incluso al robo en almacenes o mercados. Un día, dos de ellos encuentran a una niña con evidencia de maltrato físico en su cuerpo, por lo que deciden llevársela a su humilde hogar y luego la adoptan definitivamente; sin embargo, este acto traerá unas consecuencias tan grandes que terminará por amenazar la armonía e integridad de este singular y unido clan.
La familia es un tema recurrente en Koreeda, escudriñando en sus matices y en su impacto tanto en el individuo como en lo social. Eso se ve en Still Walking (Caminando, 2008), Umimachi Diary (Nuestra Pequeña Hermana, 2015) o Soshite chichi ni Naru (De tal padre, tal hijo, 2013), y en Shoplifters también, excepto que los personajes aquí no comparten lazos sanguíneos. La película ofrece una mirada honesta y franca de las situaciones, pensamientos y sentimientos que surgen en la conexión entre unos seres heridos, desolados y con dudas internas. También desarrolla, en un contenido relato, apuntes de crítica social hacia un sistema apático, hostil, distante e insensible que margina a los sujetos que dice cobijas y se empeña en negar o ignorar lo que son y sienten, señalando solo los errores que han cometido o sus cuestionables elecciones de vida, cuando el objetivo ha sido solo sobrevivir bajo las circunstancias adversas.
El grupo roba porque es lo único que conocen y pueden hacer ante una sociedad injusta que no ofrece mejores alternativas para vivir de forma honesta. Perseverando a pesar de llevar sobre sus lomos los secretos, las rencillas y las culpas de sus vidas anteriores. El estar juntos es como un bálsamo para sus almas cansadas, solitarias, y, aunque estos personajes no se conocen íntimamente, existe cierta confianza y afecto implícito que les permite ser, irónicamente, ellos mismos.
En la película jamás se juzga o se pone del lado de algún personaje, todos ellos actúan de acuerdo a sus interiores y motivaciones, afrontando las consecuencias de sus acciones, equivocadas o acertadas, y el natural curso de los acontecimientos hacia un destino que es totalmente su responsabilidad. Logrando un acercamiento muy realista, como es habitual en su director, para que el espectador se involucre y llegue a entender el porqué de lo que sucede en pantalla, sin atisbos de condescendencia o efectismos.
Por lo tanto, el resultado es un cuadro humanista repleto de matices y momentos de gran sensibilidad emocional que podría generar comprometidas reflexiones y dejar, por supuesto, que cada quien saque sus propias conclusiones. Koreeda jamás ha sido de mostrar realidades en blanco y negro, prefiere que las apreciemos con sus devenires, cambios y ambigüedades. Un film sincero, cautivador y entrañable, al igual que las mejores piezas de su filmografía.
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