Parece que en el cine actual prevalece la nostalgia por el grano de la película y el empleo de la narrativa de los tres actos para la construcción y comunicación de un panorama humano universal. Pero tampoco debemos olvidar que todo progresa, y por ello hay que forzar los límites del lenguaje audiovisual en experimentaciones que hablen y confronten de manera alternativa las inquietudes, los valores y los claroscuros del ser entre realidades, motivaciones, conflictos, o propósitos que pocas veces o nunca se han explorado.
Es decir que hay que velar por una libertad creativa en el proceder cinematográfico, gracias a una decisiva democratización de medios, e impulsada por jóvenes realizadores con nuevas visiones que desarrollan, a bajo costo, otras aristas distintas a la de los cánones en los relatos conocidos, exhibiendo recursividad económica, temática e ingenio visual mediante accesibles herramientas o medios digitales. Sin embargo, ¿qué pasaría si un director ya consagrado aplica esto a su trabajo? La respuesta serían Unsane (2018) yHigh Flying Bird (2019), las dos más recientes películas de Steven Soderbergh, filmadas con cámaras de alta resolución en celulares de última gama, mostrando los alcances y virtudes de un innovador quehacer fílmico.
Las gamas de la paranoia
El realizador estadounidense siempre está dispuesto a experimentar en sus propuestas. Probando distintas texturas o colores en sus imágenes e intentando renovar tramas, personajes arquetípicos y estructuras de cuanto género le sea posible.
En Unsane exprime el potencial estético y expresivo de agobiantes y opresivos encuadres con un Iphone 7 plus, en resolución 4K, para contar un thriller paranoico con reminiscencias a Kafka, nada extraño al recordar que Soderbergh realizó un acercamiento interesante a la obra del escritor en su segundo largometraje homónimo de 1991.
Un relato que resulta un tour de force psicológico, muy bien llevado en ritmo y tensión; donde la ansiedad, la desesperación y la incertidumbre de una protagonista de identidad difusa o endeble son transmitidas de manera efectiva y concreta. El empleo del suspenso es constante, aunque el guion es sencillo en ejecución y se echa de menos una mayor profundidad a los trasfondos de sus temas y en las interacciones de los personajes; aun así, la película es funcional al generar el deseado sobresalto visceral.
La obra nos sumerge en la incomodidad y el desconcierto de la desorientada Sawyer Valentini, una mujer que, por “equivocación”, es encerrada en un centro psiquiátrico. En su estadía, debe batallar contra angustiosos y complejos remanentes de un denso trauma, causado por un hombre que la acosaba en su pasado. Al creer verlo de nuevo en las instalaciones, debe escapar a cualquier costo de allí, aunque siempre dudando si en verdad aquel la persigue o solo es producto de su trastocada mente. Soderbergh gesta una creíble ambigüedad entre lo real y la ilusión, a la vez que presenta un armazón ejemplar con giros precisos, todo reforzado con un tratamiento crudo o saturado del color y la elección de ciertos ángulos, claustrofóbicos, de cámara.
En este ejercicio de tensión narrativa, pueden contemplarse también breves alusiones críticas hacia la deshumanización del tratamiento psiquiátrico, bien integradas al devenir de los sucesos y sus consecuencias inmediatas. Su mirada no es parcial ni propensa al sermón, es punzante no solo en torno a un corrompido sistema de salud, sino a un entorno social incierto, de ética y moral distorsionadas, donde ya no se sabe quién miente o dice la verdad, que cuestiona, desvirtúa e ignora las denuncias de Sawyer, al igual que las de muchas víctimas de acoso y demás signos de intimidación de la masculinidad frágil o tóxica.
La creación de su atmósfera cargada y asfixiante recuerda a contundentes ejercicios anteriores en los albores del formato digital como Amor y Pop (1998), de Hideaki Anno, Timecode (2004), de Mike Figgis, e incluso Violeta de Mil Colores (2005), la pieza más lograda de Harold Trompetero, que ponen en escena, a pesar de sus diferentes géneros, maneras o dinámicas, las áreas más oscuras del ser sin paliativos o eufemismos visuales.
Adrede, Unsane es una obra insana, tosca en acabado, pero intensa, directa, y muy eficaz con álgidos puntos emocionales. Confrontando a un espectador que, por un instante, entre sus reacciones o respuestas primarias ante lo visto en pantalla, recuerda aquello que todavía está mal en el mundo, y quizá también en sí mismo.
Una sobriedad corrupta
High Flying Bird, al contrario de la vertiginosa Unsane y filmada ahora con un Iphone 8, es un relato contenido y sutil que se mueve de manera orgánica, sin estruendosos o drásticos giros, optando por una narración pausada y continua que se toma el tiempo para desarrollar los conflictos y las motivaciones de sus personajes.
Las interacciones y los diálogos resultan del devenir natural de los acontecimientos. Es un drama minimalista en su forma, pero denso en contenido. Exponiendo los cuestionables tejemanejes dentro del negocio del baloncesto estadounidense y sus efectos o consecuencias tanto en el ámbito social de cada personaje.
La puesta en escena es sencilla, los encuadres y la edición son prolijos y exactos al captar los dilemas individuales en las miradas o gestos de los personajes durante sus dinámicas conversaciones acerca de los manejos del deporte y sus abrumadoras revelaciones.
La película transcurre durante una temporada en paro de la NBA por una disputa salarial, truncando la emergente carrera de un jugador novato y cuyo debut se tenía previsto muy pronto. Ante tal situación, Ray Burke, su agente, calcula una estrategia para mantener vigente a su cliente y salvar su propio empleo. Un plan que podría sacudir y revolucionar todo el entramado corporativo de la empresa, o tal vez más.
En la calmada progresión del metraje, se realiza una aguda disección crítica a un sector aparentemente avaro e hipócrita, en pleno declive ético, que afecta a sus personajes más allá de lo empresarial al lidiar con matizados pensamientos, inseguridades y cargas, mientras luchan por sobrevivir a un área tan hostil del voraz capitalismo contemporáneo.
No obstante, Burke hace su jugada maestra no solo para conservar su trabajo, en realidad es una represalia personal contra un sistema que perjudicó a su primo, un jugador talentoso, usado y desechado. Proyectando en lo que hace por su cliente ese anhelo de exorcizar el peso de la culpa e intentar redimirse por no apoyar a su familiar, aunque en su intrincada emboscada a las cabezas de la organización podría lograr una reivindicación, no solo propia, sino social.
Esta película y Unsane son retratos de supervivencia ante las presiones, represiones e injusticias en unos ambientes realmente crueles. Burke y Sawyer son marginados en un contexto corrupto que compromete su interior. Ray debe afrontar una sociedad que perpetúa el racismo asimilado y la condescendiente desigualdad que sobrepasa el medio deportivo, haciendo lo necesario para subsistir, que en ocasiones significa sacrificar, por desgracia, su integridad ante un lugar donde la equidad es reducida al concepto.
High Flying Bird no pretende llegar a una conclusión moralizadora, ni condicionar al público, sino que plasma una dura reflexión acerca del carácter utilitario de la condición humana, que me lleva a a preguntarme: ¿Aún hay lugar para los actos e intenciones realmente desinteresadas? Quiero creer que sí, a pesar de lo adverso del horizonte.
Soderbergh demuestra en ambas películas, manejando tiempos, modos y ritmos muy distintos, lo esencial de saber contar una historia con los pocos, o muchos, recursos disponibles en una industria que, parece, se está estancando, preocupada más por la apariencia de una película, que en lo que transmite cuando en verdad se le mira. Él va reafirmando, una vez más, la necesaria versatilidad, independencia e ingenio que exige el cine para explorar las hondas capas y entresijos del alma humana, tanto en los productos de encargo como en proyectos experimentales. Así que, a tomar el celular y no dejar pasar esta videollamada.
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LA INAGOTABLE FLAMA DE STEVEN SODERBERGH
Unsane y High Flying Bird, de Steven Soderbergh
Parece que en el cine actual prevalece la nostalgia por el grano de la película y el empleo de la narrativa de los tres actos para la construcción y comunicación de un panorama humano universal. Pero tampoco debemos olvidar que todo progresa, y por ello hay que forzar los límites del lenguaje audiovisual en experimentaciones que hablen y confronten de manera alternativa las inquietudes, los valores y los claroscuros del ser entre realidades, motivaciones, conflictos, o propósitos que pocas veces o nunca se han explorado.
Es decir que hay que velar por una libertad creativa en el proceder cinematográfico, gracias a una decisiva democratización de medios, e impulsada por jóvenes realizadores con nuevas visiones que desarrollan, a bajo costo, otras aristas distintas a la de los cánones en los relatos conocidos, exhibiendo recursividad económica, temática e ingenio visual mediante accesibles herramientas o medios digitales. Sin embargo, ¿qué pasaría si un director ya consagrado aplica esto a su trabajo? La respuesta serían Unsane (2018) y High Flying Bird (2019), las dos más recientes películas de Steven Soderbergh, filmadas con cámaras de alta resolución en celulares de última gama, mostrando los alcances y virtudes de un innovador quehacer fílmico.
Las gamas de la paranoia
El realizador estadounidense siempre está dispuesto a experimentar en sus propuestas. Probando distintas texturas o colores en sus imágenes e intentando renovar tramas, personajes arquetípicos y estructuras de cuanto género le sea posible.
En Unsane exprime el potencial estético y expresivo de agobiantes y opresivos encuadres con un Iphone 7 plus, en resolución 4K, para contar un thriller paranoico con reminiscencias a Kafka, nada extraño al recordar que Soderbergh realizó un acercamiento interesante a la obra del escritor en su segundo largometraje homónimo de 1991.
Un relato que resulta un tour de force psicológico, muy bien llevado en ritmo y tensión; donde la ansiedad, la desesperación y la incertidumbre de una protagonista de identidad difusa o endeble son transmitidas de manera efectiva y concreta. El empleo del suspenso es constante, aunque el guion es sencillo en ejecución y se echa de menos una mayor profundidad a los trasfondos de sus temas y en las interacciones de los personajes; aun así, la película es funcional al generar el deseado sobresalto visceral.
La obra nos sumerge en la incomodidad y el desconcierto de la desorientada Sawyer Valentini, una mujer que, por “equivocación”, es encerrada en un centro psiquiátrico. En su estadía, debe batallar contra angustiosos y complejos remanentes de un denso trauma, causado por un hombre que la acosaba en su pasado. Al creer verlo de nuevo en las instalaciones, debe escapar a cualquier costo de allí, aunque siempre dudando si en verdad aquel la persigue o solo es producto de su trastocada mente. Soderbergh gesta una creíble ambigüedad entre lo real y la ilusión, a la vez que presenta un armazón ejemplar con giros precisos, todo reforzado con un tratamiento crudo o saturado del color y la elección de ciertos ángulos, claustrofóbicos, de cámara.
En este ejercicio de tensión narrativa, pueden contemplarse también breves alusiones críticas hacia la deshumanización del tratamiento psiquiátrico, bien integradas al devenir de los sucesos y sus consecuencias inmediatas. Su mirada no es parcial ni propensa al sermón, es punzante no solo en torno a un corrompido sistema de salud, sino a un entorno social incierto, de ética y moral distorsionadas, donde ya no se sabe quién miente o dice la verdad, que cuestiona, desvirtúa e ignora las denuncias de Sawyer, al igual que las de muchas víctimas de acoso y demás signos de intimidación de la masculinidad frágil o tóxica.
La creación de su atmósfera cargada y asfixiante recuerda a contundentes ejercicios anteriores en los albores del formato digital como Amor y Pop (1998), de Hideaki Anno, Timecode (2004), de Mike Figgis, e incluso Violeta de Mil Colores (2005), la pieza más lograda de Harold Trompetero, que ponen en escena, a pesar de sus diferentes géneros, maneras o dinámicas, las áreas más oscuras del ser sin paliativos o eufemismos visuales.
Adrede, Unsane es una obra insana, tosca en acabado, pero intensa, directa, y muy eficaz con álgidos puntos emocionales. Confrontando a un espectador que, por un instante, entre sus reacciones o respuestas primarias ante lo visto en pantalla, recuerda aquello que todavía está mal en el mundo, y quizá también en sí mismo.
Una sobriedad corrupta
High Flying Bird, al contrario de la vertiginosa Unsane y filmada ahora con un Iphone 8, es un relato contenido y sutil que se mueve de manera orgánica, sin estruendosos o drásticos giros, optando por una narración pausada y continua que se toma el tiempo para desarrollar los conflictos y las motivaciones de sus personajes.
Las interacciones y los diálogos resultan del devenir natural de los acontecimientos. Es un drama minimalista en su forma, pero denso en contenido. Exponiendo los cuestionables tejemanejes dentro del negocio del baloncesto estadounidense y sus efectos o consecuencias tanto en el ámbito social de cada personaje.
La puesta en escena es sencilla, los encuadres y la edición son prolijos y exactos al captar los dilemas individuales en las miradas o gestos de los personajes durante sus dinámicas conversaciones acerca de los manejos del deporte y sus abrumadoras revelaciones.
La película transcurre durante una temporada en paro de la NBA por una disputa salarial, truncando la emergente carrera de un jugador novato y cuyo debut se tenía previsto muy pronto. Ante tal situación, Ray Burke, su agente, calcula una estrategia para mantener vigente a su cliente y salvar su propio empleo. Un plan que podría sacudir y revolucionar todo el entramado corporativo de la empresa, o tal vez más.
En la calmada progresión del metraje, se realiza una aguda disección crítica a un sector aparentemente avaro e hipócrita, en pleno declive ético, que afecta a sus personajes más allá de lo empresarial al lidiar con matizados pensamientos, inseguridades y cargas, mientras luchan por sobrevivir a un área tan hostil del voraz capitalismo contemporáneo.
No obstante, Burke hace su jugada maestra no solo para conservar su trabajo, en realidad es una represalia personal contra un sistema que perjudicó a su primo, un jugador talentoso, usado y desechado. Proyectando en lo que hace por su cliente ese anhelo de exorcizar el peso de la culpa e intentar redimirse por no apoyar a su familiar, aunque en su intrincada emboscada a las cabezas de la organización podría lograr una reivindicación, no solo propia, sino social.
Esta película y Unsane son retratos de supervivencia ante las presiones, represiones e injusticias en unos ambientes realmente crueles. Burke y Sawyer son marginados en un contexto corrupto que compromete su interior. Ray debe afrontar una sociedad que perpetúa el racismo asimilado y la condescendiente desigualdad que sobrepasa el medio deportivo, haciendo lo necesario para subsistir, que en ocasiones significa sacrificar, por desgracia, su integridad ante un lugar donde la equidad es reducida al concepto.
High Flying Bird no pretende llegar a una conclusión moralizadora, ni condicionar al público, sino que plasma una dura reflexión acerca del carácter utilitario de la condición humana, que me lleva a a preguntarme: ¿Aún hay lugar para los actos e intenciones realmente desinteresadas? Quiero creer que sí, a pesar de lo adverso del horizonte.
Soderbergh demuestra en ambas películas, manejando tiempos, modos y ritmos muy distintos, lo esencial de saber contar una historia con los pocos, o muchos, recursos disponibles en una industria que, parece, se está estancando, preocupada más por la apariencia de una película, que en lo que transmite cuando en verdad se le mira. Él va reafirmando, una vez más, la necesaria versatilidad, independencia e ingenio que exige el cine para explorar las hondas capas y entresijos del alma humana, tanto en los productos de encargo como en proyectos experimentales. Así que, a tomar el celular y no dejar pasar esta videollamada.
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