La creación tiene siempre una dosis de lucha y misterio. El documental En el taller hace al espectador testigo de un proceso creativo doble: el de un cuadro del pintor Carlos Salas y el del documental que dirige su hija Ana. Centrado en el espacio del taller, el documental nos muestra al pintor realizar el cuadro desde que se para frente al enorme lienzo en blanco y traza las primeras líneas, hasta los últimos toques con los que da por terminada la obra. Pero ese proceso no es sencillo y las dificultades que atraviesa el artista para completarlo quedan registradas en la película.
Entre ellas están las incomodidades que la grabación del documental genera en el espacio del taller. La presencia del equipo, la presión por terminar el trabajo, la demanda de actuar frente a la cámara, son factores que interfieren en el desarrollo de la pintura. Una de las fortalezas de este documental es precisamente que no esconde esas tensiones que emergen durante su realización; por el contrario, las hace parte integral de su progresión narrativa.
A pesar de este elemento auto reflexivo, la película no deja de ser una observación atenta del trabajo del pintor, de su técnica, de los materiales que van conformando la obra, de las texturas de las pinturas y pigmentos, de los sonidos de la brocha, la espátula y el cautín. En ese sentido, la película es un rico retrato del espacio del taller y de los gestos corporales a través de los cuales el artista crea la pintura. Además, las dimensiones de la obra exigen un esfuerzo físico intenso por parte del protagonista.
La relación entre el padre y la hija son otro aspecto esencial del documental. Las tensiones en el espacio de trabajo crecen hasta el punto de amenazar la culminación del cuadro y del documental mismo. Sin embargo, el deseo de llevar a buen término el trabajo conjunto de ambos proyectos, acompañado de una dosis de humor, parecen ayudar a sortear las dificultades. La realidad del barrio, de la ciudad y del país se cuela por las ventanas del taller; también a través de los esporádicos visitantes y de la radio y la televisión. Estos elementos aparecen de manera sutil, como telón de fondo de lo que sucede dentro del espacio del taller; pero en ciertos momentos cobran protagonismo y ubican la obra en un contexto social y político específico.
Después de un recorrido tortuoso, documental y pintura llegan a buen puerto. La resolución del proceso que hemos visto desarrollarse frente a la cámara conserva algo de misterio. El pintor se escapa a trabajar durante la noche mientras el equipo de grabación descansa. Eso le permite al artista vislumbrar los últimos toques que necesita darle a la obra y los ejecuta frente a la cámara con desenvoltura.
Las dos obras, documental y pintura, son parte de un mismo proceso y una no existe sin la otra. Como escribe el pintor en una carta dirigida a su hija, con el rodaje la acción de pintar toma una nueva dimensión y la observación, tan importante tanto en la pintura como en el cine, se vuelve intensa.
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LA OBSERVACIÓN INTENSA
En el taller, de Ana Salas (2017)
La creación tiene siempre una dosis de lucha y misterio. El documental En el taller hace al espectador testigo de un proceso creativo doble: el de un cuadro del pintor Carlos Salas y el del documental que dirige su hija Ana. Centrado en el espacio del taller, el documental nos muestra al pintor realizar el cuadro desde que se para frente al enorme lienzo en blanco y traza las primeras líneas, hasta los últimos toques con los que da por terminada la obra. Pero ese proceso no es sencillo y las dificultades que atraviesa el artista para completarlo quedan registradas en la película.
Entre ellas están las incomodidades que la grabación del documental genera en el espacio del taller. La presencia del equipo, la presión por terminar el trabajo, la demanda de actuar frente a la cámara, son factores que interfieren en el desarrollo de la pintura. Una de las fortalezas de este documental es precisamente que no esconde esas tensiones que emergen durante su realización; por el contrario, las hace parte integral de su progresión narrativa.
A pesar de este elemento auto reflexivo, la película no deja de ser una observación atenta del trabajo del pintor, de su técnica, de los materiales que van conformando la obra, de las texturas de las pinturas y pigmentos, de los sonidos de la brocha, la espátula y el cautín. En ese sentido, la película es un rico retrato del espacio del taller y de los gestos corporales a través de los cuales el artista crea la pintura. Además, las dimensiones de la obra exigen un esfuerzo físico intenso por parte del protagonista.
La relación entre el padre y la hija son otro aspecto esencial del documental. Las tensiones en el espacio de trabajo crecen hasta el punto de amenazar la culminación del cuadro y del documental mismo. Sin embargo, el deseo de llevar a buen término el trabajo conjunto de ambos proyectos, acompañado de una dosis de humor, parecen ayudar a sortear las dificultades. La realidad del barrio, de la ciudad y del país se cuela por las ventanas del taller; también a través de los esporádicos visitantes y de la radio y la televisión. Estos elementos aparecen de manera sutil, como telón de fondo de lo que sucede dentro del espacio del taller; pero en ciertos momentos cobran protagonismo y ubican la obra en un contexto social y político específico.
Después de un recorrido tortuoso, documental y pintura llegan a buen puerto. La resolución del proceso que hemos visto desarrollarse frente a la cámara conserva algo de misterio. El pintor se escapa a trabajar durante la noche mientras el equipo de grabación descansa. Eso le permite al artista vislumbrar los últimos toques que necesita darle a la obra y los ejecuta frente a la cámara con desenvoltura.
Las dos obras, documental y pintura, son parte de un mismo proceso y una no existe sin la otra. Como escribe el pintor en una carta dirigida a su hija, con el rodaje la acción de pintar toma una nueva dimensión y la observación, tan importante tanto en la pintura como en el cine, se vuelve intensa.
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